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01 de noviembre 2016

Ana Soledad Montero

EL DISCURSO MACRISTA Y SU CAMPO ADVERSATIVO

Tiempo de lectura: 6 minutos

Existe un sentido común académico, periodístico y ciudadano según el cual el kirchnerismo habría recuperado la política porque trazó claras fronteras adversativas. En oposición, el de Macri suele ser caracterizado como un discurso apolítico o anti-político: su apelación al vecino, su aparente renuencia a asumir los conflictos, su tono consensual y su autopromoción como un gobierno que administra (en lugar de “politiquear”) serían pruebas de ello.

Sin embargo, la discursividad PRO atrae la atención de quienes nos interesamos por las producciones de sentidos políticos: ¿cómo se articula el lenguaje macrista? ¿Hay un relato M? ¿Qué tipo de subjetividad se produce allí: vecinos, gente, pueblo? ¿Se trata de un discurso ideológico o de un producto puramente marketinero? ¿Es el macrismo un populismo? Si, desde el punto de vista del marketing político el misterio es menos opaco (ya que, como se sabe, Cambiemos reproduce gran parte de los clichés de la comunicación política contemporánea), para los analistas del discurso el fenómeno macrista suscita preguntas fundamentales: si admitimos que se trata de un discurso no político, ¿cómo es, entonces, que genera adhesiones, apoyos y también rechazos? ¿Qué rol le cabe a lo político en este discurso?

Propongo abordar un aspecto específico de la construcción discursiva de Cambiemos: el lugar del adversario. Se sabe que todo discurso político construye, por definición, un adversario –un contradestinatario, en términos técnicos– al que se le dirigen, de forma generalmente implícita (aunque algunas veces explícita y directa), enunciados polémicos que pueden ir desde la simple oposición de puntos de vista hasta la advertencia o la amenaza, pasando por la refutación, la descalificación, etc. El otro es, entonces, aquel sobre el que se habla, pero también alguien a quien se le habla de forma más o menos velada.

¿Qué rol le cabe a lo político en el PRO?

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El kirchnerismo articuló formas novedosas de interpelar a sus contradestinatarios: por un lado, constituyó en adversarios políticos a actores sociales (las llamadas “corporaciones”) como los medios, el campo, las Fuerzas Armadas o la justicia, actores que no constituían una competencia política strictu sensu. Es más: su sola naturaleza social ocultaba o encubría una voluntad política (el “partido judicial”), que los actores eran llamados a develar “armando un partido político y presentándose a elecciones”. Ahora bien, cuando los adversarios eran propiamente figuras políticas, ellos eran, a su vez, reducidos a su “ser social”, en tanto meros representantes o emisarios de una fuerza social más poderosa y subyacente, la del poder económico: “Mauricio es Macri”. Politización de lo social, ciertamente, pero también lectura instrumental de lo político que reducía todo debate público a un conflicto de intereses (económico en última instancia) sustancial e irreconciliable. En ese esquema el otro quedaba, finalmente, fuera de todo posible diálogo porque jugaba otro juego, el del interés económico egoísta y faccioso, esencialmente opuesto al interés general. De allí que el carácter político del adversario emergiera como un epifenómeno de disputas situadas en otro plano –no político.

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Por otro lado, suele decirse que el kirchnerismo llamó a sus adversarios por su nombre, a veces incluso de forma directa y en segunda persona: “¿Qué te pasa Clarín, estás nervioso?”, “Señor Luciano Benjamín Menéndez: tené en claro que sos un cobarde, tené en claro que los argentinos saben quién sos y que estás escondido en tu casa. Tendrías que estar en una cárcel común, donde tienen que estar los delincuentes y los asesinos”.

En cualquier caso, el kirchnerismo ha hecho de la polifonía un arte, porque, ante todo, amasaba, modelaba, exprimía y retorcía las palabras ajenas. Las estrategias fueron, cierto es, levemente diferentes: Néstor abrazó más el arte de la “resemantización”, que, en una suerte de “Si, pero…”, supone siempre una mínima concesión al otro (al menos en el uso del término): capitalismo, sí, pero capitalismo en serio; sí que estoy en campaña, pero en campaña por el bienestar del pueblo; sí que soy intransigente, pero intransigente con la injusticia. Aceptando el uso de los términos y conceptos pero no el sentido que los otros le atribuían a esos términos, NK se apropiaba del lenguaje del otro y disputaba los sentidos vigentes. En el caso de CFK la operación que primó fue distinta: las palabras de los otros no alcanzaban, no eran suficientes ni adecuadas para significar el mundo, por lo tanto había que trastocar ya no solamente los sentidos sino, en primer lugar, los términos mismos: la estrategia de “renominación” persistió durante todo el período como un modo de disputar la lectura misma de la realidad: “Es hora de comenzar a llamar a todas las cosas por su nombre […]. Cuando hablemos de golpes militares y de la historia, de nuestra historia como país, no hablemos más de golpes militares, hablemos de golpes cívico-militares” (09/07/2009), “Van a tener que inventar otra palabra, porque default no es” (31/07/2014).

En suma: politización del adversario y posterior reducción de su accionar político a mero interés faccioso; interpelación directa; polifonía y disputa semántica: tales son los rasgos de una discursividad política que se autoatribuía el doble carácter de polémica y política, es decir, una discursividad polí-mica o polé-tica.

el kirchnerismo llamó a sus adversarios por su nombre, a veces incluso de forma directa y en segunda persona

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¿Cómo se configura el campo adversarial en el discurso macrista? En primer lugar, el macrista no se representa a sí mismo como un discurso polemizador ni confrontativo sino, como suelen decir los propios funcionarios del gobierno, afecto al diálogo y al consenso. No obstante esta proyección pretendidamente no polémica, Cambiemos tiene, de hecho, un contradestinatario privilegiado. La particularidad aquí es que ese destinatario negativo es uno solo y es tratado como un actor político, en un sentido estricto (partidario o institucional): Macri no polemiza con las corporaciones ni con otros partidos políticos, su adversario por excelencia es el kirchnerismo, tal vez más el kirchnerismo tardío que el nestorismo (de hecho, Macri cita a Néstor en el discurso frente a la Asamblea). El kirchnerismo duro es permanentemente evocado, generalmente de forma velada, en calidad de partido, de sector político o de exgobierno, como cuando el presidente aludió a “ese conflicto inútil” entre el gobierno y el campo; cuando sostuvo, en el discurso de apertura de las sesiones parlamentarias, que “venimos de años en los que el Estado ha mentido sistemáticamente, confundiendo a todos y borrando la línea entre la realidad y la fantasía. Así, la credibilidad y la confianza fueron destruidas”; cuando afirmó que “hay un camino de progreso compartido que hemos comenzado a recorrer, pero que no se basa en un líder iluminado, mesiánico”, o cuando señaló que “[los argentinos] han sufrido la estafa de la mentira de tantos años, [los] han engañado con el nivel de pobreza, el nivel de inflación, los niveles de reservas, todo estaba en una zona de confusión malintencionada”.

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Tal vez sea en boca del Jefe de Gabinete, Marcos Peña, donde se delinee con mayor claridad el estatus del “ellos” macrista, asociado al bajo apego a las instituciones (“No somos como ellos. Estamos dejando que actúe la justicia”) y al conflicto permanente: “el kirchnerismo decía cosas horribles por cadena nacional y lo va a seguir diciendo […] en la oposición. A veces transmiten el deseo profundo de que fracase la Argentina. Porque no está en juego el futuro, está en juego el pasado para ellos”.

Aunque no habitualmente, en ocasiones Macri se dirige también a los seguidores del kirchnerismo, a “aquellos que sigo viendo a diario enojados, queriendo pelear, confrontar”, a los que “tienen miedo” y “les cuesta creer”. Solo en contadas ocasiones las palabras del adversario son traídas a la escena: “no es como algunos [que] queriendo seguir con la grieta hablan de que apoyar al campo es apoyar a los ricos” o “¡La inseguridad no es una sensación! Es un flagelo que ha sido negado sistemáticamente”. Pero, aunque hay oposición, no hay aquí un retrabajo polifónico sobre las palabras del adversario: por el contrario, ellas son reducidas a puro ruido. Lo que dice el kirchnerismo es desde el inicio irracional o insostenible, porque da cuenta de su conflictividad permanente o de su naturaleza engañosa. De modo que, si el kirchnerismo emprendía disputas semánticas, intentando moldear la palabra ajena, en oposición el discurso macrista emprende, como suele decirse, una disputa moral con su adversario político: no hay aquí resemantización ni renominación, sino simple denegación o rechazo.

aunque hay oposición, no hay aquí un retrabajo polifónico sobre las palabras del adversario: por el contrario, ellas son reducidas a puro ruido

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Conflictividad inútil, mesianismo, engaño y confusión malintencionada: tales son los rasgos que Macri le atribuye a su único adversario, un adversario innombrado que le permite trazar una frontera temporal (un pasado denostado –la “pesada herencia”– versus un futuro venturoso, en términos de Aboy Carlés) pero también moral. Así, el macrismo le reconoce al kirchnerismo su estatus de adversario político en un sentido estricto (en tanto no es reducido a su mero interés social o económico), pero no entabla con él un vínculo de adversidad política en sentido amplio, puesto que el otro, esencialmente engañador y conflictivo, no está habilitado para hablar.

Adversario único, definido como actor político-institucional que carga con el rasgo de lo polé-tico o lo polí-mico, denegación de sus palabras, ausencia de disputa semántica y, en consecuencia, redimensión de lo político mismo, que queda entonces reducido a la pequeña política –en tanto poli-tesse o poli-cía: tales las invariantes del campo adversarial del discurso macrista.

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