
«Izquierdistas, a las cosas» podría ser un lema de esta época. Quizás fue por el espectáculo de gestión humana que causó la pandemia; quizás, por el cansancio de años de resistencia permanente ante un capital que monopoliza la iniciativa desde 1978; quizás, en fin, por el aburrimiento de un pensamiento crítico que reduce casi todo a un fenómeno lingüístico. Pero parece haber un nuevo interés de la izquierda (incluyo en ella al ya maldito progresismo) por plantear proyectos de transformación viables. Hasta la querida Revista Panamá dejó la poesía política de 2015 por los dossiers estrategicos llenos de policies y propuestas.
La editorial Caja Negra, que con su colección Futuros Próximos contribuyó a la difusión local de pensadores esencialmente críticos como Mark Fisher o Éric Sadin, participa de ese giro práctico con la edición de Gobernar la utopía, el libro de Martín Arboleda que se propone discutir en serio la posibilidad de una planificación socialista (o poscapitalista, como se dice ahora) en pleno Siglo XXI.
El sintetizador
Martín Arboleda nació en Colombia, estudió Ciencias Políticas en Inglaterra, llegó a publicar por Verso Books y enseña en Chile. Esa pertenencia múltiple puede explicar su operación intelectual: sintetizar los principales debates e ideas poscapitalistas que se desarrollaron en el mundo anglosajón y latinoamericano durante los últimos veinte años en una propuesta sólida y flexible de organización poscapitalista.
El libro parte de una vieja premisa leninista actualizada por Leigh Phillips y Michal Rozworski: las grandes corporaciones capitalistas como Amazon o Walmart ya funcionan como economías planificadas de hecho en su interior. Solo hay que ampliar esos mecanismos bajo control popular a fin de atajar la desigualdad creciente, la crisis climática y el autoritarismo digital, problemas que la economía de mercado parece incapaz de solucionar. A diferencia de varios izquierdistas, Arboleda es totalmente consciente de que los tiempos del Gosplan quedaron muy atrás y bajo capas de cadáveres. Por eso dedica las doscientas páginas del libro a modular su premisa sobre las condiciones y posibilidades del siglo nuevo.
"No hay un sujeto revolucionario coherente, ni habrá un relampagueo de violencia redentora. Preservar la paz y bienestar de los individuos, es decir, un orden, es premisa incluso para transformar ese orden."
Así, con una prosa clara, seca, monocorde y asertiva, van pasando el decrecionismo, el aceleracionismo, la economía popular, la economía feminista, el socialismo digital, la planificación insurgente, el nuevo municipalismo, el debate austriaco sobre los precios y el debate Nove-Mandel sobre el socialismo de mercado. En cada estación, Arboleda sopesa fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas. Nobleza obliga, yo hice lo mismo en otro libro pero no tuve la audacia de sintetizarlos en un programa unitario. Arboleda no se conforma con la exposición taxonómica, quiere que su libro sea una propuesta: un modelo de planificación descentralizada que articule a un Estado activista con prácticas locales espontáneas y un archipiélago global de proyectos utópicos; que transicione hacia una economía poscarbono, garantice pleno empleo con obras públicas verdes y permita el ocio creativo; que emplee blockchain y plataformas para asignar recursos por fuera del mercado y admita la circulación mercantil de bienes suntuarios; que reactive los espacios de reflexión académica desarrollista y se articule con la doxa militante de los barrios; incluso, «una versión revitalizada del socialismo democrático que incorpore aquello que es valioso de la teoría política liberal en el materialismo histórico como enfoque epistemológico».
Un politólogo en Utopía
El principal aporte del libro es incorporar a ese ensamble teórico una constante preocupación por los conflictos e intereses en juego. Politólogo al fin, Arboleda sabe que los mejores proyectos caen con una elección de medio término adversa, dos tapas de Clarín o un tuit desafortunado. El fantasma de la Unidad Popular de 1970-73 vuelve una y otra vez en su escrito, despojado de cualquier nostalgia y sentimentalismo, como una advertencia del finísimo equilibrio sobre el que se sostiene su proyecto. «En este sentido, la planificación democrática no solamente debe abocarse al diseño de las grandes transformaciones socioeconómicas del largo plazo, sino también a garantizar las condiciones técnicas, de legitimidad y de paz social que hagan posible el diseño y la ejecución del plan en el corto plazo». Gobernar la utopía requiere desarrollar la melodía de la planificación con la mano derecha, mientras la mano izquierda controla el tono del humor social.
"En ese sentido, Gobernar la utopía también puede ser una oportunidad para que la izquierda haga las paces con su conservadurismo. No todo es crítica, deconstrucción y buscar la playa bajo los adoquines."
Si algo nos enseñaron los 77 años del corto siglo XX, es que el día después de la revolución el fuste la humanidad seguirá tan torcido como antes. Y más aún después de cuarenta años de capitalismo absoluto. «Las preferencias y deseos de actores económicos no son estables, y esto impondría importantes obstáculos a las formas de cálculo matemático que asumen así una estabilidad relativa a la volición y las aspiraciones humanas». Uno podría pensar aquí en actualizar de aquel principio de Mao según el cual, aún bajo el socialismo, los conflictos y contradicciones persistirán. Pero esa sabiduría maoísta tuvo una aplicación catastrófica. Arboleda opta por un clásico: el «desarrollo desigual y combinado» de Trotsky. Leído con sentido práctico, sin devoción por el Profeta ni historicismo paralizante, la conclusión es bastante útil: la «heterogeneidad de temporalidades, en consecuencia, presupone una concepción heterodoxa del acontecimiento revolucionario que pueda dar cabida a la coexistencia de reformas inmediatas y de transformaciones estructurales».
Bajo este sano realismo político, la voluntad de Arboleda de sintetizar todas las propuestas no es tanto una desmesura prometeica como la conciencia desesperada de saber que gobernar es lidiar con muchos intereses durante mucho tiempo para construir cualquier cosa, incluso una escalera al cielo. No hay un sujeto revolucionario coherente, ni habrá un relampagueo de violencia redentora. Preservar la paz y bienestar de los individuos, es decir, un orden, es premisa incluso para transformar ese orden. En ese sentido, Gobernar la utopía también puede ser una oportunidad para que la izquierda haga las paces con su conservadurismo. No todo es crítica, deconstrucción y buscar la playa bajo los adoquines. Desde la toma de la Bastilla, todos tuvieron su turno para cuidar lo heredado: los conservadores en el siglo XIX, los liberales en el siglo XX y los izquierdistas desde 1989. A medida que se acumula el inventario humano, todos tenemos algo que preservar. Hay más sabiduría en el tan criticado «conservadurismo de izquierda» que en el entusiasmo pánfilo y ya desnortado del nuevo liberalismo digital.

No todo es político
Gobernar la utopía es una obra esencialmente teórica, aunque el insumo de su armazón formal sean experimentos populares latinoamericanos. En ese sentido, es notoria la ausencia de experiencias de Argentina, en un libro que no teme mencionar ni a la Venezuela chavista y que cita y agradece a una pléyade de cientistas sociales y activistas argentinos. Quizás el problema pase por otro lado. «La garantía de trabajo, en este sentido, transformaría al Estado en un empleador de última instancia, reduciendo el desempleo de manera efectiva ante un evento de transición», dice Arboleda en alguna página, y agrega en otra: «En su fase final, estas transiciones desligarían las dinámicas de la producción primaria del desarrollo capitalista, minimizando la vocación exportadora de explotaciones mineras y agroindustriales, para así poder impulsar cadenas productivas nacionales y regionales». ¿No nos suena conocido todo esto? ¿No experimentamos ya con más empleo público y menos exportaciones? ¿Cómo salió?
Por supuesto que Argentina no es un fracaso del socialismo, solo un imbécil o un manipulador de imbéciles podría hacer esa lectura de nuestros problemas. Argentina es un fracaso de la política. Es habitual ver a comentaristas criollos congratular a su democracia por haberse mantenido en pie y funcionando a reglamento en medio de las tormentas locales y regionales de 1989, 2001, y 2016-20. Seremos cualquier cosa pero somos democráticos es la mentira piadosa que oculta la responsabilidad de las dirigencias en la inestabilidad socioeconómica y la precariedad institucional de los últimos 37 años.
Politólogo formado en Manchester y empleado en la Universidad Diego Portales, Arboleda machaca una y otra vez con la importancia de las instituciones para viabilizar una economía planificada. Ojalá lo escuchen los movimientos populares, tan adeptos al goce plebeyo, los hechos malditos, la «barbarie» y otros romanticismos.
Sin embargo, todo romanticismo porta una oscura verdad. Osiris es un dios negro, decía André Breton. Y quizás sea esa oscura verdad lo que explique la ausencia argentina en el libro. Por detrás del omnipresente fantasma de Allende 1973, aparece el muteado fantasma de Perón 1974: el pueblo ignorando las palabras del amado líder que fue a buscar. En 2020 pudimos ver que es un principio casi global: la gente hace lo que quiere, en Recoleta, Kabul o el Capitolio. Gobernarla en el siglo XXI requiere de un grado de intermediación digital que ninguna democracia puede tolerar.
"Por detrás del omnipresente fantasma de Allende 1973, aparece el muteado fantasma de Perón 1974: el pueblo ignorando las palabras del amado líder que fue a buscar. En 2020 pudimos ver que es un principio casi global: la gente hace lo que quiere, en Recoleta, Kabul o el Capitolio."
Probablemente, Arboleda lo sospeche. Gobernar la utopía, con sus equilibrios y calibrados espacios en blanco para absorber lo imponderable, no deja de ser también una ingeniería humana. El capítulo 1 ya sincera su vocación por diseñar el deseo colectivo: «multiplicar nuevas formas de desarrollo personal y consumo colectivo», «crear y movilizar nuevas formas de ocio y disfrute», «redefinir y ampliar radicalmente lo que se entiende por abundancia», forjar, es suma un «hedonismo alternativo». Otra vez, si Amazon y Facebook pudieron hacerlo, ¿por qué no nosotros? ¿Por qué el capitalismo puede formatear al alma humana y nosotros no?
Gobernar la utopía requiere de ideas claras, instituciones sólidas y muñeca política para lograr cuadraturas del círculo tales como planificación descentralizada o decrecimiento bienestarista. No hay que asustarse, vivimos hace años con oximorones como orden y progreso o democracia representativa. En ese sentido, el libro de Arboleda es un gran aporte. La última contradicción, aquella que el libro no resuelve, es cómo gobernar el deseo de las personas realmente existentes. Espero ese libro. Pero creo que no existe.