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24 de junio 2022

Horacio Bonafina

EL CUERPO COMO ENIGMA: ENTRE NIETZSCHE Y DELEUZE

Tiempo de lectura: 3 minutos

(En este texto el autor responde a “El cuerpo ambiguo” de Juan Di Loreto)

El cuerpo hace al mundo y hace -a secas-, siendo su obrar una boya que baliza en aguas donde la mente podría hundirse en el sin-sentido. Pero esa suspensión no es una flotación suave sino un trabajo maquinal: el cuerpo es una máquina de hacer (de escribir, del trabajo de la materia -escultura, cerámica-, de la pintura, de la programación) pero que, al no detenerse nunca, puede evidenciarse como poseedor de un más allá de la labor.

En las lecturas de Zarathustra de Nietzsche, suele hacerse hincapié en las tres transformaciones del espíritu (Camello → León → Niño) pero no se ahonda en relación al cuerpo. Para quienes desprecian lo corporal, Zarathustra dispara: “No quiero que cambien de opinión y de doctrina, sino tan sólo que se despidan de su cuerpo y que, de este modo, se callen para siempre”. Porque el silencio del cuerpo implica silencio subjetivo como opuesto de algo primario que ya sabemos: el cuerpo habla. La transformación del niño, esa forma final, afirma que es un cuerpo y es un alma. Una integración donde la dimensión del sí mismo no sólo habita el cuerpo sino que es el cuerpo. Y es ahí donde hay más razón que en la más profunda sabiduría. El cuerpo no sólo habla, lo hace con un saber. Una artista, una escritora, un oficinista, una programadora, un cartonero, un mozo, vos y yo, compartimos la posesión de un cuerpo que hace y habla pero quizás no todos sepamos escuchar o interpretar.

Otra tarde, tras un pique corto por el bondi que se va, queda un eco retumbando en la caja toráxica que nos vivifica de un modo incomprensible, una chispa que exige materia para arder

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Para Deleuze, Spinoza toma lo corporal como modelo filosófico pero advirtiendo que el enigma sobre el cuerpo supera el conocimiento que de él se tiene, constituyéndose una equivalencia entre el inconsciente del pensamiento y lo desconocido del cuerpo. La dupla cuerpo-espíritu se verá en constantes relaciones de composición y descomposición, de las cuales el sujeto no es consciente sino a través de los efectos: se experimenta alegría ante la composición y tristeza ante la descomposición. Esto implica que no se tienen más que ideas inadecuadas, mutiladas, efectos separados de sus causas. El afecto es más que lo que ocurre a un cuerpo, es parte de un proceso por lo que un cuerpo deviene otra cosa que lo que era. En este sentido, digamos que podemos bañarnos o no dos veces en el mismo río, pero no salimos nunca con el mismo cuerpo. Ni tampoco es el mismo aquel que nos levanta día tras día de la cama. Según Deleuze, los afectos son devenires que desbordan a quien es atravesado… y que deviene otro. Y en este punto, nos alejamos de Merleau-Ponty: no sería el cuerpo el que hace al mundo sino sus afectos los que hacen al cuerpo.

Una mañana, aquella marioneta con la que contábamos para afrontar nuestro cotidiano, de repente no puede más; a lo mejor da unos signos erráticos que tomamos como indicio de que eso no es lo suyo. Un desconocimiento. Otra tarde, tras un pique corto por el bondi que se va, queda un eco retumbando en la caja toráxica que nos vivifica de un modo incomprensible, una chispa que exige materia para arder. Una extrañeza en intuitiva apertura. Y, en otra escena, con suerte, nuestro tacto reconoce en los contornos de otra piel algo que no sabría definir pero que de repente apremia por su repetición. Habrá quienes intenten decodificar aquello y quienes ni lo identifiquen. Esos huecos de significación descolocan, pueden hacer temblar. Y, también, caer. Conceptualmente, el sin-sentido puede ser una consecuencia del sentido, pero quizás el arrastre a la caída no sea un resultado obligatorio sino que se dé en ciertas condiciones.

La dupla cuerpo-espíritu se verá en constantes relaciones de composición y descomposición, de las cuales el sujeto no es consciente sino a través de los efectos: se experimenta alegría ante la composición y tristeza ante la descomposición

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Un afecto delimitado (por la rutina, por el trabajo), resulta en cuerpos fijados y por ello hablamos, entonces, de subjetividad y trascendencia. O, dicho de otro modo, de captura y clausura corporal. Quizás el paroxismo de pretender lo corpóreo como -digámoslo sin vueltas- exclusivo vehículo del capital, como arreglable en el taller mecánico, pretendiéndolo con cambio de aceite y filtros, siempre listo para continuar por el largo viaje de la rutina, nos aleje de su verdadero acontecer. Es que el afecto -y, como dijimos, no siempre entendemos qué nos afecta ni cómo- pone en marcha, para Deleuze y Guattari, el devenir: El afecto empuja a los sujetos más allá de los modelos normativos y puede que, en ese punto, el cuerpo se nos vuelva cimarrón. Quizás la dificultad de comprender las necesidades del cuerpo a veces se deba a que suponemos los oídos listos para escuchar sus palabras pero hete aquí que lanza un aullido a la luna llena, cuando oficinas, salas, fábricas y restaurantes ya bajaron sus persianas.

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