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03 de febrero 2022

Tartu

EL CHOLO DURÁN

Tiempo de lectura: 6 minutos

Otro febrero, pero de hace 25 años, conocí a Roberto Durán. 1997. La Argentina de la convertibilidad fake. Ya el efecto Tequila de México había demostrado que, más temprano que tarde, el 1 a 1 “se derrite como un hielo al sol”, según reza el modelo econométrico del Perro Serrano de los Auténticos Decadentes. Durán estaba alojado en el Sheraton, pero en el otro Sheraton, el Park Tower, una torre de lujo pegada al hotel e inaugurada un año antes. El Park Tower tiene 181 habitaciones y una Suite Presidencial, de estilo francés, en el piso  23. En ella se han alojado, entre otras personalidades, Bill y Hillary Clinton, Brad Pitt, Alberto de Mónaco, Claudia Schiffer, Luciano Pavarotti, Zubin Mehta, Geraldine Chaplin, Pelé y Michael Baryshnikov. Pero no Durán, que ocupaba una de las 14 Corner suites, la que miraba al asador criollo Las Nazarenas, precisamente.

-Buenas tardes, vengo a ver a Roberto Durán, le dije a la recepcionista.

-No tenemos ningún pasajero registrado con ése nombre, me dijo sin siquiera chequear la lista de huéspedes.

-Pero ¿éste es el Park Tower? ¿El Sheraton?

-Sí.

-¿Pero no está acá Mano de Piedra?

-No tengo a nadie registrado con ése nombre. Dejeme ver… No, ningún señor Piedra.

Pensé que la símil holandesa me estaba cargando pero como un rayo en el desierto me abrió la cabeza que seguramente estaba registrado con nombre falso, como hacían The Beatles, que, en un rizoma de lo más argentino posible, le dieron su nombre a Los Ramones. ¿Quéeeeeeee? Cuando The Beatles vivían su primera encarnación como The Quarrymen, Paul Mc Cartney se alojaba en los hoteles usando el nombre Paul Ramon. Ringo Starr sólo decía Ringo Starr mientras John Lennon hacía juegos de palabras como John Poppycock y McCartney firmaba, seco, Paul Ramon. Cuestión que cuando un joven Douglas Glenn Colvin cambia su nombre a Dee Dee y se une con Johnny, Marly y Joey propone llamar a la banda The Ramones, por el apellido falso que usaba McCartney en los hoteles. En otro rizoma argentino, Dee Dee es el ramone que previo a la Navidad de 1994 se enamora de una adolescente argie de 16 años en la puerta del hotel donde paraban y se queda a vivir en el primer cordón del conurbano. Primero con su novia teen en la casa de sus padres en Banfield y después donde fuere. La argentina Bárbara Zampini terminaría acompañando a Dee Dee Ramone hasta el día de su muerte por sobredosis en junio del año que vivimos en peligro, el 2002.

-Obviamente que no se va a registrar como Mano de Piedra, por favor. ¡Es el Cholo Durán!, señorita, Campeón del mundo en cuatro categorías distintas!

-¿Cómo dijo?

-¡Que le ganó a Sugar Leonard, a Pipino Cuevas, a Esteban de Jesús, a Barkley!

-No, antes.

-El Cholo Durán.

-Ese sí. Piso 9. Ya lo anuncio.

-Gracias.

como un rayo en el desierto me abrió la cabeza que seguramente estaba registrado con nombre falso, como hacían The Beatles, que, en un rizoma de lo más argentino posible, le dieron su nombre a Los Ramones

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Sólo un viaje supersónico en ascensor me separaba de conocer a uno de los atletas más virtuosos de la historia de la humanidad. Seguramente el mejor pugilista en la pelea cuerpo a cuerpo del box entero pero más también. Un campeón. Un showman. Un cabrón. Un loco. Un monstruo.

En la suite había un puñado de asistentes; Carlos Solís, el promotor de la pelea contra el Roña Castro; y un ex diputado llamado Roberto Cruz que en su Mototorla Startac 70 decía cosas como: “Yo me quedo con el sindicalismo de Rucci y Ongaro”. Dos años más tarde, el Cabezón Cruz sería candidato a Intendente de La Matanza en las históricas internas del 9 de mayo de 1999 con la Lista 402 Menem Conducción, una de las que llevaban a Antonio Cafiero como candidato a Gobernador. La elección marcaría el primer triunfo de Alberto Balestrini. Con el aval de Eduardo Duhalde venció a Héctor Cozzi, el prohijado por Carlos Menem y Alberto Pierri. El segundo triunfo de Balestrini sería cuatro meses más tarde cuando le ganara a Pinky en las elecciones nacionales. Mientras Lidia Satragno se abrazaba con Rodolfo Terragno, que llevaba la camisa abierta como Sandro porque hacía calor, los militantes de la Alianza repartían cascos de construcción con el nombre Pinky impreso saludando a la intendente que quería ser. Quien repartía el simpático merchandising era nada menos que La Momia de Titanes en el Ring, también puntero de la familia Posse en San Isidro, llamado Oscar Demelli.

Mientras tanto, en la suite del Sheraton, Cruz dejaba de nombrar sindicalistas vintage y después de la palabra Polideportivo parecía tener cerrada una comida entre Durán y el presidente Carlos Menem.

-¿Vienes a la pelea?, gritó desde el fondo de la suite Mano de Piedra.

-Sí, sí, claro, don Roberto.

-¿Y a quién le vas?

-A usted, don Roberto.

¡Maradona! ¡Diego! ¡Maradona! ¡Maradona! ¡Diego! ¡Diego!, decía Mano de Piedra

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Como dice Juan José Saer, uno acumula recuerdos falsos para memorias verdaderas. Mano de Piedra rompía el hielo y me hablaba y yo me veía a mi mismo como un personaje adolescente de animé, todo rojo de vergüenza, los ojos achinados, la testuz buscando el piso, el cuello tenso como el tronco de un árbol y la mano derecha apretando una tela azul y amarilla hasta casi acogotarla.

-Tome, don Roberto, dije y me acerqué.

-Ah, ¿quieres que te firme? ¿Tienes un sharpie o algo así?

-No, no. Es para usted, don Roberto.

-No entiendo. ¿Es un short de box?

-No, es un short de fútbol. De Boca. Lo usó Maradona. Me lo firmó Diego en el 81, el año que salimos campeones.

-Yo no puedo pagar esto.

-Se lo estoy regalando, Roberto. Es suyo.

-¡Maradona! ¡Diego! ¡Maradona! ¡Maradona! ¡Diego! ¡Diego!, decía Mano de Piedra mientras le mostraba a su entourage el short de fútbol Adidas azul con las tiras amarillas y el autógrafo de Diego en la pierna izquierda. El menemista Cruz, que estaba al teléfono con el flaco Bauza, aprobó con suave inclinación de cabeza.

El shorcito de Diego me lo hube agenciado en 1981, antes de las vacaciones de invierno, y más precisamente, después de mi cumpleaños. Un día frío, con el viento de acero de mayo pero en junio. El domingo anterior Boca había perdido con Unión en Santa Fe, con dos goles del Turco Husef Alí, a la sazón goleador histórico tatengue y más luego concejal de Cambiemos por Santo Tomé. El contacto para entrar a La Candela y ver el entrenamiento de Boca era vía un amigo de mi padre, que tenía el bazar más grande de San Justo, tanto que se había dado el gusto de contratar a Jorge Martínez para que hiciera de vendedor en el bazar y dijera la frase que decía en la tele: “Soy un león vendiendo Durax”. Las vecinas de todo el corredor de la ruta 3 se desmayaban mientras el galán de la tele les envolvía, bastante mal, media docena de vasos ámbar que tenían fama de irrompibles pero se rompían como cualquier otro. El amigo de mi padre conocía a Rubén Acevedo, que debutara junto a Maradona en la Bombonera en febrero de ése 1981. El password fue “Somos invitados de Acevedo” y así pasamos, con el auto y todo, que por ser un Torino ZX cero kilómetro bien podía ser que fuera el representante que iría a vender a Acevedo al Atlético de Madrid.

El entrenamiento fue una cosa de locos. Mientras mi padre me decía: “Ves, Marzolini, el técnico, era el mejor número 3 del mundo” yo miraba a un Maradona que estaba en modo Kevin Keegan, corriendo sprints a lo loco y armando sociedad con Miguel Brindisi para llenarle la canasta a la Roberto Rigante, el tercer arquero del Boca 1981. Cuando terminaba el turno, los players iban a los vestuarios de La Candela por un camino de laja que estaba delimitado por unos troncos a media altura, como si fuera una caballeriza. En esos momentos, los warriors de La Boca paraban y firmaban autógrafos a los hinchas y charlaban con la prensa acreditada. A Diego no hizo falta ni llamarlo: recorrió el camino como lo hace el Papa en la audiencia de los miércoles, deteniéndose ante cada uno que requiriera su atención.

Como dice Juan José Saer, uno acumula recuerdos falsos para memorias verdaderas. Mano de Piedra rompía el hielo y me hablaba y yo me veía a mi mismo como un personaje adolescente de animé

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-Dame tu camiseta, Diego, dije atrevido.

-Nooooooo, pará, no puedo regalarle camisetas a todos. Esperá, a ver que tengo acá, dijo Diego y sacó de su bolso de entrenamiento Puma un short de Adidas de Boca, azul con las tiras amarillas refulgentes.

-¿Dónde querés que te firme?, me dijo Diego en La Candela, tal como me diría 16 años más tarde Roberto Durán, en su suite del Sheraton.

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