
Estar en el centro (de la ciudad, de Argentina, del mundo) nos exime de intuir lo que pasa en los márgenes. Mejor dicho: es una gran forma de ignorar las fronteras. Tal vez, y es solo una hipótesis, un Rivadavía se servía de la abstracción que da la lejanía y el centralismo para mandar a reprimir a los caudillos del interior, que también eran los caudillos de la frontera con los realistas. Lo cual, muestra la prescindencia absoluta de Buenos Aires sobre el interior. Por suerte San Martín, el mejor de los nuestros, tenía el genio militar y la astucia política para no dejarse llevar por el unitarismo. Mucho después le valió el irremediable exilio y que la metrópoli se le volviera hostil.
San Martín volvió tarde al Río de la Plata. No llegó a ver a su esposa viva. La patria se le volvió una niebla lejana, una espera desde un barco atracado en Montevideo y ya, luego, la ida definitiva. Y claro, ahí está: las ambiciones del centralismo pudieron más que el federalismo del interior. Estar en el puerto era estar en las puertas del mundo. El centro no se ocupa del margen.
Como dijo Martínez Estrada: “Se creó un gobierno municipal para todo el Virreinato”. Hoy ese mal se ha llevado al paroxismo: todos los partidos o los políticos quieren ser los del AMBA
¿Quiénes se ocupan del margen, de la frontera movible, infinita, trémula? Hay muchas respuestas. Pero demos una del principio de nuestra historia: los infernales, ellos si daban todo por la frontera. Eran la frontera. Martín Miguel de Güemes, cuando fue gobernador, creó y lideró la “División Infernal de Gauchos en Línea”. Güemes, doblemente marginal, se ocupó de cuidar las fronteras de los Angélicos, los realistas españoles, y también reivindicó lo “gaucho”, que era mala palabra para Buenos Aires. Demasiado al margen, no lo pudieron comprar los españoles ni doblegar los porteños. Les hizo una guerra no tradicional, una “guerra porfiada”, como decía José María Paz, el Manco. (Anotemos además que Güemes, de muchacho, también tuvo una actuación destacada en la reconquista de Buenos Aires durante las invasiones inglesas).
Cuando estás en el centro de la patria poco sabés de los bordes. Si el humo del Delta no llega, de eso no se habla. Desde acá pensamos que todos respiran nuestro vértigo, que se habita una inercia desquiciada y maquínica. Por los casos de San Martín, Rosas, Borges o Cortázar fácil es conjeturar (iba a escribir “pensar”, pero como estaba Borges en las misma frase no evité la referencia obvia); en fin, es fácil pensar que el exilio fue un destino inevitable para estos hombres. Haber estado en el centro no los eximió de terminar en un cuchitril de Manchester o en Boulogne-sur-mer preguntando por las Provincias Unidas.
Luego de la Revolución de Mayo el centro simbólico, y material, también fue Buenos Aires. Eran las Provincias Unidas… pero del Río de la Plata. Como dijo Martínez Estrada: “Se creó un gobierno municipal para todo el Virreinato”. Hoy ese mal se ha llevado al paroxismo: todos los partidos o los políticos quieren ser los del AMBA, de ese sujeto que pulula una metrópoli difusa e imposible de abarcar. Para proyectarse al país tienen que caminar el conurbano. ¿Quién gobierna a ese tipo del AMBA? Trabaja allá y vive acá, cerca y lejos, atravesado por todos los cortes, líos, conflictos, facilidades que tiene vivir aquí. Todo en esa frontera difusa, pero que nos “desgobierna”, como dice Andrés Malamud.
Cuando estás en el centro de la patria poco sabés de los bordes. Si el humo del Delta no llega, de eso no se habla. Desde acá pensamos que todos respiran nuestro vértigo, que se habita una inercia desquiciada y maquínica
Mientras escribo este texto también soy preso de una ambigüedad en sentido estricto: la centralidad repele y atrae. Los centros como Buenos Aires son así. La ciudad tiene algo, todos lo sabemos. Durante la conformación de lo que luego se llamó Argentina, lo porteño rivalizaba con el interior. Pero no se destacaba como ciudad. Algo pasa en los años 20. Ahí Buenos Aires se va a empezar a convertir en lo que hoy conocemos, al desplegar su dominio simbólico (y económico y político) de forma extraordinaria. Una ciudad que también será una “máquina textual”, como la Berlín de los 20. Rodolfo Senet en La Prensa en 1926 veía lo siguiente: “nada está como entonces, todo ha cambiado: la casa, modificada por completo, la calle, irreconocible, el río, que no se ve más; los paseos y las plazas metamorfoseados”. El centro argentino comienza su autonomización, su camino a ser capital del mundo. Se sigue relegando al interior, pero también esa disputa caduca por el mismo predominio de la metrópoli. Ya no es necesario mandar a matar caudillos, son ellos mismos los que se transformarán en porteños. Argentina es Buenos Aires, pero Buenos Aires no es Argentina.