
El Génesis
El verano de 2015 fue una temporada agitada en el peronismo cordobés. José Manuel de la Sota estaba decidido a trabajar para disputar la escena nacional, en el momento histórico que vislumbraba, como el comienzo del ocaso de la larga hegemonía kirchnerista. Las heridas provocadas por la negativa del gobierno nacional a enviar fuerzas federales a Córdoba con motivo del acuartelamiento policial en 2013 estaban todavía abiertas. Ese hecho, tanto (¿o acaso más?) que el conflicto con el campo, habían roto cualquier vínculo posible entre la sociedad cordobesa y el kirchnerismo. El “gallego”, que había logrado, con los años, atemperar ese carácter vasco que lo caracterizaba, trabajaba día y noche, de manera sistemática, para construir una alternativa peronista moderna, republicana y federal. La tarea no resultaba sencilla, sobre todo porque el repliegue cristinista se desarrollaba en el conurbano bonaerense, situación que complejizaba la proyección de un armado federal. Por ello, José Manuel avanzaba codo a codo con el entonces único rebelde a ese sistema de dominación: Sergio Massa.
En el plano provincial, hacía meses que el peronismo cordobés había decidido que Juan Schiaretti era el mejor candidato para profundizar el modelo de gobierno que ya acumulaba entonces 16 años en el poder. El “gringo”, se había ganado el respeto del pueblo cordobés en su primer interregno (2007-2011), fundamentalmente, por sus cualidades de buen administrador: había logrado ordenar las cuentas fiscales de la provincia en el contexto de la crisis financiera internacional (2008). El crack financiero, que había impactado negativamente en la actividad económica mundial, empujó a muchos gobiernos, nacionales y subnacionales, a expandir el patrón de gasto y, en consecuencia, la presión fiscal sobre la economía privada. Schiaretti había operado en sentido inverso y la sociedad cordobesa, había valorado y acompañado ese gesto de responsabilidad administrativa y austeridad fiscal.

La discusión central en ese caluroso verano de 2015, se dio en torno a la candidatura a vicegobernador. Efectivamente, la plana mayor del peronismo cordobés, en ese momento conformada por José Manuel de la Sota, Juan Schiaretti, Oscar González y Carlos Caserio, era consciente de que la selección de la vice magistratura provincial, proyectaba un primus inter pares en la nueva generación de cordobesistas de cara al 2023, fecha en la que la mesa política provincial entendía se produciría el comienzo de la transición generacional del poder. En esa dura negociación, Schiaretti logró imponer su criterio. Lo secundaría el joven intendente de San Francisco, Martín Llaryora.
El “gringo”, se había ganado el respeto del pueblo cordobés en su primer interregno (2007-2011), fundamentalmente, por sus cualidades de buen administrador: había logrado ordenar las cuentas fiscales de la provincia en el contexto de la crisis financiera internacional (2008)
Schiaretti conocía a Llaryora desde muy joven, ya que el oriundo de la vieja colonia agraria fundada por José Bernardo Iturraspe, había ocupado un cargo gerencial en el primer ministerio que tuvo a cargo el “gringo” entre 1999 y 2003: el Ministerio de Producción. El entonces candidato a gobernador, veía en Llaryora un dirigente que sintetizaba muy bien los dos atributos de carácter que habían ido cimentando la estructura templo provincial: la voluntad política de José Manuel y la capacidad de gestión técnica propia. Martín era, de alguna manera, un híbrido entre los dos liderazgos que ordenaban la galaxia del peronismo mediterráneo. Posiblemente, además, uno de los más destacados dirigentes de los neocor (neocordobesistas), la generación política que se había formado en la juventud peronista en la década del noventa, que había disputado exitosamente elecciones municipales y que, a lo largo de esos años, había tenido experiencias relevantes en la gestión provincial. En el núcleo del semillero de los neocor, se destacaban los peronistas farmers como él. Dirigentes con proyección provincial, que, a diferencia de los viejos conductores nacidos y criados en la capital provincial, provenían de territorios dinámicos bio-agro-industriales. Eran hijos políticos del proceso de desconcentración política y económica que el cordobesismo había facilitado y del que se había nutrido, con emblemas de empoderamiento como la Ciudad de Villa María o la de San Francisco.
Habiendo sorteado exitosamente la elección de 2015, Schiaretti persuadió a Llaryora de una jugada política arriesgada: la reconfiguración de la sociología electoral del cordobesismo como salvoconducto para proyectar a los neocor hacia la gobernación en 2023. ¿En qué consistía exactamente esta reconfiguración? salirse de la hoja de ruta trazada por el ascenso de los renovadores (de la periferia al centro y de abajo hacia arriba), para desde la inversión pública en infraestructura, ganar la capital provincial y proyectar desde ese territorio tradicionalmente “hostil”, un candidato a gobernador. En otros términos, si el cordobesismo se había impuesto, entre 1998 y 2015, sobre la base de una geopolítica que navegaba los viejos territorios electorales tradicionales del conservadorismo (el norte y el oeste) y parte de los territorios electorales del viejo sabattinismo (el este y sur de la provincia), Schiaretti entendía que el desafío de la transición generacional conllevaba la necesidad de conquistar esa frontera infranqueable que había sido la capital provincial.
El entonces candidato a gobernador, veía en Llaryora un dirigente que sintetizaba muy bien los dos atributos de carácter que habían ido cimentando la estructura templo provincial: la voluntad política de José Manuel y la capacidad de gestión técnica propia
Así, entre 2015 y 2019, la provincia realizó una inversión de infraestructura muy agresiva en la capital y un proceso sostenido de construcción de poder político y organizativo liderado por Alejandra Vigo (una histórica del schiarettismo). Este doble esfuerzo (obras + organización), le permitió al peronismo en 2019, por primera vez desde 1983, ganar la elección municipal de la Ciudad de Córdoba con un candidato propio, Martín Llaryora, secundado por otro neocor que también provenía del peronista farmer, Daniel Passerini. A lo largo de las gestiones paralelas entre 2019 y 2023 (provincia y ciudad), el liderazgo de Martín Llaryora se fue consolidando a fuerza de obras emblemáticas en la Ciudad, como la circunvalación de tres anillos, la construcción de polideportivos para la contención de jóvenes o los tendidos cloacales en barriadas populares históricamente postergadas.
La estrategia tenía un talón de Aquiles que no sería fácil de sortear: a medida que Llaryora se capitalinizaba, también perdía raigambre en los viejos territorios farmer. Una suerte de maldición de los intendentes capitalinos. La capital los hace competitivos, pero en el imaginario de los centros de poder alternativos de la provincia, les quita atractivo. ¿Tenía otras opciones el peronismo provincial? Posiblemente no, dado el timing que requería instalar un nuevo liderazgo, y el caudal de votantes que aporta la capital, la única jugada posible, para hacer competir un dirigente que a la luz de la sociedad no fuera visto como un “subordinado” de Schiaretti (ejemplo, un ministro), implicaba tensionar la sociología electoral esperando que los votos que se ganaban en capital superaran a los votos que se perdían en territorio farmer.

Estructuralmente, la dinámica se complejizaba aún más por cuatro factores convergentes. En primer lugar, la sociedad cordobesa no transfiere capital político entre dirigentes. Es decir, a la alta imagen positiva que Schiaretti tiene a nivel provincial, no sería trasladable fácilmente a Llaryora, así como no fue trasladable la imagen positiva de José Manuel de la Sota a Schiaretti en 2007. La sociedad cordobesa hace borrón y cuenta nueva. No otorga cheques en blanco. El génesis bíblico de las sucesiones del peronismo cordobés reza “parirás con dolor” y “te querrán por lo que haces, no por lo que dices”. Así nació el liderazgo del “gringo” y así posiblemente tendría que nacer el liderazgo de “Martín”. En segundo lugar, la elección se desplegaría en el momento en que la pirámide regional de poder provincial del peronismo cordobés se encontraría en pleno proceso de reconstrucción. Es decir, la vieja guardia comenzando su etapa de repliegue, sin existir todavía nítidamente, liderazgos territoriales con la potencia y la capacidad que demostraron históricamente los padres fundadores. Un tercer factor, de orden institucional, funcionaría como acelerador involuntario de toda esta suerte de big bang organizativo: la decisión de Schiaretti de sostener, con uñas y dientes, la prohibición de las re-reelecciones municipales. El gobernador entendió, que en esa decisión, posiblemente compleja desde el punto de vista electoral, se jugaba el carácter republicano del peronismo cordobés de cara a la sociedad, razón por la cual, priorizó ese atributo reputacional y de largo plazo por sobre cualquier consideración táctica-electoral. Finalmente, un proceso en curso signado por una serie de reposicionamientos de los medios de comunicación. Desde el 2019 hacia aquí, algunos medios nacionales tomaron la decisión de intervenir sistemáticamente en el debate provincial, amplificando sobre todo la vocería de Luis Juez, mientras que otros medios locales que habían sido muy relevantes en el ecosistema cultural del peronismo mediterráneo, viraron hacia una tónica asertiva con relación al gobierno provincial (Cadena 3 luego de la muerte de Mario Pereyra). ¿Reconfiguración de las relaciones de propiedad en los medios?
La sociedad cordobesa hace borrón y cuenta nueva. No otorga cheques en blanco. El génesis bíblico de las sucesiones del peronismo cordobés reza “parirás con dolor” y “te querrán por lo que haces, no por lo que dices”
En este marco general, se produjo la elección del pasado domingo 25 de junio, en la cual el peronismo provincial se impuso contra Juntos por el Cambio (45,20% versus 41,86%). Visto desde el punto de vista de los factores estructurales reseñados, el peronismo cordobés logró sortear una elección muy difícil. Desde el punto de vista estrictamente político, la elección marca la segunda transición plural y colectiva de liderazgo en los últimos 24 años: De la Sota-Schiaretti y Schiaretti-Llaryora.
En otros términos, el próximo 10 de diciembre finalizará su mandato uno de los dos liderazgos que marcó al peronismo cordobés a lo largo de estos 40 años de democracia: Juan Schiaretti. El sabino. Schiaretti logró, en sus dos últimas gestiones, entrar definitivamente al corazón del pueblo cordobés, que muy probablemente lo ubique, en la línea histórica de las grandes gobernaciones provinciales. A diferencia de los liderazgos marcados por el simbolismo y las batallas épicas, el auge y consolidación del liderazgo del “gringo” estuvo signado por los logros de sus gestiones. Desde las escuelas PROA a la circunvalación, desde el tendido de gas al nuevo camino de las Altas Cumbres, desde la universalización de la fibra óptica a los acueductos, desde las autovías y puentes a la nueva maternidad provincial, Schiaretti vivirá en el ímpetu desarrollista por modernizar la provincia, y también en el recuerdo de su carácter austero que tanto lo distanció de la política contemporánea, marcada por el fuego tanático de la era digital. ¿Un liderazgo tallado para Córdoba o un político clásico que aún puede aportar en la Argentina post-2023? La moneda está en el aire.
La otra parte de la historia de esta segunda transición de liderazgo, remite directamente a Martín Llaryora, el peronista farmer y los neocor. Han logrado atravesar el “Rubicón”, en una época marcada por la crisis del peronismo nacional (con epicentro en el kirchnerismo) y la defección de las élites políticas, empresariales y sindicales del “drama” argentino. ¿Cuáles son los desafíos de esa nueva generación política ahora que ha llegado su tiempo histórico?
El Nuevo Testamento
A diferencia de la transición de liderazgo entre De la Sota y Schiaretti (una transición intrageneracional), el traspaso de mando de Schiaretti a Llaryora marca una transición mucho más profunda, entre la generación de los cordobesistas y los neocor: una transición intergeneracional. Se trató y se tratará sin dudas, de una transición con tensiones y conflictos, precisamente porque esa generación que viene clareando, es, en palabras de Martín Rodríguez, constructora de poder. En el espejo nacional invertido, este caso local cobra especial relevancia porque explica las dificultades de las transiciones generacionales cuando la construcción política de sucesores ha sido formateada con el gen de los consumidores de poder. En política, hay buenos y malos padres. Hay padres que eligen criar hijos conquistadores y están los que, como con la metáfora freudiana del estrago materno, prefieren comerse a sus hijos.
¿Un liderazgo tallado para Córdoba o un político clásico que aún puede aportar en la Argentina post-2023?
Desde el punto de vista provincial, ¿la transición generacional al interior del cordobesismo anticipa el fin de la alteridad con Luis Juez? La pregunta interpela en parte al viejo rival del peronismo cordobés, que ya acumula tres derrotas como candidato a gobernador (2007, 2011 y 2023) y también a la nueva generación de radicales, entre los que se destacan, el intendente de Río Tercero, Marcos Ferrer y el actual diputado nacional y candidato a intendente de la ciudad capital, Rodrigo de Loredo.
Dicho esto, la complejidad de la transición generacional también marca el estatus de los desafíos que deberá abordar Llaryora. Deberá en primer lugar, reconstruir el dispositivo de poder territorial, fomentando cooperación entre la vieja guardia y los nuevos cuadros que emergen en la arena regional. Esa transición, debe evitar dos tentaciones inconducentes: pretender correr a los codazos a la vieja guardia, que todavía tiene mucho por aportar, y en paralelo, favorecer desde el poder a liderazgos dóciles o desde el llano a sucesiones clánicas (familiares). Reconstruir el dispositivo de poder requiere cooperación intergeneracional y apertura a liderazgos genuinamente competitivos. El ejemplo del Departamento Presidente Roque Saénz Peña en el sur provincial es categórico. Allí, un viejo liderazgo (el actual Ministro de Agricultura, Sergio Busso) y un liderazgo emergente (el actual Ministro de Gobierno y Seguridad, Julián López), lograron un esquema de cooperación virtuoso, que permitió evitar la radialidad territorial que, en otros departamentos, condujo a dinámicas y resultados poco productivos.
Un dato adicional con relación a la reconstrucción de la vertical de poder. La construcción política de la nueva pirámide de poder regional, deberá hacerse desde el poder, a diferencia de la construcción originaria cordobesista que se hizo desde el llano. Este hecho no debe tomarse como un facilitador per ser. El Estado puede contribuir a las construcciones con recursos, pero también puede obstaculizar la conformación del carácter de una nueva élite política. Como bien atestigua la historia con infinidad de ejemplos, una nomenklatura burocrática no sustituye a una élite política.
En segundo lugar, los neocor, necesitarán recrear un nuevo relato y un nuevo mito de gestión, que les permita ser localizados, en el imaginario social, como protagonistas portadores de cambio y futuro. En la “isla democrática”, la única manera que tiene un signo político para evitar la tendencia cultural a la alternancia, es, parafraseando a Trotsky, la renovación permanente. No en el sentido etario, sino en el sentido de un nuevo cuerpo de políticas modernizadoras y de ideas movilizadoras de la energía capitalista de la democracia de los farmers.
Finalmente, los neocor, precisarán resolver “la cuestión nacional”. La forma defensiva que encontraron los cordobesistas para preservarse de la colonización kirchnerista (provincializar la discusión política) se encuentra agotada. El problema no es la nacionalización de la discusión. Esa dinámica es inevitable en una provincia en la que el ADN cultural de su sociedad y su élite empujan al protagonismo (y no al aislamiento) nacional. Córdoba no es Cataluña. Córdoba es, como bien ha escrito Tcach, una caja de resonancia de la Argentina. El problema es, en todo caso, la ausencia de un anclaje nacional dinámico desde el cual el peronismo cordobés pueda proyectarse más allá de sus fronteras.
En política, hay buenos y malos padres. Hay padres que eligen criar hijos conquistadores y están los que, como con la metáfora freudiana del estrago materno, prefieren comerse a sus hijos
Es cierto, Córdoba ha sido la única provincia peronista en la franja central (Región Centro + Cuyo) que sistemáticamente resistió al kirchnerismo desde 2008 a esta parte. Todo el resto de las provincias peronistas centrales, pobladas por liderazgos “austeros” para el coraje (Vasco Amondarain dixit), encontraron a lo largo de la última década, todas las justificaciones posibles para seguir subyugados al liderazgo declinante de CFK (el piso del 20%, la capacidad de conducción, el liderazgo, su relación con las bases, y una larga lista de etcéteras). Todos esos liderazgos y peronismos provinciales, quizás experimenten, en las elecciones provinciales de este año, que esas excusas fueron el pulmotor que le permitió al kirchnerismo sobrevivir y refugiarse en la Provincia de Buenos Aires a cambio de sus propias derrotas provinciales. Como escribió un poeta español, amor con espinas.
Volviendo al caso que nos ocupa, para el peronismo cordobés, lo que la última elección provincial demuestra, es que, o bien el peronismo cordobés logra exitosamente impulsar y/o liderar un nuevo peronismo nacional, o, aún con grandes esfuerzos diferenciadores, las disfuncionalidades del kirchnerismo le seguirán jugando una mala pasada de cara al electorado cordobés. En otros términos, el peronismo cordobés necesita salir a conquistar, si pretende no ser conquistado. ¿De qué están hechos los neocor? ¿Cuál es la dimensión de su ambición política y su capacidad de gestión? ¿Cuál es grado de madurez e inteligencia de sus dirigentes? ¿Tienen la generosidad y la profundidad para afrontar la radicalidad de estos desafíos? Empieza a escribirse una nueva canción en la historia del peronismo cordobés, una que requerirá, con grandeza, ensayar con la cuarta cuerda atada. Como solía decir De la Sota: el futuro no viene. Al futuro hay que ir.