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EL ARCA TURCA: TERRORISMO, POPULISMO, KURDOS

Tiempo de lectura: 10 minutos

Y sin embargo, casi nada apareció en la prensa local, pródiga en entrevistas a personajes como Gloria Álvarez, sobre el marco político que explica, en parte, lo sucedido en Turquía, ni sobre la extrema división social impulsada por su presidente, o sobre el carácter de la manifestación atacada.

Recep Tayyip Erdogan es el primer presidente electo por voto directo de la historia de la República de Turquía.

Martín Schapiro
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Antes de ello, fue dos veces Primer Ministro, representando al Partido de la Justicia y el Progreso (AKP), una formación islamista “moderada” que accedió por primera vez al poder en 2002, tras una fuerte crisis económica, y con el recelo del ejército y la justicia, tradicionales guardianes del statu quo de la república, laico y nacionalista, según el sentido turco de estos conceptos, es decir, la prohibición de la actividad política de bases étnicas o religiosas.
El sistema político turco se había caracterizado, hasta la llegada del AKP al poder, por la tutela militar de los gobiernos civiles, siempre atentos a sus planteos y prestos a modificar el gobierno u ocupar directamente el poder en caso de insatisfacción, al tiempo que la justicia se encargaba de ilegalizar, cuando lo consideraba oportuno, a partidos de base islamista, de izquierda o kurdos, basada en los mandatos constitucionales de laicidad e integridad nacional del Estado, vigentes desde la fundación de la República en 1923 por Mustafa Kemal Ataturk.
Si la doctrina kemalista permitió sentar las bases de una república moderna y laica sobre los remanentes del imperio otomano, tradicional sede del califato musulmán, con avances rápidos y espectaculares en materia de educación, derechos de las mujeres, desarrollo científico y técnico e integración del país en el mundo, la persecución de las expresiones religiosas y de todas las manifestaciones nacionales distintas a la turca dejarían como legado una tradición autoritaria que, si pudo haber sido necesaria para consolidar la joven república, permanecería como huella indeleble durante todo el siglo XX.

El ascenso de Erdogan

Provenientes de la perseguida tradición política islamista, Erdogan y su AKP llegarían a su primer período de gobierno con una plataforma favorable a los intereses del gran capital, ajustadas redes de ayuda social en los sectores empobrecidos y la declamación de que no enfrentarían a los turcos seculares sino que ampliarían los derechos de los religiosos y en general, de las minorías postergadas. Con esas proclamas, y beneficiado por el desprestigio de los partidos tradicionales, obtendría una mayoría absoluta con la que prometieron la liberación del legado autoritario y el acceso a la Unión Europea.
Desde un principio, aquella retórica liberalizadora vendría acompañada de la creación de un sistema de apoyos en los medios de comunicación, dominados por empresarios beneficiados por las políticas liberalizadoras impulsadas desde el gobierno, o beneficiarios de la generosidad estatal en materia de construcción, ya sea por obra pública o permisos de edificación en la floreciente Estambul, y de la ocupación de casi todos los espacios disponibles en la burocracia del estado y la policía, tanto por miembros del partido como de la poderosa organización del clérigo moderado Fetullah Gülen, a cuyas organizaciones económicas y religiosas se asociaría durante todo el primer período de gobierno.
Durante este primer mandato “liberal”, estaría de todas maneras presente el discurso del enemigo, apuntado el antiguo régimen, sindicado como cómplice de los militares, responsable de la corrupción y de la crisis económica, aún cuando el AKP gobernante mantendría sin cambios los programas acordados con el Fondo Monetario. La liberalización del uso de la hijab (velo) en edificios públicos comenzaría un enfrentamiento con las fuerzas secularistas en la sociedad civil y militar que terminarían en la advertencia realizada, en la página web del ejército turco, contra la designación por la Asamblea Nacional del islamista democrático Abdullah Gull como presidente, en razón de la exhibición pública de su esposa con el tradicional velo islámico. La advertencia daría pie para el llamado a nuevas elecciones parlamentarias en 2007.
Las nuevas elecciones confirmarían una victoria aún más amplia de Erdogan y el AKP, Gull sería designado presidente por el parlamento y los militares se verían debilitados al ser desobedecido su planteo, poniendo fin al tutelaje de aquellos sobre la democracia turca.

Tras haber ocupado el Estado y la policía con elementos partidarios y socios gulenistas, fortalecido por las victorias políticas y electorales, el gobierno convocaría sendas reformas constitucionales en 2007 y 2010.

Con la consigna de ampliar los derechos reconocidos a los individuos y facilitar la entrada turca en la Unión Europea, permitiría establecer la elección directa del presidente, clave para el proyecto de Erdogan y la ocupación exitosa del Poder Judicial por elementos afines al gobierno.

Sin embargo, este segundo mandato confirmaría lo que durante el primer mandato del AKP se había insinuado. Sin importar los esfuerzos realizados, los liberales y democráticos gobiernos europeos se dedicaron con pulidas excusas a ratificar lo que sus opositores xenófobos declamaban. Nunca ingresará a la Unión Europea un país habitado por ochenta millones de musulmanes.

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El giro a Medio Oriente

Así las cosas, el foco geopolítico de Erdogan se desplazaría hacia medio oriente, menos demandante en materia institucional, y que percibió propicio para intentar constituir un liderazgo relacionado a las naciones del mundo árabe, basándose en la importancia de Turquía como potencia regional, y en el apoyo interno de los sunnitas, convicción religiosa mayoritaria entre los musulmanes turcos y árabes. El segundo gobierno de Erdogan intervendría así en los conflictos regionales dando apoyo a los movimientos sunnitas con inserción popular, notablemente los Hermanos Musulmanes, a cuyas ramas egipcia, siria y palestina apoyaría decididamente, rompiendo lazos históricos con los gobiernos de la región, lo que lo llevaría a tomar un rol activo en los intentos de derrocar al régimen de Bashr Al Assad y reemplazarlo por una democracia islamista.

El correlato de la acumulación de poder y el viraje geopolítico fue la modificación gradual de la coalición interna, que, preservando el tono favorable a los negocios y el gran capital, acentuaría su carácter islamista y adoptaría crecientes rasgos autoritarios. La condena de varios altos mandos militares y miembros de la sociedad civil, acusados de complotar para derrocar al gobierno en un juicio con pruebas fraguadas, y la salvaje represión contra los manifestantes del Parque Gezi, con la acusación, acusados personalmente por Erdogan de servir a fuerzas oscuras y poderes externos, marcaron el final del año 2013.

Con un gobierno enfrentado a las clases medias urbanas, fortalecido tras haber doblegado a los sectores secularistas, apoyado por los grandes conglomerados capitalistas locales, así como por la mayoría sunnita de la población turca, cuyos sectores populares, de hondos sentimientos religiosos, resultaron además beneficiarios de las redes de ayuda social y cierto derrame del crecimiento económico, resultaba incapaz de hacer pie entre la minoría de turcos alevíes, y otras menos significativas, por lo que, en la ruta a las primeras elecciones presidenciales de la historia, apostaría a solucionar el último gran problema nacional persistente en Turquía desde los ´80 y así ampliar la base de votantes entre los religiosos del este del país: la cuestión kurda.

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La cuestión kurda

El conflicto entre el estado turco y la guerrilla kurda del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), iniciado en 1984, con más de cuarenta mil muertos en su haber, tiene lugar en la región más empobrecida del país, y ha impedido cualquier avance en materia de derechos para la población kurda, privada además del ejercicio de su identidad cultural por la legislación nacionalista. El establecimiento de negociaciones de paz entre el gobierno, y el encarcelado líder del PKK, Abdullah Ocalan, provocarían una tregua y, por primera vez en mucho tiempo, llevarían tranquilidad a la región.

La victoria de Erdogan con más del cincuenta por ciento de los votos en las elecciones presidenciales lo consagró como figura excluyente de la política turca, por encima incluso de su partido y con votos propios suficientes para gobernar sin ataduras. Su exitosa apuesta le permitiría ampliar sus horizontes, y romper incluso con la organización de Fetullah Gulen, a la que se pasaría a considerar, sin explicación de motivos, una “estructura paralela” manejada desde el extranjero, y al servicio de fuerzas terroristas.

El otro emergente de la temporaria pacificación de las provincias kurdas sería el surgimiento, por primera vez en la historia, de un partido de la izquierda con predominio de aquella etnia e instalación nacional, el Partido Democrático de los Pueblos (HDP), con un porcentaje de votos que lo acercaba al 10% de los votos requerido para ingresar al parlamento al año siguiente.
Las elecciones parlamentarias de junio de 2015 se convirtieron en el siguiente objetivo para el recientemente electo presidente. De acuerdo a la constitución vigente, el presidente turco es una figura políticamente neutral, que no participa del juego parlamentario, y cuyas facultades de gobierno son de control y no de iniciativa. La ambición declarada de Erdogan, una vez electo, sería transformar el sistema parlamentario de Turquía en un presidencialismo fuerte, que, según él mismo, sería el motor para el despegue nacional e internacional turco. Prometía configurar un modelo de democracia nacional distinto del paradigma europeo, en el cual la concentración del poder permitiría llevar adelante la tarea de gobierno sin exponerse a las trabas procedimentales, intentado ocupar, no sólo en los hechos, sino en la norma, el rol de líder de la nación.

Las necesidades políticas derivadas de dicha empresa llevarían a incrementar el autoritarismo, aumentando la presión sobre sectores opositores, escuchándose numeroso discursos de dirigentes erdoganistas señalando como enemigos de la patria a las minorías aleví, cristiana, griega, judía y armenia, la izquierda y los medios de prensa, cuyo correlato fueron numerosos arrestos y denuncias judiciales contra activistas de estas tendencias.

El estallido del conflicto

Sin embargo, a finales de 2014 se produciría el primer daño serio al proyecto hegemónico de Erdogan, cuando miles de kurdos turcos intentaron cruzar la frontera con siria para combatir el asedio del Estado Islámico contra sus connacionales en la ciudad de Kobane.

El gobierno, que en su proyecto regional había alimentado a todas las fuerzas sunnitas opositoras a Al Assad, incluyendo al cinematográfico grupo salafista, y que había sido generoso en la acogida de refugiados árabes en Turquía y en permitir el paso de combatientes opositores al gobierno sirio, impediría el paso solidario de sus nacionales kurdos, temeroso de que una victoria en territorio de aquel país, sumada al ya establecido gobierno regional kurdo en Irak, incrementaran los deseos de autonomía de ese pueblo en suelo turco.

Las protestas en la frontera contra tal accionar se saldarían con más de una decena de manifestantes kurdos muertos y conducirían a algunas manifestaciones multitudinarias contra el gobierno en las principales ciudades de esa región. Las ambiciones internacionales del líder islamista, y sus tácticas locales habían chocado de frente por primera vez.
La campaña para las elecciones de junio de 2015 fue asumida personalmente por Erdogan, quien se ocuparía de limpiar las listas del AKP de sus elementos pluralistas, vinculados al ex presidente Gull, al tiempo que, en abierta violación a su mandato constitucional de neutralidad, emprendió una gira por el país pidiendo, en cada acto público, suficientes legisladores para modificar la constitución y establecer un sistema presidencialista. En los hechos, esta postura convertiría las elecciones en un referéndum sobre su figura.

Y el resultado no sería el esperado. Por primera vez en diez años, el AKP perdería la mayoría absoluta, debido al crecimiento de la izquierda pro kurda del HDP, que, al superar el 10% de los votos nacionales, accedería al parlamento, por primera vez como partido.
La casi totalidad de esos nuevos parlamentarios serían obtenidos a costa del AKP, ya que ninguo de los otros dos partidos opositores (el socialdemócrata CHP y el ultranacionalista turco MHP) tenían presencia en dichas provincias. El saldo de la momentánea pacificación, en vez de fortalecer el proyecto de Erdogan, había consolidado las esperanzas de los kurdos en la integración en el marco del sistema democrático, viabilizando por primera vez una alternativa política a la siempre desfavorable guerra de baja intensidad contra el estado.
Este fracaso probaría una vez más el carácter instrumental de las políticas del AKP, cuyo único objetivo sería la acumulación de poder de su líder. Y la falta de mayoría parlamentaria, por primera vez en la historia de Turquía, no llevaría a la formación de un gobierno de coalición, sino a la convocatoria a nuevas elecciones para noviembre.

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Erdogan y los populismos de derecha

Incapaz de garantizar una mayoría apelando a los religiosos de origen kurdo, el AKP apostaría, en un giro de ciento ochenta grados, a los votantes de derecha ultranacionalistas, descontentos con el proceso de paz y los gestos de apertura, que en las elecciones habían consagrado al opositor y filo fascista Partido del Movimiento Nacionalista (MHP) como tercera fuerza electoral.
Se dio entonces por terminado el proceso de paz, del que Erdogan se desligó personalmente, y se volvió a perseguir y arrestar a los militantes del PKK en las provincias kurdas, retomando las banderas de la “lucha contra el terrorismo”.

La reacción del PKK fue dar por finalizado el alto al fuego, responder violentamente al accionar del estado, e intentar correr a la representación política de la población kurda (el HDP) del centro de la escena.

A finales de julio, un atentado perpetrado en la ciudad de Suruc por un suicida del Estado Islámico, de nacionalidad turca, contra un grupo de jóvenes militantes de izquierda que llevaban provisiones y juguetes a los kurdos de la frontera siria, con un saldo de treinta muertos, dieron la excusa al gobierno para emprender una ofensiva antiterrorista de gran escala, que, según los funcionarios, se dirigiría simultáneamente al Estado Islámico y el PKK.

En los hechos, mientras la ofensiva contra el Estado Islámico se limitó a permitir a los Estados Unidos utilizar sus bases para efectuar bombardeos en territorio sirio, la fuerza aérea turca inició bombardeos sistemáticos a posiciones del PKK en Irak, y decretó el sitio de ciudades de mayoría kurda dentro de su territorio.

Las respuestas del PKK, con atentados con coches bomba y emboscadas contra soldados y policías generaron un amplio repudio en el oeste, fortaleciendo los sentimientos nacionalistas de la población, que el gobierno intenta canalizar en su ofensiva política de cara a las nuevas elecciones de noviembre.

El HDP, hasta hacía poco tiempo interlocutor del proceso de paz, fue relacionado al PKK y caratulado como terrorista en los discursos de todos los altos funcionarios del gobierno. Se incrementó aún más la presión sobre periodistas, activistas opositores, y militantes de izquierda, que se convirtieron, con la excusa del terrorismo y los valores nacionales, en blanco de escraches violentos y acusaciones penales.

Ante el intento de estigmatizarla frente a la nación turca, la sensata reacción de la izquierda sería llamar a la paz en las regiones kurdas, convocando al PKK y al gobierno a deponer las armas, mientras protestaba contra la ocupación de ciudades y los bombardeos que dejaban víctimas civiles.

Con ese tono fue convocada la manifestación del 10 de octubre en la capital, que se frustraría por el peor atentado terrorista de la historia del país.

Los indicios sobre la autoría de la masacre conducirían, como antes en Suruc, al Estado Islámico.

Sin embargo, las responsabilidades políticas apuntan al gobierno.

Ambivalente frente al grupo terrorista, al que alimentó en un comienzo para enfrentar a Al Assad, y luego no combatió, temeroso de fortalecer una territorialidad kurda. Negligente para prevenir un atentado de estas características. Insensible ante las víctimas, percibidas como ajenas, que debieron pelear contra la policía antidisturbios para que permitiera el paso de ambulancias. Irresponsable en sus juicios posteriores, en los que el primer ministro intentó, cual Aznar, involucrar en el atentado a la guerrilla kurda.

Ninguna de estas responsabilidades políticas es separable del proyecto personal de Recep Tayyip Erdogan.

Como en Israel, o en la Hungría racista de Orban, el populismo ejercido desde la derecha revela su rostro macabro. Abrazado el neoliberalismo como parte de la doctrina partidaria, la identidad nacional, étnica o religiosa se convierten en el único elemento capaz de aglutinar al pueblo en torno a su líder, y en el fundamento para construir al otro.

Será cuestión de esperar al dos de noviembre para saber si las ambiciones de Erdogan, y su construcción aglutinadora, alcanzan para reformular la democracia turca a su imagen y semejanza, o si, como en junio, el pueblo vuelve a marcarle el límite.

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Comentarios

  1. hernanbaranda

    el 22/10/2015

    Qué buena nota, muy clara. Si bien hay datos que uno ya conocía, acá está todos y muchos más relacionados

  2. pieru

    el 24/10/2015

    Hace tiempo que venía esperado un artículo como este. Muchas gracias!

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