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12 de octubre 2019

Ezequiel Kopel

EL AMIGO AMERICANO Y LA “CUESTIÓN” KURDA

Tiempo de lectura: 8 minutos

El domingo por la noche, el presidente de los Estados Unidos Donald Trump -luego de una conversación telefónica con su contraparte turca Recep Tayyip Erdogan- anunció que retiraba sus fuerzas militares de las zonas que los kurdos controlan en Siria. La movida no era inocente: Erdogan venia diciendo a toda voz que planeaba iniciar una inminente invasión a dichos territorios sirios para alejar la “amenaza kurda” de sus fronteras (los kurdos son una importante minoría dentro de Turquía, Siria, Irak e Irán y muchos de ellos buscan un estado independiente). Todo el anunció remite a una siniestra elucubración trumpiana si se recuerda que poco tiempo atrás las autoridades estadounidenses  habían convencido a sus aliados kurdos en Siria de que levantaran sus posiciones de la frontera con Turquía, y retiraran su armamento pesado, para no provocar la ira de Erdogan, quién teme la unión de los kurdos.

El inicio de relación entre Estados Unidos y los kurdos sirios (no así entre los estadounidenses y los kurdos iraquíes que data de décadas anteriores) se puede rastrear en el asedió que sufrió la  ciudad de Kobane, dentro de Siria, por parte del Estado Islámico en 2014. Con los yihadistas controlando importante territorio en Siria e Irak (y habiendo declarado su califato meses antes en Mosul), el ISIS cercó a los kurdos de Kobane por cada una de sus salidas -menos una-  con la intención de ocupar la localidad y aniquilarlos. Mientras las fuerzas kurdas (abandonadas por el ejercito sirio) apenas lograban contener la ofensiva del ISIS, las tropas del ejército turco se asentaron con artillería pesada en la única salida que no controlaban los fundamentalistas, es decir -ni más ni menos- la mismísima frontera entre Turquía y Siria. Desde allí, se rehusaron una y otra vez a atacar al ISIS o enviar refuerzos a los kurdos del YPG (afiliados a la organización izquierdista kurda PKK, considerada terrorista por Turquía y los Estados Unidos) e incluso profirieron amenazas altisonantes contra estos últimos. Poco tiempo mas tarde, los kurdos de Kobane fueron salvados por los Estados Unidos, quienes comenzaron a bombardear las posiciones de los yihadistas mediante ataques aéreos que constituyeron la primera campaña de bombardeos prolongados en Siria. Con la inestimable ayuda estadounidense, el YPG pudo quebrar el cerco territorial del ISIS y adueñarse de numerosos poblados y territorios, fortaleciendo una alianza que se prolongó exitosamente por el transcurso de cinco años. Hasta el domingo.

No hay dudas de que el presidente de los Estados Unidos está abandonando a los kurdos luego de utilizarlos.

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A simple vista, no hay casi dudas de que el presidente de los Estados Unidos está abandonando a los kurdos luego de utilizarlos, pero toda la idea – expresada por muchos analistas- de que Estados Unidos puede recuperar su posición en la región mediante la construcción de un estado kurdo en el norte de Siria es peligrosa, tiene poco asidero con la realidad o simplemente es una entrega más del total amateurismo geopolítico con el cual tanto la administración Obama como la de Trump interpretan la región. A pesar de la simpatía que despiertan por emplear mujeres en los campos de batalla, los kurdos sirios no son ángeles y no están construyendo un “maravilloso experimento de libertad” en Siria, si se considera la opinión de los árabes que habitan esas latitudes.  Por lo tanto, la pregunta es: ¿EEUU podía reconstruir una complicada zona en guerra convirtiendo a cruentos enemigos en buenos vecinos?. La respuesta seguramente permanecerá como incógnita pero parece increíble que se olvide que los árabes y los kurdos son competidores acérrimos, no aliados naturales, y todos buscarán usar estas diferencias para socavar un proyecto imposible. Es cierto que Estados Unidos tiene una deuda con los kurdos y una larga historia de amor (y a veces abandono) que va desde los tiempos de Woodrow Wilson pero también es una realidad que solo por obra y acción de EE.UU -al protegerlos con una zona de exclusión aérea luego de Guerra del Golfo- es que en el presente existe la única zona autónoma kurda en el norte de Irak.

Sin pretender ser un sommelier de luchas independentistas (aunque considerando las entidades nacionales surgidas luego de la disolución del imperio otomano al terminar la primera guerra mundial), la única chance para el establecimiento de un estado kurdo en la actualidad parece encontrarse solo en parte de Irak, donde ya existe un autogobierno kurdo (que no es controlado por kurdos de izquierda sino, en cambio, está divido en su estructura de poder entre dos familias casi patricias como son los Barzani y los Talibani). No obstante, aún no parece ser el momento indicado para declarar una independencia dentro de un país completamente perforado por la acción de incontables milicias chiítas pro iraníes, que ante cualquier movida de ese tipo, torpedearan la acción con la asistencia de Irán, que teme la intención de autodeterminación de los propios kurdos iraníes. Es pertinente recordar que cuando los kurdos iraquíes convocaron a un referéndum hace dos años para que su población en Irak votara si estaban a favor de independizarse, la Guardia Revolucionaria Iraní comprendió el peligro de esa jugada para sus planes “imperiales” (los kurdos tienen relaciones de larga data con los israelíes) y motorizó el envió de tropas iraquíes para recuperar las zonas conquistadas por los kurdos a partir de 2014. Los kurdos habían ampliado su territorio controlado en la alta Mesopotamia en un 40 por ciento cuando el ejercito central iraquí abandono esa zona ante el avance de los yihadistas islámicos.

No hay duda, que la lucha independentista kurda es justa -son la minoría más grande de Medio Oriente sin un estado- pero también su disputa es un juego de paciencia, oportunidad y riesgo. Una posición adulta, junto a una estrategia inteligente, arroja que los kurdos deberían abandonar su maximalismo territorial con respecto a establecer un estado independiente en todo lo que se denomina el “Kurdistan”, pues parece imposible hacerlo con la anuencia de Turquía, Siria, Irak e Irán (los países que contienen las zonas kurdas). A simple vista son demasiados enemigos juntos -y muy poderosos-. En pocas palabras: no hay que ser un gran pensador para dilucidar que las aspiraciones maximalistas kurdas van mucho más allá de sus propias capacidades. En cuanto a su zona de control en Irak,  los kurdos ya gozan de una importante autonomía desde hace casi tres décadas y son los encargados de colocar al presidente del país según los arreglos instaurados por la nueva constitución iraquí (que ellos mismos ayudaron a delinear en 2005 durante la ocupación norteamericana). Asimismo, en el Kurdistan iraquí,  ya han desarrollado y establecido importantes instituciones de un protoestado (tienen su ejercito, sus escuelas, su lenguaje esta legalizado, etc) que, recordando la experiencia de los judíos en Israel previo a su declaración de independencia, tarde o temprano, darán importantes dividendos a la hora señalada.

Es imposible negar que los EE.UU hubiesen podido ayudar a los kurdos a obtener un mejor arreglo en Siria pero solo dentro de dicho estado. El problema es que los estadounidenses -luego de que Trump anticipase el abandono de los kurdos en diciembre de 2018- hicieron todo lo que estuvo a su alcance para frustrar un acuerdo kurdo con el gobierno de Bashar Al Assad, que con la anuencia de Rusia, les hubiese permitido un arreglo justo con respecto al petróleo, el agua, la agricultura y el comercio. Sin dudas el dictador sirio necesitaba en ese momento a los kurdos para controlar el norte y los kurdos precisaban a Assad para sobrevivir a la invasión turca pero la oportunidad fue boicoteada; y en estos días quedo en evidencia que “el pasado ya está pisado” cuando los representantes sirios acusaron a los kurdos de traidores, dejando en evidencia la naturaleza vil del mandamás sirio y su intención de negociar con los kurdos solo cuando estos estén los suficientemente debilitados. A pesar de su virulenta retórica de reconquista, el gobierno central sirio no ve con tan malos ojos que los turcos se hagan cargo por un tiempo de un territorio adonde planean crear una “zona de amortiguamiento” y hacia el cual pretenden transferir a millones de “indeseables” sirios (que hoy habitan Turquía como refugiados). Lo que sí deberían recordar los turcos es que por lo general las “zonas de amortiguamiento” no son exitosas y terminan funcionando al revés de lo pretendido (la experiencia de la zona desplegada por Israel durante dieciocho años en el sur del Líbano y el fortalecimiento del Hezbollah durante ese periodo, es un patente ejemplo).

No hay hoy una visión estratégica de Estados Unidos y solo existe un sin fin de tácticas zigzagueantes e incoherentes improvisadas por Trump (como antes por Obama), mediante comunicaciones telefónicas con otros líderes mundiales. Una de las características de los fracasos de los Estados Unidos en su política exterior (e intervenciones militares) es la falta de consideración en cuanto a las consecuencias a largo plazo. Para los últimos dos presidentes de Estados Unidos, la gente de Medio Oriente (incluso también sus socios y aliados en la región) son un grupo de personas que solo quieren matarse entre sí por odios ancestrales. La actual ofensiva turca en el nordeste de Siria es la culminación de la incoherente política estadounidense en el conflicto sirio: apoyaron las protestas contra Assad (2011), Obama impone sus “líneas rojas” con respecto al uso de armas químicas (2012); Obama borra sus “líneas rojas” (2013), arman y entrenan a algunos rebeldes sirios (2012-16), guerra contra ISIS mediante alianza con aliados y enemigos varios (2014-2017), abandonan a rebeldes sirios y les niegan armamento pesado (2017), ceden iniciativa de acuerdo por conflicto sirio y luego ignoran el arreglo de Astana (2018),  no les permiten a los kurdos participar en conversaciones y luego los abandonan (2019) y ¿se retiran de Siria (2020)?

Gran parte de lo sucede en Siria se remonta a 2011 cuando el régimen de Assad decidió que sus fuerzas de seguridad asesinaran en masa a manifestantes que se oponían pacíficamente al autoritarismo, corrupción y represión de su gobierno

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No hay soluciones milagrosas para los Estados Unidos. Repitiendo las palabras de un importante ex diplomático estadounidense: “Hoy Estados Unidos son un Gulliver moderno que deambula por una región que no entiende y donde está atado a actores cuyos intereses no son los suyos”. A la vez, toda la idea de que los kurdos sirios, y la presencia estadounidense en el este de Siria impedirá que Irán transporte armamento y fuerzas desde Teherán hasta el Líbano es por lo menos inocente. Son límites extensos y porosos, y los aliados de Irán se encuentran controlando el otro lado de cada una de esas fronteras. Además, roza el pensamiento mágico creer que los kurdos estén dispuestos  a funcionar como una patrulla de frontera para los estadounidenses. Aún no está claro si los Estados Unidos van a abandonar Siria realmente o van a volver  a desplegarse. Trump puede querer retirarse, pero las mismas vicisitudes de un conflicto (refugiados, masacres, intereses, etc) que es un juego de ajedrez con incontables protagonistas de agendas autónomas, puede atar nuevamente a los estadounidenses al terreno aunque ese no sea su deseo ulterior.

Gran parte de lo sucede en Siria se remonta a 2011 cuando el régimen de Assad decidió que sus fuerzas de seguridad asesinaran en masa a manifestantes que se oponían pacíficamente al autoritarismo, corrupción y represión de su gobierno. La crisis de refugiados, el terrorismo de estado, la entrada de Rusia como sostén de dictadores, el desarrollo de los tentáculos de la Revolución islámica iraní en una zona de mayoría sunita y árabe y la ansiedad turca; se podría haber evitado si el mundo hubiese decidido que un dictador genocida, que usó armas químicas y desapareció 100 mil personas, era el problema principal con el que había que lidiar.

Mientras los kurdos vuelven a internalizar el dicho que reza que “las montañas son nuestros únicos aliados” (donde se han refugiado por décadas para protegerse de la ira de sus enemigos), es imposible no apreciar una dicotomía bastante risueña entre las regulares criticas al intervensionismo estadounidense en Medio Oriente y las actuales demandas simultáneas de que Estados Unidos debería hacer mucho más para proteger a los kurdos.  Al fin y al cabo, parece que la intervención internacional solo es “sancta” cuando se aplica sobre el objeto de nuestro interés.

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