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10 de septiembre 2022

Juan Di Loreto

EL ACECHO DE LO REAL

Tiempo de lectura: 3 minutos

“Pues lo real no espera…”

“…ruido en que puede oírse todo”

Jacques Lacan en Escritos 1

Este podría ser un texto sobre la impotencia o lo irremediable. Sobre ser “nada”. Y un poco es así: no se puede luchar contra la fuerza de lo social. La realidad es una ola que te tapa siempre. Nunca podemos parar la pelota, porque siempre estamos en estado de inmersión. Lo que le pasa a la sociedad, le pasa. Punto. Es como cuando te hacés grande y no entendés la música que escuchan los jóvenes. Ya está, el mundo es un lugar que no entendemos. Sobrevivimos con el pasado que es cada vez más presente.

Vivimos un desbloqueo constante de la ingenuidad que tenemos. Hay parte de la sociedad que hizo un click hacia otra cosa, un sustrato nuevo se está imponiendo socialmente (o al menos se va instalando en parte de la sociedad). Una forma ontológica, que tiene que ver con el ser social o, para decirlo con más precisión, como ser en comunidad. Eso lo podemos ejemplificar con algo tan ordinario e invisible como Twitter: lo que en tu algoritmo es un disparate y un sinsentido, en otra parte de la red es lo común. Lo que a vos te parece una aberración para otro es una obviedad.

Ni siquiera somos ese pobre tipo que interpretaba Chaplin en Tiempos Modernos. Porque él tenía la posibilidad real de destruir la máquina que lo reducía a un movimiento mínimo y rutinario. Ahora no

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Todas las lógicas que nos separan entre un ellos y un nosotros son constantes. Actúan en el silencio de la epidermis. Una superficie que está, pero que nos es invisible. Constantes e incansables, porque es en parte la tecnología quien la lleva a cabo. Ya ese discurso está en todas partes. No lo podés detener. Ni siquiera somos ese pobre tipo que interpretaba Chaplin en Tiempos Modernos. Porque él tenía la posibilidad real de destruir la máquina que lo reducía a un movimiento mínimo y rutinario. Ahora no. En esta era el ludismo no es una posibilidad. Somos menos que una tuerca, porque la tuerca si hace falta en la máquina. Aquí no. Somos un número en miles de millones de números. Nadie nos necesita.

Desde el magnate más grande hasta Juanito Laguna son lo mismo. La prescindencia es total. De allí el miedo, el odio, la vida sobregirada. No darle lugar al otro no es otra cosa que el reverso del miedo que sentimos a no existir. Recordemos lo que decía Hegel: la lucha del hombre no se da sino por el reconocimiento del otro, no por una posesión material. La guita nunca es el fin, aunque parezca en una sociedad empobrecida. El hombre no se contenta con darse valor a sí mismo, como decía Kojève, quiere que ese valor suyo sea reconocido universalmente por todos.

Lo que en tu algoritmo es un disparate y un sinsentido, en otra parte de la red es lo común. Lo que a vos te parece una aberración para otro es una obviedad

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Lo singular de esta época es que conviven al mismo tiempo el rechazo absoluto del otro y su fatal necesidad de aprobación (likes, vistas, reproducciones). O tal vez, más que convivencia sea todo parte de un mismo “dispositivo epocal” en un sentido foucaultiano: redes e intensidades funcionan como un artefacto social que nos subjetivan. Una dinámica que se puede habitar y de la cual no es fácil salir. La producción de mensajes, la reproducción de discursos que ofrece una identidad y recompensas por multiplicar todo eso. De allí, que no sea una casualidad que una nueva figura social sea el “influencer”. Un tipo social absolutamente instrumental, distintos al viejo líder de opinión de la comunidad en los años 50 y 60. Son verdaderas marcas humanas.

Algo está pasando, eso seguro. Esa impotencia nos arrastra a todos. Un murmullo que hace que los dirigentes sobreactúan en función de una interna, que no puedan actuar más allá de las bases, una forma de lo político que parece pagar costos en la moderación y no en los extremos. “No digas en público que me solidaricé”. A cierta mesura se la ve con temor a entrar en un cono del silencio social. Se igualan políticos e influencers y en el cambalache quizás terminen siendo lo mismo. El político tiene el deber de ver más allá de todos nosotros. No de salir de la realidad, pero sí de crearla. Uno piensa en cómo interpretar todo esto o, más arduo, qué hacer, cómo seguir. Porque se nos escapan los marcos teóricos entre la aceleración, la vorágine, el tiempo que no tenemos, y se te queman los manuales de Sociología y empezás a mirar de reojo Los siete locos.

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