
EDMUNDO “PUCHO” GUIBOURG, EL CRONISTA DE LA CALLE CORRIENTES
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Supe comentarles que el abuelo Américo atendía una carnicería en los puestos municipales de la ex Avenica Tellier, ahí donde funcionó el Frigorífico y Matadero Municipal de Liniers, y lo hizo hasta que pudo comprar su propio puesto en el Mercado Del Progreso, ese de Rivadavia y Centenera, frente a la plazoleta Primera Junta. Fue su puesto el número 108, corría el año 1954.
Fue un orgulloso propietario de ese puesto, que le terminaría cediendo a mi viejo en los finales de los setenta. En esa década del cincuenta, los propietarios e incluso aquellos que alquilaban puestos, eran orgullosos hinchas de sus “Mercados”. Por caso, los hinchas del Mercado Villa Luro, en Rivadavia y Lope de Vega, los del Mercado Spinetto, antes Mercado de la Ciudad, en Matheu y Alsina en Balvanera y por supuesto, los hinchas del majestuoso Mercado de Abasto en Corrientes entre Agüero y Anchorena, por nombrar sólo algunos.

Cuando pibe, mi abuelo iba por las mañanas, ya jubilado, a despuntar el vicio de seguir despachando cortes de carne colaborando con mi viejo, en algunas oportunidades lo acompañaba y me ponía el delantal cosido a medida por mi vieja y jugaba al carnicero con un pequeño cuchillo de despostar. Recuerdo que me daban huesos para que terminara de pelarles la poca carne que le quedaba y la depositaba en la bandeja de la carne a picar. Nunca abrace el oficio, mi inclinación se fue para el lado de la construcción.
En esa oportunidad el abuelo fue a visitar a un viejo puestero del Progreso que se había mudado al Abasto, dimos vueltas entre las manzanas internas hasta que dimos con el sector de la papas. El amigo era ‘papero’, en el sentido correcto de la expresión
Lo que abracé y con fuerza, fue disfrutar del abuelo. A esta altura, al lector me cuesta sorprenderlo, pero seguiré intentándolo a partir de desempolvar mis recuerdos, les aseguro que Américo fue un abuelo muy parecido al de cualquiera de ustedes, sólo que me tocó convivir en la misma casa desde mi propio nacimiento hasta que el dejó esta tierra. Lo disfruté quince años y pude vivir junto a él cada una de las anécdotas que cuento en estas columnas.
La introducción sobre los mercados tiene que ver con la ocasión en la que me llevó a conocer tanto el Mercado Spinetto como el de Abasto. Debo decir, lo que nos pasa a todos cuando somos pequeños, algunas cosas nos parecen inmensas, pero esta vez no era una sensación: el Abasto era inmenso. En esa oportunidad el abuelo fue a visitar a un viejo puestero del Progreso que se había mudado al Abasto, dimos vueltas entre las manzanas internas hasta que dimos con el sector de la papas. El amigo era ‘papero’, en el sentido correcto de la expresión. Le dejó el puesto a un chango y fuimos a tomar un café. Salimos por Agüero. Dimos una enorme vuelta para terminar en el Café “El Banderín”, en Guardia Vieja y Billinghurst, no sin antes pasar por la esquina de Agüero y Humahuaca.
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No es casual la mención de esa esquina, allí funcionó durante muchos años el Café O’Rondeman de los hermanos Traverso, que eran cuatro:”Yiyo”, Constancio, Félix y “Cielito”. Este último, a pesar de su mote nada varonil, fue el que mató de una puñalada a Juan Carlos Argerich, conocido como “Vidalita”, en “El Tambito” y al que Juan Maglio (Pacho) le dedicó el tango Cielito. ¡Un duelo casi de géneros musicales, entre Cielito y Vidalita! Los Traverso fueron muy famosos con el tiempo porque en su café se inició en el tango Carlos Gardel, quien llegaba junto con José Betinotti y donde asomaba un joven Edmundo Guibourg, nacido en Balvanera (porque “el Abasto” como barrio no existe administrativamente, esa denominación está más relacionada con una comunidad de trabajo) un 15 de noviembre de 1893.

Edmundo Guibourg, apodado “Pucho”, fue una de las personalidades más descollantes de la noche porteña. Multifacético, se desempeñó como periodista, crítico teatral, ensayista, director de cine y autor de textos dramáticos. Su primera crítica fue a la obra de Enrique Villareal estrenada por Elias Alippi, “La moral ajena”, en el Teatro Nacional en 1912, publicada en diario “Tribuna”. Reconoció como sus maestros a Samuel Blixen en Montevideo y Enrique Preixas y admiró a Juan Pablo Echagüe y Joaquín de Vedia. Comenzó colaborado en el diario La Vanguardia, órgano del Partido Socialista y del que llegó a ser secretario de redacción en 1913. Años después (1917) se incorpora a Crítica, el diario de Natalio Botana, permaneciendo en éste durante 26 años, y podemos decir que fue el que marcó el derrotero de su vida, ya que es enviado como corresponsal a París, y es en esa oportunidad que se reencuentra con su amigo de la infancia… un tal Carlos Gardel. En 1934 regresa al país y crea su famosa columna Calle Corrientes, cuyos textos fueron recopilados en el libro homónimo que ilustra ésta nota.
En esa década del cincuenta, los propietarios e incluso aquellos que alquilaban puestos, eran orgullosos hinchas de sus “Mercados”. Por caso, los hinchas del Mercado Villa Luro, en Rivadavia y Lope de Vega, los del Mercado Spinetto, en Matheu y Alsina en Balvanera y por supuesto, los hinchas del majestuoso Mercado de Abasto
Instalado en la calle Corrientes, deja el O’Rondeman para convertirse en habitué del Café Los Inmortales. Florencio Sánchez y Evaristo Carriego, denominaron a quienes frecuentaban el café Brasil de Corrientes y Suipacha, los “inmortales”, porque nunca comían. Esto motivo que Don León Desbernats, titular del café, le cambiara el nombre por el de Café de los Inmortales. El escritor Alberto Corlazzo en una semblanza, recuerda una mesa de los inmortales en la que se sentaban José González Castillo, Federico Mertens y Edmundo Guibourg, entre tantos otros. Betinotti, en el tango de 1915, “el Cabrero”, se refiere así a los inmortales:
Y darse el apuntamiento
pal café ´Los Inmortales´
a que esos intelectuales
a uno le den manyamiento.
Su relación con Gardel lo llevó a que fuera denostado por varios historiadores del tango, en función de distintas declaraciones de Pucho, contradictorias, argumentan, acerca de la veracidad de sus relatos sobre cómo se conocieron, e incluso negar la nacionalidad argentina de “el mudo”. Sin embargo, nadie podrá quitarle jamás su experiencia en esa París luminosa junto al Bronce que sonríe.
Trabó amistad con Federico García Lorca en la oportunidad en que el escritor español residió en nuestro país, justamente una obra del español lo acercó al cine como guionista y director en la película “Bodas de Sangre”, de 1938 con las actuaciones de Margarita Xirgu y Pedro López Lagar. Contó alguna vez Guibourg como lo conoció: “Fue saliendo de Argentores cuando me topo con un joven algo gordito, quien llegó para rendirme, tras leer mis crónicas sobre él, en lacónica frase, todo un homenaje: ‘Vine a buscarle’.”
En un reportaje en la Revista Mercado de 1979, contó así su relación con Roberto Arlt en la redacción de Crítica: “Nuestro escritorio lo compartíamos a distintas horas de acuerdo con nuestros hábitos, con Roberto Arlt y Luis Góngora. Arlt y yo no nos tuteábamos, aunque llegamos a ser amigos. Él con casi todos era un tipo perverso, loco, despiadado. No quería a nadie y tampoco quería ni hacía nada para ser querido. Sin embargo, algo debimos haberle visto con el Malevo Muñoz y los otros muchachos porque lo ayudamos a que publicara su primera novela, El Juguete Rabioso. Recuerdo que él me dejaba en el escritorio, cuando se iba, los originales de algún capítulo para que yo lo leyera y le diera mi opinión. Diariamente encontraba un mensaje porque por los horarios diferentes no nos veíamos. Yo observaba curioso todos los errores que cometía, algunos garrafales, y se lo hacía notar a través de un mensaje. El me respondía lacónicamente: ‘Guibourg, por qué no se deja de… y me da su opinión sobre la novela’. Yo entonces le replicaba: ‘¿Y usted por qué me pide la opinión entonces?’. Lo cierto es que nos entendíamos despiadadamente. Con el tiempo entendí que algunos errores los cometía por ignorancia ortográfica y otros porque se le daba la gana, era una forma de rebeldía, de divertimiento. Es que divertirnos era nuestro estilo, hacíamos una vida desordenada. Fíjese usted: apenas cerrábamos la edición del viernes, armábamos la mesa de monte (juego de naipes) a la que no faltaba nadie -hasta Borges se debe haber prendido alguna vez-, a eso del amanecer desayunábamos y seguíamos jugando hasta la hora de ir al hipódromo. Perdíamos todo o ganábamos un poco y volvíamos al centro para meternos en el baño turco a desintoxicarnos del cigarrillo y los whiskies. Después a lo mejor dormíamos un rato e íbamos otra vez a la redacción.”
En el sótano se conservan bebidas alcohólicas de más de 50 años de añejamiento: grapa Valle Viejo, Vestal, Montefiore, Cinzano de litro, sifones antiquísimos y alguna que otra ginebra Bols en botella de barro
Así transcurrió la vida de Pucho Guibourg, entre redacciones, cafetines e hipódromos, éste último, uno de sus grandes berretines. Infaltable los domingos en el Palco Oficial de Palermo, lugar de privilegio, ya que le habían otorgado Carnet de Vitalicio por “obstinado perdedor” según supo confesar. Nos dejó para siempre el Fondo Nacional de las Artes, creado por iniciativa de Victoria Ocampo y de la que participó en el primer directorio junto al pintor Héctor Basaldúa, al empresario teatral Francisco Carcavallo, el compositor Juan José Castro, el folclorólogo Augusto Raúl Cortazar, el dramaturgo Camilo Darthes y la actriz Delia Garcés, entre otros notables.
Por suerte fue reconocido en vida, obteniendo las siguientes distinciones: Gran Premio Nacional de las Artes en tres ocasiones, fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires y presidió Argentores. De manera póstuma se lo distinguió con el Premio Konex de Honor en Comunicaciones-Periodismo en 1987, ya que había fallecido el 12 de julio de 1986, a la longeva edad de 92 años.

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Si bien no hay testimonios que lo ubiquen a “Pucho” en este solar, bien pudo haber concurrido alguna que otra vez, ya que su amigo era asiduo concurrente, me refiero al Chantacuatro, ubicado sobre la calle Anchorena frente a los paredones del Mercado, era el lugar donde se comían los famosos ‘macarroni alla Principe di Nápoles’ que tanto agradaban al entonces “gordo” Gardel.
Pero volvamos al Café El Banderín que espera el abuelo Américo y su amigo ‘puestero del Abasto’, para enterarnos que allá por 1936, los presos de la Cárcel de Devoto recortaron de una edición de la revista El Gráfico la foto del equipo de River Plate, bordaron las camisetas del recorte con hilo de seda, confeccionaron un cuadro y se lo regalaron a Aníbal Troilo, que por aquel entonces visitaba a los presos con su tango. Ese cuadro descansa en las paredes del Banderín.
Mario Riesco, (su anterior titular) quien heredó lo que su padre Justo fundó en 1929, relató, a la ya desaparecida Revista Semanario, que “el hermano de mi viejo tenía un almacén en la calle Anchorena, frente a la casa de Carlos Gardel. A la mañana, Carlitos se tomaba una grapa ‘Chisotti’ y la mamá iba a comprar con libreta y pagaba a fin de mes. En el Banderín, mi papá, conversaba con Luis Angel Firpo. También venía Eduardo Falú, Silvio Marzolini, Osvaldo Potente, Rojitas, Tato Bores, Badía y el ruso Verea con Diego Bonadeo.”
Mirar las paredes del viejo bar es recorrer la historia del fútbol mundial, hay banderines de la selección de Israel, de Suecia, de Nueva Chicago, de Boca y de River escritos en ruso. Son más de 600 que miran desde las paredes como todos los lunes, las mesas se transforman en tribunas para la discusión futbolera de los ‘tacheros’. En el sótano se conservan bebidas alcohólicas de más de 50 años de añejamiento: grapa Valle Viejo, Vestal, Montefiore, Cinzano de litro, sifones antiquísimos y alguna que otra ginebra Bols en botella de barro.
Cómo no iba a llevarme Don Américo a conocer semejante lugar, hoy Bar Notable de la ciudad de Buenos Aires. Ya habrá tiempo para recorrer más personajes y cafés de Buenos Aires de la mano del abuelo Américo.