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04 de agosto 2021

Emmanuel Taub

DIOS HA MUERTO: NOTAS DE LA ERA PANDEMICA

Tiempo de lectura: 9 minutos


“Pero vuelvo a Eclesiastés. Cuando éste exclama «Vanidad de vanidades y todo
vanidad», ¿qué otra cosa creéis que quiso decir sino –como ya hemos dicho– que la vida
humana no es más que un pasatiempo de la Estupidez?”
Erasmo de Rotterdam

1.

En un pequeño libro sobre Dios, lo sagrado y la poesía, Jean-Luc Nancy escribe una de esas ideas que los pensadores dejan al pasar, y al descubrirlas nos transforman para siempre. Ideas al pasar, marginales, pequeñas, sencillas. Ideas que nunca vuelven a ser recuperadas ni repensadas; ideas que nacen del ejercicio de la escritura, que el mismo texto produce.

Las ideas al pasar quedan en los libros para ser desenterradas y descubiertas; tesoros que se pierden cuando ya nadie recuerda el lugar donde fueron enterrados y el paso del tiempo erosionó la marca de su memoria: hundidos en el olvido. ¿Cuántos tesoros del pensar han quedado fuera de la Historia olvidados entrelíneas. Esto escribe Nancy: “la moral que disuelve a los dioses y la plegaria a Dios para que nos abandone”. La primera tesis es una antesala, el prólogo de la tradición monoteísta entendiendo la revelación divina como revelación moral y el origen de la religión natural.

De esta manera fue concebida especialmente por el Iluminismo judío, la Haskalá, en filósofos de la talla de Moses Mendelssohn. Pero la segunda tesis revoluciona la primera y nos interpela a repensar la relación entre la religión, la Ley y la plegaria: cuando aparece la plegaria desaparece Dios. Y entonces debemos recordar que la plegaria es producto de la institucionalización de una religión como tal, especialmente de las religiones monoteístas. En el principio se construye la religión como forma de vida, luego se crea la plegaria. La práctica confesional y ritual de materializar la relación con Dios en una herramienta humana es una consecuencia,no es el punto de partida. La consecuencia de la falta, el reemplazo de la ausencia: el silencio de Dios.

2.

La religión institucionalizada es el vacío de Dios. La práctica litúrgica es la consecuencia de la revelación de una palabra divina interpretada y transformada en institución; interpretada y transformada en Ley; interpretada y transformada en la mediación con la huella de esa palabra.

La religión sólo se vuelve posible en la ausencia de Dios.

3.

Solamente desde esta reflexión es posible comprender la paradoja que esconde la institución religiosa, o mejor dicho: la institución y la religión, la síntesis de dos formas de poder. Una institución es la consecuencia de la necesidad humana de darle una estructura al ser humano a través de reglas que le permitan enmarcar la vida en la relación cotidiana con otros seres humanos (desde una comunidad a una sociedad nacional, desde una escuela a una secta).

Reglas, normas, leyes, que son interpretadas y creadas bajo el supuesto uso racional de la imaginación humana y que deben ser legitimadas por un poder hegemónico que, dependiendo del tipo de institución así como del momento histórico y geográfico, se oculta en la teatralidad de una universalidad en la que todos son parte de aquella legitimación. Sin embargo, la libertad y las instituciones son un oxímoron: creer que hay libertad en la institucionalidad es tan irreal como creer que la política es el arte de lo posible, o la guerra por otros medios.

Si hay Ley, no hay libertad. Si hay religión, no hay Dios.

Sin embargo, la libertad y las instituciones son un oxímoron: creer que hay libertad en la institucionalidad es tan irreal como creer que la política es el arte de lo posible, o la guerra por otros medios

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4.

Martin Buber, uno de los pensadores judíos más importantes del siglo XX, deja una de estas ideas al pasar que, como toda revolución, se encuentra en un texto marginal en relación al resto de su obra: un artículo llamado “Spinoza, Sabatai Sevi y el Baal Shem Tov”. Escribe Buber: “La verdadera comunión del hombre con Dios acontece en el mundo. Dios le habla al hombre en las cosas y en los seres que Él le envía en la vida, y el hombre responde a través de su acción […] Pero existe una amenaza que es, de hecho, el peor peligro que tienta al hombre: el riesgo de que un aspecto de lo humano se independice de la comunión, cobre autonomía y se vuelva autorreferencial. […] El principal peligro del hombre es entonces la «religión»”.

La institucionalidad religiosa, o cualquier institucionalidad, simula posibilitar una relación objetiva e inocente entre el soberano y el sometido, la norma y el normalizado, el sistema y la forma. Pero esa relación nunca es objetiva ni inocente mientras quien detenta el monopolio de la imaginación convierta y done lo imaginado como estructura de vida. Quien imagina y materializa esa forma de poder lo que está legitimando es a sí mismo, y lo dado es el reemplazo de lo que une también por sí mismo.

La religión como institución a quien reemplaza es a Dios. Y la forma de reemplazarlo es colocar la interpretación de lo revelado como Ley, volviendo la Ley la estructura que determina la forma de vida. El principal peligro del hombre es entonces la «religión».

La institucionalidad religiosa, o cualquier institucionalidad, simula posibilitar una relación objetiva e inocente entre el soberano y el sometido, la norma y el normalizado, el sistema y la forma. Pero esa relación nunca es objetiva ni inocente

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5.

La religión es el intento humano más radical por aprehender lo sagrado y profanarlo en el mundo material. Todo lo divino se desvanece en lo humano. La religión es posible porque logra institucionalizar el vínculo con Dios convirtiéndolo en normas de vida, formas de dominación y censura.

Cuando la religión se vuelve institución, Dios es asesinado.

6.

En la Guía de perplejos, uno de los textos más revolucionarios y centrales de la tradición judía, Maimónides expone una idea central que nos permitirá comprender la  paradójica contradicción que contiene la ortodoxia judía así como cualquier ortodoxia religiosa. Esto es, la sumisión a la Ley que se coloca en lugar de Dios y su revelación.

Para Maimónides una constitución no puede comprenderse ni practicarse sin tener en cuenta su contexto histórico, político y social: la institucionalización religiosa en su devenir teológico-legal es ante todo un hecho histórico.

 La Ley no está disociada a sutiempo y su espacio terrenal, y a los objetivos que busca alcanzar. Un ejemplo de esto es cuando escribe: “Ya expusimos en nuestra gran obra el Mishné Torá que nuestro padre Abraham empezó a rebatir esas teorías [idolatría] con argumentos […] que cautivaba a esas gentes, logrando atraerlas al culto de Dios y tratándolas con benevolencia.

Cuando posteriormente hizo aparición el Príncipe de los Profetas [Moisés], realizó la intención de aquel, ordenando dar muerte a esos hombres, eliminar sus huellas y extirpar su raíz (“Derribad sus altares…”, Éxodo 34:13, Deuteronomio 7:5), y prohibiendo absolutamente seguir sus costumbres.”

Aunque la revelación es la misma, la ejecución no es igual para Abraham que para Moisés. Los mandamientos no cambian, lo que cambia es la adaptación de ellos a cada momento y situación histórica. En este sentido revolucionario interpreta Maimónides los mandamientos. Como explica Amos Funkenstein en su libro Maimónides: Naturaleza, historia y creencias mesiánicas, “la relación entre un mandamiento y su cumplimiento es una adaptación y lo mismo ocurre con la forma y la materia en la naturaleza. Se trata de una relación de adaptación. Por decirlo de algún modo, el sentido se adapta a los medios materiales y naturales que tiene a su disposición. […] Por lo tanto, la intención no puede reflejarse en cada detalle individual del mandamiento, del mismo modo que las definiciones de los elementos en la naturaleza no pueden reflejar cada detalle de los objetos específicos”.

La religión es el intento humano más radical por aprehender lo sagrado y profanarlo en el mundo material. Todo lo divino se desvanece en lo humano. La religión es posible porque logra institucionalizar el vínculo con Dios convirtiéndolo en normas de vida, formas de dominación y censura.

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7.

No existe un judaísmo; los judaísmos son tradiciones interpretativas que parte y regresan al mismo lugar: la revelación divina a Moisés. Más aún, ya sea la textualidad bíblica, la rabínica, la cabalística o la filosófica, cuando comenzamos a desgranar capa por capa tectónica todas las textualidades interpretativas arriban al mismo lugar: la revelación divina. Y sin embargo, se nos presenta aquí el sentido mismo interpretativa de los judaísmos: esta revelación que trascendió en un comienzo de generación en generación oralmente hasta momento determinado de la historia judía en donde se transforma en texto, en el Libro revelado: la Torá.

Es entonces que detrás del comentario del comentario, las interpretaciones llegan a esa narrativa bíblica que es posterior a la revelación pero que es origen escrito del saber y la vida judía. La Torá no es la Ley, y la Ley surge de la interpretación humana de determinados personajes históricos de aquella revelación oral que teológico- políticamente fue textualizada. Sin embargo, la legitimación del pasaje de la oralidad a la escritura es para el judaísmo la legitimación de las formas de escritura pero nunca de la voz que trasciende de la memoria oral al aprisionamiento de la palabra.

La Ley judía, lo que llamamos Halajá, es consecuencia de la interpretación e institucionalización del judaísmo como una forma de vida que también fue cambiando históricamente de las enseñanzas, normas universales y preceptos que se encuentran en el texto bíblico. La Halajá es la jurisprudencia sobre la base de la Torá y que fue desarrollada y documentada por la literatura rabínica en sus dos grandes compilaciones: el Talmud de Jerusalén y el de Babilonia. Pero ante todo, como indica Gabriel Minkowicz en su Introducción a las fuentes del derecho hebreo, “las normas del Pentateuco son vistas por los sabios del Talmud como grandes principios de los cuales se deducen las normas y leyes que las cambiantes coyunturas de la existencia van demandando”. 

Desde la codificación rabínica e institucionalización de la Ley que delimita y estructura la vida judía en un sentido práctico, cada generación debió adaptar la universalidad de la textualidad bíblica, o de la adaptación histórica de los mandamientos como expuso Maimónides, a su contexto y realidad histórica. Pero esta realidad cambió para siempre en el siglo XVI. Dada la realidad histórica particular, la situación social, política,económica y, fundamentalmente, las condiciones de la vida judía de aquel siglo, el rabino y místico Joseph Caro construye la interpretación, compilación y estructuración más determinante de la vida judía ortodoxa de todos los tiempos: el Shulján Aruj (“La mesa servida” en hebreo). Esta obra, aceptada por todas las autoridades rabínicas, recoge sistemáticamente las interpretaciones halájicas que partiendo de la Torá fueron estructuradas por el Talmud y por otras obras legales del judaísmo rabínico. 

La institucionalización definitiva de una normativa y reglamentación de la vida judía legitimada humanamente por las autoridades y convertida en discurso de verdad se extiende desde el ciclo de vida, las oraciones y festividades, la dietética judía (kashrut), las formas del luto, las relaciones entre hombre y mujer, hasta las leyes concernientes al derecho público, penal y privado. Desde este momento, la sumisión a la Ley era posible en toda su extensión con una legislación totalizadora que no de espacio a la necesidad de interpretación o pensamiento crítico.

Si los judaísmos son, ante todo, tradiciones interpretativas de la palabra revelada, aquella que en su textualidad universaliza las enseñanzas divinas en el mundo material respetando la universalidad de Dios, el Shulján Aruj reemplaza paradójicamente la universalidad de la revelación por la particularidad de una interpretación legitimada como verdad producto de un tiempo histórico y una condición de vida judía que necesitaba de esta forma de totalitarismo de la Ley.

8.

La sumisión a la Halajá (ley judía) es el ocultamiento de la Torá y, por ello mismo, el asesinato de Dios.

9.

Las ortodoxias judías están atadas a una vida determinada por la codificación halájica de Joseph Caro universalizando su particularidad. La consecuencia de esto es la imposibilidad de una adaptación de la Ley al tiempo histórico, convirtiendo así la vida judía del siglo XVI en el judaísmo de nuestros días.

Esta lógica, sin embargo, no es propia solamente de las ortodoxias judías sino también de cualquier ortodoxia religiosa que esté determinada por Ley producto de la interpretación humana y su legitimación como discurso de veridicción. La Ley reemplaza la universalidad de la revelación divina.

En las profundidades del judaísmo, el cristianismo y el Islam hay una única verdad imposible que es la revelación divina a Moisés. Y esta revelación, no es solamente la Torá judía, ni los Evangelios cristianos, ni el Corán musulmán, sino un origen mítico cargado de enseñanzas, preceptos, historias y normas transmitidas de una vez y para siempre.

La paradoja de las ortodoxias religiosas es proclamarse como las formas de vida verdaderas justificándose en la sumisión a la Ley. Y justamente, esta reducción particularista de la universalidad de la palabra revelada sólo es posible sobre la base del deicidio. La ortodoxia como una religión es la religión sin Dios, la religión que se sostiene en el asesinato de Dios en manos de la Ley.

“¡Ojalá pudiese cambiar la expresión de mi cara y vestir un atuendo teológico! Pero

temo que alguien me acuse de hurto, por poseer tan profundo saber teológico, como si

hubiese saqueado a hurtadillas los anaqueles de Nuestros Maestros”

Erasmo de Rotterdam

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