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26 de noviembre 2021

Nicolás Rivas

Profesor regular.Fundamentos e Historia del Trabajo Social I y II. Ex Director de la Carrera de Trabajo Social. Facultad de Ciencias Sociales, UBA

DIEGO Y EL FUNERAL QUE NO FUE

Tiempo de lectura: 4 minutos

229 muertes por covid y 9.043 contagios informó el Ministerio de Salud de la Nación hace un año. Para las primeras horas de la tarde de aquel 26 de noviembre de 2020, ya todo se presentaba caótico. Que el velorio terminaba a las 15, que se podía extender hasta el viernes, en realidad hasta las 16.30 de ese jueves, que el féretro iba a pasar por la 9 de julio, que algunos hinchas querían robar el cajón, que la culpa (¿otra vez?) fue de las “barras bravas”, que Larreta negó el permiso para usar la cancha de Boca, que Alberto quería en la cancha de Argentinos, que Claudia no quiere…

La caminata hacia la Avenida de Mayo para llegar a hacer la cola para ingresar a la Casa Rosada duró no más de una cuadra: miles y miles de hombres, mujeres, niños y niñas corriendo en sentido contrario al que íbamos; el ruido de las balas de la policía, los patrulleros a contramano, las motos con policías por todos lados y los gases en el aire, eran la señal de que ni el dolor iban a respetar. Ya sentados en la mesa afuera de un bar (la primera mesa de un bar después de marzo de 2020) la televisión mostraba las imágenes de la represión. Habitualmente, el último de la cola es el límite cuando el negocio cierra, manual de procedimiento ausente hace un año. Es verdad que las 20 cuadras de cola le quedaron grandes, ¿pero qué esperaban, qué otra cosa imaginaron que iba a pasar? La cola se cerró y la violencia, y la violencia institucional, ganó la calle. “Repudiamos la represión del gobierno de la Ciudad” rápidamente se escuchó decir desde el gobierno nacional. Como respuesta política y hacia la política de la Ciudad fue acertada, esperada y reconfortante; como respuesta política a la ciudadanía hecha pueblo en ese momento, no alcanzó; denuncia, pero insuficiente, descripción precisa y necesaria de lo que estaba sucediendo, pero con una ajenidad que no se correspondía al sentir popular imaginando que necesita palpar que no todos son lo mismo.

¿Por qué no fueron capaces de ponerse de acuerdo para poder organizar uno de los eventos populares más importantes de la historia reciente argentina, quizá el más trascendente luego de la muerte de Perón?

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Habían querido llegar a la casa Rosada y, como nosotros, tampoco pudieron y entonces se quedaron a esperar que pasara por “la 9 de Julio”, cómo dijeron por la radio. Al escuchar la nueva información, empezaron a caminar para “el bajo”, para Puerto Madero, pero ese recorrido con el cajón donde estaba Diego fue descartado. Enterados de que “agarraban la autopista”, volvieron corriendo a la avenida más ancha del mundo y empezaron a subir por “la subida de la autopsita” y en menos de un minuto, el féretro pasó rápidamente a más de 200 metros de donde estábamos. Llanto, cansancio, calor, covid, bronca, maltrato. “Son unos hijos de puta, se cagan en el dolor de la gente, mirá si no podrían haberlo organizado mejor”. Esas fueron las pesadas palabras que el varón le repetía a la mujer, quizá su pareja y a los pequeños niños que parecían hijos de ambos. Así fue el cortejo para gran parte de los que nos acercamos ese día a despedir a Diego. Seco, amargo, llorando de bronca y por Diego, todo mezclado, o peor, sin poder llorarlo tranquilo, con todo y como marcan los ritos y tradiciones; con gusto a poco, a que se hicieron mal las cosas, sintiendo que la distancia con los que nos gobiernan se encarnó de otro modo ese día y agregó fichas a esa crisis.

“Lo que tendrían que haber hecho Alberto y Larreta era juntarse ellos dos solos, arreglar el tema de las fotos con el cajón donde estaba Diego, uno se saca una foto, después el otro, después los dos juntos con la bandera argentina, llamar a los familiares y decirles que las cosas iban a ser así: que el cortejo iba a pasar por las principales avenidas de la ciudad donde iba estar la gente en la vereda para despedirlo y que ellos, Nación y Ciudad, se comprometían a garantizar la seguridad; como un mini acuerdo nacional, ¿me entendés?”. Relato frío, distante, casi sin sentimientos, pero patrimonio constitutivo y genuino de la política, esa política que tuvo ausente también ese día, no pudiendo ofrecer la cara que resulta imprescindible mostrar para logar integración y cohesión. Porque esa representación, que siempre y por definición -antes, ahora y después- tiene un poco de traición y de distancia, aquel día no sólo no pudo acortar esa brecha, sino que la agrandó, perdiendo la posibilidad de hacer realidad efectiva el funeral imaginado.

Detrás de la puteada, el desorden y la represión que se vivió aquel día, asomó con fuerza crítica una pregunta, quizá no dicha en su literalidad pero que rebalsa en diferentes manifestaciones y formas de la vida cotidiana en la compleja relación pueblo / gobierno e impacta de lleno en la racionalidad de la dirigencia política: ¿por qué no fueron capaces de ponerse de acuerdo para poder organizar uno de los eventos populares más importantes de la historia reciente argentina, quizá el más trascendente luego de la muerte de Perón?  

Así fue el cortejo para gran parte de los que nos acercamos ese día a despedir a Diego. Seco, amargo, llorando de bronca y por Diego, todo mezclado, o peor, sin poder llorarlo tranquilo

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Nota: también podemos decir que lo sucedido aquel 26 de noviembre de 2020 fue maradoneano, en el sentido de lo inesperado, repentino y por fuera de las normas como a veces él lo fue, de que las cosas no iban a ser como deberían, como se esperaba, de que iba a imponerse su condición plebeya hasta su muerte, de que ni la parca podía ordenarlo para que encaje en el sistema de los valores que corresponden. Lo podemos decir como parte del espíritu del ídolo y tiene sentido en un carril de pensamiento mágico. Lo podemos decir, pero nada borra la sensación certera de que nos merecíamos otro funeral para Diego y para nosotros.

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