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05 de marzo 2019

Luciano Chiconi

DIARIO POLÍTICO DE UN EMPRESARIO ARGENTINO

Tiempo de lectura: 11 minutos

La conciencia de posguerra viene indisociada del Estado. Los “años cero” de todas las reconstrucciones europeas están regidos por la salvación pública pero también instauran la noción de una burocracia habilitada para terciar en el terreno corporativo de las empresas. De Mussolini a De Gásperi, Franco Macri edificó una educación sentimental romana que lo nutrió luego de una mirada política de los negocios de la que carecía la matriz empresarial sajona. Cimentada en la experiencia del caos y la supervivencia, la acción empresaria de Franco Macri obtendría sus mayores éxitos menos en la eficiencia que en el oportunismo. Las ganancias no llegarían tanto de la ortodoxia contable como de la lectura política que le permitió hacer coincidir sus intereses con las urgencias del Estado. 

Macri llega a la Argentina en 1949, en el punto de ascenso del derrame justicialista, y su pyme constructora leva al calor asistido de la burguesía nacional. La obsesión de Macri no pasa tanto por maximizar la rentabilidad interna de su empresa sino por conocer el Estado argentino. Como decían Portantiero, De Ipola y Gregorich en La república perdida, la politización argentina creciente del siglo veinte implicó que los militares, los empresarios y los sindicatos asumieran una concepción propia del Estado y la trataran de poner en práctica a costa de la autoridad del propio Estado, “generando” violencia política e inflación. Es evidente que Franco Macri avistó este “problema” a través de la expertise peronista del ’50 e identificó la interdependencia natural entre Estado y burguesía como un rasgo más permanente del capitalismo argentino. El peronismo legó una inercia mercadointernista que Franco Macri aprovechó para crecer cuantitativamente en la obra privada (vivienda económica) y en la obra pública focalizada (Tandil) pero siempre dentro del ámbito de la subcontratación.

Desde el punto de vista interno de la obra pública, la subcontratación era un buen negocio pero no permitía el cambio de escala de la actividad: para Macri se trataba de una zona insegura, donde todavía no le veía la cara al Estado. El objetivo de Franco Macri era convertir su empresa constructora en una “empresa de licitaciones”: se dedicó a comprar innovación tecnológica (hormigón moldeado, silos subterráneos) para lograr la autonomía logística que le permitiese empezar y terminar una obra según los estándares del clásico proveedor estatal. Esta llegada al paraíso de la licitación se produce a mediados de los ’60, cuando se asocia con una constructora de Fiat y forma Sideco, la empresa que se transformaría en el eje operativo de las Sociedades Macri hasta hoy.

De Mussolini a De Gásperi, Franco Macri edificó una educación sentimental romana que lo nutrió luego de una mirada política de los negocios de la que carecía la matriz empresarial sajona

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Los primeros ’70 son los años de la expansión diversificada de Franco Macri dentro de la construcción: además de Sideco, funda y compra otras empresas para ampliarse en el mostrador de las licitaciones. A la espera del retorno de la democracia y del peronismo, Macri traza su propia lectura del ’73: según el empresario, la violencia política y la inflación que deja el partido militar por demorar su salida del poder anticipa una situación de crisis más prolongada que lo obliga a variar su estrategia económica: en el año de la revolución, Macri hace un giro hacia la inversión inmobiliaria y se mantiene líquido con la opción conservadora del plazo fijo. En esa misma época, compra una compañía de seguros. 

En estos gestos anticipatorios, Macri parecía evocar la sombra terrible del ’75, año del primer golpe de timón del capitalismo argentino hacia una economía de servicios que no pudo ser compensado “políticamente” por el convenio 260 de la UOM o el 18 de los bancarios. Para la clase media, el peronismo de la liberación se iba por la misma canaleta que el Proceso frente a los reclamos de un orden político moderno (un orden civil). En ese punto ciego entre distribucionismo y partido del orden se fundaría la sustancia política de SOCMA como laboratorio de la futura relación entre democracia y mercado.

Los montoneros de Manliba

La carta de Walsh a la conducción montonera es el alegato causal del calvario de la “orga”. Walsh dice que la clase media no tiene tierra ni hogar al que volver después de la aventura. La clase media no tiene patria. Walsh humilla a la clase media por no ser “tan peronista” como pareció indicar la liturgia del bombito y la marchita de la cancha de Atlanta. El razonamiento de Walsh descubre la singularidad del Proceso: la estrella azul de la represión política por encima de la represión común. La clase trabajadora se repliega sobre la cueva supérstite de la burocracia sindical. Walsh describía qué ratio de muertes le iba a corresponder a cada sector de la sociedad. ¿Pero qué pasaba con los dirigentes? Es cierto, gran parte del peronismo político se refugió en la capacidad instalada sindical. Pero muchos cuadros jóvenes de la experiencia JP y sus derivados se replegaron sobre SOCMA. Una tercera vía del éxodo, más sofisticada, era emigrar al PSOE y trabajar como mano de obra calificada de la llegada de Felipe González al poder.

Entre 1973 y 1975, Franco Macri conoce al ingeniero Jorge Haiek en el marco del plan de vivienda obrera de López Rega. Macri recluta a Haiek para armar el holding diversificador que lo ponga en el nuevo contexto económico que se viene; la percepción de Macri es que la nueva etapa exige galvanizar la relación con el Estado, y cree que la idiosincrasia de los peronistas es más hábil para intuir y leer los huecos de oportunidad que brinda el Estado: una de las razones por las que Macri incorpora políticos a SOCMA es porque los técnicos de la empresa no tienen una visión integral del proceso licitatorio, y se pierden ofertas. Macri quería ex agentes civiles del Estado que le permitieran tener una negociación más eficaz ante Cacciatore. 

En ese punto ciego entre distribucionismo y partido del orden se fundaría la sustancia política de SOCMA como laboratorio de la futura relación entre democracia y mercado.

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En enero del ’76, el peronista Haiek diseña SOCMA como un sistema de organización tendiente a garantizar el giro a una producción de servicios garantizada por una financiación cruzada entre las empresas del grupo. A veces ese aspecto del negocio no era del todo rentable, porque la estirpe romana de Macri lo llevaba a bancar las empresas deficitarias con la guita de las empresas que ganaban. Luego del golpe militar, se incorporan a SOCMA un conjunto de peronistas perseguidos: Carlos Grosso, José Octavio Bordón, Ricardo Kesselman y José Manuel de la Sota, entre otros. Franco Macri les brinda protección laboral y política frente a la guadaña nerviosa del Proceso (la Armada).

Además de la explotación intelectual para mejorar los negocios de Macri con los militares, los peronistas de SOCMA mamaron de primera mano un panorama actualizado de la economía con la que debería lidiar la política una vez que los militares se fueran. Había que construir una nueva relación entre la democracia y el mercado, había que inventar una forma de gobernar el país. Pero ante todo, había que comprender la nueva materia prima de la política: una sociedad que había cambiado la vida pública por la vida privada como centro de la política. Grosso o De la Sota podrían haber sido (son) el protagonista pensado por Fogwill para En otro orden de cosas.Un tipo que en el ’73 labura de militante revolucionario y en el ’76 se separa de todo (de su mujer) para descender a la expiación del trabajo manual y manejar una retroexcavadora para una empresa constructora de autopistas. 

Fogwill escribió esa novela con una prolijidad inusitada, con el tono moderado de quién está contando hechos, no ideología. Franco Macri fue el masónico que acompañó ese ascenso protegido hacia el confort y el trabajo intelectual como un jefe y un mecenas, como si detrás de los negocios coyunturales con los militares esperara “algo más” de esa camada de políticos que se preparaban para la democracia. Como dice Fogwill en el libro: la inmensa diferencia entre los que pasaron a trabajar directamente para el enemigo (ESMA) y los que no tenían ese amor servil setentista como para trabajar directamente para el enemigo (SOCMA). Esa diferencia cualitativa entre Massera y Macri es central para entender el final feliz de En otro orden de cosas: la victoria definitiva de la vida privada como “metáfora” (ay) del orden democrático y de una puerta política hacia el futuro.

 A diferencia de la carta de Walsh, la novela de Fogwill habla de la sociedad pero también de los militantes. Sin embargo, Fogwill no es más que un escritor: en la ficción, los políticos se retiran de la política. La realidad de los peronistas de SOCMA fue muy distinta: aun en el sector privado, siguieron haciendo política por su cuenta, tratando de crear la fórmula hegemónica de un definitivo peronismo sin Perón para la nueva sociedad privatizada. No es casual que los dirigentes que pasaron  el invierno represivo en SOCMA hayan sido los teóricos que crearon el manual operativo para la recuperación de la clase media y el poder: la Renovación Peronista. Sin Cafiero ’87 no hay Menem ’89, ni Duhalde, ni Kirchner.

En 1979, Jorge Haiek (que con la llegada de NK en el 2003 se incorporó al directorio de Enarsa) diseñó Manliba para dar un paso más hacia un régimen de servicios con fondeo estatal como el que quería Macri. Para brindar el servicio de recolección de basura en la Ciudad, Franco Macri se asoció con Waste Management International, una empresa estadounidense especializada en el tratamiento de residuos. Aquí se repetiría una práctica habitual de Macri: asociarse con una empresa extranjera para garantizar la escala de la prestación, ceder el 51% de acciones, pero mantener la dirección operativa. Luego, aprovechando su conocimiento del Estado y las crisis de la macroeconomía argentina, daría vuelta el paquete accionario, se capitalizaría (con un plus de asistencia pública) y forzaría la salida de los extranjeros que no entendían el juego perverso del atraso cambiario y la inflación. 

Lo mismo sucedió con la parte de Fiat en Sideco, y Macri utilizaría el riesgo de que bombardearan Buenos Aires durante Malvinas para que Fiat le vendiera Sevel a un precio más bajo; la operación Sevel se completó con el desdoblamiento cambiario de Sigaut (el segundo Rodrigazo) que pesificó deudas y dolarizó ganancias para sostener las mil formas de nuestra gloriosa burguesía nacional (el mercado interno). Franco Macri se transformó en un hermeneuta de la realidad política para asegurar su posición ganadora en la bisagra entre capital extranjero y Estado.

Además de la explotación intelectual para mejorar los negocios de Macri con los militares, los peronistas de SOCMA mamaron de primera mano un panorama actualizado de la economía con la que debería lidiar la política una vez que los militares se fueran. Había que construir una nueva relación entre la democracia y el mercado

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Macri transitó el alfonsinismo bajo el nuevo trípode diversificado de SOCMA: Sideco, Sevel y  Manliba. Menos preocupado por la expansión económica que por la consolidación institucional, el radicalismo no le habilitó el juego prerrogativo suficiente. La relación fue fría, pero Franco Macri aprovechó para hacer “el ajuste antes del ajuste” en Sevel y completar el proceso que habían iniciado los italianos de Fiat en el 76, aquejados por la apertura y el atraso cambiario de Martínez de Hoz. Esa nueva etapa todavía más liviana de la industria automotriz preparó a Sevel para lo que se venía: fue una de las empresas más rentables de la era alfonsinista (todavía sin los incentivos de una capacidad instalada modernizada) y reflejó en el gobierno ese interés (quizás políticamente tardío) por un horizonte privado que se moría por nacer, y que se expresó en la privatización sueca que soñó Terragno para AA.

Llévame por la Panamericana

La liberalización de la economía encarada por el peronismo menemista fue el envión que esperaba Franco Macri para vivir su “expansión liberal”; en ese sentido, la ampliación silvestre de SOCMA tiene que ver más con la desregulación que con la reforma del Estado: Movicom abre el mercado de la telefonía móvil, Canale innova con las Cerealitas  como paradigma light, Itron informatiza la burocracia, Poder Ciudadano funda el mercado intelectual del oenegeísmo y la anticorrupción, Pago Fácil sería la vedette de la nueva economía de servicios, Philco llevaría el primer televisor a color a los hogares de clase media baja, el Fiat Uno colmaría las expectativas aspiracionales de la juventud adulta argentina.

Dentro del marco tarifado de las privatizaciones, Macri sería menos expansivo y más errático: en 1989 perdería contra Editorial Atlántida por la concesión de Canal 11 y tampoco pudo quedarse con Obras Sanitarias. En este campo, el eje del negocio volvería a ser la obra pública: con Autopistas del Sol conseguiría la concesión y el peaje de la Panamericana. En el tramo residual de la reforma del Estado, recibiría el Correo Argentino. En esta etapa, Macri lograría de Menem un régimen de promoción industrial para Sevel y SMATA que le permitió defenderse de la apertura y el atraso cambiario por lo menos hasta que Fiat y Peugeot retomaron la fabricación en el país en 1996, y el mercado cautivo del Mercosur.

Parapetado en el boom de la obra pública y el Plan Nacional de Vivienda de De Vido, Franco Macri se dedicó a la pasión “no alineada” de China. Pero lo hizo más como un Coronel Kurtz del tasachinismo que como un lobbysta eficaz

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La intuición política de Macri volvería a aflorar a fines de los noventa, cuando se hacía evidente que la Convertibilidad sufría una acumulación de atraso cambiario que hacía inviable hasta los niveles más básicos de producción. Franco Macri vio la necesidad de salir del uno a uno para no chocar, y la salida de Menem del poder coincide con el inicio del repliegue: en 1999 vende Movicom, Itron y Canale, en 2001 abandona el control de Autopistas del Sol quedándose con un porcentaje meramente rentístico de la empresa.  Esta des-diversificación obedecía a razones tanto económicas como políticas: Macri intuye en la llegada de la Alianza ese déficit de partido del orden que trae la coalición. Se podría decir: las dificultades de De la Rúa para gobernar la UCR reflejan sus problemas para gobernar la clase media y sacarla del uno a uno. Macri se defiende de la crisis del 2001 de la misma manera que en el ’75: se repliega sobre lo conocido, la obra pública y lo más rentable de los servicios.

Se apaga una estrella

La década del 2000 es la etapa de los herederos. Franco Macri transfiere sus empresas a los hijos. La centralidad de la obra pública en el período pos-2001 tiene que ver con una recuperación forzada del PBI para salir de la crisis, pero como modelo dominante habla de otra cosa: donde hay mucha obra pública, hay un supermercado con dos marcas de galletitas. Los límites del capitalismo argentino refulgen cada día más en esos mercados tarifados. Parapetado en el boom de la obra pública y el Plan Nacional de Vivienda de De Vido, Franco Macri se dedicó a la pasión “no alineada” de China. Pero lo hizo más como un Coronel Kurtz del tasachinismo que como un lobbysta eficaz, y la incidencia de Chery-Socma en el mercado automotriz local todavía es bastante marginal después de diez años de producción.

La relación de Franco Macri con Néstor Kirchner estuvo dominada por la oscilación. En 2003 Kirchner le sacó un descapitalizado Correo Argentino por la deuda acumulada, pero unos años después le entregó la concesión del Belgrano Cargas. Como enemigos íntimos y competidores en el negocio de la obra pública, hubo un punto de encuentro en el gran mostrador estatal que los mantuvo vinculados durante el kirchnerismo.

La muerte de Franco Macri cierra un ciclo político: el de la relación de SOCMA con la clase política desde un “afuera”

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La llegada de los herederos a las empresas (que incluye la llegada de Mauricio Macri a la presidencia del país) implica un desplazamiento conceptual en la mirada política del Estado. No de los negocios, que siguen más concentrados en la obra pública que nunca. La muerte de Franco Macri cierra un ciclo político: el de la relación de SOCMA con la clase política desde un “afuera”. Franco Macri perteneció a una historia sucesiva donde el militar, el sindicalista, el empresario y luego del 83 el político tenían su propia visión literaria de “un proyecto de país”. Además de los negocios, a Franco Macri le interesaban los políticos. La llegada de los herederos, forjados en un dolcevitismo intocado por el país de la guerra, termina de disolver la figura de ese Franco Macri rastreador de las crisis que se sobreimprimía a sesenta años de historia argentina. Muerte y transfiguración de SOCMA: solo Dios sabe lo que vendrá.  

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