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DEL BRONCE AL HIERRO

Tiempo de lectura: 4 minutos

Congreso de la Nación, primero de marzo. En la foto son tres; en la trama discursiva, dos. La imagen es sincera: Sergio Massa es el único que tiene puesto el barbijo, por protocolo sanitario y, sobre todo, político: las palabras que en minutos retumbarán en el hemiciclo no son suyas. En cambio, Alberto Fernández y Cristina Fernández ofrecen la boca: el primero porque debe hablar, la segunda porque debe comunicar. El presidente abre con una narrativa cortante. “Debíamos enfrentar el incendio, sabiendo que otros habían terminado con el agua”, dispara elípticamente. Herencia, Covid-19 y grieta: la tríada que vertebra su exposición. ¿Vacunagate? Poco y nada; o, mejor dicho, mucho y nada: “Ningún gobierno de la tierra se puede arrogar el privilegio de no cometer errores”. Una salida por arriba. Satelital. Tan posibilista como escapista. ¿El resto? Los sótanos de Comodoro Py, Macri, el FMI, la Patria (y sus conspiradores), “críticas maliciosas” y algunos garabatos económicos. No mucho más.       

Más que las sesiones legislativas, Alberto Fernández inauguró el año electoral. Sí, temprano: en marzo, cuando el Covid-19 toma impulso y amenaza nuevamente con una segunda ola. Winter is coming. Pero las urnas también. El caso de las vacunas VIP alteró los planes y, en especial, el ethos del mandatario, que buscó un techo discursivo para refugiarse de la peor crisis de todas, la que atenta contra el valor cardinal del dispositivo oficialista: la igualdad. Los dos pies en la fuente cristinista. Volver. Y desarmar cualquier balbuceo –propio y ajeno– de creatividad política. Réquiem de un “ismo” que nunca nació. Del efecto bandera (aglutinar a toda la nación detrás de un objetivo) a la polarización. De la república sensible a la batalla cultural. De Palme a Laclau. Adiós al bronce, bienvenidas las certezas de hierro.  

Cristina parece ser la garantía del presidente para evitar lo que en comunicación se denomina “crisis de sombra alargada”. Es decir, acortar todo lo que se pueda el gap entre el cierre operativo (que no haya más vacunados privilegiados) y el cierre político (el daño a la imagen del gobierno). Con esta retirada, Alberto Fernández aspira a tener un solo frente abierto (el externo), apagar el fuego amigo y, a su vez, simplificar el significado del Frente de Todos. Dar por terminada la riña semántica en el gobierno. Y darle la razón a la época. La ecuación quedaría de la siguiente forma: coalición en el organigrama, partido único en lo discursivo. 

Cristina, a veces, parece encarnar a Rubachof, ese revolucionario nostálgico que creó Arthur Koestler en El cero y el infinito, y decirle al resto de los mortales: Nosotros hicimos historia; ustedes hacen política.

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El ruido y la furia 

Días después, Cristina Fernández le pone un marco teórico a la intervención presidencial. “El lawfare como todos sabemos, no todos, pero por lo menos lo que los sufrimos, sí, es esta corriente regional que, a través de los poderes judiciales de los distintos países, ha estigmatizado a los movimientos populares y a los dirigentes”, pormenoriza. El hilo argumentativo continúa con una cronología dicotómica del país, que arranca en Hipólito Yrigoyen y termina en Claudio Bonadío. “Medios de comunicación hegemónicos”, “corporación”, “manipulación” y, otra vez, “Mauricio Macri” completan el repertorio lingüístico. Así se gana el Zeitgeist, en la cristalización del combate entre los dos packs de poder –constituidos por jueces, periodistas, empresarios, sindicalistas y, de paso, políticos– que se tironean el alma de la Argentina. Sobre el final, llega el clímax, con un ataque frontal a los jueces. Pelado. Sin retórica ni artificios. Al hueso. Sinceramente, ella.         

A Cristina la enfurece que la metan en el realismo sucio del metro cuadrado. Que la traten como una jugadora más. Que la tuteen con causas forzadas (y torpes) como “el dólar futuro”. Y algo de razón tiene. Mientras el resto pelotea en la dimensión táctica, ella es la única capaz de espiar por la cerradura de la coyuntura y crear escenarios discursivos que trasciendan la variable electoral. En otras palabras: olfato estratégico, tapizado con un relato político caliente, filoso y maximalista. Cristina, a veces, parece encarnar a Rubachof, ese revolucionario nostálgico que creó Arthur Koestler en “El cero y el infinito”, y decirle al resto de los mortales: “Nosotros hicimos historia; ustedes hacen política”. 

La presidenta del PRO quiere reemplazar el significante Venezuela por Formosa: un temor más cercano para hacer campaña en los grandes centros urbanos del país

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Obviamente, del otro lado, hay equipo. Patricia Bullrich promete cabecear cada centro que le tiren. Vacunas VIP, avasallamiento de la justicia, inseguridad y el último: Gildo Insfrán. La presidenta del PRO quiere reemplazar el significante Venezuela por Formosa: un “temor” más cercano para hacer campaña en los grandes centros urbanos del país. Mientras, el costado vegano de Juntos por el Cambio apuesta por una agenda proactiva. Intenta exportar debates –como el regreso de los alumnos a las aulas– desde el territorio porteño al resto del país. Horacio Rodríguez Larreta hace del silencio una convicción. Y, con cierto optimismo constructivista, estima que si no se la nombra, la grieta no existe. Además, para él, es un concepto que ya tiene dueños o, más bien, inversores. De hecho, sobran; poca rentabilidad ahí. Los cálculos (y las velas) de la tercera vía.    

Asoma otro calendario electoral y todo indica que ese algoritmo llamado “grieta” volverá a ordenar los miedos y prejuicios de los argentinos. Un derecho político adquirido por las minorías intensas. Sí, aunque la realidad, desde cualquier ángulo, se muestre inflamable como pocas veces en nuestra historia. Pero nos gusta jugar al borde del abismo, entre lo redundante y lo trágico. La única novedad es la profundidad de la resignación.  

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Comentarios

  1. Ernesto Rey

    el 13/03/2021

    Excelente artículoby seria reflexión. Felicitaciones y seguinos haciendo pensar

  2. DOMINGO VITALE

    el 14/03/2021

    Muy buena nota

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