
¿Qué decimos cuando decimos cine político en Argentina? Más que una respuesta, se me ocurre pensar en esa serie de films que rondan mi cabeza y van de “Operación masacre” de Jorge Cedrón hasta “La historia oficial” de Luis Puenzo, o de “El secreto de sus ojos” de Juan Luis Campanella hasta “Infancia clandestina” de Benjamín Ávila. Pero si quisiera llamar “político” al retrato social de una época, quizás debería sumar, por ejemplo, el exitosísimo melodrama “Dios se lo pague”. Tiene todas las condiciones para serlo.
Elegido por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Hollywood para competir por una mención especial en los Premios Oscars, ya que aún no existía la categoría Mejor Film Extranjero, el largometraje de Luis César Amadori fue, además, un gran éxito internacional permitiendo mostrar el talento de nuestra industria en otros mercados.
Filmado entre agosto y octubre de 1947, este exitoso drama, se estrenó el 11 de marzo de 1948. Una historia de amor y venganza envuelta en teléfonos blancos, interminables escaleras, decorados fastuosos y un vestuario impactante. ¿Pero quién podría imaginarse que detrás de todo ese lujo y glamour se escondía una de las grandes bajadas de línea dentro del cine?
Basada en una obra teatral del brasileño Jorcy Camargo, “Dios se lo pague” en su versión original era una comedia, pero llegó al cine en formato de drama también gracias a la extraordinaria adaptación de Tulio Demichelis
La historia
Un viejo mendigo le enseña a otro mendigo menos ducho en el menester de la limosna: los trucos para conseguir mejores dádivas. Una noche conoce a una ambiciosa jugadora, una tal Nancy, poco afortunada en el azar, pero cuyo deseo es encontrar un hombre que la despose y le permita una vida de opulencia y legalidad, la cual se imagina merecedora por su belleza.
Linda, altanera y viviendo de apariencias, Nancy, interpretada por la gran diva nacional Zully Moreno, es una mujer que va por la vida con joyas falsas y el vestuario de una gran dama con el cual podría engañar a cualquier posible candidato. El mendigo, papel que recayó en uno de los más importantes galanes de la época, el mexicano Arturo de Córdova, además de pedir, ha llegado a comprender los motivos por los cuales cada uno ofrenda su limosna.
Con habilidad, el guión y la puesta construyen una bajada de línea tan imperceptible que le permitió a “Dios se lo pague” convertirse en uno de los grandes clásicos románticos de nuestro cine, mientras a lo largo de sus dos horas se habla de distribución de la riqueza, derechos laborales, herederos inútiles que dilapidan fortunas, pago de impuestos, timba financiera y hasta cuestionamientos sobre la propiedad de la tierra. Siempre bajo la mirada sutil de ese mendigo y “psicólogo” que aprendió del alma humana, después de caer en la trampa de su ambicioso patrón que lo llevó, injustamente, a la cárcel.

Pero hay otro ingrediente notable cuando uno vuelve a mirar este film que cumplió 76 años, y es lo adelantado que estuvo a su época en cuanto a las relaciones maritales. Nancy, luego de perder todo en un casino clandestino, y sin siquiera una moneda para el taxi, es salvada de caer presa luego de que la policía irrumpiera en la casa de juegos por un viejo mendigo, que alterna “su trabajo” entre la puerta de la Iglesia y el casino oculto. Mientras esperan que los oficiales se retiren, Nancy le confiesa al hombre quién es realmente: otra desesperada.
La injusta Nancy, muchos años antes que Sharon Stone en “Casino”, demostraba lo mal que a veces eligen amores algunas muchachas. Amor, derechos y los años del peronismo mezclados en un exitazo romántico. Inimaginable
Él a su vez le da un par de consejos: desde cómo plantarse frente al dueño del hotel que quiere echarla por falta de pago hasta los lugares inapropiados donde debe buscar marido. En las casas de juego, las mujeres son una atracción secundaria, le dice el trabajador de la mendicidad. Pero antes de despedirse le devuelve la limosna que ella le había dado poco antes de perderlo todo, ante la vergüenza y el enojo de la muchacha. La limosna esta vez la recibe ella.
Pero la historia da un giro cuando es invitada por un desconocido a un concierto, lugar donde el harapiento le había recomendado ir ya que tendría más suerte buscando consorte. Una vez ubicada en el palco, un extraño la salva de un acreedor y allí comienza otra historia con un pacto que parece venirle al dedillo.
Mario Álvarez, el excéntrico millonario que la aborda en el teatro y la rescata del papelón, le propone empezar una relación donde ella pueda tener lo que siempre soñó: una mansión, alhajas suntuosas, personal a su disposición, vestuario ostentoso, pero a cambio de no preguntarse nada sobre el pasado. Nancy acepta el trato y se muda al palacete de Álvarez. Aunque para todos los que los rodean ellos se han casado, no es así. Viven bajo el mismo techo. Él volviendo misteriosamente de madrugada y ella teniendo todo lo que siempre quiso salvo un matrimonio formal y amoroso. Aunque él parece adorarla.
La aparición de otro hombre, un jugador empedernido e irresponsable, cuyo padre es un empresario reputado, el deseo de Nancy de escaparse con este, ya que le promete casamiento, y una venganza a punto de consumarse dejan en claro que la industria vernácula de antaño no tenía nada que envidiarle al film noir que reinaba en Hollywood. De hecho, la injusta Nancy, muchos años antes que Sharon Stone en “Casino”, demostraba lo mal que a veces eligen amores algunas muchachas. Amor, derechos y los años del peronismo mezclados en un exitazo romántico. Inimaginable.
Detrás de escena
Mucho se ha escrito, aunque nunca cansa recordar, la importancia de Luis César Amadori dentro de nuestra cinematografía y en la decisión de llevar este proyecto a cabo tal cual lo imaginó, encabezado por el magnífico Arturo de Cordova y la bellísima Zully Moreno, cuya elegancia y encanto le dieron el estatus de diva. Pero detrás de este clásico inoxidable estuvo también una pluma olvidada, Tulio Demichelis.
Basada en una obra teatral del brasileño Jorcy Camargo, “Dios se lo pague” en su versión original era una comedia, pero llegó al cine en formato de drama también gracias a la extraordinaria adaptación de Tulio Demichelis. Guionista y director de cine, este tucumano nacido en 1914 bajo el nombre de Armando Bartolomé Demichelis, fue fundamental dentro de la filmografía latinoamericana. “Apenas un delincuente”, “Arrabalera” o “La gata” son películas muy exitosas del periodo de oro de nuestro cine y llevan su firma en los guiones. Pero de su producción también cabe destacar un gran documental sobre Evita y el derrotero de su cadáver, llamado “El misterio de Eva Perón”, que dirigió en 1987 con la coautoría de Emilio Villalba Welsh, otro brillante guionista de la época, que a su vez cuenta sobre sus espaldas el haber escrito “Deshonra” dirigida por Daniel Tinayre, y uno de sus más renombrados títulos, en el cual, también, se destaca subrepticiamente un hecho político: la reforma penitenciaria llevada a cabo por Roberto Pettinato (padre) durante el primer gobierno peronista.
Hoy quizás haya menos cine que nos relate. Poco se sabe del mundo del trabajo, de la auto-explotación o de los propietarios con trabajos endebles. Mucho menos de la vida de las clases medias bajas ascendidas a medias a través de negocios familiares, puestos o el infinito abanico de fragmentos rotos que van dejando las distintas crisis
Demichelis, se exilia por diferencias con el gobierno peronista en 1954, se va a México. Allí no solo pudo desarrollar una prolífica carrera, sino que además fue él que insistió en darle el primer protagónico fuerte a Silvia Pinal, una institución dentro del cine mexicano, y cuyo reinado en el mundo del espectáculo es aún indiscutido. Madre de la actriz Silvia Pasquet, de la cantante Alejandra Guzmán y abuela de Stephanie Salas, otra conocida vocalista, es además la bisabuela de Michelle Salas, la hija que está tuvo con Luis Miguel, y hoy es una celebrity.
Pero Pinal además de ser la Mirtha Legrand de aquel país protagonizó la trilogía de Luis Buñuel “Viridiana”, “El ángel exterminador” y “Simón del desierto”. Todo gracias al capricho de Demichelis, quien creyó que esa joven actriz era la indicada para protagonizar a la ambiciosa Laura en “Un extraño en la escalera”, film negro cuyo protagonista masculino era nuevamente Arturo de Córdova, el mendigo con el que ya Tulio había trabajado en “Dios se lo pague”. Según el hijo del propio Demichelis, Pinal y el director construyeron, además, una amistad indestructible. “Sí, fue mi gran película, el gran estirón donde pase a ser una estrella”, contó la actriz mexicana años después.
Quizás, allá lejos y hace tiempo, los contextos sociales, los conflictos laborales, el devenir de la vida misma tenían quién les escribiese. De “Mujeres que trabajan”, protagonizada por Niní Marshall a principio de los 40, pasando por toda una serie de películas donde las injusticias iban a ser saldadas por un nuevo estado de bienestar como en “Mercado de abasto” o “Las aguas bajan turbias”, hasta en fotos parentales rotas por la economía de mercado como en “Plata dulce”, “El arreglo” o “Las viudas de los jueves” uno podía intuir la vida de esos personajes.
Hoy quizás haya menos cine que nos relate. Poco se sabe del mundo del trabajo, de la auto-explotación o de los propietarios con trabajos endebles. Mucho menos de la vida de las clases medias bajas ascendidas a medias a través de negocios familiares, puestos o el infinito abanico de fragmentos rotos que van dejando las distintas crisis. Y mejor aún, historias de amor, revestidas sutilmente con los conflictos de la época. Como la de Nancy y el millonario que trabajaba de linyera.