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31 de agosto 2018

Florencia Benson

CRÓNICAS DEL DESAMPARO

Tiempo de lectura: 5 minutos

«Muchos de nosotros, en realidad, tenemos aversión a la leche y a las manzanas. A mí personalmente no me agradan. Por vuestro bien tomamos esa leche y comemos esas manzanas. ¿Saben lo que ocurriría si los cerdos fracasáramos en nuestro cometido? ¡Jones volvería! Sí, ¡Jones volvería! Seguramente, camaradas -exclamó Squealer casi suplicante, danzando de un lado a otro y moviendo la cola-, seguramente no hay nadie entre ustedes que desee la vuelta de Jones». –George Orwell, Rebelión en la granja

«Es nuestra isla. Es una isla estupenda. Podemos divertirnos muchísimo hasta que los mayores vengan por nosotros». –William Golding, El señor de las moscas

Estamos atravesando un momento de pánico colectivo. En este contexto, la falta de explicaciones y contención por parte del Gobiernosu política de comunicaciónes un factor que agrega estrés a la ciudadanía. En menos de un día se rebajó en un 8% el salario real de la población trabajadora, se licuó el poder adquisitivo, se elevaron las tasas y se aceleró el proceso de endeudamiento con acreedores internacionales. No sólo el FMI sino Black Rock y Templeton, gigantes de la compraventa de bonos basura y de riesgo soberano que amasaron fortuna incluso con la crisis subprime de Estados Unidos en 2008. Endeudados, despojados y profundamente angustiados, los argentinos por el sólo hecho de levantarse a la mañana ya son más pobres que ayer.

Para ser precisos, en este momento un porcentaje de la población argentina siente zozobra mientras que la otra siente euforia. Esa, y no otra, es la grieta. Pareciera que, de alguna manera, el diferencial de malestar que no causó la operación de los cuadernos fue saldada por este electroshock económico.

El gobierno hace bien en mostrarse desorientado e impotente, pues mucho peor sería que se mostrase a cargo de los acontecimientos, responsable de las medidas que toma. Volverse al lenguaje místico para describir este momento parece casi apropiado, aunque la metáfora naturalista del parto tampoco está del todo mal: en ambos escenarios el gobierno local es un testigo, a lo sumo un facilitador, y ya sabemos cómo opera la partera de la Historia. Su coartada se corrobora, en definitiva. Ahora bien, frases llamativas como “es parte de un plan mayor” y “trabajo de parto” podrían ser indicativas, quizás, de que (a) el centro de toma de decisiones es heterónomo, y (b) somos parte de una modificación a gran escala, de algo que se avizora como irreversible, quizás, de nuevas reglas o definiciones que organizarán nuestra vida económica y seguramente social, política, cultural.

Endeudados, despojados y profundamente angustiados, los argentinos por el sólo hecho de levantarse a la mañana ya son más pobres que ayer

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Lo que importa, entonces, no es si se trata de una acción premeditada o de una impericia inaudita, francamente inverosímil para “el mejor equipo en los últimos 50 años”. Esta es una falsa dicotomía que imputa demasiado peso a las intenciones, cuando lo que hay que sopesar y analizar con cuidado de laboratorio son los resultados. Poco importa si se trata de una conspiración de los reptilianos o una carambola random de factores independientes. Si bien el discurso oficial está plagado de voluntarismo y hace especial hincapié en la naturaleza bienintencionada de sus miembros y acciones, lo importante es seguir la trayectoria de cada hilo de decisiones hasta el final.

En este sentido, sumado a los efectos que mencionáramos al principio, se puede indicar la presión inaudita que esta crisis deposita sobre los hombros de los gobernadores para apurar la aprobación del presupuesto de 2019, el desembolso de dinero prestado del FMI para pagar a su vez más deuda, las exorbitantes ganancias de los actores que compraron el dólar barato y, último pero no menos importante, un mecanismo innegable de control social. Una PEA pauperizada y disciplinada para servir a las economías centrales en lo que hiciere falta (¿comida?, ¿microchips?, ¿servicios?), sumado a todo lo que tiene la Argentina para ofrecer al amo experto y firme capaz de someterla.

Hannah Arendt estaba convencida que las grandes atrocidades de la Historia sucedían no por una voluntad maligna extraordinaria sino merced a la asombrosa capacidad del individuo humano para adaptarse al contexto, incluido el social, y encajar. En esta operación se puede perder, dice la filósofa, la capacidad de razonar y juzgar por uno mismo, de tener un diálogo interior, una reflexividad suficiente para cuestionar las consecuencias de este acatamiento al orden social. Llamó a esto “la banalidad del mal”, es decir, para que el desastre ocurra no es necesario la más de las veces hacer nada, sino aceptar. Racionalizar y naturalizar son las operaciones elementales del lado de la banalidad; del lado del mal encontramos la fascinación primitiva por herir. Un resto diurno de nuestra naturaleza predadora que retorna a la cultura para ser tramitado con refinamiento y sistematicidad.

Si bien el discurso oficial está plagado de voluntarismo y hace especial hincapié en la naturaleza bienintencionada de sus miembros y acciones, lo importante es seguir la trayectoria de cada hilo de decisiones hasta el final

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Decíamos anteriormente que el foco debe estar en los resultados y no en las causas: en este mundo que nos toca, la gestión de cualquier sistema se hace no sobre las causas sino en sus múltiples impactos y ramificaciones. Más precisamente, pasamos de una etapa de control a una etapa de curaduría: lejos de los escenarios conspiranoicos, el nuevo paradigma del management indica que lo que se gestiona no es tanto un plan sino mas bien la incertidumbre. Así, un manager eficaz se concentra en seleccionar aquellos resultados favorables para los objetivos trazados y cultivarlos. En lo posible —si existen los medios económicos y técnicos— se siembran o clonan o reproducen; si no es posible, simplemente se fortalecen las ramificaciones afines y se debilitan o asfixian las otras.

No dejan de ser operaciones deliberadas, pero se ejecutan sobre un trasfondo de “desarrollo silvestre” de los acontecimientos. Las intervenciones, eso sí, son quirúrgicas y eficaces, ya que descansan sobre años de acumulación de manuales de mejores prácticas de los procedimientos corporativos, militares y de inteligencia aplicada al sector civil (caso Cambridge Analytica, por nombrar uno reciente). Hace poco Google tuvo que cancelar proyectos con el Pentágono por una rebelión de sus ingenieros: de a poco, la ética empieza a ser parte troncal del mundo de la ingeniería algorítmica. Una demostración cabal del ejercicio de la capacidad arendtiana de reflexividad.

el nuevo paradigma del management indica que lo que se gestiona no es tanto un plan sino mas bien la incertidumbre

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Desde luego, los argentinos no somos ingenieros de Google. Somos ahorristas, trabajadores, consumidores, ciudadanos. ¿Dónde exactamente habría que aplicar esta capacidad para poner un freno a nuestra cadena de eventos desafortunados? Es difícil detectar la zona después de tantos años de comunicación centrada en el gaslighting y lenguaje orwelliano. Es necesario empezar a poner de relieve la gran crisis de la palabra, porque es en el lenguaje donde empiezan y terminan casi todas las crisis. El lenguaje es la madre del pensamiento, de la política, de la economía, aun Marx necesitó el lenguaje para desentrañar su materialismo histórico. La crisis de la palabra es también la crisis de la promesa, de la credibilidad. Al decir de Wittgenstein, los límites de nuestro mundo son los límites de nuestro lenguaje, y hoy nuestro mundo cabe holgado en la superficie de una baldosa.

Empezar, entonces, por la catarsis. A veces es necesario perder el miedo a no tener nada que perder, aprender a habitar el desierto hasta que aparezcan las palabras que nombren lo que nos pasa. Nombrar es iluminar, iluminar es mantener la oscuridad a raya. Si relajamos esa vigilia corremos el riesgo de terminar como las langostas, es decir, morir hervidos y en total ignorancia. En otras palabras, es bien posible morir de tibios.

aprender a habitar el desierto hasta que aparezcan las palabras que nombren lo que nos pasa

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(Foto: David Fernández/Clarín)

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