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LA POLÍTICA PARA LA AMENAZA DE TORMENTA

Tiempo de lectura: 4 minutos

Vivimos la primera pandemia bajo la globalización, con su rápida propagación a escala planetaria. Pero la respuesta humana está lejos de ser igualmente global: nuestros mecanismos de cooperación política corren el riesgo de romperse, precisamente cuando son necesarios para evitar el sálvese quien pueda y para enfrentar las duras consecuencias que vendrán.

A pesar de su origen, una de las primeras víctimas de la pandemia fue la cooperación internacional. Hasta ahora la única respuesta fue unilateral y nacional. El G20 y las Naciones Unidas no inciden. La Unión Europea, la mayor experiencia de coordinación entre estados, corre riesgo de despedazarse y se exacerban las posiciones nacionalistas. El espacio Schengen quedó suspendido de hecho con el regreso de los controles fronterizos y, sin el pacto de estabilidad, los gobiernos se lanzaron a endeudamientos masivos.

Mientras en Europa se discute la crisis de la Unión, en nuestro barrio el Mercosur, una vez más, brilla por su ausencia. No tuvimos ni una reunión de presidentes, y de eso ni se habla. En el principal país, Brasil, se acrecienta el aislamiento del errático presidente Bolsonaro y su democracia profundiza su incierto devenir.

Mientras en Europa se discute la crisis de la Unión, en nuestro barrio el Mercosur brilla por su ausencia. No tuvimos ni una reunión de los presidentes de la región, y de eso ni se habla.

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Las duras discusiones internas en países de la región no suceden, por ahora, aquí: la Argentina de la grieta logró construir acuerdos. Nacidos en la emergencia, el enorme esfuerzo político será que sean sostenibles y resistan los ásperos tiempos venideros.

En una primera fase, donde la crisis fue exclusivamente sanitaria, la emergencia dio origen al consenso político, con el acompañamiento al presidente, quien tuvo hasta ahora centralizó la toma de decisiones, por parte de gobernadores, del poder legislativo y de la oposición. La foto es la de Fernández y Rodríguez Larreta.

También tuvimos cooperación social, con el notable acatamiento al aislamiento de la población, como revelan los datos de transporte en el área metropolitana.

En una segunda fase, donde la crisis se amplía progresivamente a otras esferas, principalmente socioeconómica y política, los acuerdos empiezan ser cuestionados. Gobernadores e intendentes ya reclaman el fin del aislamiento en sus territorios, y gremios y empresarios lo solicitan en sus sectores.

Para mantener el consenso inicial, la política deberá dar al menos dos respuestas básicas.

La primera es la más evidente: este proceso es extremadamente complejo donde cada decisión, con las presiones y urgencias de una crisis, exigirá una gran capacidad de gestión técnica. En esta ingeniería social que abarca a toda la población, cada error, cada aspecto no planificado, tiene un costo demasiado alto no solo en vidas sino en la confianza de los argentinos en quienes conducen.

Precisamente, esta es la segunda y más compleja de las tareas que requiere la Argentina: un duro trabajo político para asegurar la credibilidad del proceso y crear poder para enfrentar la amenaza de tormenta.

Será fundamental que la salida de la cuarentena, cuando el pico de casos está por delante, sea percibida en beneficio del interés general, en un complejo equilibrio entre objetivos sanitarios y económicos. Si, en cambio, las decisiones fueran solo el resultado de las presiones de empresarios y gremios, u oportunismo político, la pérdida de confianza podría llevar a que escapen las riendas de manejo de la crisis. Una sociedad desbordada con, la población saliendo a la calle, más allá de lo que digan gobiernos.

Este reto es excepcional para la política argentina, que deberá romper su propia tradición. ¿Podrán nuestros líderes escapar a la tentación a hacer “una de más” en la búsqueda de la consideración popular? En esta crisis, tan propicia para ello, la política deberá, en cambio, ser muy creativa para transitar caminos no explorados de acuerdos y crear el colchón político necesario para enfrentar las profundas tensiones y contradicciones que vendrán.

Esto es más que compartir el juego en la toma de decisiones a gobernadores, intendentes y al legislativo. Es abrir lo máximo posible la información a la sociedad sobre los modelos epidemiológicos para que todos entendamos no solo la foto de la situación sino la película de adonde vamos y por qué sus costos. Es crear espacios y mesas para acuerdos políticos, no de cúpula sino con la mayor legitimidad entre los argentinos para que los acompañen. Se trata de generar poder para preparar al país para lo que viene. Explicar y acordar.

Para un país vulnerable y dependiente como la Argentina, no será amable un mundo donde se derrumban la economía china (-6,8% del PIB en el primer trimestre, primera caída en 40 años) y la estadounidense (-5,4%, el mayor retroceso desde 1946, alcanzado 17% de desempleo), en el que el comercio internacional caerá entre 13-32% este año, según la Organización Mundial del Comercio.

Con las consecuencias de la crisis de una profundidad que apenas empezamos a percibir, los acuerdos no pueden ser solo nacionales: deberemos reconstruir mecanismos regionales e internacionales de cooperación para dar respuesta a las imperiosas necesidades que vendrán. La Argentina deberá tener una estrategia creativa, considerando los gobiernos existentes, para construir una posición común.

En definitiva, se trata de evitar que el proceso caiga en la competencia cortoplacista de poderes y demostrar, con política, creatividad y capacidad de gestión, que no sólo la emergencia puede crear los consensos necesarios para la salida de la crisis y enfrentar sus duros efectos de corto y mediano plazo.

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Comentarios

  1. Lidia Pizzini

    el 25/04/2020

    Excelente.
    Totalmente de acuerdo en todo el planteo.
    Tanto a nivel nacional, regional como internacional.
    Sobretodo en un contexto de participación ciudadana (hay muchas formas de lograrlo en el mundo tecnológico actual) y transparencia informativa.

  2. gorilagorila

    el 01/06/2020

    ¿Se dice lugares comunes?

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