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02 de abril 2022

Juan Di Loreto

COMO ESAS COSAS QUE NUNCA SE ALCANZAN

Tiempo de lectura: 3 minutos

Quizás les pase a todos, o quizás nos pase a algunos pocos. Tenemos un modo sentimental de habitar el mundo. No es nada especial. Un poco dulce y triste, no queremos que nada se pierda, que todo quede registrado. Nos pasó hace poco con un amigo que conocimos un tipo que parecía escapado de un cuento de Fontanarrosa sobre tangueros. Porque tangueros y melancólicos somos todos. Parece que no tenemos nada. Y sin embargo queremos recordarlo todo.

El sentimentalismo es una atmósfera, un estado del ánimo que viene con una copita de más, con una época del año, con un extrañamiento. El tanguero aquel que nos encontramos era el reverso exacto de lo sentimental. Un extranjero del mundo sujeto al acaso. No tenía teléfono ni reloj ni aceptaba pautar una cita. Me recordó a Shi Huang Ti, el emperador chino del que hablaba Borges en La muralla y los libros. Cada noche dormía en una habitación diferente para escaparle a la muerte. Al tanguero me parece que le pasaba lo mismo. La falta de planificación era su escape de la cita final. Una fuga inútil hacia adelante.

Este sentimentalismo creo (y disculpen la primera persona) es lo que me lleva a escribir. Dejar un registro en el mundo; tan inútil como la huida del tanguero. Por algo uno se siente existencialista, lector de Sartre y Camus, haciendo del vacío, de la nada de la vida, una hoja escrita. Pero todo esto que no sirve para nada, o le sirve a uno, que es lo mismo, es lo inevitable. Somos eso. Somos modos que aprendimos de nuestros viejos, de las canciones que escuchaban, de cómo se les escapaba una lágrima, de los cuentos nostálgicos de los tiempos de antes. Más temprano que tarde, hacemos lo mismo con nuestros hijos. Intentamos dejarles algo, una forma de ser, una tonada inasible de algo que ya fue y sigue viviendo en ellos.

Me recordó a Shi Huang Ti, el emperador chino del que hablaba Borges en La muralla y los libros. Cada noche dormía en una habitación diferente para escaparle a la muerte. Al tanguero me parece que le pasaba lo mismo. La falta de planificación era su escape de la cita final

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Por qué el ser humano inventaría el lenguaje si no es por su sentimentalismo. Lo sentimental va junto con melancólico y nostálgico, más que con el sentimentalismo de las viejas novelas francesas de amor cortés. El sentimiento sobre la razón que calcula. Y el lenguaje es como un invento para no dejar escapar al mundo. En una cultura minimalista, que pretende que uno “suelte”, que salgamos del confort de nuestra zona. Como si poseer no fuera una mera ilusión. ¿Qué tenemos en realidad? Nada. Porque en algún momento todo se nos escapa. Lo había dicho Derrida: tengo un lenguaje, que no es mío. Ni siquiera lo que usamos para capturar el mundo poseemos.

Imaginemos a ese hombre primitivo, un atardecer cualquiera, ya sentía un nudo en la garganta, ya tenía en la mirada otro día que se le había ido. Ya había una conciencia del irse, que uno está, pero siempre se está yendo a otra parte. Ahora, esos hombres y esas mujeres van a algún barcito al atardecer, o vuelven a sus casas o deambulan por ahí. Todos con otro día a cuestas, todos con otro día que se fue. Porque somos eso. Días que se van yendo.

Pero todo esto que no sirve para nada, o le sirve a uno, que es lo mismo, es lo inevitable. Somos eso

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Y un día cualquiera, en aquel bar, en ese otro café faltará alguien. Se hará presente en su ausencia. He ahí el pecado del tanguero en fuga. Como siempre está huyendo nadie lo espera en realidad. Encontrarlo es una casualidad. Vamos por los bares al azar y te lo encontrás al Canario Luna recitando al lau del mostrador: “No lo vieron a Molina, que no pisa más el bar….”. El sentimental está un poco encadenado a la evocación. No puede huir. Dialoga con esas ausencias, que son como quejas de bandoneón, si hasta puede ver las notas melancólicas que flotan en el aire, “como a esas cosas que nunca se alcanzan”.

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