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25 de septiembre 2021

Juan Di Loreto

BUENOS AIRES ES COMO CONTABAS

Tiempo de lectura: 3 minutos

Hay calles con vida y calles momificadas; por unas

se vive andando, por otras se pasa caminando

Ezequiel Martínez Estrada

Todo es escritura, es decir fábula.

Julio Cortázar

Narrar la ciudad es hacerla desaparecer. Porque ponemos la palabra en lugar de la cosa. Como la antigua sentencia escrita por Umberto Eco al final de El nombre de la rosa: si desaparecieran todas las rosas del mundo, quedaría su nombre. Así, cada vez que narramos Buenos Aires la hacemos vivir en nuestras palabras. Porque no hay ciudad sin un relato que la preceda.

No se vive la ciudad sino por medio de esa re-presentación. Como fantasmas somos acosados por los relatos que otros han escrito sobre esta ciudad. Algunas imágenes han sido olvidadas o la ciudad es dificil de reconocer porque su figuración es otra. El tiempo y los recuerdos y los muertos des-figuran. Es lo que le pasaba un pobre inmigrante. Buenos Aires no lo recordaba: “Lajeunesse no hizo sino despotricar contra la chusma de Buenos Aires… a él que había visto crecer la gran ciudad. ¡A él que había peleado el 80 al lado de los porteños!… A él que había fundado una librería en Artes y Piedad a la que concurría Mitre, Pellegrini… y el gran Sarmiento, quien por lo demás, hablaba en francés como una vaca española y era aficionado a los novelones más infames!”.[i]

También Buenos Aires es el meditar vertiginoso en la cabeza de un desesperado, un rajarse de sí mismo. “Vagabundeó toda la tarde. Tenía la necesidad de estar solo… Anduvo por las solitarias ochavas de las calles Arenales y Talcahuano, por las esquinas de Charcas y Rodriguez Peña, en los cruces de Montevideo y Avenida Quintana, apeteciendo el espectáculo de esas calles magníficas en arquitectura y negadas para siempre a los desdichados”.[ii]

Otros encuentran una sensibilidad bucólica teñida de los colores cálidos, cuando la sombra se apodera de la ciudad. “El tren era el de todos los días a la tardecita, pero venía moroso, como sensible al paisaje… Era suave el momento… en eso llegamos a Liniers. Allí, en esa parada tan abundante en tiempo presente, que ofrece el Ferrocari Oeste…”.[iii]

Como la antigua sentencia escrita por Umberto Eco al final de El nombre de la rosa: si desaparecieran todas las rosas del mundo, quedaría su nombre. Así, cada vez que narramos Buenos Aires la hacemos vivir en nuestras palabras.

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La ciudad entrega sus fragmentos a quien quiera narrarlos. El mejor barrio es el que inventamos o el que ponemos de excusa para decir lo que queremos. Alejandro Dolina creó una mitología del barrio de Flores en las Crónicas del Ángel Gris. Borges trabajó con cuchilleros que llevó a pasear por el arrabal y las orillas. Arlt vuelve una y otra vez: caminó y contó Buenos Aires como ninguno. En “El placer de vagabundear” se lo nota con un semblante un poco más esperanzado que en sus novelas. Para caminar la ciudad hay que despojarse de prejuicios y ser un poco escéptico. El arltiano que vaga por la ciudad tiene, ante todo, un actitud abierta con el mundo. Para Arlt los dogmáticos, tan abundantes en esta época infame, les da lo mismo Buenos Aires que Calcuta, porque viven el mundo ciego del dinero y la especulación.

Una obviedad final: las ciudades se evaporan cuando dejan de ser contadas. Los habitantes, las calles, los bares, la esquina aquella, los porteros semidormidos, los miserables, los carros de basura seguirán ahí. Pero la falta de escritores marcarán la declinación definitiva de cualquier lugar. Porque al fin y al cabo, el placer de la ciudad es el placer del texto.


[i]       De Historia funambulesca del profesor Landormy de Arturo Cancela.

[ii]      De Los siete locos de Roberto Arlt.

[iii]     De La muerte y su traje de Santiago Dabove.

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