
“Fue en el negro espejo del anarquismo que el surrealismo se reconoció por primera vez, mucho antes de definirse a sí mismo y cuando apenas era una asociación libre entre individuos despreciando espontáneamente y en bloque, las opresiones sociales y morales de su tiempo”, escribió André Breton para Le Libertaire en 1952.
En tiempos donde prácticamente todo es posible -todo lo bueno, todo lo malo-, cuesta redefinir la ciencia ficción como corriente literaria. Las últimas producciones narrativas (libros, guiones de películas y series, etc) de estos años se proyectan en un futuro muy próximo, casi inmediato, mañana mismo podría suceder lo relatado si consideramos el avance tecnológico. En un marco antropológico, la conducta humana se ha ajustado a necesidades y vulnerabilidades por igual. Desde Frankenstein que el terror fue el estilo que mejor resumió nuestros miedos y debilidades pero ya sabe a poco, es menester adecuarnos a los tiempos. Así, Black Mirror resulta una serie que bajo una sola premisa, el devenir del hombre frente a las vicisitudes de la existencia, retuerce paranoias, miedos, exposiciones sociales con elementos actuales y hasta un paso más adelante. “En el teléfono celular se resume nuestra vida entera” espetan en el último capítulo de la tercera temporada recién estrenada. Black Mirror tuvo apenas tres episodios en la primera entrega, sumaron una cuarta en la segunda y finalmente esta última, seis. El desprecio al Estado y sus construcciones políticas despuntan en el primer capítulo donde el primer ministro inglés debe mantener relaciones sexuales con un cerdo para salvar a una adolescente de la familia real. No es necesario el análisis sociológico, filosófico y/o psicológico para entenderlo: el poder es un asco.
Han pasado más de tres años desde el final de la segunda temporada pero hace dos se emitió el especial de Navidad. White Christmas, con Jon Hamm como protagonista. Cuenta la leyenda que el actor de Mad Men quiso participar de la serie declarándose absoluto fan. Este perturbador episodio no da respiro y resume la intención toda de los creadores: un pesimismo espeso, las miserias humanas expuestas, la muerte de toda espiritualidad y un vacío existencial tal que ni el abismo nos miraría como reflejo. De la cuarta temporada sabemos que Jodie Foster oficiará de directora de una de los capítulos.
¿Miserias humanas? Nombralas que acá están: desde la repulsiva pedofilia hasta la falta de conciencia ecológica (no te la spoileo pero liquidamos a las abejas y no hay más, che); la vieja teoría conspirativa donde a los soldados americanos en Vietnam los drogaban para experimentos neurológicos reaparece en formato marine chauvinista-zombie kafkiano, el lesbianismo incomprendido de San Junipero, etc. El lado oscuro del hombre, un derrotismo sin precedentes donde no hay lugar para la fantasía: todo tiene una base real.
Parafraseando a Schopenhauer diremos que el concepto de libertad es contemplado solo como la ausencia de todo obstáculo, dividido en tres ítems: la libertad física, la intelectual y la moral. A partir de aquí y sin apelar a absolutismos griegos diremos que nunca no hay obstáculos. Claro que el filósofo alemán fue un exquisito pesimista desmoralizado por la existencia así que bien podría ser el padrino de la serie de donde se desprende un flirteo constante con la filosofía más derrotista.
En Black Mirror la libertad no es tal, los obstáculos son más dantescos que Sísifo con su bendita piedra; así la libertad física queda atada a la roca, la intelectual no tiene espacio porque no hay tiempo para el pensamiento y la moral… la moral no sostiene la voluntad.
Eso es Black Mirror, después de Nietzsche, el gran inmoralista.
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