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01 de septiembre 2023

Sonia Budassi

BARBIE, BENDITA TU ERES ENTRE TODAS LAS MUJERES

Tiempo de lectura: 12 minutos

Poco después del estreno de la película Barbie dirigida por Greta Gerwig, protagonizada por el juguete creado en 1959, colegas conocidas y otras desconocidas decían en sus redes haber visto la película y, palabras más, palabras menos, posteaban que no iban a postear sobre ella, cansadas de los posteos ya leídos al respecto. Comprendemos ese hartazgo y por eso tratamos de entender por qué se da esa superproducción de opiniones, impresiones y críticas. En otro sentido, ya en La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica (1936) Walter Benjamin se indignaba por lo que generaban ciertos espectáculos, en aquel momento, recientes: “Es propio de la técnica del cine, igual que la del deporte, que cada persona asista a sus exhibiciones como un medio especialista”. A Benjamin le dolía que cualquiera pudiera, y es más, sintiera, el impulso de “opinar”. Quizá, por otros medios, haya vislumbrado la sobresaturación opinológica contemporánea. No como parte de los sujetos opinadores sino como algo impulsado por el propio objeto de entretenimiento.

Barbie superanalizada y Barbie Pringles

Ana había viajado a Miami y se puso contenta al ver, en un shopping mall exclusivo de Barbie, una de pelo marrón como el suyo, pero al instante se desilusionó: costaba mucho menos que la rubia. ¿Por qué las morochas valían menos? Igual no pidió que le compraran esa, sino la clásica.

Sofía tenía una Tammy, parecida a Barbie pero industria nacional. De todos modos, invitaba a sus amigas a “jugar a las Barbies”. Su mamá le preguntaba “¿por qué ahora les dicen así, si siempre se les dijo “muñecas articuladas”?

Uno de los momentos más alegres de la infancia de Luz -o eso dice- fue cuando una tía que “volvió del extranjero” le trajo la muñeca “oficial”. Aunque hubiera preferido la Crystal – la más vaporosa y deseada-, la “científica”, menos glam, la alucinó: vestía minifalda, un guardapolvo, usaba lentes y como accesorio le vino un microscopio.

Vanina tenía dos “truchas” y dos de las “de verdad”: la bailarina -de sus favoritas, con una pollera de tul rosa y body como si fuera parte del staff del teatro Colón de Buenos Aires- y la Safari, de enterito corto camuflado. Aunque usara zapatillas tenía los pies con la forma perfecta para encajar en zapatos de taco. También le habían comprado el salón de belleza -peluquería incluida- original y la bañadera: se le podía poner agua y jabón, se presionaba un botón y la espuma crecía, digna del jacuzzi de una estrella de cine.

Jorge cuenta que siempre jugaba en la casa de sus primas. Cada vez que ellas cumplían años, consultado por su madre, sugería que le compraran algo de Barbie; la moto, el juego de jardín, la cancha de tenis. Cuenta que ella le decía “¿por qué querés tanto a tus primas que siempre pedís que le regalemos esas cosas tan caras?”. Ella “sospechaba” pero, dice Jorge, “no por el motivo correcto”.

Gisela tenía una sola, no original, “ni siquiera era Tammy”, dice. La diferencia en el plástico se nota mucho. Es duro, frágil, poco flexible. Se quiebra de nada. Aún la conserva. La llamó Annie, así, con doble n y una i y una e. No tenía signos externos de su profesión pero ella le había asignado el de abogada. Dormía en una cama de madera construida por su madre gracias a un molde de una revista coleccionable. Con telas cosió sábanas, frazadas y también ropa. Se acuerda especialmente de una pollera tubo para ir a Tribunales y una remera manga larga de raso negro con pañuelito rojo al cuello.

Gisela siente envidia al oír los relatos del resto del grupo que armó el programa para ir al cine. Lo hicieron con anticipación porque era difícil conseguir entrada. Gisela quiere a sus amigos pero a pesar de todos los años que pasaron, siente un resentimiento real, físico, y por eso vergonzante, al evocar los muebles y accesorios que el resto tenía y ella no. Jorge siente algo similar pero porque a ellas las dejaban jugar sin tener que esconderse.

Ana había viajado a Miami y se puso contenta al ver, en un shopping de Barbie, una de pelo marrón como el suyo, pero al instante se desilusionó: costaba mucho menos que la rubia. ¿Por qué las morochas valían menos? Igual pidió que le compraran la clásica.

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A aquel plan se había sumado el novio de Vanina, Lucio, un varón hetero cis. Para él, Barbie era un ideal de chica para “levantarse”, alta, flaca, con curvas; un avatar de Instagram retocado imposible, una actriz mezcla de modelo y vedette; sabía que nunca iba a encontrar a alguien así pero esa referencia, copiada en las pasarelas y en las pantallas, queriéndolo o no, le hacía ver a varias como petisas, gorditas, poco agraciadas. Eso durante su adolescencia (y quizá luego). Pero de chico nunca tuvo trato directo con la muñeca; es el único que no parece tener un recuerdo de infancia para evocar.

El negocio de la nostalgia atraviesa rubros que van de los biopics de personajes históricos, a indumentaria y muebles vintage, hasta el territorio de la infancia en los que Barbie se inscribe, puro efecto emocional, en la tradición de Monsters Inc., Toy Story y otras como la dirigida por la realizadora, Mujercitas.

¿Barbie condescendiente?

Los buenos objetos pop resultan eficaces en su convocatoria por varios motivos. Uno de ellos es porque muchísima gente expresa reacciones: de rechazo, de cariño; un deseo festivo, o uno destructivo. Y variados matices -de lo aspiracional a lo defenestrado- entre los cuales no suele encontrarse la indiferencia. Eso pasa con Barbie en varios países del mundo. Y sobre determinadas generaciones, el efecto es mayor. Por ejemplo, en las argentinas, criadas a partir y luego del boom de las importaciones en la década de los 90, que nos trajo el lujo de las hoy impagables papas Pringles, caviar en el supermercado e indumentaria “de marca” que, como en el universo rosado de las muñecas, tenían sus “segundas marcas”, variaciones copiadas, y a veces creativas, de lo “original”. La película recupera ese poder de la figura como gran modeladora social y es una máquina simbólica, perfecta, amable y no tanto, del también capitalismo estereotípico: incluye, como ese sólido sistema abierto en términos del funcionalismo, las críticas hacia su propio ser. De modo literal -en Barbieland las muñecas “raras”, que sufrieron mutilaciones, a quienes las niñas les pintaron la cara con fibra, o les cortaron el pelo, viven separadas del resto. Y son presas de cierto bullying. Al mismo tiempo, los cuestionamientos se reconfiguran de manera que a veces hasta resulta atractiva. En su mundo de ficción, todo lo incorpora y lo subsume. Incluso entre quienes la defenestran como modelo que -como dice en la propia película una adolescente de rasgos latinos- les hizo sentir frustración y complejos de inferioridad y por eso dejaron de jugar con ella.

Los buenos objetos pop resultan eficaces en su convocatoria por varios motivos. Uno de ellos es porque muchísima gente expresa reacciones: de rechazo, de cariño; un deseo festivo, o uno destructivo. Y variados matices -de lo aspiracional a lo defenestrado- entre los cuales no suele encontrarse la indiferencia. Eso pasa con Barbie en varios países del mundo

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Y así, por fuera del mundo ficcional, es interesante cómo, a la vez, quienes ven la película, duplican aquellas críticas y ponen el ojo en todo lo que, desde la ideología y la política, la película no alcanza a ser, ni a representar, ni a cuestionar. En la publicación The Feminist, entre otras tantas, se la acusa de ser“woke”, “pink washing”, y demasiado binaria; algo mencionado en medios argentinos, del mainstream a los de nicho. Calificaciones que ya se le habían endilgado a las más recientes temporadas de la serie Sex and the city. Just like that. El guión parece ser conciente de algunas contradicciones de manera inteligente (¿y condescendiente?).

El trailer de este “tanque” da cuenta de lo dicho al principio. “Si querés a Barbie, esta película es para vos. Si odiás a Barbie, esta película es para vos” (If you love Barbie, this movie is for you. If you hate Barbie, this movie is for you.).

Barbie maldita, muñeca bendita

Muñeca bendita, fantasía de un mundo rosa en expansión. Luego de su lanzamiento la familia se agrandó: con el tiempo tuvo hermana -Skipper- Ken y el amigo de Ken, Allan -que se roba la película- mascotas, amigas, duplicaciones, clones con onda, glamour y mil hobbies y parentescos. Algunas discontinuadas, como Midge, la Barbie embarazada, y la que tenía una pantalla de TV en la espalda: una suerte de Barbie Ciborg material, que sin explicitarlo, quizá ejemplifica en modo plástico, la teoría de  Donna Haraway. El modelo no redituaba por freak, entre otros que representaban anomalías para la estética y la ética de la época. Matell como tantos otros, se adapta, cambia y, aún en sus riesgos, va tensando lo que permite cada momento y su clima social.  

Muñeca maldita, fantasía de un mundo deseable, modelo lúdico aspiracional. Inés tiene 25 años, es licenciada en Diseño de Imagen y Sonido y recuerda que con sus amigas jugaban más que nada a vestirlas e inventarles “trabajos divertidos”. El rol que una elegía no podía usarlo otra. Sus preferidas eran la mesera en patines, la DJ, la pintora de cuadros y la periodista (esa venía de fábrica y era de televisión, con su trajecito sastre, minifalda y micrófono broadcast).

Muñeca maldita, con la siempre citada imposición de parámetros, dimensiones y facciones imposibles en el mundo humano que no apela a intervenciones quirúrgicas, y un alarde de hegemonía blanca occidental que aún permanece más allá de que, con el tiempo, aparecieran, como vemos en la película, Kens asiáticos y Barbies afro. Inés jugaba con sus amigas a un videojuego del Windows 98 donde seleccionabas vestuarios y opciones de avatar …“Me acuerdo de que nadie elegía a la negra”, dice. Muñeca maldita, entonces, es lógico que para su aniversario de 50, en 2009, diseñadores y fashionistas que cuentan los centímetros corporales de sus modelos, quienes a su vez cuentan las hojas de lechuga que deben comer para poder cumplir con ellos, la homenajearan en la semana de la moda de Nueva York; Prada, Calvin Klein, Gucci, Betsey Johnson y varias más.

En aquel año Mattel lanzó una encuesta para elegir “por voto popular” la profesión número 125 de la casi siempre rubia. Ganó la “Ingeniera en Sistemas”. (¡Cuánta exigencia!). Según consigna el diario digital dedicado al mundo de las empresas Infonegocios con versiones en Estados Unidos y Latinoamérica, la presidenta de la Sociedad de Mujeres Ingenieras de aquel país dijo: “Como Ingeniera Informática, Barbie mostrará a las chicas que las mujeres pueden diseñar productos que tienen un impacto importante y positivo en la vida diaria de la gente”. ¿Se necesitaba a Barbie para eso en el siglo XXI?

La muñeca forjó alianzas entre los “sectores de la sociedad civil”, los privados, y el Estado y todo es mercado: esa asociación profesional, y la Academia Nacional de Ingeniería de aquel país, colaboró en el diseño de su figura e indumentaria: una remera ilustrada con un código binario, un smartphone, auriculares bluetooth y una netbook rosa.

El pecado original de Barbie

La película propone una suerte de redención. Uno de sus mayores logros, entonces, reside en el tono, en especial durante el primer tramo -luego se torna algo solemne, demasiado discursiva y moralista- en la que se toma a sí misma en chiste. Apela a la idea de que Mattel, al crear una muñeca adulta -en rigor ya había otra anterior, Lilli, industria alemana, de 1953- con muchas profesiones, “liberaba” a la mujer de su eterna representación como madre, ama de casa y esposa. Y de ese modo auspiciaba un nuevo y revolucionario ideario de autonomía femenina entre las niñas. No consta que esa idea feminista y altruista haya sido explicitada por la empresa pero no es necesario pedirle referencialidad a una película de fantasía. En todo caso, en ese punto, el guión funciona. El film arranca con esa descripción y agrega: “Gracias a Barbie todos los problemas de feminismo e igualdad de género se resolvieron”. El chiste es eficaz. Y también el discurso demasiado dulce adrede, exagerado, del principio, donde se cuenta que cada jornada de Barbie Estereotípica, la protagonista, y de las otras barbies, que lo dominan todo en aquel mundo, es una maravilla. Una voz over informa: “Barbie tiene un gran día todos los días, pero Ken solo tiene un buen día cuando Barbie lo mira”. Esa suerte de mundo matriarcal juega, por un momento, de manera graciosa, con el riesgo de plantear un “machismo al revés” -expresión usada por los rancios conservadores. Pero sale airoso en su búsqueda de matices. En un momento, por ejemplo, ella le dice a Ken que quizá no haya estado bien que todas las noches en Barbieland fueran “noches de chicas”. Admite con aires de disculpas que también pudo haber compartido alguna con él.

La película propone una suerte de redención. Uno de sus mayores logros, entonces, reside en el tono, en especial durante el primer tramo -luego se torna algo solemne, demasiado discursiva y moralista- en la que se toma a sí misma en chiste

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Barbie Artie

Al mismo tiempo, las buenas piezas pop, se vuelven susceptibles de vapuleo y recreación e intervenciones en publicidades, dramaturgias, literatura, stands ups, y arte contemporáneo que los reescriben. Ejemplo reciente, entre tantos: luego del estreno, una ilustradora  de The New Yorker armó la serie “Barbies que deseaba que existieran cuando era niña”. Una dice “Hola, soy Barbie, me corté el flequillo demasiado corto otra vez”. “Barbie sobrecaifeinada. Toma de 5 a 8 tazas de café por día”. “Barbie Antisocial. Incluye libro con 200 excusas para cancelar planes y eventos”. “Barbie Harta. Se va a hacer senderismo para siempre. Cansada del capitalismo tardío. De la cultura influencer. De la gente en general. De luchar contra el patriarcado. De esperar en una fila”. Ejemplos históricos hubo siempre: Barbie, desde hace décadas, fue objeto de intervención artística, de regeneración posmoderna, de reapropiación violenta, de juego pop con otros íconos como la Gioconda.

Su masividad icónica -e irónica- es tal que, hace unos días, usó su imagen el Twitter del Ejército israelí para hablar del líder del Hezbollah. La cuenta, tantas veces cínica, borró la publicación (https://twitter.com/IDF/status/1690806811023056896)

Julieta nació y vive en Viedma, tiene 17 años, está en el último año de la escuela pública de elite de aquella ciudad y fue a ver Barbie con su novia y su madre. Nunca jugó con muñecas, a diferencia de Inés, a quien le llamó la atención que en Bahía Blanca, una ciudad de la provincia de Buenos Aires de unos 400 000 habitantes, donde vio la película hubiera, como en las imágenes de New York y otras grandes urbes del mundo, chicas lookeadas en rosa y tules, cuadrilles de algodón, moños y vinchas. “Creo que a esos chicos y chicas le puede haber defraudado la película, o que no se esperaban las críticas que hace”.

Julieta, desde Viedma, dice que su novia piensa lo mismo que ella: hay gente a la cual no le pareció nada “guau” porque repite “lo que las feministas venimos buscando hace años”. Ella, que en otra charla contó que votó a Javier Milei en las primarias de 2023 en Argentina -un liberal que propone, entre otras medidas, eliminar el Ministerio de la Mujer- cree que al ser tan taquillera, muchas más personas van a “captar ese discurso”. Porque “apunta a un público más grande que el de los films previos de dibujos animados”. La directora logra, según ella, que los hombres, quienes entienden menos el mensaje del maltrato machista, puedan escucharlo. Rescata la sensibilidad y vulnerabilidad de Ken, evidenciado como un objeto, como un muñeco que pone en la pantalla “una realidad que viven muchas mujeres y que suele ignorarse”. Julieta no vio, entonces, una deficiencia en la representación de la comunidad LGBTI que sí vieron algunas activistas, periodistas y personas de otras profesiones que lo contaron en sus redes. Prestó atención a otra cosa.

En el énfasis sobre la liviana felicidad originaria de Barbie en su Barbieland, sumada al convencimiento de que su mera existencia había colaborado con una buena causa; en el subrayado de las características de la transformación patriarcal de Ken -le habla de autos a las Barbies, las somete mientras sonríe, y “les enseña cosas” como teorizó Rebecca Solnit resumiendo lo que hemos sufrido todas-, es decir, en su gracia hiperbólica se contruye una parodia que hace reír y llorar en diferentes momentos. Como cuando Ken descubre el patriarcado y quiere implantarlo -otra lectura política histórica es posible- en Barbieland pero también cuando las humanas le recriminan a la muñeca sus efectos nocivos para la autoestima. 

La película propone varias lecturas -tampoco tantas-, y siempre es productivo que el pop genere preguntas. Si es tan feminista como debiera, si su imperativo solo ha de ser entretenimiento, si podría aprovechar para ir más allá, si realmente hace guiños piolas y se asume, como afirma Maia Debowicz en su reseña publicada en La Agenda, reinvindica a la muñeca en cuanto a ícono gay. Podríamos, como afirma ella y otros autores, interpretar que Ken, sutil, desea más los zapatos de Barbie, que ser su novia.

No interesan acá las cuestiones psicoanalíticas, sino la práctica doméstica, y su posible concepción artística y cultural: tener una muñeca en la mano y poder dominarla, narrarle una historia que nos es propia.

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Barbie Militante

En esta atmósfera cultural donde varias obras, desde los happenings de los 60 hasta el biodrama caen bajo el paraguas de la categoría perfomance, podemos pensar en esos términos los juegos de la infancia. No interesan acá las cuestiones psicoanalíticas, sino la práctica doméstica, y su posible concepción artística y cultural: tener una muñeca en la mano y poder dominarla, narrarle una historia que nos es propia. Lo que pasa en ese limbo cotidiano de lo lúdico, el límite entre someterse a reglas externas, sociales, y creaciones autónomas, individuales. La obvia tensión entre la fantasía -rosa, brillosa, voluptuosa, flaca, feliz, rubia, alta, prescindente, poderosa -que se nos impone, junto a ese bagaje cruel de su lenguaje prescriptivo, y la que creamos al armar, libres un poco, el “expediente” que la Barbie que inventamos abogada, debe llevar a Tribunales, manipulando papeles cortados por tijeras escolares y una cajita de fósforos vacía, y un trajecito hecho a mano con habilidad casera. También, ya se dijo, ya se sabe, y la película da rastros con las “raritas” se puede hacer casi cualquier cosa, sabotaje, daño, rebeldía, con una muñeca atrapada en una mano.

Cada aventura y forma de ser convive -como no muestra la película ¿debería hacerlo?, criticada por poco intereseccional- con las diferencias de clase entre Tammys y Barbies, entre casas originales y de cartón, hechas a mano. Entre mujeres y varones, no binaries, tortas y gays. Y entre las risas y las lágrimas vistas en el cine, retumba una sensación, con suerte, incómoda, entre lo consolatorio y la emancipación. No es poco para una película intrépida desde lo formal. Que busca que le perdonen sus pecados de época: Barbie era joven y necesitaba el dinero. Y ahora encuentra nuevas formas para conseguirlo.

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