
BAJO LA ALFOMBRA (parte 3): EXHIBIR LA VELEIDAD
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La foto de un yate en Marbella, champagne, la espalda de un hombre y el reflejo, a través de la ventana del navío, de quien toma el retrato: una mujer de formas contundentes y sinuosas enfundada en una brevísima bikini negra. Una instantánea que, de no tener de protagonistas a un político y a su chica de turno, no hubiese despertado más que envidia en buena parte de una sociedad que está acostumbrada a la descarada exhibición de lujos en las redes, en la televisión y hasta en los vídeos musicales que consume.
Es que el Insaurraldegate quizás también deja al desnudo el desorden reinante en estos últimos años: desde una profunda crisis de masculinidad a la cultura del porno, pasando por la ostentación y el lugar que ocupan muchas mujeres: muñecas inflables que presumen de sus lujos. Mientras los que regalan dichos obsequios, a su vez, alardean de esa grata compañía. La felicidad como fruto de la envidia que se despierta en los demás. La exacerbación de la banalidad.
Por supuesto que nada es nuevo, pero lo notable es cómo ha ido creciendo a la sombra de un discurso que daba por tierra esa característica tan de los noventa. Quizás aquel triunfo de Fernando De La Rúa montado en “una fiesta para unos pocos” confundió las bases con las que se sentó el relato del nuevo siglo. Tal vez aquel enojo de una extensa porción de la sociedad no era hacía el mundo “pizza con champagne”, sino con el hecho de no ser parte del convite, ya que encima, esos invitados al parecer compraban sus entradas con plata que, se intuía, les era ajena.
Jesica Cirio, Pamela David, Sabrína Rojas o Silvina Luna eran de las más requeridas para modelar sus formas estridentes. Para las modelos, tapa y contratapa asegurada. Para las chicas de a pie, cuerpos a copiar e ingresos extras
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Fue bien entrados los dosmiles, cuando Ricardo Fort apareció en una nota en la revista Paparazzi vacacionando con Celina Rucci, una monumental ex chica Sofovich bien casada con el cuñado de un ministro. Las imágenes los mostraban al sol como buenos amigos disfrutando de las mieles de la buena vida en Miami, ese faro de los años de la economía de Martínez de Hoz que volvía, esta vez en forma de aspiración más democráticamente colectiva. Tiempos de tasas chinas.
El empresario, que ya había intentado ingresar en los medios, esta vez parecía dispuesto a todo por ser miembro de la farándula. Y qué mejor que esa publicación con una tirada impresionante, donde las chicas más lindas de la Argentina pululaban entre bikinis y escándalos, para dar el puntapié a su carrera artística, el sueño que le faltaba cumplir y que, de ser necesario, ahora compraría.
Los excéntricos gustos de Ricardo Fort, llegaron a la televisión y fueron consumidos por un fragmento del público como dislates para reírse, pero no así para otra parte que miraba la riqueza con la ñata contra el vidrio. Sus viajes, sus dudosos noviazgos con chicas pulposas, su avión privado y hasta la estética de superhéroe parecieron entonces ser aprobados en tiempos donde las estadounidenses Kardashian, con Kim comandando el clan, desde un programa de cable fomentaban el exceso como parte de la felicidad. El derroche globalizado.

¿Quién no quisiera ser millonario para tener cuanto capricho se le ocurra? Todo al alcance de la mano: joyas, pieles, mansiones y cambios corporales radicales tapizando el camino hacia la felicidad. Una felicidad construida, también, con el ojo de los otros, que fuera de esa burbuja, solo podían envidiar. Un sentimiento que quizás también potenciaba esa necesidad de exhibición impúdica.
“El mundo es tuyo”, aquella frase que flotaba sobre la fuente ubicada en el living de Tony Montana en la película “Scarface” ya no era irónica. Quizás ni en sus sueños el director Brian De Palma imaginó que esa estética exagerada sería años después reivindicada. Casi un tatuaje mental a la hora de manifestar los deseos.
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Las chicas Paparazzi cuando no estaban en la portada igual aparecían vía publicidad en la contratapa. Es que las modelos con cachet dolarizados, en tiempos de vacas flacas, habían sido reemplazadas por esta camada de muchachas más parecidas a las vedettes y perfectas para las pequeñas empresas nacidas al calor de la sustitución de importados y los patacones.
Entre ellas, las marcas de ropa interior cuya venta por catálogo, sumada a la de cosméticos entre vecinas fueron una salida laboral e hicieron de esos cuerpos soñados un buen anzuelo. En los barrios se iba reconstruyendo la economía familiar a través de las jefas de hogar y las bombachas y los corpiños, como changuita, siempre sumaba unos pesos.
Jesica Cirio, Pamela David, Sabrína Rojas o Silvina Luna eran de las más requeridas para modelar sus formas estridentes. Para las modelos, tapa y contratapa asegurada. Para las chicas de a pie, cuerpos a copiar e ingresos extras. Para los varones, el deseo multiplicado.
La jovencita de Boulogne ahora era una mujer con una vida de ensueño. Revistas y su cuenta de Instagram para retratar colecciones de carteras, zapatos y hasta retoques estéticos. Fotos de jirafas desayunando junto a ella envuelta en un vestido fastuoso en pleno viaje a África
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Pero si Ricardo Fort parecía el tope de gama de la exageración no pasó mucho para que fuera reemplazado por Wanda Nara. Una rubiecita pícara que entendió rápido el mundo que se venía. Un escándalo como puerta del cielo: una foto tomada por asalto (o no tanto, se dice que fue la propia blonda quien alertó a los fotógrafos) vestida con un calzoncillo que supuestamente le pertenecía a Diego Maradona bastó para que todos posaran sus ojos sobre ella.
Pero cuando el escándalo parecía apagarse, y ante el aluvión de chicas igual de predispuestas a escandalizar en pos de una portada, la declaración de su virginidad selló para siempre su ingreso triunfal al grupo de “ganadoras”.
Sexo, vídeos, Bailando por un sueño, futbolistas, un casamiento soñado, Europa, hijos, un divorcio escandaloso y un nuevo romance explosivo con un amigo de su marido, cuyo futuro era más próspero aún, hicieron de Wanda una máquina de exposición. La jovencita de Boulogne ahora era una mujer con una vida de ensueño. Revistas y su cuenta de Instagram para retratar colecciones de carteras, zapatos y hasta retoques estéticos. Fotos de jirafas desayunando junto a ella envuelta en un vestido fastuoso en pleno viaje a África como parte del álbum que día a día exhibe en su cuenta de Instagram.

La misma en la que contó la infidelidad de su joven segundo marido y desató una ola conservadora. La supuesta tercera en discordia, la bellísima “China” Suárez en el ojo de la tormenta. Es que la actriz no era la primera vez que cargaba con el mote de “peligrosa para la institución matrimonial”.
Las posteriores idas y venidas del matrimonio, que superó el “zorragate”, fueron entre viajes exóticos, ropa de lujo y el acercamiento de Nara con el músico en ascenso L-Gante, que la hizo protagonizar un vídeo en el cual ella parecía como una princesa robándole el corazón a un pandillero exitoso. La dama y el vagabundo versión “Scarface”.
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Hartazgo, crisis masculina y el cuerpo femenino como atajo en un mundo cada vez más incierto. Del votante de Milei se han hecho mil análisis y en todos la alienación es parte del salto al vacío a la dolarización, la zanahoria más atractiva para tamaño arrojó a lo desconocido.
Dólares para comprar autos, viajes, jueguitos, chicas. Dólares como una extensión del pene en tiempos donde proveer a una bella chica vuelve a ser bien considerado. Pero no a cualquier esposa, una que merezca el sacrificio y proporcione el status necesario. Un mundo donde el cuerpo se pone desde todos los ángulos. Desde la autoexplotación laboral hasta extenuantes jornadas gimnásticas, pasando por retoques faciales que hacen olvidar caras originales.
El “fordismo” facial que en los noventa hacía que las mujeres fueran todas como una extensión de la vedette Alejandra Pradon (Zulema Yoma, la primera dama, incluida) hasta las actuales, donde las chicas parecen salidas de un film porno. Pestañas postizas tupidas, uñas de acrílico cual garra, narices mínimas, y labios y pómulos con forma de manzanas hacen, por ahí, que la clonación del perro Conan no asuste tanto. La belleza ya está calcada.

Se habla mucho de esos varones resentidos con las mujeres y de las mujeres geishas dispuestas a todo para acceder al lujo. Ese desencuentro quizás sea también parte de la angustia generalizada del nada nunca alcanza. Sin dinero no hay paraíso.
Si en los noventa los empresarios se morían por salir con modelos, como bien dijo por entonces en una publicación la modelo top María Vázquez, en los dosmiles los hombres se desviven por aparecer junto a estas chicas de formas rotundas y vestuarios que no dejan duda de las mismas. Chicas exorbitantes que parecen ser el modelo a emular. Cuerpos ardientes abriendo el camino a vidas perfectas. Regalos costosos, playas paradisíacas, autos importados y la posibilidad de democratizar la belleza. Ya no sólo se nace linda, sino que se puede construir, quizás, a gusto y piacere de los varones.
Esos que con sus deseos financian la construcción de un objeto del deseo ya no tan particular sino colectivo “que los otros me envidien la muñeca que supe fabricar”. Tipas porno nazilook, como diría el Indio.
Pestañas postizas tupidas, uñas de acrílico cual garra, narices mínimas, y labios y pómulos con forma de manzanas hacen, por ahí, que la clonación del perro Conan no asuste tanto. La belleza ya está calcada
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La hipocresía de ser mejores chocó de bruces con esa foto del yate. En el fondo, atravesados por la crisis de estos tiempos, la política entró en su laberinto. Ya no sólo por sus deudas con la sociedad, sino por el ejemplo que piensan dar. Lo privado y lo público están enlazados, para ser creíbles hay que serlo ya que nadie oye los cantos de sirena.
En tiempos donde todo es visual una imagen vale más que mil promesas: criticar el egoísmo de un votante actuando con desparpajo solo puede traer más enojo.
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Este año se cumplen cuarenta años de democracia y en enero se cumplirán cuarenta años de una tapa de Gente que revolucionó culturalmente al país. De espaldas a la cámara, mirando por sobre sus hombros, desafiante, una jovencita le mostraba al mundo el verdadero poder que marcaría los años venideros. Una cola dorada, mullida y atlética cubierta apenas por una módica telita iniciaba toda una época: el cola less. La prenda más importante de estos últimos tiempos. Donde pasan los gobiernos, cambian los vientos, pero ella se mantiene firme y cada vez más influyente. Tanto como el poder económico. Por eso la foto de un yate en Marbella, champagne, la espalda de un hombre y el reflejo, a través de la ventana del navío, de quien toma el retrato: una mujer de formas contundentes y sinuosas enfundada en una brevísima bikini negra, enfureció tanto. El deseo de muchos en manos de una casta tan o más veleidosa que una parte de esa sociedad a la que siempre se la acusa de frívola.
El frívolo es el otro.