
A Mai, por sus recuerdos.
Araceli se despierta. Camina a la cocina, pone la pava, conversa con Horacio y lo llama a Emiliano, su hijo de 9 años, para que se levante y se incorpore a la ritualizada jornada de los sábados de limpieza. Corre el año 1996 en el “Viplastic”, el Barrio de monoblocks de Longchamps en Almirante Brown, construido en los setentas para los trabajadores de la Fábrica de plásticos que lleva el mismo nombre. La fábrica cerró el año pasado. Horacio, que trabajaba allí ahora se dedica a repartir galletitas en kioscos y almacenes con su camioneta. A Emi, le cuesta levantarse. Pero lo hace igual: se limpia la cara, se pone un buzo, un jogging y toma la escoba que le concede Araceli sin mucho ánimo. “Reparador de sueños” de Silvio Rodríguez suena en toda la casa al volumen típico para subir la mañana y arremangarse. Pasan unos minutos y Emi, que le había tocado en suerte la zona del living comedor, recibe de muy cerca las melodías de la cinta raspada del cassette “Tríptico volumen 2”. Se detiene, con sus dos manitos aferradas a la escoba y con cara de preocupado mira fijo a su mamá que pasa justo a las apuradas con un balde y un trapo de piso.
-¿Qué pasa Emi?
-Me pone triste
-¿Qué cosa?
-La música, me pone triste
Araceli hace un silencio, respira hondo y después de unos segundos le contesta:
-Poné lo que quieras; pero dale, no te cuelgues.
Impregnación de olores, sonidos, colores: aunque el mundo se venía a pedazos cometíamos excesos. Y no me refiero solo a un exceso de adquisición de cosas tangibles, sino a una excitación
A Emiliano, que se le dibuja una sonrisa en la cara, sale corriendo a su cuarto, cierra la puerta y no regresa más. Luego de unos minutos Araceli y Horacio escuchan retumbar toda la casa: suena el grave del bajo de “Abarajame” de Illia Kuryaki and the Valderramas del cassette “Chaco” que le regaló el Tío Víctor hace poco para su cumpleaños. Entran al cuarto, sigilosos y lo espían: Emi baila solo con la escoba y mueve sus hombros y tira patadas como si fuera un ninja.
Lo fundamental de la eficacia de la década menemista estuvo en la piel, no en sus textos. Impregnación de olores, sonidos, colores: aunque el mundo se venía a pedazos cometíamos excesos. Y no me refiero solo a un exceso de adquisición de cosas tangibles, sino a una excitación. Excitación que inaugura, que origina. ¿De qué nos estamos escondiendo cuando la hacemos tabú? Esta anécdota me la contó hace poco un amigo y me resultó reveladora dado que contiene todos los elementos de una escena primitiva. Pasarla mal, pasarla bien, tristeza y un elixir de nuevas sensualidades. Todo junto en un mismo fermento ambiguo. Y de alguna manera Emiliano hoy a sus treinta y tantos no volvió más de ese cuarto. Lo que encontró allí -esa suavidad, esa distancia íntima- aún forma parte de él y, dado que lo conozco, doy fe que lo cultiva con mucha delicadeza. Una escena-origen sin origen, arcaica. Donde quizás haya un nosotros posible detenido, latente.
Hace poco leyendo un texto de Martín Rodríguez en el que nos incita a que “el menemismo como tema no nos tape la década” -que cual tótem ubicamos en Carlos Saúl Menem a la figura que la nombra- tuve la particular sensación de que ahí olvidamos y quizás negamos algo. O aún más difícil: negamos que negamos. Y lo sabemos, la posición renegatoria es una de las cosas más complejas de desarmar. La década del 90 como época es más que Menem, pero a su vez, el Padre imprime su apellido y designa (y dejamos que lo haga). “Las emociones no te pertenecen, te hacen pertenecer” (Sara Ahmed) y dirigen, moldean, orientan las superficies de los cuerpos. ¿Existe algo así como una piel menemista? Mi intuición es que sí. Y que es posible advertir en ella signos adheridos de emociones que nos hicieron pertenecer a lo más arcaico del disfrute del consumo. Una fuerza de puro impulso, sin la mediatización, sin la sofisticación, sin el diván que quizás hoy tiene.
Dicen que pensar es escuchar afectos: “los efectos de las fuerzas del mundo en nosotros” (Suely Rolnik) ¿Por qué volver allí, 20 años después? Conocer quiénes somos, conocer quiénes podemos llegar a ser. Aquellos que nos constituimos -desde distintos campos y trayectorias- en un activo anti-macrista aún no contamos con una política de oposición a lo neoliberal que recupere la iniciativa en relación a temas sensibles en los que se apoya la fuerza enemiga: el consumo y su poder subjetivante, el papel del Estado y las imágenes de futuro. Por decir sólo algunos. Y no contar con una política es casi lo mismo que decir que aún no hemos podido pensar; sino, sólo reasegurar el fundamento: lo ya pensado por otros.
Aquellos que nos constituimos -desde distintos campos y trayectorias- en un activo anti-macrista aún no contamos con una política de oposición a lo neoliberal que recupere la iniciativa en relación a temas sensibles en los que se apoya la fuerza enemiga: el consumo y su poder subjetivante, el papel del Estado y las imágenes de futuro
Ritornello
Principio 2016. Programa de Fantino. El Turco Asís pide correrse de la mesa compartida con los demás periodistas de Animales Sueltos y aduce que él no practica “periodismo patrullero”. El clima en el estudio (y en el país) se siente denso y signado por el festejo revanchista: bolsos de López, anti kirchnerismo moral y engorrado, cacerías y linchamientos mediáticos a todos aquellos que hayan estado en el proceso político que acababa de ser derrotado en las urnas. Fantino inaugura la sección de tomar el café con el Turco y una pregunta del conductor (obvia, predecible) intenta dar pie a que el entrevistado se alinee en la opaca tarea de seguir pinchando la conciencia escandalizada de los televidentes. El Turco lo mira. Se reclina sobre su asiento y contesta: “saben que no sólo no fui kirchnerista sino que fui muy crítico y opositor al kirchnerismo”. La maniobra retórica se torna evidente, se trata de un repliegue que anticipa un discurso en un sentido disonante, no esperado. El Turco mueve su cuerpo, lo mueve hacia adelante, se corre de la órbita de la mirada de Fantino, se amasa el bigote y dispara: “Sólo le voy a decir una cosa a los pibes y pibas que formaron parte de ese proceso: (hace una pausa y mira fijo a la cámara) Chicos… no se arrepientan”.
Principio 2016. Pasillos del Ministerio de Salud de la Nación. ATE acaba de reincorporarme junto a otros 100 compañeros luego de que seamos despedidos en enero de ese año. La condición de la vuelta impuesta en la negociación es que no regresemos al sector de origen. Deambulo, en busca de uno de los tantos papeles para terminar el trámite que selle mi reincorporación. Me siento en un limbo: soy un zombi, ni despedido, ni reincorporado. Ni vivo, ni muerto. Las miradas de los nuevos “funcio” que aterrizan en el viejo bloque de cemento de 9 de Julio están cargadas de desprecio. Te miran, te reconocen, saborean la victoria y sienten el placer de humillarte. Salgo de una oficina y encaro para el pasillo y me choco, sin querer, con una señora que me abre los brazos y me dice: “Ignacio…compañero, ¿como estas?”. Lo veo y no lo creo. Se trata de Adriana Palacios. Histórica concejal y dirigente del Partido Justicialista durante los 90 en el partido de Moreno; a la cual, durante buena parte de mi militancia estudiantil la enfrenté y la injurié en la pelea por el boleto de secundarios, por los arreglos que el bloque del PJ mantenía con la empresa de colectivos del distrito.
Adriana tiene un perfume muy rico, envolvente, que me lo impregna en el roce de su pañuelo fino y suave. Siento un bálsamo. El abrazo de una tía, en el medio de una guerra.
El Turco mueve su cuerpo, lo mueve hacia adelante, se corre de la órbita de la mirada de Fantino, se amasa el bigote y dispara: “Sólo le voy a decir una cosa a los pibes y pibas que formaron parte de ese proceso: (hace una pausa y mira fijo a la cámara) Chicos… no se arrepientan”
Comprender-Sanar-Redimir: ciclos de mediana duración en los que se retorna, a contrapelo, a los 30 años precedentes y se produce una demora que, a la vez, genera imágenes y sentidos acerca del ¿cómo vivir juntos? que se abre. Un plano temporal -siempre actual- que se activa o reactiva a partir de un suceso determinado que lo rememora: toma tiempo saber lo que podemos hacer con la emoción. Y ese tiempo recorre un bucle, una retracción sobre lo incomodo, doloroso, placentero y ambiguo que fue y es vivir; produciendo un suelo frágil que conecta lo que nos pasa con lo que nos pasó. Allí se abre la posibilidad de un perdón, sobre lo que se pudo y lo que no. En ese tiempo de elaboración se gestan las operaciones culturales y políticas, es decir, las lecturas estratégicas necesarias, para articular los desafíos presentes y captar futuridades virtuales.

Algo de esto ocurrió en el periodo 1996 (20 años del golpe) y 2002-2003-2004 (masacre de puente Pueyrredón- asunción de Kirchner-expropiación de la Esma). En el transcurso de las luchas y peticiones de esos años se abrió un bucle en el que el cuerpo se demora y comprendió, sanó y redimió algo (nunca es completo) de las marcas producidas por el genocidio. Y desde ellas se elaboró un sentido y una imagen en torno al Estado y en torno al Futuro. “Del Cielo por asalto, al cielo posible”. Por eso no fue casual que una de las palabras con mayor circulación por esos años posteriores al 2001 haya sido la de “recuperación”: recuperar el Estado, la Memoria, el País, “los sueños”, y un largo etcétera. Recuperarse: levantarse, imagen del enfermo caído. Y a la vez, vuelta. Regreso.
Las emociones son la carne misma del tiempo. Nos muestran que el tiempo que toma moverse o seguir adelante excede el tiempo de una vida individual. A través de las emociones el pasado persiste en la superficie de los cuerpos y a su vez abren futuros, a partir de las diferentes orientaciones que toman hacia los otros. Arriesgo: revisar las emociones y afectos en juego en el deseo de consumo inaugurado en esos años noventa ayuda a desmontar una lectura estratégica del peronismo y del país que hemos usado luego del 2003 y, que a mi juicio, ya no nos sirve para la etapa que abre la derrota electoral del macrismo.
En el transcurso de las luchas y peticiones de esos años se abrió un bucle en el que el cuerpo se demora y comprendió, sanó y redimió algo (nunca es completo) de las marcas producidas por el genocidio
En la década del 90 nos encontramos no sólo con a las emociones primarias del deseo de consumo. También hallamos las codificaciones básicas -las lecturas y operaciones culturales- que diseñaron hasta hoy los campos del antagonismo político: partido neoliberal – peronismo progresista. Por lo tanto, moralizar el menemismo (tapar la década) paga el precio de obstaculizar la comprensión de aquellas operaciones políticas en la organización de las fuerzas, y en advertir que las mismas son contingentes e invenciones propias de una especifica redención generacional. En los noventas, como dice Martin Rodríguez, “el peronismo de los bordes” construyó una memoria que operó como una lectura estratégica para la política que se llevó adelante luego de la crisis del 2001-2002. Dicha lectura la realizaron los restos de la izquierda peronista luego de su derrota y aggiornada como peronismo progresista durante la post-dictadura. Lectura que supone una auto-narración como experiencia colectiva en la cual se coloca como punto cardinal a su emotividad primaria: los setentas. Y de allí el bucle se despliega: va y vuelve, comprime, retrae y proyecta el 45´ como “su 45” desde una relectura del siglo XIX: Civilización o Barbarie y el peronismo como segunda encarnación de la antinomia. Demora, elabora y articula los desafíos que abre la crisis del 2001 en su propia redención: el reconocimiento de un “Nosotros” en los años de Néstor y Cristina, bajo la épica de la tercera encarnación de la antinomia y la recuperación de lo perdido. En el medio: el hecho maldito. El tiempo oscuro, desolado. El mundo a contramano de los sueños caídos y la utopía derrotada. El menemismo, por lo tanto, será recluido al anaquel reservado para La Traición. Hipótesis ad-hoc que permite que la lectura estratégica cierre. Un Perón-Néstor-Cristina, sin escalas.
Igual que esos viejos setentistas testarudos que a mediados de los noventas y principios del 2000 traficaban textos de Cooke a pibitxs con ganas de reconstruir algo de todo eso. Moléculas vivas, flotantes, desagregadas. En este sentido la figura del Turco Asís fue fundamental en los años macristas
Estúpidos y sensuales (años 90)
Entramos en un tiempo de elaboración de aquello que nos pasó en los años noventas, una oportunidad quizás para producir nuevas instituciones capaces de disputar los consensos básicos de la convivencia social y política. Un momento de un nuevo bucle que se abre y reencuentra a los que no se arrepienten. Igual que esos viejos setentistas testarudos que a mediados de los noventas y principios del 2000 traficaban textos de Cooke a pibitxs con ganas de reconstruir algo de todo eso. Moléculas vivas, flotantes, desagregadas. En este sentido la figura del Turco Asís fue fundamental en los años macristas. Una figura inesperada en el que se condensó una historicidad, un cruce impensado, que nos vino a decir por lo bajo: “muchachos, el macrismo no es el menemismo”. Y algo más: la memoria menemista en el cuerpo será un resto (peronista) incómodo, un fantasma de asedio y gedencia a la gobernabilidad “chetócrata”. No su acople. No su linaje. La furia primera del consumo es un derecho adquirido, pese a quien le pese. Y Cristina fue la primera en comprender la contraseña.
La lectura estratégica que realiza el peronismo progresista supone una operación cultural retro-utópica: combatir al neoliberalismo exaltando aquello que éste deshizo. El momento de revisión-comprensión en torno al genocidio incubó significados que restituyeron imágenes en espejo y a medida de lo perdido: enfrentar lo neoliberal exhumando aquello de una sociedad (que supo ser) mejor. Por lo tanto, seguimos resistiendo, aún cuando se acceda al gobierno. ¿Pero en qué medida no somos, desde los 90 para acá, también la resistencia que el neoliberalismo necesita?
En dicha lectura estratégica hay un subtexto: el economicismo setentista y su consecuente imagen de Estado. Transformar la economía como determinación fundamental de lo real se relega pero persiste -derrota mediante- en aquello que hay que conducir desde el vértice estatal. Con lo cual el Estado sigue siendo la Imagen del Cielo. La imagen de la Victoria. El Estado como la dirección política fundamental de la sociedad. El tablero principal donde se juega todo juego de poder. (Pero la economía, intacta: ella no se transforma, se repara).
El momento de revisión-comprensión en torno al genocidio incubó significados que restituyeron imágenes en espejo y a medida de lo perdido: enfrentar lo neoliberal exhumando aquello de una sociedad (que supo ser) mejor. Por lo tanto, seguimos resistiendo, aún cuando se acceda al gobierno
El campo del peronismo progresista, ya sea en los márgenes de los 90 como en el poder del Estado durante los 2000, circunscribió su política a una impugnación moral del neoliberalismo a partir de la apelación a una moral comunitaria basada en un rechazo a priori del consumo o en su asimilación ingenua, a partir de evocar la imagen archivada de la justicia social. En este sentido, la política del peronismo progresista en relación al deseo de consumo llega siempre después que la política de subjetivación tácita que provoca el automatismo neoliberal. Llegar después: o para impugnarlo por frívolo (como en los 90) o para exaltarlo por inclusivo (como en el kirchnerismo). En ambos casos la fuerza hidráulica del deseo de consumo -esa fuerza que todo lo profana- quedó en ambos períodos regulados por los automatismos del mercado. Paradójicamente, el economicismo implícito de la operación cultural retro-utópica al moralizar la economía: la despolitiza, a partir de los preceptos del deber comunitario: solidaridad vs individualismo; Estado vs Mercado (pero la economía, intacta).
En ambas disposiciones hay una imposibilidad de vulnerabilizarse y escuchar eso que el consumo conjura. Ya sea desde su desaprobación o aprobación a priori se reafirma un sujeto que “resiste” sí: al caos, a las tensiones y defiende su estabilidad en nombre (incluso) de una Buena Causa. ¿Cuánto nos cuesta aceptar lo estúpido, lo que nos hace bien pero simplemente es estúpido? Atravesar una dictadura, una guerra, una crisis de escasez y sentir que alguien desde el poder habilita a un “dejá… dejá de pensar tanto”. Las consecuencias fueron nefastas, lo sabemos. Pero negar la ambivalencia de lo que le pasó efectivamente al cuerpo nos desarma y nos vuelve dóciles para lo que se viene.
Alivio y confusión, ¿no son acaso también un derecho? ¿No hace a una política plebeya y democrática propiciar a que no todo sea política? ¿Cómo disputar sino percepciones a lo más reactivo de las derechas en tiempos de tinieblas y odios asesinos? Antes que negar o exaltar la fuerza sensual del consumo quizá se trate de animarse a escucharla, habitarla y producir desvíos para que su destino ético no sea simplemente el de una mera estabilización reactiva. Además, lo sabemos: no hay combate eficaz sin que lxs dominadxs vivan como propia la suavidad de lo efímero.
¿No hace a una política plebeya y democrática propiciar a que no todo sea política? ¿Cómo disputar sino percepciones a lo más reactivo de las derechas en tiempos de tinieblas y odios asesinos?
Alguna vez Franz Rozenweig dijo que la redención se asemeja a la imagen del coro final, donde las voces improvisan un nosotros posible desde los restos que insisten luego de la destrucción del Templo. Lo feo, lo grasa, lo mersa, lo obvio, lo estúpido, distancias íntimas donde volver a bailar y tirar patadas ninja agarrados de una escoba: grumos subcutáneos de una piel rugosa que no siempre se alinea a la codificación serializada de lo neoliberal. Blanca, minimalista y global.
Redimir: disputar texturas, no sólo textos.
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