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21 de agosto 2020

Florencia Benson

ADIÓS A TODO ESO

Tiempo de lectura: 7 minutos

1.

Enfermos estamos todos. Fuimos advertidos durante décadas —por escritores de ciencia ficción, de papers académicos, organizaciones sociales, movimientos políticos, comunidades originarias, astrólogos y filósofos—. No obstante, los economistas salieron al grito de “¡cisne negro!” porque ellos viven en su propio universo modelado, sin historia ni cultura ni Internet, aparentemente.

¿Cuál es la enfermedad? Necesitamos un diagnóstico preciso y acertado. No podemos darnos el lujo de arrojar términos huecos como ‘neoliberalismo’, ‘capitalismo’ o ‘patriarcado’, ‘ecocidio’. Lo cierto es que una nueva profilaxis se ha instalado como código social, y abre un interrogante lo suficientemente profundo como para marcar un cambio paradigmático, es decir, una respuesta cultural, histórica, de largo aliento. 

La explicación más sensata de la pandemia, en mi opinión, la ha brindado el científico español Fernando Valladares, que sostiene que la devastación medioambiental ha arrasado con el efecto cortafuegos natural que provee la biodiversidad ante los patógenos.

Y, en este sentido, coincidimos con el filósofo Boaventura de Sosa Santos cuando sostiene que el virus, más que un enemigo, es un pedagogo. Obtener la inmunidad antes de poder comprender cabalmente qué nos quiere decir este virus, qué nos quiere enseñar, no hará más que empeorar el problema, porque estaremos en la ilusión de que la vida sigue como antes, que la zafamos, que fue un mal sueño y hemos despertado.

Obtener la inmunidad antes de poder comprender cabalmente qué nos quiere decir este virus, qué nos quiere enseñar, no hará más que empeorar el problema, porque estaremos en la ilusión de que la vida sigue como antes

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En la medicina alopática, cuando una parte está enferma se observa el todo. En las ciencias sociales, generalmente, también. Antes del sujeto barrado de Lacan teníamos los tabúes y la eficacia simbólica para explicar ciertos misterios. También el inconsciente colectivo de Jung y esa famosa frase, “lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”. Otras herramientas tenemos: la poesía y la música, algunos mitos, símbolos, rituales.

¿Cuál figura chamánica se adentrará en la espesura de lo desconocido para traernos la medicina susurrada en los bosques milenarios? ¿O acaso será un astronauta del futuro?  La pandemia es una enfermedad del tiempo, no del espacio. No es de los cuerpos, es de lo que está entre medio, una enfermedad del intersticio.

El virus, ese gran NO, cayó sobre nuestras cabezas como un gran piano negro. Sólo pasábamos por aquí, es tan injusto. Una fracción de segundo y coincidimos en la desgracia. Adiós a la vida que conocimos, a la alegre promiscuidad de cervezas y veredas, cines, bandas en sótanos, poesía en terrazas, cafés entrañables. Nos toca hacer ese duelo.

2.

¿Dónde está la política?

La pandemia del COVID-19 es inestetizable. Y la estética es la puerta de entrada de la política, es lo que le permite deglutir experiencias y sensibilidades disímiles, incluso contradictorias o inconmensurables. El PRO, por ejemplo, ha sido una formidable máquina de asimilar todo el espectro no-peronista, desde el conservadurismo religioso pasando por el progresismo eurofílico hasta el “voto pobre de derecha”. El peronismo es, por el contrario, voraz hacia todo lo que late. Es la pulsión de vida –desprolija, grasosa, incoherente, brutal, la pura corriente de vida que los fenomenólogos reconocen inaprehensible, ya que sólo es interpretable hacia el pasado—. Definitivamente no es la pandemia que esperábamos, con Rappi, Twitter y Trump. No hay zombies ni militarización autoritaria, no hay héroes, no hay villanos. En consecuencia, no hay una épica disponible, reconocible, para esta pandemia: el Big Pharma viene a salvarnos; Israel firma la paz con Emiratos Árabes; Estados Unidos y China se pelean por Tik Tok; Kamala Harris, una mujer de color, pero más bien halcón, es la vice de la fórmula demócrata. Meh.

Definitivamente no es la pandemia que esperábamos, con Rappi, Twitter y Trump. No hay zombies ni militarización autoritaria, no hay héroes, no hay villanos. En consecuencia, no hay una épica disponible, reconocible, para esta pandemia

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En Argentina, los intentos más burdos de capitalizar la pandemia, desde la izquierda vociferante hasta la derecha… vociferante, cayeron en saco roto. La sociedad no quiere saber nada de relatos: el único elemento constructivo de nuestra identidad colectiva que parece quedar en pie cuando todo lo demás resbala es la gestión. El Estado será capilar, flexible, eficaz y microsegmentado o no será. Las demandas son cada vez más precisas, puntuales y abundantes: tantas como ciudadanos, quizás más. Todos los sectores están golpeando la puerta del Leviatán.

3.

Somos lo que hacemos con lo que la pandemia ha hecho de nosotros. ¿Cómo hacer política en medio de la ciénaga, de la inacción? Otra vez la carta del wuwei. Cruzar el desierto de lo real sin caer en la tentación de estetizarlo ni esterilizarlo. Permanecer en estado de apertura, de activa receptividad, escuchando el murmullo que anuncia el dique a punto de ceder.

Estamos convalecientes, no hay una manera de transitar este momento que sea cómoda, placentera, entretenida o feliz. No es un momento feliz. Es un momento de vulnerabilidad, de emociones a flor de piel, de ansiedad, de enfrentar la muerte. Es, también, un momento para decidir cómo queremos vivir de ahora en más. Una segunda oportunidad. Los que estamos vivos somos sobrevivientes.

Esto no significa que debemos “hallar un propósito”, la vida no tiene más sentido que antes, tampoco menos. Significa que podemos decidir cómo afectamos a los demás, qué comportamientos nos provocan “autorespeto”, diría Joan Didion, cuáles no. Significa, tal vez, que debamos aprender a habitar el aburrimiento, la espera, la incomodidad, la pasividad, la quietud. Sostener el deseo frente al gran NO, ese límite innegociable que es la pandemia. Como el juego de las estatuas de la infancia, hay que aprender a escuchar la música y moverse o congelarse con su ritmo.

Es un momento de vulnerabilidad, de emociones a flor de piel, de ansiedad, de enfrentar la muerte. Es, también, un momento para decidir cómo queremos vivir de ahora en más. Una segunda oportunidad

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Nuestra reacción al aislamiento, desde luego, indica el estado de nuestra vida interior. No hay nada preferible entre leer o correr, salir o dormir, cocinar o bailar, pero una persona incapaz de habitar su soledad es una persona que no está equilibrada.

Las religiones tienen tradiciones potentes que nos hablan de cómo navegar este momento. La cuaresma o el ramadán son períodos prolongados de recogimiento, sacrificio, silencio y quietud. Si pudiéramos interpretar y transitar “la cuarentena” bajo esta perspectiva, ¿qué ofreceríamos? ¿Cuál sería nuestra luz? ¿Cómo nos comportaríamos en esta larga preparación hacia lo desconocido, cómo se construye la promesa? Finalmente, estos pasajes no son otra cosa que una intensa metáfora de la vida, un asegurarse de que estamos aquí, presentes, en alguna especie de comunión.

4.

Tenemos que calmarnos mil. Pero mil. Dejar de vigilar al otro y volver esa vara hacia adentro: ¿es amorosa, es honorable, es útil?

Tal vez, además, sea tiempo de practicar otras emociones aparte de la indignación y la ira, dejar de estar todo el tiempo al palo. Soltar las redes un cacho. Desintoxicarnos.

Este capitalismo ya fue. El capitalismo como lo conocemos quedó atrás, ya no importa si usamos los pesos de servilleta: está todo en desfasaje, no tiene sentido estar mirando constantemente la pantallita a ver cómo sube o baja el dólar. Es momento de enfocarse en preservar lo que respira. Volver a la distinción básica entre lo imprescindible, la vida, y lo inerte, las cosas. La vida sobre la propiedad, siempre. Y ya que estamos, replantearnos si es viable una sociedad con tanta injusticia y desigualdad. Como plantea de Sosa Santos: “¿Quién muere en Nueva York? Negros, empobrecidos. ¿Y en Brasil? Negros, empobrecidos. Es repugnante pensar que se puede prosperar por encima de un montón de cadáveres”.

Es, como decíamos, un tiempo de espera. Un momento de retiro, de irse al desierto, de una aceptación radical. Una vigilancia serena hacia lo que viene, escuchando el ritmo de las cosas: el devenir de la civilización depende de nuestro amigarnos con la base biológica que nos sustenta. El cuerpo es la primera barrera y la última frontera de todo lo que conocemos.

La cuaresma o el ramadán son períodos prolongados de recogimiento, sacrificio, silencio y quietud. Si pudiéramos interpretar y transitar “la cuarentena” bajo esta perspectiva, ¿qué ofreceríamos? ¿Cuál sería nuestra luz?

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Es también un tiempo de servicio. Voluntariado, donaciones, llamados, atención al otro. No es momento de replegarse ni de fugarse. El retiro implica también estar presente. El otro es mi prioridad. ¿Qué puedo hacer, decir, u omitir, para que esté mejor?

Existen dos mindsets o esquemas conceptuales que me animaría a decir que son pre-ideológicos, en el sentido que dan sustento a dos vertientes bien definidas: por un lado, quienes suscriben a la idea de que es el conflicto, la competencia, el motor del desarrollo humano, tanto individual como colectivo. Por otro lado, quienes suscribimos a la idea de que sólo a través de la colaboración, es decir, cuando las condiciones de vida están garantizadas para todos, es cuando la civilización realmente florece. Por regla general, desde luego, quienes suscriben a la primera tienen sus condiciones de existencia garantizadas; quienes no las tienen, suelen suscribir a la segunda. La pandemia global puso de manifiesto esta contradicción primaria y quizás resulte en negociaciones interesantes a futuro.

5.

La ciudad, la metrópolis, también está puesta en crisis. Como en muchos vuelcos civilizatorios, la vida humana hacinada y escindida de los ritmos naturales se muestra nuevamente inviable. Si todo es cultura, incluso nuestra conceptualización de “La Naturaleza”, de nuestro cuerpo, de nuestro hábitat, de nuestra salud fisiológica, mental, espiritual, todo esto está mediado por el lenguaje y es inaccesible, es decir, real, ¿cómo vincularnos, o mas bien, cómo (re)plantear una integración sin ceder absolutamente nada de nuestro estilo de vida materialista, acumulativo y desigual? De seguir en este camino, se vislumbra un futuro absolutamente distópico, donde solo los ricos podrán desplazarse libremente, ya que cuentan con medios para viajar en transportes privados, habitaciones y medidas de aislamiento necesarias. Habrá un pasaporte de inmunidad. Volveremos a lo peor de nuestra historia estructurando la jerarquía social en torno a la ventaja biológica.

La pandemia pone de manifiesto nuestra preferencia por lo puro, lo incontaminado, es decir, lo sagrado. Habrá que reforzar, pues, una profunda pedagogía de lo mixto, lo híbrido, lo mestizo, para desprogramar esa pulsión primigenia.

6.

Una nueva ciudad, entonces, una mixtura entre cierta idea de naturaleza y cierta idea de civilización. Una nueva humanidad, despojada de ciertas necedades superfluas y prejuicios milenarios, despojada de la mayoría de sus certezas, desnuda ante la luz. Una política ajustada al hacer, un comportamiento individual orientado al otro. La justicia social reivindicada como pilar fundamental del avance civilizatorio. La paz, finalmente, que proviene de la aceptación de los límites, la condición sine qua non para poder ajustar la mirada hacia aquello que se filtra permanentemente en las grietas de la realidad: la poesía.

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Comentarios

  1. Marta Giana

    el 24/08/2020

    Leer esto ha sido como un bálsamo
    Gracuas

  2. Florencia Benson

    el 18/04/2021

    Gracias, Marta

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