
Pero no es hora, duermen
en tu pie los caminos
Leopoldo Marechal
Jamás en el confín aquel…
Horacio Quiroga
Hemos vaciado de símbolos la inmensidad que nos habita. Es dificil figurar el país total si estamos llenos de fragmentos y la ruta y el paisaje terminan en esta Roma ribereña. La llanura se anuncia como un acecho, la llamamos Pampa; el verdor del Litoral, la montaña, el mar, el viento, el desierto, el río y el pajonal, la selva y los valles que se hunden majestuosos como ignorados.
Nos cobijamos en este Aleph urbano, cómodo, transitado, con demasiados recovecos maravillosos, con demasiada miseria inevitable. En medio, hay un extravío que llamamos “País”. La metáfora perfecta, si existe tal artefacto, la escribió hace unos años Osvaldo Soriano en Una sombra ya pronto serás. Una novela sin centro y sin contornos definidos. “Hice un recorrido absurdo, dando vueltas y retrocediendo y ahora me encontraba en el mismo lugar que en el principio o en otro idéntico”. Un hombre perdido entre caminos de provincia, siempre llegando a lugares sin destino; al final del relato lo espera un tren parado en la misma nada: “La partida estaba prevista para las ocho pero no decía de qué día ni yo sabía en qué fecha estabamos”.
Un poco somos esas preguntas. Como decía Girondo: “De pronto se oye un fracaso de cristales”. Somos, nosotros, otra vez, preguntando, dónde queda, cómo se sale
Así estamos. En un desierto de sal, donde no se distingue el suelo del cielo. “Desierto es soledad”, decía Álvaro Yunque en su texto sobre Cafulcurá. Salimos un poco y ahí está lo que llaman “interior”. No existe tal cosa Es solo tierra adentro. Es camino largo, distancia, ciudades, pueblos, soja, trigo, viento, vacas, pobreza desperdigada, monte, ruta, distancia, Hilux, lagunas con nombre, Gauchitos, milonga, paisanos en F100 y puesteros a la vera de la ruta. Entonces, ¿dónde queda nuestro país? Ya sabemos dónde se atienden las cuestiones importantes, a dónde vamos a ir a parar todos, como canta Pablo Estramín. Pero lo que se dice “el país”, nadie sabe dónde queda.
Cuesta un Potosí hablar del interior, del adentro, sin caer en romanticismo o enfatizar lo que no hay en las capitales. Ningún lugar es mejor que otro, como ninguna época es peor que otra, lo que pasa que en los pueblos a nadie se le niega un cielo de estrellas ni un patiecito. Ya sabemos que nos tenemos que ir. Pero nos quedamos.
Ya casi se nos pasa el tiempo, que siempre está pasando de nosotros y nosotros preguntando, con la eternidad del joven, cómo se hace un país. Un poco cansados repetimos al voleo: o cómo se hace, o cómo se sale. Un poco somos esas preguntas. Como decía Girondo: “De pronto se oye un fracaso de cristales”. Somos, nosotros, otra vez, preguntando, dónde queda, cómo se sale; somos la pregunta del país que busca; sabemos por el nombre, el plata de argentum, dónde está, pero no dónde queda.
Necesitamos de los viejos, que nos vengan a decir que “ya llegará, desde el fondo del tiempo, otro tiempo.”
