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18 de diciembre 2021

Juan Di Loreto

2001, EL AÑO QUE CORRIMOS CONTRA EL VIENTO

Tiempo de lectura: 3 minutos

Porque ver, señora, no consiste en contemplar, inerte, el paso

incansable de la apariencia sino en asir, de esa apariencia,

un sentido

                                                Juan José Saer

Le comento al pasar a Cecilia, una compañera de trabajo, sobre una tapa de Clarín del año 2001. “Lo de los 250 pesos, ¿te acordás?”. En la elipsis omito decir: no se podía sacar más de 250 pesos por semana en lo que llamaban “inmovilidad de los depósitos”. Cecilia debía tener unos diez años en aquella época. La historia engendra y oculta. Lo que creemos que todos saben, para muchos es algo borroso de la infancia.

Casi como una profecía, en abril de aquel año se publicaba La crisálida: metamorfosis y dialéctica, de Horacio González. Los cambios se hacen antes, no cuando llegan o estallan. Hay tanta mariposa en el capullo, como estallido en los 90. De alguna forma, el 2001 siempre estuvo ahí. Los pueblos y los muertos ignoran la época que están fundando.

La historia engendra y oculta. Lo que creemos que todos saben, para muchos es algo borroso de la infancia

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Ahí está la gente en la calle. Después de los mundiales, no hubo otra salida a la calle tan decidida y espontánea como cuando De la Rúa declaró el estado de sitio. Recuerdo un texto de aquella época. Una pareja se preparaba para ir a la plaza. El tipo dice algo así como: “Esperá que cambio los zapatos por zapatillas”. Y razona: “Porque vamos a tener que correr”. Cuando la gente toma la calle en serio no se sabe qué puede pasar. Si a la marcha no la convoca nadie, no la desconcentra nadie.

19 y 20 son las coordenadas de un fin y de un comienzo. Pero ya no son una obviedad. También es pasado, suelo, sedimento. Y el sedimento está oculto bajo los pies. Como tantos, es un episodio más del drama nacional. Pero es un drama que hay que salir a explicar. Que quizás no signifique tanto como queremos ni genere la conciencia que necesitamos, porque aquellas jornadas construyeron una institucionalidad, una política, unos actores. Los que crecimos en los 90 empezamos a tomar conciencia de a poco con la devaluación del verano del 2002. Un peso era 2,20 y un euro eran 4 y pico. Una asamblea en Villa Crespo o Caballito no se le negaba a nadie.

Cuando la gente toma la calle en serio no se sabe qué puede pasar. Si a la marcha no la convoca nadie, no la desconcentra nadie

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El caos de aquellos días encontró su homeostasis, un equilibrio posible. Todo encontró una nueva normalidad. Argentina, la crisis estabilizada. Y es la tragedia de esos días que fundaron este suelo. Y es la tragedia humana la que construyó este orden. Es lo que Hegel llamó “astucia de la Razón”. Para que la Historia se desarrolle, para que el 2001 suceda, “no es la idea general la que se entrega a la lucha y oposición y se expone al peligro… Debe llamarse astucia de la Razón al hecho de que ella haga actuar en lugar suyo a las pasiones… es así como los individuos quedan sacrificados y abandonados”. El hombre concreto es el que pone el cuerpo, el que va a la plaza, al que le roban los depósitos, al que reprimen, al que hacen presidente por un día, el que saquea y es saqueado.

La historia sucede con nosotros y nosotros sucedemos por la historia. Somos una muestra singular del universo. Pero los particulares pagamos el tributo de existir. Los que quedamos en el camino y al mundo nada le importa. De ahí esa solución efímera, imperfecta y aleatoria que se buscó en esos días de diciembre: salir a encontrarse con los otros, porque el individualismo estaba desbordado. Nos necesitábamos.

¿Y ahora? Ahora es otra historia.

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