
1986: EL AÑO QUE FUIMOS FELICES
Si el Campeonato Mundial de Fútbol 1986 hubiera sido ganado por la selección de Estados Unidos su hermosa fábrica de sueños, Hollywood, nos hubiese obsequiado al menos diez films, cuatro miniseries y tres películas para la tele. Mínimo. Varias de dudosa calidad, otras directamente bizarras pero algunas dignas para conmover al gran público y llevarse un par de Oscars.
Nuestra industria nos brindó una película de ribetes épicos llamada “Héroes”, pero viendo en “Bendito sueño”, la biopic sobre Diego Armando Maradona, esos capítulos dedicados a la formación, a la eliminatoria y al mundial nos demuestra que este fragmento en la vida del diez ameritaba mucho más. Un film o una serie aparte.
Nada atrae más que un grupo de perdedores dando un batacazo. Y el cine sabe hilvanarlos con sus yeites: nunca falta la musiquita emotiva que nos haga sentir el renacer y la gloria del caído en desgracia.
Lo notable es que ese Mundial fue vivido en tiempo real épicamente por todos, sin necesidad de banda de sonido. El invierno que vivimos dentro de un film. El invierno que no nos quisimos morir.
En esta extensa serie llamada “Argentina” el capítulo 1986 debería tener su spin off: fue el año que todos creímos ser felices
Nuestra historia oficial
Viuda e hijas de Roque Enroll, raros peinados nuevos, Virus, Cemento, Suéter, Los abuelos de la Nada, mucha sombra perlada de ojos, Charly, un Oscar por “La historia oficial”, el arito en la oreja de los varones, Valeria Lynch editando su primer disco de tangos, el más vendido en la historia de esa música, Olmedo y Porcel taquilleros en el cine en su faceta apta para todo público acompañados por Cris Morena y Adriana Salgueiro como una nueva dupla de rubia y morocha, la bebota Adriana Brodsky enojando al padre, mientras el Manosanta la convence de que no es fea, el cola less en Punta, Karina Rabollini en bikini blanca, “Badia y Compañía”, el ómnibus prestigioso frente al popularísimo “Sábados de la bondad”, el micro larga distancia de la música romántica.
Teléfonos fijos, casas con mucha cerámica marrón, vestidos con volados, lunares, Peugeot 504, las Coupé Fuego para los solteros, la aspiración al prestigioso chalet con techo de tejas a dos aguas y los pasteles en la ropa: el lila, un infaltable. El flúo guardado para el próximo verano. Un mundo beige y ocre de muebles de caña donde algo no se previó: se avecinaba el dorado de una Copa.
Aunque no todo era rosa bebe o fucsia fluo: la caja PAN (la caja con alimentos del Programa Alimentario Nacional) nos alertaba de que no solo con el preámbulo de la Constitución -el hit que Alfonsín había usado en su campaña presidencial del ’83- se comía.
La inflación mordiendo billeteras y el reciente Juicio a la Junta empezando a movilizar a los militares, auguraban que la calma de ese tiempo no tardaría en ni un año en convertirse en huracán. Pero se acercaba el Mundial. Ya habría tiempo para lágrimas.
Las redes eran los vecinos, el comercio amigo o el trabajo. La caja de resonancia de las mil y una opiniones. Porque siempre supimos que “teníamos la posta”
Nos habíamos peleado tanto
Si hoy cualquiera dice cualquier cosa, ayer pasaba lo mismo. Las redes eran los vecinos, el comercio amigo o el trabajo. La caja de resonancia de las mil y una opiniones. Porque siempre supimos que “teníamos la posta”, no es cosa nueva.
Un River que jugaba con gracia y ganaba, un Argentinos Juniors que tenía a todos encantados con sus pases cortos y sus coreografías, reinaban en el fútbol de esos años. El estilo menottista, que por memoria nos llevaba al triunfal Mundial 78 versus el inexplicable fútbol de Carlos Salvador Bilardo, donde no se ganaba, o se ganaba raspando, pero que -para peor de males en el deporte de la pasión- cometía el más cruel de los pecados: no enamoraba. Entonces enojarse en el mejor lugar del mundo: la televisión.

La previa a los fideos
Los domingos al mediodía, después de las carreras transmitidas en vivo comenzaba un programa que hoy en tiempo de redes sería la delicia de los opinadores: “Polémica en el fútbol”. Cambiaba de canal de tanto en tanto pero permanecía intacto ahí, a la hora de mojar el pan en la salsa, en la antesala de la costumbre más arraigada de esos años: el almuerzo familiar del domingo.
La línea Menottista, que aclamaba el fútbol de los wings y el estilo, solía destrozar a esa selección que llegaba casi sin probabilidades de éxito. Se destacaba uno, Rafel Olivari, un flaco cincuentón, trajeado, con cierto aire a Antonio Carrizo en el rostro. Un detractor que se ponía nervioso gritando a cámara, bramaba por la renuncia de Bilardo. Cuentan que llegó a conspirar para que el ex técnico de Estudiantes fuera echado de la selección y que se convirtió en una de las voces del enojo. Entre muchas.
Guillermo Nimo, un ex árbitro de fútbol, devenido en panelista -y especialista en el mismo en los programas de Gerardo Sofovich donde también paseaba su excéntrica boquilla mientras fumaba- solía acompañarlo en los dardos contra el combinado local. Aunque sin tanta pasión y más que nada en pos del espectáculo.

Pero claro que en ese programa el condimento indispensable era la platea: hinchas de diversos clubes se peleaban, hacían mohines y “explicaban” qué era lo que había que hacer. Como hoy en twitter. El actor y músico de “El Kuelgue”, Julián Kartún, contó alguna vez que un día, entrado los ’90, siendo aún niño pudo hacer su gracia entre el público: también exclamó que sabía cuál era la posta.
Con la opinión pública desencantada, polémicas sobre si era mejor Pumpido o Islas, la disputa a cielo abierto entre el capitán Diego Armando Maradona y el ex capitán de los Campeones ’78, Daniel Alberto Passarella, cuya participación en el partido que nos clasifica raspando a México es fundamental, la selección llega a tierra azteca esperando el milagro. Y el milagro llegó, enterrando esta parte de la historia.
Un Diego Armando Maradona en perfecto estado físico, hambriento del triunfo vedado cuando quedó afuera del equipo ’78, frustrado con la performance del ’82 y enojado con las críticas. Y un director técnico enloquecido entre cábalas, videotapes con partidos de sus contrincantes y la necesidad de demostrar que todos se había equivocado pidiendo su cabeza. Y un equipo gris que creyó en los milagros. ¿Qué podría salir mal? Nada. Hasta el mejor gol de la historia de los mundiales tuvo. Una coreografía perfecta: Diego corre bailando, deja rivales en el camino mientras la gracia divina se posa en su pie.
Por ende en esta extensa serie llamada “Argentina” el capítulo 1986 debería tener su spin off: fue el año que todos creímos ser felices. El año que Diego conoció cuánto pesaba una Copa.