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TURQUÍA – ESTADOS UNIDOS ¿CRÓNICA DE UN DIVORCIO?

Tiempo de lectura: 8 minutos

104760018-GettyImages-627824084_1.1910x1000El día que Trump twitteó

El viernes 10 de agosto, Berat Albayrak, ministro a cargo de la economía turca, y yerno del presidente Recep Tayyip Erdoğan, anunciaba medidas destinadas a tranquilizar a los inversores y recuperar la confianza en la moneda local, la Lira turca, que venía depreciándose a un ritmo sostenido de 1-2% diario desde que, una semana antes, el gobierno norteamericano anunciara sanciones simbólicas contra los ministros de Justicia e Interior turcos. Mientras transcurrían los anuncios, Donald Trump decidió acudir a su red social favorita, Twitter, y anunciar el doblamiento de las tarifas a la importación de acero y aluminio turcos, mientras señalaba el mal estado de la relación bilateral. La historia es conocida. Parafraseando a La Nación, Trump tuiteó, derrumbó la lira turca e hizo subir al dólar (en Argentina, claro).

Aún para los estándares de la administración Trump, la imagen de un presidente norteamericano trabajando activamente  para dañar la economía de un país integrante de la OTAN resulta llamativa. Y sin embargo, en el marco de las persistentes diferencias entre ambos países a lo largo de los últimos años, parece apenas haber acelerado una tendencia inevitable, que líderes con otras personalidades habrían podido, apenas, morigerar.

Aún para los estándares de Trump, la imagen de un presidente norteamericano trabajando para dañar la economía de un país integrante de la OTAN resulta llamativa.

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Golpe y contragolpe

El 15 de julio de 2016 un intento de golpe militar sacudió a Turquía. En un hecho inédito en la historia del país, acostumbrado a derrocamientos sin sangre, un sector de las Fuerzas Armadas atacó físicamente y hasta bombardeó edificios públicos, incluyendo la sede de la asamblea legislativa. También inédito, el intento de sublevación involucró a la cadena de mando, con el Jefe del Estado Mayor retenido como prisionero. Pero aún más importante, fue también inédita la reacción popular. Alentados desde las redes sociales, las mezquitas y finalmente, por el propio presidente desde una aplicación móvil, cientos de miles de ciudadanos salieron a resistir, con sus propios cuerpos, el avance de los tanques en Ankara, la capital política, y Estambul, el corazón del país. Más de 200 personas fueron asesinadas defendiendo al presidente electo ante la avanzada militar. Mientras Rusia, Irán y todos los observadores criteriosos repudiaron tempranamente el intento de golpe, el gobierno de Estados Unidos sólo lo hizo cuando el desenlace, con derrota para los sublevados, estuvo claro. Para empeorar un poco más las cosas, el clérigo islámico Fethullah Gülen, sindicado como autor intelectual de la sublevación, reside desde hace más de una década en territorio norteamericano.

Erdoğan salió del golpe fallido fortalecido y casi la mitad del pueblo deseosa de venganza. Una tendencia a la exaltación autoritaria y nacionalista que llevaba ya más de un año, en un país que casi mensualmente quedaba expuesto a ataques terroristas, ora de ISIS, ora del Partido de los Trabajadores del Kurdistán. En el marco de una declaración de Estado de Emergencia no era de esperar que las fuerzas de seguridad y el Poder Judicial abundaran en escrúpulos pero la escala de las purgas y detenciones excedió las previsiones. Cientos de miles de personas fueron despedidas de sus empleos en el sector público, se confiscaron activos empresarios por once mil millones de dólares, y decenas de miles de personas fueron detenidas. Cualquier vinculación, por remota que fuera, con la congregación de Gülen, pero también con la izquierda pro-kurda, pasó a ser potencialmente tóxica.

Erdoğan salió del golpe fallido fortalecido y casi la mitad del pueblo deseosa de venganza.

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Turquía se convirtió en el primer encarcelador mundial de periodistas. Fueron también encarcelados, con prisión preventiva, activistas de derechos humanos como el presidente de la rama turca de Amnesty, y  numerosos dirigentes políticos, incluyendo miembros del parlamento y hasta un candidato presidencial.

Conflicto diplomático

Andrew Brunson, pastor evangélico con más de dos décadas de residencia en la costera ciudad de Izmir, donde conducía una diminuta congregación de menos de 40 personas. Víctima de la tradicional desconfianza del Estado Turco hacia extranjeros y minorías religiosas, que precede en mucho al actual gobierno islamista, Brunson fue detenido y, tras meses sin cargos, fue acusado de colaborar, simultáneamente, con el separatismo kurdo y el grupo de Gülen, caracterizado entre otras cosas, por su férreo nacionalismo.  Una convivencia de tendencias, cuanto menos, curiosa. El gobierno norteamericano comenzó a reclamar, rápidamente, la liberación de su ciudadano, injustamente detenido, y el gobierno turco entendió aquel reclamo como una oportunidad. El objetivo de máxima sería intercambiar al evangélico detenido por la extradición de Fethullah Gülen. “Dennos a nuestro pastor, y nosotros les daremos al suyo” dijo hace unos meses el propio Erdoğan. El problema, claro, es que ese tipo de transacciones son difíciles de coordinar con el sistema de frenos y contrapesos norteamericano, donde el destino de Gülen debe determinarlo el Poder Judicial, y los umbrales de prueba y debido proceso para la extradición de un residente legal son exigentes. El objetivo de mínima, usarlo como prenda de negociación en otros temas sensibles, como la condena a un ex funcionario turco por la utilización del Halkbank, un banco público turco para violar sanciones impuestas al gobierno iraní, y la cuantía de las eventuales multas que pesarían sobre dicho banco.

En una reunión privada durante la última cumbre de la OTAN, sin más presencia que la de los traductores, Donald Trump reclamó, como es de uso, por la libertad de Brunson. Erdoğan, a su vez, pidió al presidente norteamericano gestiones por la ciudadana turca Ebru Ozkan, detenida en Israel bajo cargos, también flacos, de colaboración con Hamas, mientras que reclamó por l. Aquí las versiones difieren. Las fuentes norteamericanas dicen que Trump creyó haber cerrado un intercambio. Erdoğan admitió la gestión por Ozkan, que resultaría exitosa, pero no admitió ninguna relación con la situación de Brunson. Y cuando todos esperaban la liberación y deportación del pastor evangélico, que volvería a los Estados Unidos, se ordenó que permaneciera detenido, aunque le fue concedido el arresto domiciliario. El gesto no le alcanzó al vicepresidente norteamericano, Mike Pence, quien amenazó con aplicar sanciones. La amenaza sería confirmada por el propio Trump, a través, cuando no, de su medio de comunicación política, twitter.com/realDonaldTrump.

El jueves 2 de agosto se conocieron las primeras sanciones. Congelamiento de eventuales activos en los Estados Unidos de los ministros turcos de Interior y Justicia, y prohibición para las entidades norteamericanas de realizar transacciones con ellos Sanciones similares a las que habían sido utilizadas contra Rusia, Irán, Corea del Norte o Venezuela, eran dirigidas contra un aliado formal. La lira, ya sometida a presiones debido a las excentricidades de la política monetaria turca, y su dependencia de los flujos de capitales externos, acentuó su tendencia a la depreciación.

Sanciones similares a las que habían sido utilizadas contra Rusia, Irán, Corea del Norte o Venezuela, eran dirigidas contra un aliado formal.

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Todos los sectores políticos de Turquía, oficialistas u opositores, a excepción de la izquierda pro-kurda, repudiaron en forma unificada la medida unilateral norteamericana. La oposición secularista del CHP pidió represalias y la oposición nacionalista llegó a requerir el cierre de la base de Incirlik, desde la cual tropas norteamericanas, bajo el paraguas de la OTAN, operan desde tiempos de la Guerra Fría. Erdoğan optó por la cautela, y durante dos días intentó negociar algún acuerdo que permitiera salvar el rostro y dar con una salida honorable. El martes 7, las autoridades norteamericanas aumentaron incluso sus exigencias, pidiendo la liberación de otros detenidos, ciudadanos norteamericanos o empleados consulares. La lira parecía no encontrar límite en su caída, a razón de un 2% diario, y Erdoğan decidió reciprocar imponiendo sanciones, obviamente simbólicas, sobre eventuales activos en Turquía de los secretarios de defensa e interior norteamericanos. Sin posibilidad inmediata de recomponer con Estados Unidos, Erdoğan apeló sin demasiado éxito a su relación con el pueblo, convocó a los ciudadanos a cambiar sus dólares por activos en Liras y marcó la distancia cultural. “Ellos tienen el dólar, nosotros tenemos a Dios”. Esa jornada terminaría, como se dijo al inicio de este texto, con la secuencia: tentativa de convencer a los mercados, mensaje de Trump y debacle de la Lira.

Guerra fría y guerra caliente

La alianza turco norteamericana se remonta a la década del cincuenta, cuando Turquía se unió a la OTAN en la frontera misma de la Unión Soviética. Sirvió de sede de misiles nucleares norteamericanos que serían retirados, sin consultarla, como prenda de negociación durante la crisis de los misiles soviéticos en Cuba. Las relaciones empeoraron tras la invasión turca a Chipre, y, durante un lustro, Turquía soportó un embargo de armamentos por parte de su socio mayor. Sin embargo, nada cambiaría su rol estratégico, que por gracia de la geografía, la ubicaba como dique de contención contra la amenaza comunista, mientras el paraguas atlántico cumplía la misma función de evitar a las izquierdas en el plano doméstico.

La alianza turco norteamericana se remonta a la década del cincuenta, cuando Turquía se unió a la OTAN en la frontera misma de la Unión Soviética.

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Con la caída del bloque socialista, el rol estratégico turco pasó a residir en su condición de puente entre Europa, Rusia y el Medio Oriente, en tiempos en que el terrorismo se convertía en la principal preocupación de seguridad norteamericana. Turquía, con un régimen democrático y de mayoría islámica, podía fungir como ejemplo de modelo a imitar para reemplazar a las dictaduras nacionalistas árabes. Nada, claro, sucedió según lo planeado. El derrocamiento de Saddam Hussein dio nacimiento a una entidad kurda casi independiente en Irak, generando resquemor en el casi unánime nacionalismo turco.  Del mismo modo, tras el portazo europeo a sus esfuerzos de membresía, Erdoğan se volcó al intento de construir influencia regional, acercándose a la Hermandad Musulmana y apoyando activamente a grupos islamistas frente a las dictaduras laicas de Egipto y Siria. El surgimiento del Estado Islámico, y la subsiguiente retirada de apoyo de EEUU a los agrupamientos islamistas rebeldes en Siria dejarían a los aliados en veredas paralelas. La situación, sin embargo, habría de agravarse cuando Estados Unidos comenzó a prestar apoyo militar a las Unidades de Autodefensa Popular, milicias kurdas célebres por su tenaz combate contra el Estado Islámico, y hermanadas con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán, y terminaría en la invasión turca de la ciudad sirio-kurda de Afrin, distrayendo fuerzas afectadas a combatir al grupo jihadista.

Con la caída del bloque socialista, el rol estratégico turco pasó a residir en su condición de puente entre Europa, Rusia y el Medio Oriente, en tiempos en que el terrorismo se convertía en la principal preocupación de seguridad norteamericana.

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Cualquier gobierno turco hubiera resistido el avance de los kurdos hacia el reconocimiento de mayor autonomía. Inevitablemente, todo gobierno hubiera objetado que se colaborara con una milicia alineada a un grupo insurgente con el que sostiene una Guerra Civil que lleva cuatro décadas y decenas de miles de muertos. Por otra parte, Turquía encontró beneficios económicos y comerciales en el desarrollo de la relación con poderes adversarios al norteamericano como Irán y, sobre todo, Rusia. En cuanto a EEUU, el fracaso de la Guerra de Irak, y luego de las primaveras árabes, hizo disminuir el interés en la promoción de procesos democratizadores, mientras la propia dinámica turca la hizo desvanecer como ejemplo a imitar por los vecinos árabes en aquella materia.

Amigos son los amigos

En el marco de estos realineamientos geopolíticos el caso del pastor Brunson parece un tema menor. Para Trump, y más aún para su vice, Pence, sin embargo, el caso es una bendición de Dios. A pocos meses de las elecciones, el relato de un enfrentamiento contra un islamista autoritario para obtener la liberación de un misionero cristiano resulta ideal para movilizar a la base republicana. Erdoğan, curiosamente, y aún en medio de la crisis, también puede considerarse bendecido. Los ataques norteamericanos proveen una excusa y una narrativa para una crisis que, coinciden varios expertos, venía incubándose durante años. En ese marco, cuesta pensar una solución al conflicto en la que ambos líderes no tengan algo, grande, para mostrar como logro a sus bases.

El relato de un enfrentamiento contra un islamista autoritario para obtener la liberación de un misionero cristiano resulta ideal para movilizar a la base republicana.

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La relación entre Turquía y los Estados Unidos, construida a la medida de las instituciones de la Guerra Fría, comienza a mostrar el crujido de unas grietas ya inocultables. Aunque Turquía mantenga su geografía estratégica y la promesa de Erdoğan de buscar nuevas asociaciones, y estrechar lazos con China y Rusia, choque con el hecho de que las potencias occidentales (EEUU y la Unión Europea) representan más del 80 del comercio exterior turco, la alianza turconorteamericana no redunda en los evidentes beneficios mutuos que acarreaba en tiempos soviéticos.

Termine como termine el actual conflicto, el viernes 10 de agosto, el día que Trump tuiteó, derrumbó la lira e hizo caer el peso, acaso será recordado como el día cero de la nueva relación turco-norteamericana, tras enterrar definitivamente las décadas de la alianza estratégica. Una relación mucho más transaccional, donde la colaboración y el enfrentamiento habrán de derivar de conveniencias e inconveniencias momentáneas, diseñada quizás a la medida de los líderes que coyunturalmente estuvieron allí cuando lo sólido se desvaneció en el aire.

 

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Comentarios

  1. Diego Bandieri

    el 16/08/2018

    muy buena nota de este muchacho especialista en todo.
    se nota que conoció al demonio.

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