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06 de octubre 2015

Por Pablo Touzon

TEOREMA AMARILLO

Tiempo de lectura: 4 minutos

El larguísimo 2015 podría ser declarado en la posteridad el “Año del Consultor Político”. Habría que remitirse a 1999 para encontrar una referencia de una elección en donde las estrategias de los candidatos hayan sido tan debatidas en ese plano, casi futbolísticas. El 4-4-2 de Scioli, el 3-2-5 de Massa, y así sucesivamente. Un backstage a cielo abierto. El camino de Macri resultó, sin embargo, más complejo de dilucidar. Se intuye, atrás de la jerga consultoril, una convicción ideológica. Y tanto más extraña proviniendo de una fuerza que supo hacer un mantra de negarla. Una convicción manifestada en dos decisiones que marcaron, a suerte y verdad, su camino político. Y que van mucho más allá del mero cálculo electoral.

La primera fue aceptar el espacio político que le fue adjudicado por Néstor Kirchner: El lugar republicano-liberal antagónico al nacional-populista que el kirchnerismo reclamaba para sí mismo. Tiene algo de sentido: después de todo, medró y creció en esta particular biosfera. Sin embargo, estuvo lejos de ser un camino lineal. Los coqueteos con Reutemann y otros peronistas identificaban otra línea, quizás más audaz. Un espacio sin larga historia podía hacer de necesidad virtud y prescindir del clivaje planteado por el kichnerismo. Superarlo, en algún sentido. Meterse en el corset del antiperonismo fue una decisión voluntaria y política, que en algún sentido minimizó los alcances del mensaje en términos globales, pero que hizo al PRO heredero de una identidad más antigua, el último avatar del no peronismo. Lo que ganó en definición lo perdió en alcance y visión. En cierto sentido, el modernismo y la originalidad del PRO fue la primera víctima de esta decisión, incluso prescindiendo de la tan temida foto con los radicales “antiguos”. La banalidad del gorilismo. Como si hubiesen aprendido a amar la Grieta.

La segunda decisión late y se percibe en el corazón mismo de la campaña electoral. Durante el último año

el PRO adoptó su estrategia ya definitiva basada en un presupuesto ideológico duro: la primacía de “la sociedad” sobre “la política”.

Pablo Touzon
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Desconfiando instintivamente en la capacidad “performativa” de la acción política, el credo macrista se centra excluyentemente en “el cambio social”, con cierto mecanicismo que recuerda al que la izquierda atribuía a “la clase”. Si, efectivamente, la sociedad argentina quiere desembarazarse del monstruo peronista que la gobierna hace décadas – para el relato macrista, el peronismo gobierna ininterrumpidamente desde el 17 de Octubre de 1945- asi lo hará. Y la labor del PRO consiste meramente en proporcionar una desembocadura a esa demanda. Construir una oferta, lo más sencilla y clara posible, pero siempre desde la pasividad del que asume que el guiso se cocina en otro lado. El “purismo” es solo la conclusión lógica de este razonamiento. Partidos, acuerdos, hasta proyectos “concretos” no tienen sentido desde esta perspectiva, que entronca perfectamente con cierta “fiaca” en la construcción y contención política allende los mares amarillos. Esta fe en “la sociedad” presupone, naturalmente, un corte total entra esta y la política y “los políticos” (entendida siempre como centralmente peronista- el peronismo es el sistema). Al “Todo es Política” kirchnerista el macrismo parece responderle con un “Todo es Sociedad”. La especificidad de la acción política, ausente en las dos.

Zumerland amarillo

La pregunta obvia que subyace es: ¿qué pasa si se pierde? Si se gana, la apuesta se hará gobierno. Macri ganaría con la sociedad (¿cuánto le aportaron los radicales?) a la “política” (a las identidades pesadas). Sería su 54% de 2011: un triunfo sin deudas. Ganaría “solo”, tal como interpretó Cristina que había ganado en 2011 (y no le reconoció a nadie un solo aporte patronal de votos). Si gana, el macrismo se constituirá en un gobierno singular, sin contrapesos evidentes más que los institucionales. El populismo paradójico de una propuesta republicana que consagre un casi Cesar que le gana solo al conjunto de las instituciones intermedias de la Argentina, solo enancándose en “la sociedad”. Checks and Balances a marzo. Si se pierde, la ausencia de trama política hacia abajo hace difícil el pronóstico. Uno posible, y casi lógico, es el repliegue hacia “la sociedad”.

El interminable siglo XX argentino conoce antecedentes. En el universo del Partido Comunista Argentino y sus compañeros de ruta ideológicos, el fracaso político frente al advenimiento del peronismo produjo una transformación esencial, un estratégico desplazamiento “sociológico”. La lectura (derrotista o realista, según el prisma) según la cual la clase obrera y sus organizaciones pertenecerían irremediablemente al peronismo, llevó a profundizar el vinculo con los hijos de los primeros trabajadores inmigrantes, ya pequeños burgueses de clase media. El PC se vuelca a las Universidades, “La Cultura”, y las instituciones intermedias de la sociedad, crea, desarrolla y amplia un robusto movimiento cooperativo. Bancos, librería, diarios, colonias de vacaciones. Soft Power en acción. Como los europeos, que al tener cerrado el Mediterráneo por los turcos cambian de dirección y descubren América, la izquierda argentina descubre la sociedad civil al considerar bloqueado el acceso a los espacios duros de la política argentina (Estado, Sindicatos, Fuerzas Armadas). Crea un micro sociedad propia, sus propias instituciones, y se hace gramsciana por default. El Partido Comunista y la Iglesia Católica en perfecta simetría.

“Somos África”, reza un mantra twittero. Y algo de esa ajenidad puede intuirse en la idea casi de Safari que tienen las incursiones fiscalizadoras en el Conurbano, situado a 20 kilómetros o a un millón de años. El PRO eligió para sí mismo una identidad Afrikaaner: entre nativo y extranjero, se imagina a sí mismo habitante de una ciudadela blanca rodeada de un mar negro, siempre al borde de la extinción. Un gueto voluntario y defensivo, casi étnico, un Patio de las Palmeras propio e innecesario. Y la realización del sueño húmedo del cristinismo.

Para la Grieta siempre hacen falta dos.

Pablo Touzon
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Comentarios

  1. Mario Mauer

    el 06/10/2015

    Manu,

    Qué buen análisis, y muy bien escrito. Me encanta su estilo.

    Mandale mis felicitaciones!!!

  2. UNO DE NOSOTROS | Panamá

    el 09/11/2015

    […] Si alguien parecía destinado a recuperar esa materia prima del liberalismo for dummies era Mauricio Macri: criado en las recámaras de la Argentina empresaria, campeón de América, la mitad más uno, secuestrado, hijo, bello, no excesivamente inteligente. Macri expresaba mejor que nadie eso que la sociedad supone que es la sociedad: familia y mercado, abulia y prosperidad, trabajo, charla de fútbol, casual friday y alguna fiesta para bailar en camisa y zapatos. Pero algo olía mal en todo esto. Quizás era demasiado social para una corporación política que le bancó los trapos al sistema en los días ardientes de 2002. Demasiado cheto, demasiados apellidos del Newman, demasiada soberbia ética y eficientista del que nunca tomó decisiones públicas. “El país atendido por sus propios dueños”, decía Verbitsky sobre De Narváez, ese sucedáneo groncho de Macri, y, antes que expresar un repudio de clase, manifestaba el resquemor de los políticos profesionales ante la posibilidad de perder su campo específico, la representación, en manos de tecnócratas y ONGs adoradores del mito de la sociedad civil. […]

  3. UNO DE NOSOTROS | Panamá Revista

    el 10/12/2015

    […] Si alguien parecía destinado a recuperar esa materia prima del liberalismo for dummies era Mauricio Macri: criado en las recámaras de la Argentina empresaria, campeón de América, la mitad más uno, secuestrado, hijo, bello, no excesivamente inteligente. Macri expresaba mejor que nadie eso que la sociedad supone que es la sociedad: familia y mercado, abulia y prosperidad, trabajo, charla de fútbol, casual friday y alguna fiesta para bailar en camisa y zapatos. Pero algo olía mal en todo esto. Quizás era demasiado social para una corporación política que le bancó los trapos al sistema en los días ardientes de 2002. Demasiado cheto, demasiados apellidos del Newman, demasiada soberbia ética y eficientista del que nunca tomó decisiones públicas. “El país atendido por sus propios dueños”, decía Verbitsky sobre De Narváez, ese sucedáneo groncho de Macri, y, antes que expresar un repudio de clase, manifestaba el resquemor de los políticos profesionales ante la posibilidad de perder su campo específico, la representación, en manos de tecnócratas y ONGs adoradores del mito de la sociedad civil. […]

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