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11 de septiembre 2014

Lorena Álvarez

RESISTIMOS A LOS ’90

Tiempo de lectura: 3 minutos

Volver a ver una película como Tango Feroz luego de veinte años y en el cine, fue un raro juego de espejos. La mirada que la película posa sobre los jóvenes de fines de los 60 -principio de los 70- a través de una película dirigida a los jóvenes de los ‘90, fue ver el paso inoxidable y piadoso de los años propios, que siempre pasan terribles, malvados.

Hoy, después de tanta agua ida bajo el puente, más que analizar “la película”, dan ganas de hablar de aquellos noventa que están, indelebles, en la película.

La famosa escena romántico-sexual arranca con ellos bailando el tango Malevaje, primero envueltos en una manta y luego desnudos.

La manta es hindú y nada tenía que ver con los `70, sino con los ´90 y la apertura comercial del importado, la manta de elefantitos en cuestión es la que cualquier amigo con onda tiene en su casa de cubrecama o tapa sofá, y que también se usa como tapiz, o como tela para polleras y pantalones que inundan cualquier recital de rock.

La manta que ingresó, feroz, con el uno a uno. La manta que sepultó con su entrada a varios fabricantes argentinos que se vieron desplazados por la importación “barata”. Toda una señal de esos años.

Y en esa película, dónde el joven protagonista aclara que “no todo se compra o se vende” y que intenta hacer trueque en un subte, refleja con ironía la clara mano invisible del mercado, la que hizo que la banda de sonido haya explotado en todas las radios comerciales de la época, y hartado los oídos con eso de “el amor es más fuerte”. Tango Feroz nos hablaba con el corazón y cuando salíamos del cine nos contestaban con el bolsillo.

Todavía recuerdo un debate allá por el lejano 1993 en el programa de Mariano Grondona, se hablaba del fenómeno de la rebeldía que reventaba la taquilla y pienso: qué hermosamente domesticados estábamos.

Bellos, jóvenes y rebeldes.

Queríamos ser eso. No el chico rebelde, sino el chico de la tapa.

Tango Feroz compartió éxito con el deseo de ser elegida supermodelo en algún scouting federal de Pancho Dotto, de viajar a un all inclusive o salir en la tapa de Caras.

Compartió éxito con la llegada de Chacho Álvarez como candidato televisivo y ético. Con el flequillo Zulemita y los lentes de contacto color celeste lagarto.

Pero aquel éxito y este reestreno de una película que evoca a un personaje mitad leyenda – mitad historia, pienso, va de la mano de la pureza de intenciones que decíamos tener.

Se podía votar a Pino Solanas, se podía creer en la tele, en las buenas intenciones del periodismo a la vez que se podía ser tapa de revista. Se podía estereotipar al malo y creer que cada institución tenía un comisario como el que interpretaba Alterio.

Y se podía discutir toda noción de autoridad, la escuela, la policía, los militares, como entes apartados. Los buenos (nosotros), los malos (los otros). Decíamos, cantábamos: “Yo no lo voté”. Mientras, comprábamos el cd de la película y la revista Gente dónde podíamos ver esquiar a los protagonistas del suceso fílmico.

Éramos hermosos y jóvenes y el mundo estaba divididos entre buenos y malos, y resistimos los 90 comprando, (los que podían) e intentando viajar(los que podían) y votando Chachos éticos.

Aunque se diga que hoy existe el blanco y negro y no hay grises, no veo época más literal que los 90, con sus “buenos” y “malos”.

Sin matices.

La diferencia es que todos éramos los buenos. Los malos eran maquetas lejanas. Que a alguien votarían, ellos lo votarían. No nosotros, los éticos, los que llenábamos los cines (que pagábamos) para gritar “no todo se compra, no todo se vende”.

La elección de ese personaje, de ese héroe solitario, cuyos sueños nunca traiciona (pero no así sus amigos que deciden llevar vidas burguesas) no es azarosa a la hora de representar los años pre-sueño setentista: los jóvenes setentistas ya estaban derrotados antes de iniciar cualquier batalla, y sólo les quedaba la música.

Paralelamente, la resistencia a los noventa para los que tenían poco que comprar o vender, fue la música. Miles de bandas callejeras, barriales, de esquina crecieron como hongos, a la sombra de los megarecitales que llenaron estadios de la mano del dólar gemelo al peso.

Tango Feroz, la película más taquillera de los 90, fue un musical. Un musical de pelilargos con ganas de triunfar sin traicionarse, con ideales, en paralelo a la pasión supuestamente under que despertaban Los Redondos (“que no eran comerciales”) y la tropilla de bandas con oda a la esquina.

La esquina, la unidad básica de los 90.

La resistencia de los “no tengo nada que vender ni comprar” hija de ese héroe musical terminó estrellándose una noche, una década después bajo la inconsciencia festiva de una bengala.

Tango Feroz: un alma “setentista” encerrada en un cuerpo noventista, como también lo estábamos los que teníamos 20 abriles hace 20 años.

Aunque nos joda hacernos cargo.

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Comentarios

  1. martin

    el 11/09/2014

    No conozco a nadie con esa mantita…your argument is invalid (?)

  2. granemperador

    el 12/09/2014

    Reblogueó esto en la cueva del emperadory comentado:
    Análisis tan particular como interesante sobre una sociedad sometida a los principios del capitalismo extremo.

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