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29 de febrero 2016

Ezequiel Kopel

Periodista-fotógrafo nacido en Argentina que trabaja y vive entre su país de origen y Medio Oriente.

REFUGIADOS: EL MAPA Y SU TERRITORIO

Tiempo de lectura: 7 minutos

Para hablar del estado de la cuestión de los refugiados es necesario adentrarse en el conflicto en su contexto geopolítico profundo, mucho más amplio del que acostumbra tratarse vox populi, porque si lo que experimenta Europa se considera como una “crisis de inmigración”, lo que acontece en Medio Oriente es, sin más, una catástrofe humanitaria.

Sólo bastan las cifras. En enero de este año ingresaron a Europa -por medio de embarcaciones cruzando el mar Mediterráneo- 67.000 personas que, si se las compara con las 5000 que habían entrado en el mismo mes pero un año antes, ejemplifica un fenómeno que sigue in crescendo. La magnitud de la crisis se apoya en que estas cantidades fueron registradas durante los meses del invierno europeo; por lo general, es durante el verano el momento propicio para que los migrantes intenten llegar a Europa a través del mar. No obstante, si se comparan estos números con los de países de Medio Oriente que limitan con Siria (de donde provienen la amplia mayoría de los refugiados) el drama se vuelve mayor: existen 2.600.000 refugiados en Turquía, 630.000 en Jordania, y 1.200.000 en Líbano. Actualizada, la suma asciende a la espeluznante cifra de 4.500.000 personas en los mencionados países de Medio Oriente.

la Primavera Árabe llegó a Siria y lo que comenzó como una pacífica protesta se transformó en una guerra civil

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La tragedia de los migrantes comenzó algunos años atrás -y bastante más lejos de Europa- cuando, en julio de 2011, decenas de miles de ciudadanos sirios se dirigieron hacia Turquía, Líbano y Jordania escapando de la violenta realidad de su país. Ahora bien, la población siria ¿de qué o de quién escapa? ¿De un dictador, de un mandatario vitalicio o de radicales islámicos? Para lograr responder estas preguntas, que son la matriz del conflicto, es necesario repasar la historia reciente de Siria.

©-Sergey-Ponomarev-Reporting-Europes-Refugee-Crisis-01

La ley de la ferocidad

En marzo de 2011, la Primavera Árabe llegó a Siria y lo que comenzó como una pacífica protesta en la ciudad de Deera (cercana al borde con Jordania) que exigía reformas al presidente Basher al-Assad, muy pronto se transformó en una guerra civil, a secas. El “presidente vitalicio” sirio, que había accedido al poder luego de heredar el puesto de su padre y ratificado en dos elecciones flojas de papeles acontecidas en los años 2000 y 2007 (en las cuales obtuvo el 99,7% y 99,8% de los votos, respectivamente) respondió con extrema brutalidad. Su gobierno secuestró y asesinó a manifestantes, la mayoría, adolescentes. La insurrección se convirtió en un conflicto armado. Assad trató de desprestigiar a los rebeldes -hasta ese momento dominados por un grupo “medianamente” secular- liberando a yihadistas de la infame prisión de Sednaya, situación que terminó por  “islamizar” una oposición, descripta por el mandamás sirio, como “terroristas islámicos que intentan destruir nuestro país”. La posterior intervención de la chiíta Irán -que apoya a la familia Assad desde la guerra Irán-Irak- y la sunita Arabia Saudita -en favor de los rebeldes- inflamó el conflicto y lo encauzó en su senda más violenta. Cuando, en 2013, Al Assad decidió emplear armas químicas contra civiles y el naciente Estado Islámico se apoderó de la ciudad de Raqqa, se conformó un cóctel molotov para la estabilidad tolerable de los ciudadanos y la ola de refugiados comenzó a crecer sin pausa.

La tierra prometida

De los 100.000 refugiados que ingresaron a Europa en lo que va del año hasta la última semana de febrero, más de 400 personas murieron ahogadas en las aguas del Mediterráneo. De los que arribaron en este periodo, el 58% son mujeres y niños (un niño cada tres refugiados adultos). Para empeorar el panorama, casi la totalidad de los países europeos -los cuales no se perciben a sí mismos como “estados de inmigrantes”- ha reforzado sus controles de inmigración y expandido los vericuetos burocráticos para lograr el tan ansiado asilo, contrariando de este modo los pedidos de la ONU. Así, los recién llegados a Europa a principio de 2016 se suman al millón de personas que buscaron refugio en el Viejo Continente durante 2015 (en su gran mayoría sirios pero también afganos e iraquíes), aunque sólo ¡190! de ellos fueron reasentados formalmente. Del millón reconocido, Alemania -la nación más rica de la Unión Europea-  fue la que recibió el mayor número de pedidos de asilo, con 476.000 solicitudes. En segundo lugar se encuentra Hungría, con 171.000 aplicaciones hasta finales de diciembre. Según la intergubernamental Organización Internacional para las Migraciones, el año pasado registró un notable aumento de refugiados respecto de 2014 (donde habían arribado 280.000 personas) y registró mas de 3700 muertes en el Mediterráneo. También, y de acuerdo a la Policía Europea, más de 10.000 niños han desaparecido desde que ingresaron a Europa en los últimos dos años. La legislación de la Unión Europea establece que las solicitudes de asilo deben ser procesadas ​​en el primer país europeo al que ingresen las personas desplazadas de su lugar de origen.. En consecuencia, si países como Francia, Gran Bretaña o Alemania encuentran refugiados de Grecia pueden enviarlos de regreso al estado que los registró con anterioridad. Grecia e Italia -países con graves problemas económicos que se encuentran en el Mediterráneo- y Hungría -paso obligado para llegar a Alemania o Suecia- han soportado la mayor parte de la “carga” de los refugiados. No obstante, el Comisionado Europeo para la Inmigración y Ciudadanía de la Unión Europea, Dimitris Avramopulos, ya instó a Grecia e Italia a “redoblar esfuerzos” para controlar a los inmigrantes que llegan a través del Mediterráneo; de lo contrario corren el riesgo de ser suspendidos de la “zona de libre circulación” de Europa.

Ampliación del campo de batalla

Siria ya no es lo que era. El estado que se conformó al disolverse el Imperio Otomano está quebrado e, incluso, si el presidente Basher Al Assad, los rebeldes (islamistas o no) y las potencias extranjeras vuelven a unirlo, ya no será el mismo. Desde el comienzo de la guerra civil, 470.000 sirios han muerto, casi el 12% de su población ha sido asesinada o herida, el 45% ha sido desplazada de sus hogares, el 80% necesita ayuda humanitaria y la expectativa de vida se ha reducido de 75 a 55  años. En los países limítrofes al conflicto sirio, la situación es también desesperante: en Turquía, el número de refugiados sirios excede a la población conjunta de 15 de sus provincias. En Jordania, una de cada siete personas que vive en el reino es un refugiado sirio (sólo un 1% de todos los refugiados en ese país tiene permisos laborales) y el campo de refugiados Zaatari tiene tanta gente como la cuarta ciudad más grande del país. El Líbano -que ya tiene 460.000 refugiados palestinos- ha aceptado más inmigrantes (1.200.000) que toda la Unión Europea y los Estados Unidos juntos, y su desempleo ha aumentado el doble. La Unión Europea se comprometió a ayudar a Turquía con la suma de 3000 millones de euros si Ankara ponía freno a las personas que se dirigen a Europa pero el gobierno turco ya avisó que la cifra es insuficiente y que, por lo menos, necesita 2000 millones más. Pero, ni lerda ni perezosa, la OTAN ya anunció que enviará sus barcos al Mar Egeo para interceptar embarcaciones que “trafiquen personas”, que es lo mismo que decir “vamos a mandar barcos para evitar que lleguen refugiados a Europa”.

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El sueño eterno

¿Cómo se ha llegado a este punto? La respuesta no es complicada: la total inacción de la comunidad internacional en el conflicto sirio hasta la llegada del Estado Islámico. Asimismo, les cabe igual responsabilidad a los formadores de la opinión pública mundial, siempre más propensos a criticar cualquier intervención directa y horrorizarse ante la evidentemente abyecta foto de un niño muerto que a idear una manera de fomentar una intervención de la forma correcta o, cuando menos, perfectible.  Y, para empeorar el panorama, se ha sumado un actor muy interesado -apoyando a Assad- en que la problemática siga su statu quo: Rusia. Desde su ingreso en Siria, a fines del año pasado, su estrategia consiste en crear la mayor cantidad de refugiados posibles en Europa y así demandar concesiones de Europa para detener esa migración. No hay que ser un especialista para observar cómo los rusos se han beneficiado con la crisis de refugiados: no sólo han acentuado las divisiones en el continente, que incluye la posibilidad -celebrada por Moscú- de que Gran Bretaña abandone la Unión Europea; han debilitado, además, a Angela Merkel -principal impulsora de las sanciones europeas en su contra- y le han dado un nuevo impulso a los partidos de extrema derecha europea, con quienes comparten su cruzada contra cualquier unidad de Europa.

la crisis de refugiados europea estará completamente fuera de control y lo que vemos hoy será sólo el principio de una catástrofe

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Por el momento, mientras la población siria que ingresó a Europa en el último año se estima sólo es el 15% del total de los refugiados sirios (representando el 0,15% de la población total de la Unión Europea), el restante 85% de los refugiados -4.800.000 de personas- se concentra en cinco países: Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto.

La violencia causada por la guerra civil en Siria, sumados los conflictos en Irak, Libia y Yemen, no sólo no va a cesar en lo inmediato sino que seguirá expulsando a cientos de miles de seres humanos de sus hogares durante todo 2016. Los países de Medio Oriente serán sometidos a una presión mucho más intensa que cualquier estado europeo y, como ha quedado de manifiesto en los últimos años, si estas naciones no reciben ayuda internacional  para paliar su absorción, pronto los refugiados recalarán en Europa por más barreras y trabas que se interpongan en su camino. De esta manera, la crisis de refugiados europea estará completamente fuera de control y lo que vemos hoy en día será sólo el principio de una catástrofe que no ha tenido lugar desde la Segunda Guerra Mundial. Los líderes europeos deberán, entonces, hacer memoria histórica y recordar cuando ellos mismos fueron cobijados por otros países durante la Segunda Guerra Mundial y de qué manera respondió el mundo ante su situación.

 

 

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