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29 de marzo 2017

Esteban Actis

¿QUEDÓ ALGO DE LA “CONTINUIDAD” BRASILEÑA EN POLITICA EXTERIOR?

Tiempo de lectura: 4 minutos

Para los académicos dedicados al estudio de las políticas exteriores latinoamericanas, la República Federativa de Brasil representó, desde la redemocratización, un caso paradigmático (junto con Chile) en torno al análisis de su política externa. La particularidad del gigante sudamericano estaba vinculada a que a pesar de las idas y venidas de la política exterior como cualquier política pública, en relación a los ajustes propios del juego democrático y sus pujas políticas/redistributivas, su accionar externo conservaba un conjunto de lineamientos y objetivos que trascendían las voluntades de quienes momentáneamente ocupasen el Palacio Planalto. Entre los analistas existía un consenso mayoritario en afirmar que Brasil había logrado mantener ciertas “políticas de estado” (entendidas éstas como sostenidas en el tiempo y con consensos en todo el arco político) imprimiéndole a su accionar externo una importante veta de “continuidad”. Entre las continuidades de la política exterior de Brasil se mencionaban la centralidad de su Ministerio de Relaciones Exteriores (Itamaraty) a la hora no solo de ejecutar sino formular la política exterior; la arraigada idea de la lógica de la autonomía como principio rector y ordenador del accionar eterno; la vocación integracionista a nivel regional y por último su búsqueda inclaudicable de lograr una banca permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Sin embargo, dicha especificidad y particularidad de la política exterior brasileña parece ser parte del pasado, o en el mejor de los casos, estar sufriendo un importante impase. Las decisiones en materia de política exterior del (breve) gobierno de Michel Temer no solo han alterado políticas y acciones de la estrategia petista en los asuntos internacionales (políticas de gobierno) también han comenzado a lesionar los ejes rectores que hacían de Brasil una excepción en la región latinoamericana. Es dable resaltar que las discontinuidades sobre la continuidad en muchos de los casos tienen su génesis en el último gobierno del PT.

Entre los analistas existía un consenso mayoritario en afirmar que Brasil había logrado mantener ciertas 'políticas de estado'

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En relación a Itamaraty, el gobierno de Temer decidió romper la tradición de nombrar como Ministros de Relaciones Exteriores a funcionarios de la carrera diplomática. Luego de seis meses de gobierno constitucional, Temer ya nombró dos políticos como José Serra y a Aloysio Nunes (ambos senadores del PSDB) para que se ocupen de gestionar la política exterior. La nueva y llamativa “diplomacia senatorial” conlleva una “politización” de la política exterior sin precedente en la historia brasileña, “flagelo” que supuestamente la nueva administración vino a combatir.

Por su parte, desde el regreso a la vida democrática, Brasil ha mantenido la “lógica de la autonomía” como principio estructurante de política exterior, entendida como la capacidad y disposición del Estado para tomar decisiones basadas en necesidades y objetivos propios sin interferencia ni constreñimientos externos. Si bien la características de la visión autonomista fue mutando (autonomía “por la distancia”, autonomía por la “participación” y autonomía por la “diversificación”) la percepción de balancear y restringir el poder de las grandes potencias era una constante. En ese marco, si bien el acercamiento relativo de la administración Temer con los EEUU no puede aún catalogarse como de “acoplamiento”, su administración ha dejado vacío de contenido las opciones estratégicas del proyecto autonomista, profundizado en este sentido la negativa herencia dejada por Dilma Rousseff. Brasil parece haber abandonado dos de los instrumentos principales para ejercer la autonomía como son la política de diversificación de las relaciones exteriores y de soft balancing. En relación al primero punto, los recortes presupuestarios han retraído puestos diplomáticos y proyectos de cooperación en África y Asia. Asimismo, Brasil se ha transformado en un mero actor de reparto tanto en las coaliciones de IBSA y BRICS, espacios que hasta hace poco intentó ser protagonista.

La ausencia de Brasil como actor regional en la búsqueda de la paz en Colombia como así la llamativa pasividad ante la crisis venezolana son ejemplos de que Brasil va camino a convertirse en un “enano sudamericano”.

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De manera relacionada, y como tercer punto, es menester destacar que la diplomacia de Temer ha dejado huérfana la política de aumentar la integración y concertación con sus vecinos con el propósito de aunar fuerzas y robustecer la capacidad de negociación individual. La búsqueda de la unidad colectiva ha estado en el centro de la política exterior de Brasil, proceso que también comienza a revertirse con la administración Rousseff. Solamente cabe mencionar los esfuerzos de Sarney por la integración del Cono Sur, la propuesta (fallida) de Itamar Franco del ALCSA, la concreción por parte de Fernando Henrique Cardoso del IIRSA y finalmente la idea brasileña de la CSN-UNASUR bajo los gobierno de Lula para ponderar la vanguardia de Brasil en torno a la integración regional. El gobierno de Temer a la vez que parece decidido a dejar a la UNASUR como otro “esqueleto” más de la integración sudamericana, no ha esbozado ninguna propuesta concreta en lo que a atañe al regionalismo (salvo la idea de flexibilizar el MERCOSUR). La ausencia de Brasil como actor regional en la búsqueda de la paz en Colombia como así la llamativa pasividad ante la crisis venezolana son ejemplos de que Brasil va camino a convertirse en un “enano sudamericano”.

Por último, en los días que corren se conoció la noticia de que Brasil no va a integrar el Consejo de Seguridad de Naciones Unidades como miembro no permanente por lo menos hasta el 2033 dado que desde el 2011 no ha presentado las candidaturas correspondientes para ser el representante regional en dicho órgano. Este dato representa sin lugar a duda un duro golpe para la diplomacia brasileña y parece derrumbar las pocas aspiraciones que tenía Brasil de conseguir su preciado objetivo en una eventual reforma. Para un país que viene reclamando una ampliación de la representatividad de los organismos internacionales y con pretensiones de formar parte de un nuevo “club de poderosos”, resulta inadmisible una futura ausencia en el foro principal de la gobernanza global.

se conoció la noticia de que Brasil no va a integrar el Consejo de Seguridad de Naciones Unidades como miembro no permanente por lo menos hasta el 2033

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Resulta prematuro indagar y analizar aquí las causas de las mutaciones descriptas supra. No obstante, el escenario de crisis política y económica que atraviesa Brasil desde hace más de dos años parece ser una variable explicativa central. La crisis no solo se ha llevado consigo una presidenta electa, gran cantidad de políticos procesados y un conjunto de grandes firmas internacionalizadas, también parece haber arrastrado al baúl de los recuerdos la tan elogiada y admirada “continuidad” brasileña en materia de política exterior.

Brasilia

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