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13 de noviembre 2018

Juan Laxagueborde

¿QUÉ ES ESTO?

Tiempo de lectura: 5 minutos

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Paula Trama dice en una canción: “Escribe para todos con todos / no va a escandalizarla cualquier dolor / al fin y al cabo un albañil  / corre riesgos mayores  / que eeeeeestos”. Ese estos extendido, un poco agónico, puede informar sobre el presente y el riesgo de darle tantas vueltas a la idea de rock, o de su posible función social. La mirada de Paula ya está parada del otro lado de la frontera del territorio originario del rock, le sirve el pop para viajar liviana. Está plagada de signos de lo anterior pero pasa con creces hacia lo nuevo.

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Lo vivo de la poética ya vive poco en el rock, que desvanece para convertirse en un clásico, esto significa que se puede decir de él cualquier cosa, acreditados en su sinfín. Vamos a hablar de tres cancionistas de la vieja guardia, considerados de diversas maneras por la gente que los escucha, los ve, los ama o los denigra.

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El problema nacional no es el problema del rock, aunque haya quedado establecido que existe el rock nacional. En la pila de estéticas y estilos de la música escrita en la Argentina después de los años sesenta, está presente el rock como ese cantar sin fueros. Pero el rock, todo lo que viene después de la aparición de la juventud, está apuntalado por cualquier cantidad de poéticas ajenas a él, que en él se deforman. Es obvio que nadie escribe ceñido a su género o su jerga; en el segundo plano de esta certeza está todo lo que influye a un género. Todo lo que no es lo previsible de su tradición. Esto incluye también a lo inexplicable, el momento en que un género vive en la influencia de lo degenerado. La patología de hacer.

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Músicos enmarcados en la historia del rock cometieron sacrilegios hacia sus propios estilos. Estos codos de la creación un poco obturan la posibilidad de historizarlos normalmente y otro poco habilitan que los recordemos justamente por eso. Es artista el que se derrite en sus limitaciones y hace las cosas mal. Porque hacer las cosas mal es la forma artística de “lo que hay que hacer”. El error estilizado inventa obras que como se escapan de lo que se esperaba de los que las hacen, generan una nube en el espectador, un éter de novedad, un hiato en el fanatismo. La indignación y la puesta en duda de lo que se admiraba hasta entonces. Vamos a rescatar algunos momentos de nuestros rockeros típicos para decir que no lo eran tanto, que podían escaparse de sí para volverse un poco monstruos, la manera rockera de promulgar la acción indecente en el oído angelical del fanático. Que todo lo que digamos se entienda a medias hace al objeto. Dale que va. El error es un desafío al fanático.

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Ahora vienen tres momentos donde las palabras de los viejos rockeros viven en falsa escuadra y  forman la sorpresa.

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La moda y el pueblo son dos absolutos. Y Susana Giménez es otro absoluto, es una identidad, una imagen, un nombre ya sellado en la imaginación pública. Con la hybris que lo caracteriza, que le permite lo genial y el manierismo, la cantidad y la sutileza, Fito Páez tituló hace diez años Moda y Pueblo a un disco, para decir que estaba cantando canciones clásicas. Aunque estaba Gerardo Gandini al mando de los arreglos, que era un hombre irremediablemente porteño, lleno de desparpajo según cuentan, pero era también un eximio creador de músicas asesinas, rayos misteriosos. A todo lo barroco que hay en ese título transparente, Fito le agrega (¡chan!) una portada con la imagen de Susana Giménez. Pero no es una imagen habitual, mírenla por ahí. Es Susana críptica, atemporal y, si damos vuelta el disco, nos damos cuenta que abrazada al propio Páez producto de efectos gráficos. Todo el barrunte que estos elementos colocan habilitan la pregunta parroquiana, cafetinera: ¿Qué quiso hacer? ¿Llenar el mito de mitos? ¿Remarcar cánones de belleza discutibles? ¿Rehabilitar la identidad incluyendo más identidad? ¿Armar sentido desde la saturación de los signos? Claro, todo eso y el rincón de misterio o de casualidad que caracteriza a cualquier cosa que se haga desde lo estético. Lo formal, lo inexplicable, está ahí para que tratemos de ponerle interpretación como si fuera un juego, para darnos cuenta que definitivamente lo es, siempre lo es. Es muy obvio, pero es también enigmático.

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En el pensamiento mitológico del cancionero rockero de Juan Sebastián Gutierrez, brillan por igual el absurdo de vivir en un tiempo cualquiera y la abstracción (la verdad) de decir lo que no se entiende con palabras que formen la aureola para entenderlo. Ejemplo de lo primero es esta parte de esta letra. Dice Juanse: “Lleno de problemas voy a dar a una playa con una modelo”. El giro sintáctico “voy a dar” fascina, no dice algo ordinario como habría que decirlo. Abre y cierra una sintaxis paranormal, momentánea, nunca jamás utilizada en una canción. No dice “caí”, no dice “fui”, no dice “me encontré en”. A la manera de una anécdota de parroquianos pasados de la raya y el vaso, ese verso esconde uno que viene antes y solo vive en la basurita de la conciencia del que la escucha. Es una introducción imaginaria a la anécdota. Toda la estructura implícita que tiene el verso. Si la canción no tuviese ese forma extraña, si no fuese una poesía y fuese un leve contar de un ciudadano típico, sería así: “Escuchá, escuchá. El otro día estaba con muchos quilombos, no sabía qué hacer. De repente, como quien no quiere la cosa, voy a dar a una playa, sí. Rarísimo. Y con una modelo”. Es este verso donde no vale el contenido, que por suerte se resquebraja para bien entre la fuerza de la forma. No importa adónde pero importa que el poeta va a dar, llega, se topa y lo escribe desde su sensación extraña en el cuerpo con otra sensación, constreñida y sintáctica. Una sensación se traduce a la sintaxis. Le agregó el sentido apretado e infinito de un giro raro en la frase para explicar la idea de una casualidad o contingencia. Nunca un rockero salvo Pappo (“son muchos pensamientos / para una sola cosa”,  “si estás a la deriva / es menester que sea rock”, etc) escribió con ese estilo remanido y fresco a la vez.

El error estilizado inventa obras que como se escapan de lo que se esperaba de los que las hacen, generan una nube en el espectador, un éter de novedad, un hiato en el fanatismo

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Por último cabe citar estos tres versos improbables, surrealistas argentinos y tangueros siderales. Los escribió Spinetta para una canción que tituló Era de Uranio: “El cantautor desafinó / su beba cuando quedó sola / corrió un mueble”. Me interesa acá resaltar la potencia y el asombro de la expresión “corrió un mueble”, que se aleja tanto de la afinación spinettista, como de la propia canción que se desarrollaba hasta ahí de manera absurda pero orgánica en la lírica. Este mueble aparece entonces como un arrebato antiestético de Spinetta para decir que estaba cansado de tamaña búsqueda de la estrella de los sueños y las guerras del alma. Se queda en lo pedestre de correr un mueble. Chirría desde ahí e inventa una ventana materialista para entender lo que dice. Pero entender es, en Spinetta o con Spinetta, un saber anímico.

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Se queda tranquilo el discotequero, se cuecen habas en la historia de la música, se termina lo que hubo sin que vuelva a empezar del todo algo en el territorio arrasado de unas promesas hechas en el momento donde adelante brillaba la libertad, que ahora está quebrada en alguna parte esperando algo. Por ahí esto también sea una promesa, lo que Paula Trama llama entre murmullos “exotismo fantasmal”.

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