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26 de enero 2016

Pablo Stefanoni

Periodista, columnista, jefe de redacción de Nueva Sociedad. Autor de Los inconformistas del Centenario (Plural, La Paz, 2015).

¿PUEDE PERDER EVO EL 21F?

Tiempo de lectura: 5 minutos

El referéndum del 21 de febrero será la primera elección de la era Evo –quien llegó al Palacio Quemado hace una década– en la que los resultados no están cantados de antemano y todo puede suceder. Las encuestas que toman en cuenta al área rural le dan un margen favorable al Sí a la posibilidad de una nueva reelección del presidente pero ninguna es muy confiable. En efecto, el propio Evo Morales le dijo en una oportunidad al vicepresidente Alvaro García Linera en un acto público: “¿Cómo va estar preocupado, amargado?, debemos estar felices, contentos, hemos hecho mucho. Aunque no aprueben finalmente nuestra reelección, no importa, hicimos historia gracias al pueblo boliviano”. No obstante, en otros actos, el mandatario indígena se mostró confiado en ganar la contienda. La oposición, por su parte, espera que los vientos del giro a la derecha en algunos países de la región (Argentina, Venezuela) lleguen a los Andes, al menos como una suave brisa que empuje a los indecisos a poner la cruz en el No de la papeleta electoral.

Evo Morales asumió el 22 de enero de 2006 luego de vencer con el 54% de los votos, luego fue reelegido a fines de 2009 con el 64%. La nueva Carta Magna aprobada en 2009 prevé una sola reelección, no obstante una interpretación del tribunal Constitucional le permitió al presidente postularse nuevamente en 2014, cuando triunfó con más del 60%. Es más, Morales se transformó hace poco en el presidente con más tiempo en el sillón de la historia boliviana. Además, la economía se mantuvo fuerte en estos años y aún no llegaron los efectos de la baja del petróleo a la población. El Washington Post publicó que Evo podría ser el último baluarte del socialismo del siglo XXI. “Después de años de crecimiento económico sostenido y de política fiscal disciplinada, Morales incluso ha ganado un amplio apoyo en el departamento de Santa Cruz, que es la capital comercial del país”, escribe Nick Miroff. En efecto, parte de la apuesta oficialista para ganar el referéndum y reformar la Constitución de 2009 es obtener un amplio triunfo en esta región. ¿Entonces por qué podría perder el 21F?

Morales se transformó hace poco en el presidente con más tiempo en el sillón de la historia boliviana

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En primer lugar hay que decir que Bolivia es un país tradicionalmente anti-reeleccionista. Solo Víctor Paz Estenssoro –el líder de la revolución de 1952– lo intentó en 1964 y fue rápidamente destituido por un golpe de Estado. Es decir, que la década evista es excepcional, y allí la pregunta es si esa excepcionalidad marcó un cambio cualitativo definitivo, o la aversión de los bolivianos a la “perpetuación” de sus gobernantes en el poder sigue presente en la cultura política local. Por lo pronto, quienes rechazan en bloque esta década son relativamente pocos. El riesgo para el gobierno es que quienes consideran que sí, que esta fue una “década ganada” –y hay muchos datos que abonan esta percepción– piensen que “ya está bien”, que Evo no puede seguir eternamente (aunque si uno pone evo en el diccionario de la Real Academia española esta devuelva: Duración de las cosas eternas/Duración de tiempo sin término).

Por otro lado, hoy es claro que Morales le podría ganar a cualquier candidato, pero un referéndum entre el Sí y el No unifica a todos los opositores y suma el elemento de la “perpetuación”. Previendo esto último, la pregunta del 21F no es sobre la reelección indefinida sino sobre un mandato más, que llegaría hasta comienzo de 2025, el año del Bicentenario.

De hecho, podría darse el caso de que Evo perdiera y el Movimiento al Socialismo (MAS) siguiera en condiciones de vencer en 2019, claro que en peores condiciones. Los nuevos liderazgos opositores en las alcaldías o gobernaciones (Soledad Chapetón, Félix Patzi o Rodrigo Paz) parecen lejos de poder disputar la presidencia con posibilidades, y los viejos dirigentes cargan con estigmas y desprestigio por ser parte “del pasado”. El último Plan B que circuló en la prensa refiere al vice Alvaro García Linera, el copiloto de Evo en estos diez años y una figura fuerte del Estado Plurinacional como posible postulante en caso de derrota. También sonaron en diferentes momentos el canciller David Choquehuanca o la presidenta de Diputados, Gabriela Montaño, pero estas figuras la tendrían más difícil en las urnas.

Un problema más amplio del 21F es que, por primera vez, la postulación de Evo no tiene como correlato la promesa de una agenda de transformaciones como promesa. El impulso de 2005 en parte se disipó en la gestión pública, y temas sensibles como la reforma de la salud (un enorme deuda con las mayorías populares), la calidad educativa o la posibilidad de salir parcialmente de la dependencia de las materias primas se enfrenta a un Estado mucho más presente en la economía pero no más eficiente para abordar proyectos complejos. En ese sentido, la posibilidad de dar el “gran salto adelante” industrial, sin un aparato técnico-científico que lo acompañe, se vuelve ilusoria y lineal. El Plan de desarrollo 2025 es demasiado general. Por eso, Evo Morales habla hoy de defender lo conquistado y de mantener la estabilidad, y esas dos variables pueden garantizarle el triunfo, pero también pueden resultarle insuficientes para revertir el debilitamiento de los sentidos del cambio. La importancia que el presidente boliviano asignó a que el rally Dakar pase por Bolivia –pese a su colonialismo intrínseco así como sus efectos ambientales– es uno de los elementos de tensión discursiva en el relato oficial, que transitó hacia derivas más centristas. Al mismo tiempo, el énfasis en la macroeconomía y sus cifras, ocluye algunos debates más generales sobre el horizonte futuro del país.

Un caso aparte son los casos de corrupción en el Fondo Indígena, una institución dependiente del Estado pero con dirección campesino-indígena que fue un golpe muy duro al gobierno –y para las organizaciones indígenas vinculadas a esa institución– porque afectó uno de sus principales capitales simbólicos: la capacidad indígena de renovar la política a partir de cosmovisiones alternativas al capitalismo hegemónico. Las revelaciones sobre proyectos fantasmas constituyeron, así, un fuerte golpe, con independencia de la cantidad de las sumas en juego.

El desarrollismo enfrenta límites estructurales que el voluntarismo gubernamental no puede vencer con facilidad

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Toda América Latina muestra a los proyectos del giro a la izquierda frente al debilitamiento de sus agendas, de sus energías y de su imaginación política junto al cansancio social con presidentes que durante años fueron tan populares como omnipresentes. Bolivia no es ajena a esta situación. El desarrollismo, como mencionamos, enfrenta límites estructurales (que el voluntarismo gubernamental no puede vencer con facilidad) y los imaginarios sobre el “Vivir bien” nunca pasaron de propuestas genéricas, sin anclajes en la realidad nacional ni sujetos que lo encarnen.

Pero, al mismo tiempo Evo sigue siendo un líder popular, tiene al Estado para hacer campaña y mucho para mostrar como avances de su gobierno. Se trata, sin dudas de un presidente-símbolo que marcó una década, y eso le da un plus de resistencia sobre cualquier presidente “normal”. Hoy Evo ya no es “un campesino más” –como se decía en los primeros tiempos de su gobierno– sino un “líder excepcional” – “Hay un solo Fidel, un solo Gandhi, un solo Mandela y un solo Evo”, dijo el canciller Choquehuanca. El periodista Pablo Ortiz resume bien el escenario: “estamos en una situación rara, si se concretara un triunfo del No es una especie de salto al vacío. Es algo así como: ‘te queremos pero no para siempre y al mismo tiempo no tenemos con quién irnos’”. En estos dilemas de definirá el 21F y el futuro político de la figura que domina la política boliviana desde hace diez años.

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Comentarios

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