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07 de febrero 2016

Ernesto Seman

Historiador y escritor. Nacido en enero de 1969. Días más, días menos, estará festejando su cumpleaños para cuando usted esté leyendo esto. Ultimo libro, "Soy un bravo piloto de la nueva China" (novela, Mondadori, 2011)

LAS VEINTE VERDADES

Tiempo de lectura: 7 minutos

Verdad 15:

La paz social es el más violento de los sueños y la guerra contra las drogas su almohada

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La guerra contra las drogas comenzó antes de que llegaran las drogas. El 2 de abril de 1987, en la iglesia Stella Maris de Recoleta, trinchera de todas las primeras batallas, el vicario castrense José Miguel Medina denunció un país acechado por la droga y la corrupción enfrente del Presidente de la nación, Raúl Alfonsín. Muchos se acuerdan del gesto de Alfonsín, que le hizo así con el dedito a un religioso para que le cediera… ¡el púlpito! Pocos se acuerdan de que el llamado de guerra católico era contra la droga y la corrupción. Alfonsín entraba épicamente en la fase declinante de su gobierno.

Para comprar un gramo de cocaína en Buenos Aires en 1987 había que hacerse amigo de toda la hinchada de Boca, llegar al dealer con contrato de alquiler, los tres últimos recibos de sueldo y una carta de recomendación firmada por la mitad de la redacción de El Porteño. No había flagelo, pero Medina preparaba la guerra de todos modos. La guerra que en los hechos llegaría sólo quince días después y bajo ropajes distintos, con el alzamiento carapintada de Semana Santa.

No recordamos las secuencias, porque también se trata de eso. No recordamos el odio visceral, el oprobio que provocó el gesto presidencial. Sabemos, muchos, de la bravura de Alfonsín, pero no recordamos qué la despertó, ni mucho menos, qué vino después. La Guerra contra las Drogas se reinventa periódicamente sobre un país que jamás podría reconocerse a sí mismo.

En el abril del 2000, tres periodistas vamos a una oficina del centro de Buenos Aires, donde funcionarios de los Estados Unidos con los que uno ha trabado relación a lo largo de los años nos muestran las imágenes, los satélites, las fotos. Ahí pueden verse los camiones, saliendo de Bolivia, cruzando el norte argentino para entrar en Chile y viajar por todo Chile hasta el sur para volver a ingresar a la Argentina y seguir derecho hasta Puerto Madryn. Que es, nos enteramos ahí, un nuevo puerto de salida de la droga de América Latina hacia Europa. Resulta imposible determinar en una foto satelital si los camiones llevan droga o Sandía, sin son camiones, si son los mismos. A los pocos días, durante una cena, un funcionario del gobierno argentino me describe con detalle los mismos camioncitos. El Ministro del Interior, Federico Storani (un capítulo aparte y menor en esta historia) anuncia a la semana siguiente un plan contra la droga que, oh sorpresa, parece inspirado en las imágenes de los camioncitos transitando de Bolivia a Puerto Madryn. Esto fue una década después de las valijas de Amira Yoma. Años antes de la efedrina. Mas años aún de la reaparición fársica del Grupo Alacrán (Grupo Alacrán: Todos sabemos que hay un esbirro de Roberto Bolaño encerrado en algún subsuelo del Pentágono creando nombres de operaciones militares en los Estados Unidos. Queda por saber quién es el pibe de Aldo Bonzi que la Gendarmería tiene a base de cerveza y Uggis sacando títulos y nombres.) La guerra contra las drogas sigue su curso. El tráfico y el consumo siguen otro.

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No hay guerra contra la droga, no existe. Existe un mundo descomunalmente diverso a lo largo de América Latina que creció de la mano de la desigualdad social y del tráfico y consumo de droga. Y existe una política hemisférica que ha diseminado recursos simbólicos, económicos y militares anclados en la violencia social y de clase bajo el imaginario de dos bandos disputándose un territorio. La desigualdad social acompaña la violencia en América Latina. La guerra contra las drogas ha invisibilizado el primero de los problemas y agravado el segundo. No hay guerra. Hay, derivado del enorme despliegue de esos recursos, un corredor entre Tegucigalpa y Los Angeles que probablemente sea una de las creación más violentas y reveladoras de la guerra contra las drogas.

A quienes pensamos desde el principio que, cuando comiencen las restricciones de la apertura, la política no deberá leerse en los titulares sobre economía sino en la seguridad y la disciplina, el abrazo a la lucha contra las drogas es apenas una confirmación, quizás demasiado temprana, de aquellas intuiciones básicas. La paz social con desigualdad necesita del refuerzo periódico de las jerarquías y las diferencias. Frente a un horizonte restrictivo, eso bien puede llamarse guerra.

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Verdad 16:

La prosperidad hace al hombre, la adversidad crea monstruos. Notas sobre la vía chilena

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Yendo por la ruta 40 doblamos hacia el oeste por la ruta 15, rumbo al paso de Agua Negra, la última imagen que tenemos de la Argentina, en el espejo retrovisor, es la de un grupo de gendarmes, desencajados de risa, reunidos alrededor de un grafiti pintado en una roca. Uno de ellos lleva un termo atravesado en el pecho; otro revisa un libro pequeño y de lomo ancho, quizás un diccionario. Atado, en la camioneta, descansa plácidamente lo que parece ser un puma.

Vamos a Chile, no tanto el país Chile sino el invento argentino Chile, ahí donde rearmamos una ilusión tras otra, para todos los gustos. Alimentamos una esperanza. Frente al zapatismo encolerizado del kirchnerimso que vive de confirmar en Macri un retorno inexistente, están los que sueñan con que, al final de tanto escándalo, el gobierno argentino termine siendo como el de Sebastián Piñera, cuya gestión terminó por ser mucho más marcada por la incompetencia que por su conservadurismo, al menos respecto de las expectativas que había generado.

Las esperanzas se desvanecen cuando uno choca con el hecho evidente de que Piñera no tuvo la chance ni, sobre todo, los incentivos para desplegar a rienda suelta sus convicciones. Recibió una economía relativamente controlada que ya había absorbido los efectos de la crisis financiera internacional de 2008. El cobre mantuvo uno de sus precios más altos durante buena parte de su gestión. Los recursos públicos para las políticas sociales heredadas de la Concertación estaban disponibles, los planes sociales sancionados por el Congreso. Llegado por fin a La Moneda, Piñera no tuvo espacio mínimos para desmantelar los programas que había cuestionado durante la campaña (el AUGE y “Chile Crece Contigo”). Ni encontró incentivos siquiera para llevar adelante algunas de las reformas distintivas de su coalición, sobre todo la reforma de la seguridad social, cuya “voucherización” animaba las fantasías más íntimas de Reconstrucción Nacional, aquellas relacionadas con los malos incentivos que la seguridad social generaba en la población a partir de garantizar cierto piso común más allá de la contribución, y la responsabilidad individual que se entrena con el voucher.

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Algo curioso es que Piñera represente en su gestión el sueño de una derecha democrática cuando su proyecto sugería lo contrario. Su pensamiento, la coalición política sobre la que se montó su candidatura y que incluyó a buena parte del legado pinochetista, la base electoral de su triunfo y el desarrollo histórico de la derecha chilena justificaban los temores acerca de una ortodoxia conservadora. Pero quienes hacen historia intelectual desencajada de las condiciones sociales en las que se produce se llevan en Chile una sorpresa en sentido inverso a la que se llevarán con Macri en la Argentina. El gobierno argentino tendrá al menos un año de recesión en el que se presume que no habrá aumento de la demanda interna, el poder adquisitivo del salario sufre un recorte más pronunciado que el de los dos últimos años del gobierno de Cristina Kirchner, nada hace suponer que los precios de la soja vayan a cambiar sustancialmente en el corto plazo. Aún si se produjera un aumento de las inversiones externas (la disponibilidad para invertir en los mercados emergentes, en el contexto recesivo de Chile y Brasil, es por el momento una especulación), queda por vislumbrar qué imagina el gobierno para traducir esos fondos en actividad económica. La insistencia de Prat Gay en “liberar las potencialidades de la economía” para “no complicar a la gente con controles” es reveladora de lo que, con un poder político creciente, intentará dibujar el gobierno como identidad política y horizonte nacional.

Cuando Victor Hugo escribió que la adversidad crea hombres y la prosperidad monstruos pensaba en la imaginación. En la política, las restricciones son el universo dilecto de los fanáticos, el campo de experimentación de las ideas que, “ahora sí”, van a poner las cosas del lado de la razón.

Macri tiene por delante un par de años plenos de restricciones. Es el terreno por el que Macri recorrerá el camino inverso al de Piñera: el de la consolidación ideológica, el de la reafirmación de los valores transformados en políticas públicas, el del sueño republicano de un país en paz.

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Verdad 17:

El Kirchnerismo es el espectro a través del cual se repiensa el liberalismo argentino

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No hay más kirchnerismo. Tal como lo conocimos, se acabó. La operación resistencia infinita, más grotesca que quijotesca, con la que Pablo Touzón caracterizó la salida del kirchnerismo se prueba cada vez más real en su caricatura. En el corto plazo (esto es, al menos hasta las elecciones del 2017) el dibujo de un peronismo post Cristina es el único que importa. La dosificación de causas judiciales hará el resto para mantener el pasado a raya.

Pero si algo dejaron en claro cada uno de los días posteriores al 10 de diciembre, es que el kirchnerismo sobrevivirá a sí internalizado en el alma de sus detractores. No hay forma de siquiera imaginar el futuro del actual gobierno sin el castillo de arena permanente que el kirchnerismo le presenta a cada paso, como representación, como signo, como idea, como borde. Para adelante, la única forma de pensar esa intersección entre el pasado y el futuro, entre el mito y la política, se condensa en la respuesta a una sola pregunta:

¿Por qué Sala?

verdad manos

Continuará…

 

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