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31 de enero 2016

Ernesto Semán

Historiador y escritor. Nacido en enero de 1969. Días más, días menos, estará festejando su cumpleaños para cuando usted esté leyendo esto. Ultimo libro, "Soy un bravo piloto de la nueva China" (novela, Mondadori, 2011)

LAS VEINTE VERDADES

Tiempo de lectura: 12 minutos

La Plata.- Federico Sturzenegger, presidente del Banco Ciudad y dirigente del PRO

Verdad 12:

No vamos a gobernar con gente así

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A Federico Sturzenegger lo conocí en 1997 en las oficinas de Chacho Álvarez. Era el economista jefe de YPF, uno de los cavallistas que sobrevivía en el gobierno de Menem pero veía, con algo de intuición, la necesidad de cambios, la llegada de los mismos, su lugar luminario en ellos. Álvarez, por lejos el tipo más lúcido de la política argentina moderna, incluyendo todos los jefes de Estado desde Frondizi para acá, estaba obsesionado por esa ladera enjabonada de la credibilidad y los mercados y la construcción de una fuerza política con capacidad de imaginar el poder político y de ejercerlo, dos cosas mucho más difíciles de amarrar que lo que parece.

Álvarez sabía de la importancia gramatical de cada uno de esos gestos, de las sospechas que los mismos levantaban entre sus interlocutores. Sturzenegger era un gesto. Un gesto Sturzenegger, si se quiere. “Ernesto: Sturzenegger estudió en Estados Unidos, es un tipo reconocido” decía, por ejemplo, con algo de candidez, o sin nada de ella. Algo importante en la atmósfera de esa época embrionaria de la Alianza era la postura sintomática de Álvarez, justificatoria. No pedía perdón; se adelantaba. Miró a su alrededor en esa oficina chica, en el primer piso sobre la avenida Callao y siguió, confesando un secreto, acercándose.

“Porque, Ernesto, no vamos a gobernar con gente así, ¿eh?”

Alineando el mentón y los dedos de la mano hacia adelante, indicaba un espacio amplio de gente así que incluía, por orden de llegada, a él, a mí y a todos los que estaban del otro de la puerta: los economistas de saco de corderoy y anteojos sin gracia, los militantes, los políticos que poblaban los otros pisos de la casona y que trabajaban día y noche para ver si por fin esta vez se les daba, los seguidores, los periodistas, los ex presos. A todos menos a Sturzenegger.

La Plata.- Federico Sturzenegger, presidente del Banco Ciudad y dirigente del PRO

Sturzenegger llegó al rato, su traje y su apellido a cuestas. Tenía ideas y la necesidad de un vehículo para ellas. No importa nada, todos en algún momento necesitamos algo así. Parecía inteligente, brillante y apasionado consigo mismo y con lo que decía. A mi, que he visto gente enojada, me pareció que tenía la violencia contenida del tipo que sabe que tiene razón y se ofusca porque la realidad no se acomoda a ese dato evidente para todo el mundo. La violencia de un fanático momentos antes de chocar. En la conversación, reformulaba los lineamientos de la continuidad de la convertibilidad frente a una recesión que recién aparecería al año siguiente pero que (para quien, en el decir de la época, hubiera estudiado en Estados Unidos) podía intuirse en el horizonte. Sturzenegger hablaba de una amplia refinanciación y de un mayor acceso a crédito externo para reactivar el mercado interno financiando un aumento en el consumo (la crisis en los mercados internacionales aún no era tan marcada, pero la tasa de desempleo y la caída en las tasas de ahorro y consumo interno tornaban el proyecto en algo casi épico), imaginaba una improbable reforma impositiva que ayudaría a acortar algunos puntos del déficit fiscal, proponía una mejora y expansión de algunas de las políticas sociales que llevaban adelante las administraciones provinciales, sobre todo la de Buenos Aires. En la cancha de papi en la que se jugaban las opciones políticas de esos años, todo sonaba bastante razonable.

La charla, que fue monólogo, tenía a Álvarez de presentador. No habrá sido más de media hora y el economista desapareció en el laberinto menor del final de época.

La Plata.- Federico Sturzenegger, presidente del Banco Ciudad y dirigente del PRO

La historia, que es más perversa hacia adelante que hacia atrás, quiso que a Sturzenegger le tocara llegar al gobierno de la Alianza cuando Álvarez ya lo había dejado, para refinanciar la deuda cuando los mercados ya tenían otros planes, para mantener la convertibilidad cuando las fuerzas que venían a reemplazarla ya estaban desplegadas. Lo cual no le impidió sumarse al último zarpazo del mega canje en el que aún está procesado por haber beneficiado desde el gobierno a los bancos que colocaron esos bonos improbables. Pero el contexto era tan distinto al esperado. Para Sturzenegger, como suele ocurrir con los soñadores, eso alcanzaba para confirmar que sus ideas, redentoras, seguían intactas, que jamás habían sido implementadas de la forma necesaria.

La Plata.- Federico Sturzenegger, presidente del Banco Ciudad y dirigente del PRO

Con el tiempo, la imagen de Sturzenegger y de la larga fila de economistas que desfilaron por esa y otras oficinas similares se me superpuso con otra, algo menos graciosa. A finales de los años ’60, los economistas chilenos que habían ido a estudiar a la Universidad de Chicago financiados por la Fundación Ford y la Fundación Rockefeller como parte de un programa general para incidir en el pensamiento económico chileno, regresaron a Santiago con sus diplomas de doctorado bajo el brazo. Ernesto: Estudiaron en Estados Unidos. Cuando Allende crecía como el candidato de la Unidad Popular, cuando Pinochet no era Pinochet, los que después serían los Chicago Boys no fueron a pedir dureza, no clamaron por redimir la nación, no anunciaron la hora de la espada. En cambio, se reunieron con Jorge Alessandri, el ex presidente que competía con Salvador Allende para las elecciones presidenciales de 1970. A él le contaron sus sueños. Le manifestaron su perplejidad por el atraso de la sociedad, la falta de una infraestructura moderna para la economía, el aislamiento del país.

Alessandri, que durante su gobierno había empezado formas modestas pero sostenidas de la reforma agraria bajo el auspicio de la Alianza para el Progreso impulsada por Kennedy, los mandó de vuelta a la casa, en el linaje de los últimos políticos tradicionales y conservadores que veían con algo de horror los fundamentos del monetarismo, con su énfasis en la liberación de las fuerzas productivas, la reducción del poder sindical, la desregulación del flujo de capitales (esto es antes de la crisis del petróleo), el repliegue de la presencia del Estado en la economía. Los jóvenes tuvieron que esperar unos años para confirmar sus peores pesadillas durante el gobierno de la Unidad Popular, unos años más para tener por fin su oportunidad junto a Pinochet.

La Plata.- Federico Sturzenegger, presidente del Banco Ciudad y dirigente del PRO

Hay pocos y muchos puntos en común entre esta generación de argentinos y aquella generación de chilenos. El neodesarrollismo que profesan los argentinos es una invención insustentable, en su práctica, en sus ideas, en el espejismo que es el Estado hoy como construcción histórica. Pero la creación de una terminología absurda también evidencia sus especificidades, sus diferencias respecto de los chilenos de entonces, sus nuevos proyectos y sus viejos temores. Los economistas hacen fila, ofrecen los frutos de su profesión, se asombran de la dificultad de los políticos para incorporar cambios técnicamente indisputables, se enervan ante la realidad de la que ellos son una parte incandescente, una pus, un anticuerpo. Un sueño.

Seman 3

Verdad 13: 

La identidad nacional es una membrana permeable atada al tipo de cambio

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Lo era hace más de diez años, lo sigue siendo. Es la conversación sobre la relación entre economía, lenguaje y política. Es lo que discutiremos una vez más ahora que viene el desencanto, que no es tanto lo que se contrapone a la ilusión, sino lo que corresponde a un dólar alto que “sincere” las variables de la economía, frente a la ilusión que nos engaña. Y ahora que también nos pasará por encima todo el potencial simbólico de la noción de “sinceramiento” de la economía, con su carga que complementa y excede al monetarismo, pone a la libertad en su punto justo y restringido.

El manejo del tipo de cambio es una medida técnica que no garantiza el progreso, la igualdad, ni sus contrarios. Sí, es una transferencia de ingresos desde los sectores asalariados hacia los exportadores (que, como la voz de Raúl Prebisch viene explicando desde fines de los ’40, no filtra parejo hacia el resto de la sociedad.) Sí, es ganar competitividad, lo cual no es menor si uno cree, con alguna lógica, que el crecimiento económico es condición de la reducción de la pobreza y de la desigualdad. El gobierno tiene varios meses por delante para hacer piruetas alrededor de esa apuesta (apuesta radical en su multicombo de devaluación, levantamiento de buena parte de las retenciones, aumento de tarifas y eliminación de subsidios.) Si se alinean los mercados internacionales, el precio de las exportaciones, la inflación, Argentina puede recuperar un ritmo de crecimiento económico que valide la devaluación inicial, deje en un segundo plano la transferencia de ingresos que la misma produjo y disimule por un tiempo los desajustes que produce.

Pero el tipo de cambio, como la moneda de la que controla su valor, también es imaginación, y su imaginación no es otra cosa que la construcción histórica hecha alrededor de una tensión con el adentro o una tensión con el afuera que excede a la economía. Dada aquella exposición extrema a los vaivenes del sector externo, el tipo de cambio ordena política, social, geográfica y culturalmente a la Argentina. La devaluación, o el intento de pisar el dólar, acompañan una asociación infinitas de ideas y símbolos sobre la relación del individuo con el Estado, la acción colectiva, la libertad, la estrechez del mundo propio, las ansiedad por el mundo ahí afuera. La devaluación o el intento de pisar el dólar acompañan, con el tiempo, la definición de los contornos de la estructura social y económica.

Verdad Identidad nacional es membrana permeable

Cuando todo pase, cuando Guillermo Moreno por fin se calle, cuando Prat Gay se enoje, cuando argentina retome la senda incierta de un país post industrial al que “cultura del trabajo,” “pleno empleo” o “neodesarrollismo” le son crecientemente ajenas, cuando todo eso pase, una experiencia real de la Década Pasada será el de una revolución social que, alentada y excedida por el kirchnerismo, repuso en el centro de la escena pública la vida cotidiana que en Argentina nunca dejó de ser así en sus colores, olores, sonidos. En alguna tarde de domingo de 2006 en Parque Patricios, detrás de una decena de mantas con un muestrario de la cotidianeidad vernácula a la venta, decenas de parejas y familias bailaban chacarera, felices pero a las apuradas antes de que se fuera la última gota de sol. No esperaron a que el kirchnerismo armara su lista de diputados para salir a bailar. No todo es política. La vida, sobre todo, no es política, aunque la produce. No bailaban porque Moreno regulaba a los supermercadistas. Las mantas y el baile estaban ahí, o más allá, desde siempre, invisible sólo para quienes no pudiéramos ver.

La imagen de aquella tarde, mercadointernista, me volvió a la cabeza unos años después en la bellísima descripción que hace Oscar Chamosa en su libro sobre la historia del folclore de la “irrupción” de Antonio Tormo en la escena pública peronista. Su versión de “El rancho e’ la cambicha”, un tema del litoral relatando las desventuras y privaciones del caso, pasó en pocos años de no difundirse en las radios a convertirse en el disco de mayor venta de la historia argentina. Pero a Tormo (convenientemente para estas líneas telúricas, conocido como “el cantor de las cosas nuestras”) no lo inventó el peronismo. Sus canciones se escuchaban por millones, se bailaban en las peñas del gran Buenos Aires en las que se nucleaban inmigrantes del interior, se repetían en los barrios, se cantaban en las provincias. La capacidad de ver o escuchar lo que le pasa a millones es, paradójicamente, un arte de pocos, los que nacieron para eso. No los gerenciadores del populismo, no Santaolalla y su audiencia, la de los dos millones de tipos apelotonados entre Palermo y Nueva York que nos distribuimos halagos, becas, festivalitos, puestos en el Conicet, cargos de un gobierno al otro, agitprop de crealina orgánica cuyo tropiezo con el mundo de lo popular nos ha dado tantas alegrías y perplejidades. Esos determinan un mundo que es tan crucial como finito. Pero mar adentro, tierra adentro, montaña afuera, hay mucho más que eso. El reconocimiento de la palabra propia para quienes les fue negada, la presencia de su color, los fondos para financiar su sonido, los favores para crecer, la discrecionalidad para promover, para investigar lo nuevo y relucir lo viejo. Quién pudiera ver eso mientras sucede.

La identidad nacional de la economía libre es la del sinceramiento y la competitividad. Que la devaluación haya venido acompañada de una liberación de las retenciones y fin de subsidios, entonces, también tiene una lógica que, aunque no la contradiga, excede la económica y se posa en el individuo. Cuando Juan Llach delira en éxtasis calculando cuántas asignaciones universales por hijo se podrían cubrir con la plata destinada a los subsidios también está pensando en eso, en cómo algunas políticas sociales, vistas a su modo, son una palanca para que el individuo florezca. Mientras los liderazgos populistas se encaraman sobre la idea de la ilusión, los liderazgos que los suceden se embanderan con la del sinceramiento.

Y después los últimos se preguntan por qué siempre los primeros.

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Quizás la mayor fuerza simbólica de la devaluación, el desmantelamiento de los instrumentos para regular el impacto doméstico del sector externo, está en que la asociación de la libertad al comercio es fundacional al debate democrático. La democracia ha sido, en sentidos fundantes, la individuación del libre tránsito y de la prosperidad. La identidad nacional del nuevo tipo de cambio es la de la circulación total.

La de los “consumos culturales.” La economía muestra los costados más diversos de adaptación a este nuevo patrón. Sentados en el medio de ese debate, los productores de carne de La Pampa cuentan cómo el libre mercado se lleva por sus propios medios la carne al exterior. Desde afuera de la economía, Darío Lopérfido extiende ese mismo razonamiento a la cultura y a la política impositiva, imaginada cómo un Moloch que con su presión sobre el individuo ha impedido hasta ahora “que cada uno haga lo que quiera con su plata.” Con el tipo de cambio libre, sobre todo, las relaciones sociales se hacen inmediatamente visibles, el lenguaje transparente. Cada uno podrá hacer lo que le parezca. Lo que quiera, de todas las opciones posibles, la que mejor le venga. La libertad del repositor de un supermercado que se levanta a las cinco de la mañana pensando en lo lindo que sería tomarse unas líneas entre los pechos de Eva Mendes en la habitación de un hotel con las ventanas abiertas sobre el Caribe mientras una pantalla gigante en la pared de enfrente transmite a Racing en vivo, pero aprovechando la libertad que tiene, elije pasarse 10 horas por día en un lugar de mierda por dos pesos al mes colocando bolsas de arroz en el tercer anaquel, que es el que van a mirar con más ansias los infelices como uno que están inmediatamente arriba suyo en la escala social según le dijeron en la única charla explicativa.

La libertad es nada. Ni más, ni menos importante. La libertad es el imaginario expandido de posibilidades, el poder que las expande, la acción colectiva que la lleva adelante y la lucha que construye ese poder. El de hacerse un asado en el patio de la casa y perder una tarde en paz. En sus huesos, la libertad, como el derecho, es poder.

Seman 1

Verdad 14: 

Maximito explicó, por sugerencia de su madre, que había ganado unos pesos con un quinto de lotería

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Y el señor Naidath no dijo nada, pero escamado miró de reojo el arpa, y los culpables temblaron como en el paraíso Adán y Eva cuando los observó Jehová.

Si Maximito no pudo convencer al señor Naidath en El Juguete Rabioso, peores cosas puede esperar del escarnio público y de la justicia en los tiempos que vienen. No es Bonturo, pero vivirá como tal. Todos debieron saberlo antes. Es irónico que sea un gobierno de agentes económicos, por definición actores privilegiados de la erosión de las capacidades del Estado para controlarlos, sea quien vaya a acorralar judicialmente a toda una década. Pero si de algo se trata la lucha contra la corrupción es precisamente de eso, de invisibilizar las relaciones sociales que producen el Estado y las que éste devuelve, y que en su conjunto reflejan la desigualdad de la estructura social argentina y la relación entre lo público y lo privado en su fase declinante.

La tentación del gobierno de expandir la lucha contra la corrupción como una herramienta para controlar el reacomodamiento del kirchnerismo puede incluso superar a su verdadera necesidad. La judicialización de la política, en su versión más terrenal, crecerá en forma inversamente proporcional a la resolución inmediata de los cuellos de botella más importantes de la economía. Material habrá de sobra.

En una servilleta de la confitería Las Violetas del 2004 que ha viajado en el tiempo y en el espacio, hago una lista. De los 42 amigos y gente por la que tengo afecto que logro recordar del mundo de la política, más de la mitad están indebidamente enriquecidos y/o judicialmente procesados. La lista no es representativa, refleja mis propias inclinaciones, pero abarca partes importantes de todos los gobiernos desde 1983 hasta 2015. E incluye a varios que transitaron por más de una administración.

Visto de lejos, cualquiera haría un esfuerzo por separar enriquecidos de procesados, por especificar sus distintas suertes. Observados de cerca y cómo fenómeno, en cambio, lo más interesante es cuán parecidos se ven, cuánta derrota. Enriquecidos o encarcelados, sujetos de forma simbólica o literal a la sodomización de los ideales en los que la mayoría de ellos se reconocen, exiliados internos de un destino que se les escurrió en cuentas bancarias abultadas. Visto desde esos 42 nombres, la corrupción es antes que nada la señal que los actores con más peso en movilizar la economía le dan al resto de la sociedad sobre cuáles son los limites estrechos del interés general. Sarmiento se amargó viendo cómo las familias que lo apoyaron se repartían las tierras que él imaginó como bergel de libertad e industria, qué podemos hacer quienes ni siquiera tuvimos tan arraigada su ilusión sobre el espíritu visionario de quienes ostentan la propiedad, ni sobre la posibilidad de controlarlos.

Porque todo ocurre, claro, en un país en el que sus clases dominantes barrenan entre la propiedad y el robo con la frente alta y la confianza de saber que la diferencia entre esas dos categorías se salda con gritos y palos.

Seman 2

Continuará…

 

 

 

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