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24 de enero 2016

Ernesto Semán

Historiador y escritor. Nacido en enero de 1969. Días más, días menos, estará festejando su cumpleaños para cuando usted esté leyendo esto. Ultimo libro, "Soy un bravo piloto de la nueva China" (novela, Mondadori, 2011)

LAS VEINTE VERDADES

Tiempo de lectura: 7 minutos

Verdad 9:

Cuando nada es más importante que la libertad, nada es muchísimo más importante que la libertad

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Época y épica nuevas vienen con ideas que trascienden el gobierno pero lo acompañan y le dan forma. No está de más tomarlas con tanta seriedad como preocupación, siempre y cuando dejemos que en claro que eso exactamente lo contrario a imaginar que se trata del regreso de viejos cuerpos con nuevos ropajes. Ni lo primero ni lo segundo. Una interesante: en una entrevista, el sociólogo Marcos Novaro cuenta que “la libertad de expresión es la libertad de empresa.” Para Novaro, ambas libertades “son inescindibles y esta ley [de medios] apunto a destruir a ambas.”

Novaro tiene razón. No hay forma de entender la supremacía absoluta de la libertad de expresión individual por sobre cualquier otro bien colectivo que no sea ciñiendo la primera a la posibilidad material de ejercerla, es decir, a que los recursos para manifestarse no estén regulados desde el Estado en nombre de otros valores, como podría ser garantizar el acceso igualitario a esos recursos materiales. Si para garantizar que todos puedan tener al menos la chance de ejercer la libertad de expresión se necesita recortar algo de la poder económico de otros, éstos pierden, en términos relativos y absolutos, la libertad ilimitada de expresarse.

En 1930, Trotsky describió a la libertad de prensa en el capítulo 12 de la Historia de la Revolución de forma similar a la de Novaro. Precisamente por eso, insiste con la necesidad de limitarla. No hay cambio posible en la estructura de la propiedad privada bajo el régimen de libertad de prensa. Eliminar a una es, de hecho, cercenar a la lotra. Más familiar a nuestro paladar me viene a la cabeza la frase del obrero argentino rememorada por Daniel James en Resistencia e Integración que, ante las acusaciones que recibe el peronismo por sus ataques sistemáticos a la libertad de prensa, también pone el acento en la desigualdad intrínseca de la misma:

“La libertad de expresión es cosa de ustedes: nosotros nunca la tuvimos.”

Novaro tensiona el mismo argumento desde el otro extremo de la cuerda. El mismo con el que la Corte Suprema de Estados Unidos habilitó en 2014 el aporte ilimitado de fondos privados para los candidatos presidenciales, una de las derrotas fundamentales del gobierno de Obama: Si el poder económico tiene que ser separado de la libertad política, entonces la libertad de expresión no se aplica para las elecciones, lo cual daña el mecanismo básico de la democracia. La Corte en Estados Unidos y Novaro en Buenos Aires señalan el aspecto más resbaladizo del populismo en su versión más radical, aquella que entusiasma al obrero de James: el argumento redistributivo es, en el fondo, un argumento contra la libertad, que al introducir recortes al ejercicio ilimitado de la libertad (de empresa o de prensa), la sujeta al arbitrio de otros valores.

En su estilo, nuestro agent provocateur (uno de los doscientos intelectuales que firmaron aquella solicitada en apoyo a Macri) revela algo que lo identifica y cuya relevancia no se refiere a la libertad de prensa. Las flaquezas de la Ley de Medios, y su turbia implementación, lo habilitan para un razonamiento mayor y que excede su coyuntura, y que une de raíz a la libertad con la desigualdad económica. Si Alfonso Prat-Gay no piensa en esos términos, como intuyo que no piensa, es en parte porque está inmerso en los mismos. Es Bruno Bauer antes de que Marx escribiera La Cuestión Judía. Es la búsqueda de la prosperidad de todos sin tocar la de algunos. Novaro simplemente está sentado en una esquina, mordiendo un escarbadiente, esperando a que por la vereda de enfrente lleguen con el caballo cansado Prat Gay y todos los que encontraron bajo el manto del neodesarrollismo una seña identitaria más generacional que ideológica. Es sobre esa tensión entre libertad individual y derechos colectivos en donde se recortarán los perfiles más definidos de la política económica, social y de seguridad del gobierno. Como siempre, la economía de esta nueva etapa se define por fuera de ella. En la precisión de Novaro o en la boutade monetarista de Darío Lopérfido, que a cuento del financiamiento de los centros culturales, resucita otra certeza que marcará mucho más el destino de los salarios que el del Centro Cultural Kirchner: “es mejor que la gente pague menos impuestos y que hagan lo que quieran con su dinero.” El perfil de la Argentina futura no está en las medidas técnicas inmediatas que exige la reactivación de la economía o en el instinto político que detecta la necesidad de un aparato de políticas sociales, sino en la forma que ambos convivan en un escenario de restricciones y respondan a esta con la violencia que la libertad exige.

 

foto verdad 10

Verdad 10: 

Argentina será gobernada por gente que se percibe más cerca de Charly García que de Carlos Manfroni

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Y si el kirchnerismo no lo entiende, necesita alguien que se acerque y le recuerde que eso que se ve ahí adelante no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas.

El gobierno es un trabajo en marcha. Sí, Macri tiene a su alrededor un entorno que lo diferencia del común de los mortales, piezas de museo y apellidos proto ilustres que no están en la agenda ni en las amistades ni en los horizontes inmediatos de buena parte de las otras opciones políticas. Pero para que los dinosaurios no nos conviertan de pronto en ciervos obnubilados en medio de la ruta, el dato más importante no es el de esos nombres y sus sorpresas, sino la forma en la que Cambiemos logró trascender el corral estrecho que los connota para convertirse en una opción política de poder.

Veremos rock y centros culturales y ropas relajadas y sexualidades diversas peinados raros y, mientras se pueda, un énfasis descomunal e insoportable en una cultura descontracturada (de la que los mocasines sin medias sea probablemente la mejor expresión tanto de su alcance como de su anclaje social). Es menos probable que el gobierno avance con una legalización del aborto, pero nada indicaba que fuera a ser distinto con ningún otro candidato. Se trata de gente que quiere gobernar la Argentina en el siglo veintiuno. No es una restauración conservadora; irá siendo, con el tiempo, el intento de crear un orden político nuevo y moderno. No tengo ninguna duda de que en buena parte de quienes se sumaron al gobierno de Macri miraron con curiosidad el prontuario de Abel Albino, más como una excentricidad incómoda con la que tendrían que convivir que con el fervor de una causa para tomar como bandera. La mirada del mundo que surja de esta década no será el fruto de una oposición tajante a un mundo que quedó atrás, pero tampoco será el de su versión más troglodita. Dados los incentivos del caso, uno puede imaginarse a Manfroni soportando un recital entero de Charly García, empujado al Gran Rex por Prat-Gay y Sturzenegger para ver durante dos horas a la versión declinante e inofensiva del arte que supo temer, una foto pequeña en los diarios apurada por algún asesor de prensa para tener al final de la noche una nota de color que alivie las tensiones que ya llegarán, y en las que se juega la confirmación de las jerarquías y poderes que definirán si Argentina es un lugar agradable para vivir, y para quién.

En todo caso, justo Charly García, uno de los pocos significados culturales argentinos definidos construidos en oposición a la melancolía y sobre el desconcierto ante quienes hacen lo mismo que yo hice ayer, como viviendo en el pasado. Durante un recital abrumador en el Luna Park en diciembre de 1983, apenas unos días después de que Raúl Alfonsín llegara al gobierno y cuando la nación entera se abría al mundo del entendimiento, la civilidad y la esperanza, Charly se interrumpió a sí mismo con un brevísimo monólogo sólo para reírse, y para reírse a solas, de la elegía hispana que por entonces exportaba al mundo el Pacto de la Moncloa y el espíritu juvenil de Felipe González y de la resucitada popularidad que invadía a Charly García ahora que iba de viaje a Nueva York pero lo ignoraba cuando hacía giras por el interior de la Argentina. ¿Sería porque me pinto los ojos?

¿Quieren pop? No escuchen a Charly y entiendan Macri.

verdad 11

Verdad 11:

El Kirchnerismo espera que Macri sea Videla como Perón esperaba la tercera guerra mundial

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Y digamos esto no sólo como una crítica. Muy brevemente durante 1945 y 1946, la perspectiva de una tercera guerra masiva e inmediata era compartida, al menos como posibilidad, por una buena parte del mundo. A la Argentina, para la mirada de Perón, ese conflicto le brindaría el tiempo y espacio exactos para culminar el milagro perfecto de consolidar su lugar dominante en el mercado de granos y carnes, y acelerar el proceso de industrialización nacional que aparecía mucho más robusto en su retórica nacionalista y en la comparación con el resto de la región que en la perspectiva internacional en la que debía actuar.

¡Pero no pasó! No hubo guerra mundial, ni en ese momento ni nunca, las cosas siguieron su rumbo en forma única, como cada vez en la historia. Perón tuvo que adocenar sus expectativas a un escenario global marcadamente hostil para la Argentina en el que un par de sequías domésticas tuvieron efectos tan duraderos como cien marchas a Plaza de Mayo.

Nada se repite y es lo primero que deberíamos repetirnos a nosotros mismos. No hay tercera guerra que sea igual que la segunda, ni hay futuro para un proyecto político que abrigue esas esperanzas. No hay Videla, ni Menem, ni De la Rúa. No hay un kirchnerismo que haya retomado las banderas de la Argentina del trabajo, sencillamente porque la Argentina del trabajo es un sueño conservador que no le dice nada a un país que ha crecido por décadas al margen del imaginario de Carpani que mueve a su clase dirigente, ya sea para el amor o para el espanto. Como bien nos enseña el Bardo, lo mejor es no cazar dos peces con la misma red. Macri no es el pasado, y eso no lo hace mejor, pero lo hace nuevo (lo cual, como vimos recién, tampoco lo hace tan distinto de lo viejo.). En la histeria épica de la resistencia, ex funcionarios y militantes kirchneristas resignifican la masiva plaza de despedida como un pataleo frente a la realidad y una apuesta a que los salve un retorno al pasado. No es (sólo) que lo que digan no sea cierto; es que no es lo importante.

Es también, volviendo atrás, el espejismo que cautivó a la Unión Democrática en 1946. La figura de Tamborini hablando a la multitud entre los carteles proclamando “Por la Libertad” y “Contra el Nazismo” llenaba el pecho de los que participaban del cierre de campaña contra Perón. La razón estaba de su lado. Tan fundante era esa razón que no tenían chances de ver lo que estaba a punto de suceder. Confundían la necedad propia con la presunta sordera ajena. No se trataba de que Perón fuera nazi o no, sino de que lo que estaba en juego era algo mucho más importante para definir el futuro de la Argentina.

 

Continuará…

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