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05 de abril 2016

Esteban De Gori

LAS NUEVAS IGLESIAS

Tiempo de lectura: 5 minutos

I

Los años 90 reconstruyeron un mundo diferente. La subjetividad política estalló. La disolución y derrota de los proyectos revolucionarios condujo a los hombres y mujeres a acomodarse en un terreno incierto. Eso. Acomodaron el cuerpo. La disolución de esas ideas que orientaban a los seres humanos a perseguir otro destino se aflojaron. Entraron en crisis. La democracia, los derechos humanos y el humanitarismo comenzaron a ser patrimonios lexicales de nuevas derechas e izquierdas. El new age apareció con fuerza inusitada y los cambios se centraron en el individuo. Individuación y humanismo se inscribieron en un mundo que había terminado su guerra. Todos comenzamos a ser cuentapropistas de nuestras propias vidas e ideas. El individuo (posmoderno) surgió con una violencia inédita y colonizó todo. Se transformó en un voto en sí mismo. Los cuerpos desprovistos de otros horizontes más trascendentales tuvieron que ajustarse a la crisis. Empezaron a elegir al modo de un menú u hoja de ruta pragmática credos, religiones, brujos, mantras. La disolución de las grandes narrativas liberó una fuerza inédita e inquietante en el individuo: la búsqueda de la felicidad. Aquí. No dar el cuerpo para ninguna causa. Solo para la mía. Dar rienda suelta al deseo. El capitalismo vencedor pudo estar a la altura de los acontecimientos y pobló al mundo de una producción inédita de capitales, creencias y mercancías. En cada expresión cultural encontró formas de micro reproducción y rentabilidad. El mundo estaba tomado y el individuo también.

 

II

Antes del final del comunismo existían grandes GPS vitales y sociales. Referentes. Un sacerdote italiano nos había pedido rezar por las victimas de Chernobyl. No eran cristianos, pero Dios salva a todos. Ucrania era un lugar desconocido. Habitado por bestias. Pero a nadie se le niega un rezo. Después tuvimos que hacerlo por Lech Walesa. Un polaco como el Papa. Esa vinculación lo tornaba más querible, más próximo. La Guerra Fría te metía en el mundo intempestivamente y orabás por sus personajes. Pedimos por Walesa. Rezamos y combatimos con la palabra. La guerra fría nos globalizó a su manera. Lech se parecía a mi viejo. Era como rezar por él. El día que implosionó la Unión Soviética y aledaños se acabaron las oraciones. La guerra había terminado en esa iglesia de San Fernando. La dejamos. Mi madre sintió que el deber estaba cumplido. Ahora a otra cosa (ella fue la única que se dio cuenta que el mundo cambiaba). Nos íbamos con un triunfo universal debajo del brazo. Ese “error antropológico” –conceptualización del marxismo de Juan Pablo II (1979)- había terminado. Lo humano volvía a lo humano. Pero lo haría de una manera inédita. Una que iría más allá de las previsiones del papado.

 

III

La individuación posmoderna puso al individuo y a su cuerpo en el centro de la escena. Un cuerpo atravesado por las incertidumbres. Ceñido a los vaivenes y disoluciones políticas, laborales y económicas. Sometido a una totalidad infinita, como el capitalismo y sus victoriosas dominaciones. La cultura del “espíritu” y del cuerpo se transformaron. Lo humano –de alguna manera- volvió a lo humano. La new age se volvió la felicidad de la posguerra. Cohelo. Yoga. Osho. Sai Baba. Control mental. Nos orientalizamos. Ese mundo ya no tenía gusto a comunismo y/o atraso, sino a fuente de felicidad. Nos habíamos despezado tanto en Occidente que había que resignificar la vida trayendo –como el capital- a los amigos de la otra parte del globo. Les llevábamos inversiones y ellos nos daban felicidad –pasada por el tamiz de la cultura económica-. China se modernizó. India se volvió una de las democracias más grande del planeta. Dejamos la Iglesia. Juan Pablo II y mi sacerdote italiano, pasaron a retiro como viejos generales. Buscamos otras instituciones sagradas. Más modestas. Más eficaces y aliviadoras. Astrología. Tarot. Brujos. Curas sanadores. Altares multicolores propios. Militancias “independientes” que emergían ante el declive sacro de la izquierda. El espíritu reemergía con una lectura del cuerpo necesitado de respuestas y sanaciones. Un cuerpo potente, pero asediado. Las ciudades se poblaron de gimnasios, de centros de estética, de depiladoras. De gente que corre. El cuerpo no para. Non stop, como el capital y los refugiados. Mi nutricionista dice que quemas calorías aunque estés quieto. De eso se trata!!

 

IV

El cuerpo termino dominando, me indicó mi psicóloga. Me paso el título de un libro: Antropología del cuerpo y modernidad, de David Le breton. Me jodió la vida, tuve que ir a leerlo (tuve miedo de no hacer los deberes!). Allí encontré: “El vocabulario anatómico independientemente de cualquier otra referencia marca también la ruptura de la solidaridad con el cosmos.” El hombre –como apunta este autor- se ha reducido al cuerpo y el capitalismo tiene una batería de menúes culturales que lo formatean, lo atrapan y lo “liberan”. Lo liberan de la obesidad/fealdad y le dan un conjunto inagotables de productos alimenticios y estéticos para dejar de existir. Vida y muerte a la mano. Un vertiginoso liberalismo existencial.

Vivimos en la época del “body boom”. Primero la new age -a principios de los años ’90- y luego, la actual active age. Una cultura del movimiento continúo. Running. Muchos corredores en Facebook. Todos blanden sus kilómetros. Nothing is impossible. Nuevas iglesias emergen en el centro de la posmodernidad. Administrar las almas –como decía el viejo Weber- y administrar los cuerpos. Las iglesias protestantes, católicas y ortodoxas han “regalado” la reducción del hombre al cuerpo al mercado. No hay nadie que mejor pueda interpretarlo. El cuerpo pide cosas que las iglesias no pueden ofrecer, solo en base a represión. Todos quieren más vida: apelación cristiana más Ravenna. Los gimnasios se extienden como los cajeros. El “saber del musculo” dió un salto a un “saber vivir mejor”. Vivir mejor. Con alegría.

 

V

:-Soy adicto. Voy a curarme de esto. Necesito ayuda. Imagine que podía decir esto en mi grupo de adelgazamiento o a mis amigos de la Facultad de Ciencias Sociales. Lo había ensayado mentalmente. Decir que sos adicto en esa Facultad te da prestigio. Cierta desmesura cotiza (en todos los sentidos). Me imagine diciéndolo como lo hacen en las películas norteamericanas. Soy adicto. Era más fácil. Esperaba el aplauso del pastor, del sacerdote, del jefe de los adictos, etc. Ya no tenía que rezar por Chernobyl o Walesa, sino por mí. Pero las cosas no son como uno imagina. Termine diciendo cuanto había adelgazado. Somos una medida y un pulso. Listo. Cuando se nos preguntaban que esperábamos del tratamiento varios decían: “orden”, “contención”, “limite”, “estar bien”, “vida”, etc. Todo podía reducirse a “orden y felicidad”. Yo balbucee una estupidez: “estar mejor”. Me sentí cursí. Un fan de Diego Torres. Me pase escuchando un rosario de intervenciones donde la materia corporal surgía como una nueva majestad. El cuerpo oprime la conciencia de los vivos. Al lado mío un tipo tomaba apuntes (si, apuntes!). Otro se miraba debajo de la remera y un fisgón se divertía con un escote de una exgorda. Deseo desmedido de sí mismos

El psicólogo entró a ese gran salón donde todos buscábamos la fórmula del éxito. Subió a una tarima rodeado de una bella médica. Un dandy de la vida sana. Sus cuerpos eran la imagen más contrastante de mis 20 kg de más. Un pulpito para un pastor posmoderno con armas del psicoanálisis dispuesto a captar los vocabularios de la audiencia. Un star rock que te muestra los desórdenes de tu vida. :-Seguí las indicaciones. Repite. Si, se puede! (me autoconvenzo). La salvación está en vos. En el terreno. Dominar al cuerpo con la simbolización del cuerpo en la mano. Religarnos a nosotros mismos frente a la incertidumbre. Autoregular los caprichos (si queremos apelar a una lógica republicana). Reprimir aquellos que nos llama a la desmesura (condenar la gula, si somos cristianos). Cortá!. Distanciaté!. En un gran salón somos gordos cools –fervientemente de clase media- que pagamos para asumir, lo que hay que asumir: la época y las consideraciones sobre la vida. Estamos siendo liberados por el mercado. Hace bien, pero quedamos atrapados en el cuerpo por sanidad. La materia vuelve a la materia.

 

VI

Volver a nueva iglesia, sin guerras frías, sin soviéticos, sin Papas, sin gramáticas trascendentales. Una iglesia de la alegría. Con un solo conflicto que hay que dejar. Parar la guerra de mi cuerpo contra mi cuerpo. Para liberarlo. Pacificarme, dialogarme y cortar. Vamos a aliviar y reconciliar el lobo interno. Nos lo merecemos. El mercado, el lenguaje de la estética y de la sanidad te liberan. Para protegerte de esos mismos demonios que el propio mercado genera. Para dar rienda morigerar precariamente las inclemencias de la posmodernidad.

 

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