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22 de febrero 2016

Américo Schvartzman

Periodista de El Miércoles Digital. Docente. Licenciado en Filosofía. Autor de "Deliberación o dependencia. Ambiente, licencia social y democracia deliberativa" (Prometeo, 2013). Director de La Vanguardia.  

LA NECESIDAD TIENE CARA DE PROGRE

Tiempo de lectura: 6 minutos

El desarrollismo original, el de Frondizi, se propuso hace sesenta años extraer las riquezas del subsuelo como fuera, con el Estado o con las multinacionales. El objetivo era el autoabastecimiento, y –claro– “el desarrollo”, “el crecimiento”. Palabras míticas para las dirigencias tradicionales. De ayer y de hoy. Por aquella época aun no se hablaba de los límites del crecimiento (el famoso texto del MIT, “The Limits to Growth” escrito por Behrens, los Meadows y Randers recién se publicó en 1972).

El neodesarrollismo populista del ciclo kirchnerista se propuso algo parecido. Por eso la Argentina es el único estado en la región que no tiene políticas públicas nacionales serias y sostenidas que promuevan las energías renovables. Al contrario: durante los últimos años profundizó la matriz dependiente de los hidrocarburos.

¿Qué hará el neodesarrollismo liberal del ciclo macrista? Aun es pronto para saberlo. Pero vale la pena intentar una mirada atenta a la etapa que termina, con una primera imagen de conjunto impactante: déficit energético, aumento sin anestesia de tarifas, caída de la inversión en Vaca Muerta.

¿Qué hará el neodesarrollismo liberal del ciclo macrista con la cuestión energética?

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Un repaso rápido por lo que hicieron en los últimos años los vecinos de la Región muestra, a diferencia de la Argentina, notables avances en materia de energías renovables. El Uruguay, por ejemplo, arrancó en 2011 con un ambicioso plan de impulso a la energía eólica, cuyos primeros y espectaculares resultados se esperan para este verano: planea cubrir el 100% de sus necesidades energéticas con unos 500 aerogeneradores, una inversión total de dos mil millones de dólares. Podría decirse que es razonable en un país sin petróleo, que ya generaba casi el 60% de su energía mediante cuatro centrales hídricas. Cierto. Pero eligió no depender de hidrocarburos, ni tampoco apostar a centrales térmicas basadas en carbón. Con acuerdo de todos los partidos, definieron una política pública sensata, sustentable, que en apenas cinco años –veremos si lo logra en estos días– empieza a mostrar efectos tangibles. Tanto como el viento.

Otros, como Chile y Bolivia, discuten (metafóricamente, pero ¡qué maravillosa disputa!) cuál de los dos tendrá la planta de energía solar más grande de América Latina. El gobierno de Evo Morales ya produce 300 MW entre energía eólica, solar y geotérmica y planifica duplicarla en la próxima década. Los chilenos, por su parte, se pusieron el objetivo de que el 45% de la capacidad de generación eléctrica instalada en el país entre 2014 y 2025, provenga de fuentes limpias. La presidenta Bachelet afirmó que ese tipo de energía es “abundante, limpia y socialmente aceptada”, pero que también es competitiva: lo que produce solo la planta de Copiapó equivale a más de 71 mil millones de litros de combustible que se utilizarían para generar la misma cantidad de energía en una central tradicional.

Brasil, pese a tener la enorme Petrobras –una de las principales del mundo, la cuarta entre las petroleras internacionales de capital abierto–, está invirtiendo en energías renovables desde hace tiempo. Entre 2015 y 2018 piensa gastar casi 15 mil millones de dólares en energía eólica. Ya tiene 202 parques eólicos en funcionamiento y hay 378 más en construcción. Los vecinos brasileños aportan otro dato notable: cada nuevo megavatio de potencia instalada en energía eólica implica 15 nuevos puestos de trabajo.

On 140 acres of unused land on Nellis Air Force Base, Nev., 70,000 solar panels are part of a solar photovoltaic array that will generate 15 megawatts of solar power for the base. (U.S. Air Force photo/Airman 1st Class Nadine Y. Barclay)

Aunque no es nada en comparación con los vecinos (hay solo 13 parques eólicos y un puñadito de solares) son varias las provincias argentinas que se les animan a las energías alternativas: San Juan, San Luis, Santa Fe, Chubut, Buenos Aires, Santa Cruz, La Pampa, Jujuy ya tienen plantas en funcionamiento, en construcción o en proceso de licitación. Incluso hay ciudades que avanzan en planes de este tipo: la municipalidad mendocina de General Alvear firmó un convenio con empresarios para construir un parque solar (también dicen que será el más grande de Latinoamérica, se ve que todos quieren ese título) con el que los alvearenses apuestan a solucionar sus problemas energéticos durante los próximos cuarenta años. La provincia de Santa Fe, además, se animó a ser pionera en otro plan innovador: da créditos para que las personas instalen su propio “techo solar” en sus casas.

Pero estos esfuerzos provinciales (y en algunos casos, inversiones privadas, como en Neuquén o Chubut) o impulsados por ONGs, como en Jujuy, no tuvieron ningún correlato en políticas públicas impulsadas por el Estado nacional durante los últimos doce años de kirchnerismo. Peor aún, en lugar de promover energías limpias, el Gobierno se entusiasmó con la embriagante vaca-atada de Vaca Muerta, ese yacimiento de gas y petróleo descubierto en 2011 y que solo puede extraerse con el vilipendiado método de fractura hidráulica (fracking). Sin debate ni deliberación ciudadana, sin licencia social, el kirchnerismo apostó a aliarse con una empresa sucia como Chevron, en una apuesta que le daría al país una impresionante riqueza, un espaldarazo solo equiparable a lo que sucedió en los países de la OPEP: unas 28 veces el actual PBI del país.

Por si eso fuera poco, apostó al bochorno ecoglobal de recrear Yacimientos Carboníferos Fiscales (carbón, sí, como tres siglos atrás en el inicio de la Revolución Industrial), en la  maratónica sesión de diciembre en la que se aprobaron 96 leyes. (Dicho sea de paso, la creación de esa empresa fósil contó con el voto favorable de cierta izquierda tan fósil como el carbón, la misma que sin embargo moviliza contra el fracking y hace ambientalismo extremo en otros ámbitos). Pero YCF se frustró porque luego el propio oficialismo le negó apoyo en el Senado.

Todo eso nos valió a los argentinos el premio “Fósil“, una humorada que castiga a países que toman medidas o realizan acciones contrarias a combatir el cambio climático. (También dicho de paso, con lo que el Estado Nacional invirtió en recuperar la  central de Río Turbio, se podría haber financiado un parque solar tan grande como el de Chile: casi dos mil millones de dólares se usaron para recuperar el yacimiento carbonífero).

La matriz energética de la Argentina depende en un 88% del petróleo, por encima del promedio mundial

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Alejandro Bianchi, en su imprescindible libro Argentina saudita: La maldición de la nueva promesa petrolera… explica que la matriz energética de la Argentina depende en un 88 por ciento del petróleo y sus derivados, bastante por encima del promedio mundial (por debajo de los grandes contaminadores, los países dominantes, pero el doble que Brasil y más que Chile o México). En 2007 se aprobó la ley 26.190 que fijó un objetivo del 8% para el consumo de energía renovable para este año 2016. Nadie cree que se pueda llegar: hasta mediados de 2014 era apenas del 1,4%.

Por la crisis energética, pero también por la imprevisión y la borrachera con Vaca Muerta, en esta década la Argentina no avanzó nada en energías renovables, ni tampoco –como dice Bianchi– en controlar la contaminación de su decreciente producción petrolera. Es decir: todo mal. El desinterés del gobierno saliente en las energías renovables permitió no solo esos desequilibrios, sino también mantener la distorsión tarifaria que hoy hace que los hogares pobres o los que carecen de red paguen el gas en garrafas diez veces lo que cuesta para quienes tienen conexión de gas natural. Y cerca de veinte veces si utilizan otros combustibles, como querosén. Y eso, a su vez, le dio espacio al nuevo gobierno para sacar el bisturí: como no tiene otra prioridad que “cerrar números”, no concibe mejor solución que aumentar las tarifas, sin anestesia y sin mayor preocupación por los sectores vulnerables.

Pero ¿qué pasó acá? ¿Acaso todos los demás se volvieron ambientalistas o progres, mientras los nuestros se quedaron en el frondizismo? Nada de eso. Es que, como se sabe, la necesidad tiene cara de hereje. En el mundo entero la apuesta a las energías renovables es una necesidad –Estados Unidos ya tiene más mano de obra ocupada por energía solar que por gas y petróleo, y Rusia aspira a tener el total de su producción energética renovable en 15 años–. ¿Entonces?

Lo que pasó en la Argentina fue Vaca Muerta. Esa supuesta vaca atada que cambiaría todo: seríamos Arabia Saudita, o Noruega. Lo único que teníamos que hacer era asegurarnos de que alguien (¡no lo iba a hacer el Estado!) se ocupara de sacar esos 28 PBI que duermen entre las rocas y, claro, nos diera una parte. Por eso el acuerdo con Chevron.

Pero el precio internacional del barril de petróleo sigue bajando y eso transforma en muy poco rentable el carísimo proceso de fracking con el que se extraen los combustibles aprisionados en las piedras subterráneas de Vaca Muerta. Con el barril debajo de los 80 dólares, como advierte Bianchi en su libro, la extracción de no convencionales deja de ser negocio. Hoy anda en los 30. Por todo eso el ex CEO de Shell que está a cargo de la Energía en el gobierno de Macri, Juan José Aranguren, ya insinuó que quizás abandonen ese proyecto y empiecen a promover en serio energías renovables. Según las cuentas del ministro, producir energía eólica podría andar en la mitad del costo actual de los hidrocarburos (entre 95 y 105 dólares contra 160/170 dólares el megavatio por hora).

Sería toda una paradoja que sea un gobierno de derecha (aunque tan neodesarrollista como el anterior, al menos en el discurso) el que impulse las energías renovables que los progres nac&pop se negaron siquiera a considerar. Pero quién te dice. En Alemania, hoy a la cabeza en energía renovable en el mundo, fueron gobiernos conservadores los que lo hicieron. Porque a veces la necesidad tiene cara de hereje. Y en ocasiones, cuando no hay más remedio, puede tener cara de progre.

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Comentarios

  1. jorge

    el 25/02/2016

    no leí la nota pero estoy en desacuerdo.

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