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¿LA MADRE DE TODAS LAS BATALLAS?

Tiempo de lectura: 5 minutos

En su imprescindible libro sobre la construcción presidencial (“Macri confidencial”), Ignacio Zuleta llama la atención acerca del impacto que ha significado en la dinámica política argentina la eliminación del colegio electoral a través de la reforma constitucional del año 1994. Como el esquema anterior contrapesaba los desequilibrios demográficos, hoy la incidencia del voto AMBA (Ciudad y provincia de Buenos Aires) creció y es determinante. Se realizan allí 45 de cada 100 votos nacionales. 38 de ellos (más del 80%) en PBA, y 25 sólo en su conurbano (55% del AMBA, ¼ del total nacional). Capital compensa desde que su jefe de gobierno se elige por voto directo de la ciudadanía (antes era designado por el jefe de Estado). Esto le permite hacer política cerca de la zona más densamente poblada del país.

Tanto Zuleta como –el anterior fin de semana- Jorge Fontevecchia agregan la influencia que importa la nacionalización de los medios porteños a partir de la masificación de la TV por cable. Esto facilita el despliegue de la imagen de los dirigentes porteños hacia PBA y al resto del mapa, y en realidad de las de todo el AMBA. En suma, quienes se desempeñan allí corren con ventaja.

No es casual, pues, que los principales candidatos presidenciales desde aquella reforma provengan de allí: Fernando De La Rúa, Carlos Álvarez, Eduardo Duhalde y Domingo Cavallo en 1999; 2003 fue un comicio atípico, pero el balotaje lo forzó el duhaldismo; CFK, Elisa Carrió, Roberto Lavagna en 2007; las dos primeras, otra vez Duhalde y el hijo de Raúl Alfonsín en 2011; Macri, Daniel Scioli, Sergio Massa y Margarita Stolbizer en 2015.

desde 1994 dos jefes de gobierno porteños no peronistas salientes derrotaron a dos gobernadores bonaerenses peronistas también salientes

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Zuleta lo resume así: desde 1994 dos jefes de gobierno porteños no peronistas salientes derrotaron a dos gobernadores bonaerenses peronistas también salientes que venían de ser, antes, vicepresidentes de dos gobiernos nacionales peronistas (ambos de ciclo largo) salientes.

2001 fue, en términos partidarios, la crisis del radicalismo, de la que todavía no se repone por completo. Aunque conserva implantación federal, la perdió en su cuna: la Capital. Se entiende: aquel crack socioeconómico golpeó de lleno a las capas medias, cuyo instrumento de intervención electoral por excelencia fue -desde la aparición del peronismo- la UCR. Es lógico que los radicales perdieran ese predicamento: no tuvieron capacidad de adaptarse a las metamorfosis de una clase media compleja, multiforme, que encontraba incluso en opciones peronistas un intérprete más seguro.

La recuperación conducida por el kirchnerismo desde 2003 le valió un romance inicial con partes de esas clases medias. Cuando estuvo consolidado, ese vínculo se quebró quizás por la ineptitud de Néstor Kirchner y Cristina Fernández para satisfacer nuevas demandas o las sofisticaciones de las mejoras de bolsillo, e incluso una agenda ética proclive a exigir “calidad institucional”. Pero aquella clase no regresó en CABA a los brazos del radicalismo porque había surgido, para disputarle su lugar, un partido nuevo, PRO, diseñado según los moldes del siglo XXI, como nuevo aparato de representación no peronista.

El kirchnerismo, mientas tanto, se quedó con su base de clases bajas, especialmente las del conurbano, que llegaron a conocer niveles alarmantes de indigencia, y con lo que proveyó el apoyo del peronismo gobernante del interior, más policlasista. También en CABA existe kirchnerismo, pero allí es minoritario porque se asienta en el segmento progresista de la clase media, culturalmente de centroizquierda, que rechaza al PRO, que vía operaciones territoriales del justicialismo más clásico -gestionado por ex PJ Cristian Ritondo y Diego Santilli-, navega bien las aguas del sur de la ciudad, parecidas a las de las barriadas pobres bonaerenses.

Pero aquella clase no regresó en CABA a los brazos del radicalismo porque había surgido, para disputarle su lugar, un partido nuevo, PRO

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En 2015, Cambiemos significó la amalgama del volumen que el radicalismo conservaba en las provincias con el construido por PRO en CABA. Como marchaban separados, no lograban combatir competitivamente contra el oficialismo que mandó entre 2003 y 2015. Que, encima, desde 2013 había visto fisuras en su esqueleto con la partida de Sergio Massa a la busca de las exigencias ciudadanas que trascendieran de la seguridad alimentaria. En 2011, CFK no sólo marcó un impresionante 54%, sino algo más: le sacó 37 puntos de distancia al segundo. La coalición no peronista y la ruptura del FpV dieron incertidumbre al juego como nunca.

Lo que Martín Rodríguez llama conurbanización del peronismo es entonces consecuencia natural de que el kirchnerismo constituye el segmento mayoritario del PJ por el desequilibrio del voto de ese territorio -que en gran medida le sigue siendo fiel- en la relación de fuerzas nacionales.

Fontevecchia rotuló ingeniosamente Partido de CABA al PRO, que tuvo el mérito junto a Elisa Carrió, de impulsar la liga que hoy tiene a cargo Balcarce 50. Podríamos, en espejo, denominar Partido del Conurbano al pedazo del peronismo que acaudilla Cristina Fernández. No se trata de subvalorar a los gobernadores del PJ. Varios, de hecho, cuentan con carreras muy ponderables. Pero, en virtud de las transformaciones institucionales del Pacto de Olivos que antes comentamos, es casi imposible que un Sergio Casas (actual mandatario riojano) pueda emular la epopeya que en 1988 emprendió su paisano Carlos Menem.

Cuidado: tampoco esto supone que el interior no valga nada. Ni tanto, ni tan poco. Sin las parroquias que el radicalismo tiene en cada provincia, hoy Macri no sería presidente. Sin el contrato que a última hora firmó con José Manuel De La Sota para frenar el sangrado de su base de la primera sección en PBA, Massa quizá habría hecho un papelón en el mismo turno.

La coalición no peronista y la ruptura del FpV dieron incertidumbre al juego como nunca

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Si el hecho de que el no peronismo recorriera esa senda al tiempo que sus rivales iban en sentido contrario fue clave para la derrota de Scioli, está claro el antídoto para que los herederos de Juan Domingo Perón puedan siquiera permitirse soñar con el regreso. No los sacó La Mazorca, donde el ex vicepresidente de Kirchner -aunque por poco- triunfó: los echó Córdoba.

De modo que, ¿puede Cristina ganarle a Esteban Bullrich? Por supuesto. ¿Pero eso le allana, sin más, la ruta hacia el Sillón de Rivadavia? Ni cerca. No por despreciar el efecto de ese hipotético resultado (desautorizar el ajuste en curso). Nada menos, pero tampoco nada más. Conviene, con todo, no subestimar a la ex presidenta. Pocos creían que pudiera convenir con los minigobernadores del conurbano (Jorge Asís dixit), que muy probablemente puedan ayudarla a superar una nueva fuga en sus filas (Florencio Randazzo, Movimiento Evita) porque esta vez fueron mejor pagados en las listas en todos sus niveles. Y ahí está: hasta el más famoso de ellos, el lomense Martín Insaurralde, terminó pidiendo que su nombre estuviera al tope de la boleta (lo cual varios dolores de cabeza le está costando).

Si acaso CFK llegara a la cámara alta, y Macri cayera derrotado ante ella en la única urna nacionalizable de un comicio distrital, ahí está la liga de gobernadores que armó Juan Schiaretti para negociar rudamente el futuro con cualquiera de los dos. Sea porque el ex alcalde porteño los necesite para durar o ella para escalar a sucederlo. ¿Será por eso que pronto puede haber foto en el Instituto Patria con Gildo Insfrán, Carlos Verna y algún otro; para que, sumados a Alberto Rodríguez Saá y a Alicia Kirchner, compensen la ecuación federal?

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