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21 de diciembre 2017

Gonzalo Sarasqueta

LA GRIETA VERBAL

Tiempo de lectura: 6 minutos

Custodiada por banderas, bombos, tatuajes, Nestornautas y otros adornos del cotillón nac & pop, la ex Presidenta rompe el misterio y arranca con tono escolar: “¿qué clase de día es hoy?”. El estadio de Racing, techado con un cielo abierto donde no amenaza ni una nube, no lo duda: “¡peronista!”. La arenga continúa con un homenaje al 17 de octubre y, minutos después, alcanza su clímax con una ingeniosa ucronía: “Yo les pregunto, si Perón y Evita estuvieran aquí, ¿a quién votarían? Evita votaría a Cristina, Perón votaría a Taiana y los dos juntos a Unidad Ciudadana”.

De las entrañas del Conurbano a las tierras mesocráticas de Caballito. Globos, cultura slimfit por doquier, pancartas prolijamente confeccionadas, Iphones X y algún que otro bronceado ansioso, diseñan las tribunas del microestadio de Ferrocarril Oeste.“Proyectar, soñar, ser protagonistas: esto es lo que está en marcha en Argentina”, desliza con un tono medido el Presidente. Los presentes responden métricamente con el mantra: “¡Sí, se puede! ¡Sí, se puede”! El mandatario completa el espejismo con un coaching evangelista: “La verdad cuando la aceptás en el camino hacia el progreso, te fortalece”.

La batalla de los tiempos ha comenzado en el país. Como lo demostró la campaña electoral de este año, dos corrientes narrativas se disputan el sentido  común de los argentinos: un relato de corte aspiracional, lanzado como una flecha hacia algún recóndito rincón del futuro, y un relato de talante reivindicativo, concentrado en sacarle punta al pasado. El primero auspiciado por Cambiemos, el segundo liderado por Unidad ciudadana. Entre la memoria y la esperanza,entre las conquistas y las expectativas, entre la identidad y el cambio: la grieta verbal está poblada de dilemas.

un relato de corte aspiracional, lanzado como una flecha hacia algún recóndito rincón del futuro

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La nostalgia opositora

En una de sus obras más lúcidas, “Sobre el concepto de historia”, Walter Benjamín escribió: “La historia es objeto de una construcción cuyo lugar no es el tiempo homogéneo y vacío, sino el que está lleno de ‘tiempo del ahora’”. El kirchnerismo adoptó la sentencia del ensayista alemán y conformó un sentido de pertenencia que opera mediante el acuerdo sobre dos pasados: el profundo y el reciente.

La capa más honda del relato kirchnerista descansa sobre las figuras de Perón y Evita, que sirven de prótesis retórica y estética suplementaria. Son dos mitos consolidados en el imaginario social, que producen un doble efecto: por un lado, ofician como refugio semántico y garantía de ciertas fronteras sociopolíticas en situaciones emergentes (ejemplo: la amenaza de perder unas elecciones); pero, por el otro costado, debido a su lejanía temporal y su uso transversal (Sergio Massa, Florencio Randazzo y hasta el mismo Macri, en mayor o menor medida, también echan mano a estos softwares de código abierto), son herramientas con un potencial simbólico restringido. Nos guste o nos duela, el peronismo es una ilusión embalsamada. Este registro es el que utiliza el kirchnerismo vegano, el que está a la defensiva, cuidando la quintita, como observamos después de las PASO.

El otro pretérito sobre el que se edifica el relato kirchnerista es la llamada “década ganada” (para los detallistas: los doce años de gestión). Un período todavía fresco, sensible, atravesado por innumerables disputas culturales, económicas, sociológicas y, por supuesto, políticas. Acá Cristina Fernández sabe que está brindando dos combates en simultáneo: su lugar en los manuales de historia y su casillero en el ajedrez político actual. En uno se juega el legado; en el otro, la supervivencia.

El kirchnerismo adoptó la sentencia del ensayista alemán y conformó un sentido de pertenencia que opera mediante el acuerdo sobre dos pasados: el profundo y el reciente

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Este dispositivo narrativo, siguiendo al pie de la letra el manual laclauniano, ofrece un guión binario (pueblo versus grupos concentrados); una pareja de significantes vacíos (Néstor Kirchner y Cristina Fernández) que sintetiza la voluntad popular;una impronta fundacional (la reconstrucción del país después del 2001); y un Edén ideológico, los años setenta, que le otorga al movimiento todo un repertorio argumental y estético. Esta es la mecánica discursiva del kirchnerismo carnívoro, el que está en expansión, con confianza, mostrando los colmillos hegemónicos.

Pero el kirchnerismo no es el único melancólico. La mayoría de la oposición –Massa, Randazzo, el socialismo, el radicalismo progresista– también tiene al pasado como proveedor discursivo. La evocación varía –“el Perón del abrazo con Balbín”, “los verdaderos valores justicialistas”, Raúl Alfonsín o Alfredo Palacios–, pero el ethos reivindicativo permanece. Así, la certidumbre, la cohesión social y la simplificación de la realidad, las principales funciones del relato político según el teórico Orlando D`Adamo, quedan en manos de la memoria. Algo arriesgado. La ciudadanía debe leer en clave histórica cada mensaje, lo que significa un doble esfuerzo cognitivo: contar con un determinado nivel de cultura política y, además, acertar la decodificación que realiza el productor sobre el personaje, la efeméride o el proceso histórico citado. El relato pierde alcance, penetración y circulación. Sin duda, está cara la nostalgia.

Ni hablar si a la ecuación le añadimos la instantaneidad, la economía discursiva y la emergencia del sujeto prosumidor (productor más consumidor de información) en reemplazo del receptor pasivo de Laswell, que caracterizan al sistema comunicacional actual. El relato reivindicativo queda rehén de un iluminismo autista. Quién diría que, algún día, citar las 20 verdades peronistas podría llegar a sonar elitistao, si todavía ofende a alguien, gorila.

Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida

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El pasado, ese lugar lleno de gente muerta

“Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida”, dijo alguna vez Woody Allen. Cambiemos, o mejor dicho el PRO, tomó al pie de la letra el adagio del cineasta neoyorkino. Desde su fundación hasta ahora, la fuerza que lidera Mauricio Macri concentró su arsenal discursivo en el porvenir. Elaboró un relato de corte aspiracional que condensa los deseos, metas y anhelos de progreso que almacena cada ciudadano en su interior.

Esta narrativa cargada de futuro empalma con la pulsión consumista que caracteriza a las sociedades contemporáneas. El relato amarillo conecta –con señal completa– al wif-fi del mercado. El hedonismo, el pragmatismo, la fantasía, la independencia y el individualismo son las nuevas zanahorias del elector, avisó allá, por el 2007, Durán Barba. Los microrrelatos personales están jubilando a las grandes utopías colectivas. Según el gurú ecuatoriano,el cortejo fúnebre de la ideología estaría pasando –otra vez– ante nuestros ojos.

Una de las ventajas del relato aspiracional sobre el relato reivindicativo es su elasticidad. El pasado, más allá de las batallas de resignificación que se desenvuelven en torno a él, tiene forma, cuenta con fronteras. Ciertos hechos –simbólicos y materiales– son incuestionables, como por ejemplo la concientización social sobre los crímenes de la última dictadura militar o el impacto positivo de la AUH en los sectores populares durante el kirchnerismo.En cambio, el futuro es una estación en obra permanente. Por eso, el margen para jugar discursivamente con él es infinito. La retórica puede desenrollar toda su veta surrealista, como el hiperbólico “Pobreza cero” que tanto sonó en la campaña.

Una de las ventajas del relato aspiracional sobre el relato reivindicativo es su elasticidad

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La obsesión futurocéntrica ha generado, incluso, una regla gramatical entre los funcionarios de la mesa chica del oficialismo: está prohibido usar palabras que comiencen con el prefijo “re”. “Reinventar”, “recuperar”, “reparar”, “restituir”, entre otras expresiones, están censuradas en el léxico. No todo es big data y call centers en la galaxia PRO, también hay semiología 2.0 y Alejandros Rozitchners, para los que el ayer es pesimista, trágico, inútil. Atrasa. El deseo es de acá para adelante. Como suele esgrimir el psico-filósofo de cabecera del presidente: “El pasado está lleno de gente muerta”.

La esperanza siempre pide una prueba

 

Todo relato de poder tiene un ciclo biológico: nace, crece, se consolida y, si no reencuadra o renueva, desaparece. Octubre ratificó que el discurso aspiracional de Cambiemos está en la antesala de la hegemonía. La ciudadanía invirtió. Puso ilusiones en vez de experiencias en la urna. Prefirió apostar por el futuro antes que juzgar al presente. “Mañana es mejor”, tranquilizaría un ícono pop.

Pero la ludopatía electoral tiene cura:la realidad.

La narrativa aspiracional debe tener, al menos, un coqueteo con los hechos. La esperanza siempre pide una prueba.En algún momento, las promesas deben materializarse en políticas públicas. Es la única forma de inyectarle longevidad a la historia contada. Y el Gobierno lo está sintiendo esto. La reforma previsional fue un caso patente.

En la movilización al Congreso, numerosos votantes de Cambiemos demostraron, ante las cámaras de televisión, su decepción con el rumbo del Gobierno. Esos microrrelatos desintegran al relato madre:le quitan coherencia estratégica (el prodestinatario se convierte en contradestinatario), credibilidad (el votante propio denuncia que fue engañado) y sustancia (existe una oposición pacífica, que también es alérgica al “club del helicóptero” y al kirchnerismo). La fórmula sería: cada vez que el (híper) pragmático “no se puede” de la gestión contradice al duranbarbista “sí se puede” de Costa Salguero, el optimismo social da un paso más hacia la impaciencia. La oposición real –no simbiótica– está más cerca de la cacerola que del mortero.

En la movilización al Congreso, numerosos votantes de Cambiemos demostraron, ante las cámaras de televisión, su decepción con el rumbo del Gobierno

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En el escenario de enfrente, el desafío verbal es distinto. El relato opositor –en particular, el kirchnerista–, si insiste con el regreso (forzado) a Ítaca, corre el peligro de oxidarse.La sociedad pide un norte, no un déjà vu. El peronismo y el progresismo, sin abandonar sus identidades,deberían apretar F5 y actualizar sus dispositivos comunicacionales, su lenguaje y su estética. Mudarse, de una vez por todas, a eso que el español Manuel Castells llama “autocomunicación de masas”. Pasar del vértigo de la épica a la rutina de la conversación. Menos Cilindro de Avellaneda, más snapchat.

Quizás lo que estamos viviendo, al fin y al cabo, es la simple inversión de roles narrativos: Cambiemos está afinando su relato de gobierno y el kirchnerismo está improvisando su contrarrelato opositor. Uno está tratando de entender que ya no es futuro, sino presente; y el otro está intentando metabolizar que ya no es presente, sino pasado. Los dos estrenan papel.

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