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09 de febrero 2016

Santiago Curci

LA BESTIA POP

Tiempo de lectura: 5 minutos

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La rareza de lo inédito. O de lo infrecuente, elija a gusto. La rareza del peronismo en desuso y ajeno al ejercicio de la función ejecutiva es la mitad del sello que rubrica este día. Peronismo para la derrota, aquel oxímoron, volvió al orden de los posibles y, con él, un breviario de interrogantes sobre tal signo. En los extremos, preguntas recurrentes que parecen haber adquirido otro relieve: qué es, cuánto le queda a su ciclo vital. Nuestras democracias grises suelen repeler las ínfulas existenciales, pero la atipicidad de la experiencia (en treinta y cinco años desde la retirada militar, sólo siete y medio de ellos tuvieron al PJ fuera del gobierno nacional) impacta movilizando a propios y extraños.

Vamos de menor a mayor, del testimonio a la potencia.

En el páramo opositor, ese campo yermo de poder, el peronismo esencialista encuentra su refugio último. Como oposición al anterior oficialismo por diez años, como oposición al interior de la oposición en el presente. Desde allí, consumo del ojo idiota y negados a la contingencia, los juliobárbaros se ofrecieron antes y ganan bríos hoy a modo de médiums de la sustancia y gendarmes del ser. En el margen de la pantalla, Chiche Duhalde, Roberto Di Sandro y similares reliquias seguirán pregonando que el peronismo del mañana no es otro que el peronismo de ayer, adjudicando credenciales y negando otras. Por despecho y por nostalgia, los últimos exegetas de Perón son una pieza más pintoresca que funcional en la política de cizaña utilizada por el neo oficialismo para agitar su oposición. Serán expuestos y harán su aporte al desconcierto hasta tanto las pujas por un nuevo liderazgo encuentren resolución.

La tradición avala que la interna peronista se resolverá conforme el resultado de las elecciones generales de 2017

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¿Pero qué pasa con el peronismo fenómeno, con los agentes y su sentido práctico (conjunto de prácticas) y las instituciones que configuran ese colosal aparato de resemantización al que, hasta ayer, entendíamos como un subsistema político? A distancia de la trascendencia y la necesidad, es dable a la razón preguntarse por la finitud del peronismo. Mucho más, luego del tembladeral y abrupto reacomodamiento del campo que supuso la victoria de Cambiemos en la Nación y en la Provincia de Buenos Aires. En palabras de un correligionario d’altri tempi:

“¿Y qué pasa si es el peronismo el que no sobrevive a la derrota? (…) ¿Qué ocurriría si el PRO, en vez de comerse al radicalismo, hubiera llegado para comerse al peronismo? (…) Sí: hay peronistas con miedo. De disgregarse. De no volver. Suena razonable: después de todo, son el partido del poder. Por eso, es el que más arriesga cuando lo pierde. El radicalismo, en cambio, tiene entrenamiento existencial en el llano. ¿Y si el certificado de defunción anticipada se le expidió al partido errado?”

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No obstante, sin menoscabar la entidad de la formulación, arriesgamos que se trata menos de un temor entre presuntos candidatos a la extinción que de un anhelo arraigado entre feligreses y profetas de otros credos. Anhelo y sentido de la oportunidad, táctica y estrategia. Una pretensión de relato y performatividad que el gran ilusionista de globos y perritos se permite adelantar: el peronismo como problema estructural para el desarrollo del país (el problema es la gente que no quiere competir, que es la esencia del peronismo), la desorientación de su dirigencia (el peronismo nunca existió por fuera del Estado. Están desesperados, tienen la sensación de que el mundo se acaba) y el carácter fundacional del macrismo que vino a estampar la suerte peronista (este cambio durará 10 años, creo que la Argentina antigua ya se acabó).

La demanda de democracia interna en el peronismo es inversamente proporcional a su cercanía con el poder

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Una avanzada que registra tres respuestas entre las dirigencias peronistas. Expectantes, resistentes y contemplativos, podríamos llamar, evocando pretérita jerga.

“Distinguiría, para simplificar aquí a ultranza, tres grandes tendencias en este momento en el movimiento peronista. La mayoritaria es la del ‘peronismo que gobierna’ (…). Es el Peronismo de los dirigentes que saben gobernar y supieron sobrevivir bajo Menem, De la Rúa, Néstor y Cristina. Es también el peronismo de Pichetto, de las intendencias del GBA, de los Gordos en el sindicalismo. A su izquierda, están los herederos leales y militantes del kirchnerismo, algunos jóvenes, algunos peronistas desde siempre como Carlos Kunkel y Agustín Rossi, Emilio Pérsico, el Chino Navarro, y otros francamente no peronistas o neófitos, como Kicilloff o Sabatella. También, con ellos, están los indefectiblemente leales a Néstor y Cristina pero que no son particularmente de izquierda, como Aníbal Fernández, Guillermo Moreno o Julio de Vido. Daniel Scioli navega como siempre entre esas dos primeras tendencias. Tercero y a la derecha, están los peronistas desde siempre abiertamente anti-kirchneristas y los que ‘salen del closet’ con el gato recién ausente. Allí están las numerosas figuras históricas del peronismo disidente y las figuras nuevas, de actualidad, con Urtubey en primer lugar”, señaló recientemente Pierre Ostiguy.

Los contemplativos y fervorosos partidarios del diálogo son habituales pirómanos apenas cambia el clima.

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Es difícil establecer cuánto de miedo o desesperación determina dichos posicionamientos, sí se advierte la voluntad de encontrar la clave que permita sintonizar con el momento -el peronismo como Zeitgeist- y fundar o refundar una referencia. Algunos apuntes dados a la inmediatez sobre el particular:

1. Todo indica y la tradición avala que la interna peronista se resolvería luego y conforme el resultado de las elecciones generales de 2017. Hasta tanto, salvo un desplome previo del gobierno, varias manos y culos compañeros brindarán auxilio patriótico coparticipable al macrismo.

2. La demanda de democracia interna en el peronismo es inversamente proporcional a su cercanía con el poder. El liderazgo de CFK no está en cuestión por eso, más allá de que los críticos agiten dicha bandera, sino por representación social mermada y destratos que dejaron heridas para las que ya no existe billetera compensatoria.

3. En la medida que el macrismo avance sin afectar su plafond social, mayor será la tendencia entre dirigentes peronistas a simpatizar con los tópicos del discurso oficial.

4. Por el contrario, un desplome temprano del macrismo tiene costos para los contemplativos y, en tanto CFK ya no pueda sintetizar, la cantera de renovación habrá que ubicarla entre los expectantes.

Y dos advertencias finales.

Uno. Los contemplativos y fervorosos partidarios del diálogo son habituales pirómanos apenas cambia el clima. La relación entre Alfonsín y Menem durante los 80 es un antecedente valioso para entender cómo funcionan esos alineamientos y vínculos con el peronismo en oposición. De ser el más alfonsinista entre los peronistas, el riojano no dudo en derribar todos los puentes, acusar a sus otrora aliados cafieristas de benevolencia con el gobierno radical y utilizar cuanta herramienta tuvo a mano para deteriorar y acelerar la partida del alfonsinismo.

Dos. Si el aserto marxista que observa en la Historia sendas repeticiones tuviese algún viso de veracidad, Massa, Urtubey et al deberían poner las barbas en remojo. Con Menem dejando huella, Ruckauf fue un émulo (el gobernador peronista con más llegada a la gestión aliancista presidida por De La Rúa) que vio naufragar sus chances en la tragedia de 2001. Agotada esa instancia, queda una farsa vacante.

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Las fotos son de Eduardo Grossman

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