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31 de octubre 2016

Ezequiel Kopel

LA BATALLA DE MOSUL: EL FINAL DE UN NUEVO PRINCIPIO

Tiempo de lectura: 5 minutos

Las falsas expectativas o el triunfalismo extremo no funcionan como dimensiones de análisis posible para la batalla de Mosul que acontece en estos días, ya que el Estado Islámico no desaparecerá en caso de perder esa ciudad iraquí. Pero la disputa por Mosul no será sencilla ni rápida: la organización yihadista viene preparándose para esta situación desde hace más de dos años y lo peor se verá en las próximas semanas, o meses, cuando la lucha alcance los centros urbanos y ya no se concentre en las afueras de la ciudad. Sí es probable que, en lo inmediato, el Estado Islámico pierda la mayor ciudad que controla; las posibilidades de que 4 mil a 8 mil yihadistas derroten a una enorme fuerza atacante que se unió -temporalmente- para expulsarlos de la que fue la tercera ciudad más grande de Irak son, cuando menos, ínfimas.

Los números de la alianza ofensiva contra el Estado Islámico en Mosul son masivos: cerca de 40 mil soldados del ejercito iraquí, 40 mil combatientes kurdos, 15 mil milicianos chiítas, cristianos, yazidís y turcomanos y 9 mil tropas de la coalición internacional, incluidos 5 mil soldados estadounidenses. A estos números hay que sumar el inestimable aporte de, por lo menos, 10 fuerzas aéreas extranjeras. El Estado Islámico comprende la situación y desde hace un largo tiempo viene alertando sobre los pasos a seguir cuando ya no controlen su “califato” en Irak y Siria.

Por todo, no sería sorprendente que el Estado Islámico responda a esta casi segura derrota con un ataque de alto perfil alrededor del mundo -como el producido en Pakistán el lunes pasado, donde murieron más de 60 personas- ni que tenga algún otro as en la manga, como la sorpresiva ofensiva que realizó en la ciudad iraquí de Kirkuk. Actualmente, la organización está activa en más de 20 países y, en este último año, ha realizado diversos ataques terroristas en distantes países como Francia, Estados Unidos, Bangladesh, Bélgica, Indonesia y Somalia.

la organización está activa en más de 20 países

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Se publicita de que solamente el ejercito iraquí penetrará en Mosul cuando sean doblegadas las defensas perimetrales de la ciudad y que las demás fuerzas sectarias sólo apoyarán desde afuera con el objetivo de no crear tensiones contra la mayoritaria población sunita que allí habita. No obstante, estos planes pueden alterarse si la lucha se prolonga demasiado tiempo, si el desempeño del ejercito iraquí no es el esperado o si la resistencia urbana no puede ser doblegada inmediatamente. El problema radica en que el propio deseo de la conducción del Estado Islámico apunta hacia esa dirección: no habría mayor elixir para su “estrategia de polarización” que diferentes fuerzas étnicas o religiosas ingresen a la ciudad y cometan sus habituales “excesos”. De esta manera, la fuerza ensamblada para recuperar Mosul pronto sería identificada como un ejército de ocupación más que una coalición liberadora de sus habitantes. La ecuación que plantea el Estado Islámico sería perder territorio ahora para retornar más fuertes después.

Las secuelas de la invasión a Irak liderada por Estados Unidos incluyeron las alteraciones del poder sectario que caracterizaron al país desde el inicio de su historia moderna, recreando un pasado antiguo por los otomanos sunitas cuando dominaron la región. De esta manera, una minoría sunita regía sobre la absoluta mayoría chiíta (junto a otras grandes minorías como la kurda). La invasión extranjera cambió, de un día para el otro, mediante la Ley de Des-baathificación -por el partido Baath controlado por sunitas-, el statu quo iraquí. No es causalidad que los sunitas que ocupaban mayoritariamente las posiciones del secular partido Baath pronto hayan encontrado refugio en una alianza non sancta con los yihadistas. Sin dudas, la alineación de Mosul con el Estado Islámico puede ser comprendida dentro del contexto de una aversión hacia la ascendencia chiíta en una ciudad nominalmente secular.

no habría mayor elixir para su 'estrategia de polarización' que diferentes fuerzas étnicas o religiosas ingresen a la ciudad y cometan sus habituales 'excesos'

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Los regímenes autoritarios a menudo reescriben la historia para servir a sus agendas políticas y así mantenerse en el poder: por ejemplo, el partido Baath dejó de lado, desde la currícula escolar hasta la prohibición de sus fiestas, los acontecimientos históricos que dieron forma a toda una rama del Islam, el chiísmo, que no casualmente formaba parte de la idiosincrasia de la mayoría de los habitantes de  la nación iraquí. Cíclicamente, cuando los chiítas se hicieron con el poder -por obra y gracia de la democracia impuesta por los estadounidenses- replicaron el mismo favoritismo empleado por los sunitas cuando tenían la voz de mando junto a una constante acción gubernamental decidida a inflamar tensiones: vale recordar cuando el ex primer ministro iraquí Nouri al -Maliki decidió reprimir las protestas sunitas contra las injusticias de su gobierno a fines de 2013, a las que consideró “una guerra entre los seguidores de Hussein (chiítas) contra los que siguen a Yazid (los sunitas)”. El resultado de sus acciones estuvo a la vista: seis meses después el Estado Islámico se hacía con el control efectivo de un importante pedazo del territorio iraquí. Por lo tanto, no hace falta ser un brillante estratega para comprender que parte de la solución está en permitir que los sunitas vuelvan a ocupar, de alguna manera, sus  posiciones de poder, ya no en todo el territorio, sino, al menos, en las ciudades donde son amplia mayoría. Asimismo, la guerra contra el Estado Islámico en Irak es imposible de ganar si no se atacan las condiciones opresivas y las acciones ad hoc que han fomentado su desarrollo. En esa dirección, la reciente sanción del Parlamento iraquí, dominado por los chiítas islamistas, prohibiendo la producción, venta o importación de alcohol -en una jugada que afecta los derechos de las minorías como la cristiana o la yazidí- parece indicar que el problema es mucho mayor y más complicado que el exterminio de una organización fundamentalista.

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Mosul es una ciudad de entre un millón y un millón y medio de personas. La ciudad fue incorporada al primer Imperio Musulmán del siglo XI y gobernada tanto por los Omeyas y los Abasíes. Más tarde fue dominada por los otomanos turcos durante 400 años, quienes la convirtieron en una provincia de su imperio hasta la Primera Guerra Mundial, cuando cayó bajo el control de Gran Bretaña, que a su vez la hizo parte del nuevo Reino de Irak. El nuevo estado turco, que nació de la desintegración del Imperio Otomano, siempre consideró injusta la repartija de sus ex territorios mesopotámicos -más al conocerse que había petróleo- pero puso a descansar sus reclamos cuando un país sunita -y no kurdo- surgió en esa porción del nuevo mapa de Medio Oriente. Esta tensión volvió a replicarse en la actualidad, cuando el presidente de Turquía, Recyp Erdogan, anunció que su país “tiene una responsabilidad histórica en la región” para graficar que desea participar en el asalto a Mosul. La iniciativa turca es un claro ejemplo de cómo la presencia del Estado Islámico ha logrado alterar la soberanía en más de un estado en la región. Y no sólo por obra de los yihadistas: Turquía posee tropas tanto en Irak como en Siria; Irán y Estados Unidos se encuentran también en ambos países, al igual que Rusia y el Hezbollah libanés en Siria. Lo que queda claro es que cuando desaparezca el control territorial del Estado Islámico sobre Mosul surgirán otras disputas étnicas y religiosas sobre las que la organización yihadista tratará de incidir e inflamar para preparar su retorno. Por eso se hacen potentes las premonitorias palabras del fallecido “portavoz” y jefe de inteligencia del grupo, Abu Muhammad al-Adnani en alusión a la experiencia del Estado Islámico de Irak entre los años 2006 y 2012, cuando no controlaban ninguna ciudad, fueron derrotados militarmente en numerosas ocasiones pero lograron incidir en el devenir político y social del estado iraquí: “En el desierto nacimos, sin ciudades ni territorio”. Eso que pareció un final, tal como sucede hoy, también fue un nuevo principio.

Lo que queda claro es que cuando desaparezca el control territorial del Estado Islámico sobre Mosul surgirán otras disputas étnicas y religiosas sobre las que la organización yihadista tratará de incidir e inflamar para preparar su retorno

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