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08 de diciembre 2017

Ezequiel Kopel

JERUSALEM O LA CONQUISTA DE LO INÚTIL

Tiempo de lectura: 8 minutos

El aire sobre Jerusalén está saturado con plegarias y sueños
como el aire que surca las ciudades industriales:
es difícil de respirar
(Yehuda Amichai, 1977)

Aldous Huxley la denominó “el matadero de las religiones”, Amos Elon, “una ciudad cruel, en disputa y lucha” y el sagaz Graham Greene la llamó la “gran sobreviviente del mundo”. Pero nadie empleó palabras más adecuadas para definir a Jerusalem o Al Quds (como la conocen los musulmanes) que Arthur Koestler -habitante de la ciudad durante la década del 1920-: “Es una tragedia sin catarsis. La cara enojada de Yaveh (Dios) está cavilando sobre las piedras calientes que han visto más asesinatos sagrados, violaciones, saqueos que en cualquier otro lugar del mundo. Sus habitantes están envenenados por la religión”.

El pasado miércoles 7 de diciembre, Donald Trump cumplió con su promesa de campaña y anunció, firmando una orden, el inicio de los preparativos para trasladar la embajada estadounidense en Israel de la ciudad costera de Tel Aviv a la siempre sensible Jerusalem. La transferencia de la misión diplomática no es fortuita ni accidental: cumple una ley sancionada por el Congreso en 1995, en el marco de los acuerdos de Oslo, un tiempo en el cual, se pensaba, existirían dos estados para dos pueblos y situaba a Jerusalem como capital israelí. A pesar del rimbombante anuncio, minutos después el presidente estadounidense congeló la reubicación, por pedido de su secretario de Estado, bajo el argumento administrativo de tratarse de una “complicada mudanza” (buscar un buen lugar, comprarlo, etcétera), del mismo modo que hicieran anteriormente Bill Clinton, George Bush y Barack Obama cada seis meses durante la totalidad de sus respectivos mandatos. Esta postergación deja un pequeño resquicio de esperanza para que la controvertida decisión vuelva a ser pospuesta indefinidamente. Vale recordar que Trump no fue el único mandatario que declaró su intención de mover su embajada a Jerusalem este año: en abril, Vladimir Putin reconoció a Jerusalem como la ciudad capital israelí pero ni la Liga Árabe, la Organización de Cooperación Islámica o la Unión Europea se pronunciaron acerca del movimiento unilateral de un país que lucha en Siria a favor de un dictador que masacra a su propio pueblo. La distinción fundamental entre las posiciones de los dos líderes mundiales es que Rusia reconoció también a Jerusalem Este como la capital de los palestinos, lo que transformó la movida en una oportunidad para apreciar el inteligente juego que están desplegando los rusos hoy en Medio Oriente en contraposición a las declaraciones piromaniacas de Donald Trump.

La transferencia de la misión diplomática no es fortuita ni accidental: cumple una ley sancionada por el Congreso en 1995, en el marco de los acuerdos de Oslo, un tiempo en el cual, se pensaba, existirían dos estados para dos pueblos y situaba a Jerusalem como capital israelí.

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El no-reconocimiento de Jerusalem como la capital de Israel rastrea su origen al problema irresuelto de su estatus legal y a la fallida partición de Palestina. Bajo el plan de Partición de las Naciones Unidas, aprobado en noviembre de 1947, Jerusalem -como Belén- se convertiría en un Corpus Separatum, es decir, bajo control internacional y sin manejo efectivo tanto del estado judío como del árabe, cuyos respectivos nacimientos estaban previstos en el plan de partición del organismo mundial. La tutela internacional -que hubiera implicado que varios países tuvieran una representación diplomática separada en Jerusalén, el país judío y su contraparte árabe- nunca llegó a implementarse debido a la guerra que pelearon, en primer lugar, israelíes contra palestinos y, a partir de la Declaración de Independencia israelí, en mayo de 1948, el naciente estado judío contra cinco países árabes. Por lo tanto, el estado legal de Jerusalem, según las Naciones Unidas y casi todos los países del mundo, no está resuelto y sigue en disputa. Asimismo, la comunidad internacional nunca reconoció la declaración de Jerusalem como la capital de Israel en 1949 o la anexión de Jerusalem oriental (luego de la conquista en la Guerra de los Seis Días) en 1967. Producto de todo este vericueto diplomático, los países que operan consulados en la ciudad no las consideran como misiones diplomáticas ante Israel o la Autoridad Palestina sino cancillerías ante la propia ciudad de Jerusalem.

A partir del anuncio estadounidense, los reclamos por la controvertida decisión no cesaron. El Líder Supremo iraní manifestó que la acción se trató de un acto de desesperación ante la imposibilidad norteamericana de alcanzar sus metas en el conflicto. El presidente turco, Recyp Erdogan, remarcó que la movida representaba “su línea roja”. La máxima autoridad francesa, Emmanuel Macron, la consideró “una decisión lamentable y unilateral por parte de los estadounidenses”. La Jefa de Política Exterior de la Unión Europea, Federica Mogherini, advirtió que cualquier acción impudente que incluyera a la capital israelí retrotraería a la región “a tiempos otrora oscuros”. El líder del Hezbollah, Hassan Nasrrallah, pidió a los árabes olvidar sus diferencias y llamo a una Tercera Intifada. Incluso un activo y preciado aliado como el reino saudita se despegó del arrojo estadounidense y declaró que fue una decisión irresponsable e injustificada (la contestación de Trump hacia los sauditas no tardó en llegar y, horas mas tarde, sin ponerse colorado pidió el levantamiento del bloqueo de ese país hacia Yemen).

el estado legal de Jerusalem, según las Naciones Unidas y casi todos los países del mundo, no está resuelto y sigue en disputa

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En el caso de los palestinos -y sin adentrarse en el esperado llamamiento de la organización islámica Hamás a que se “abran las puertas del infierno”- la respuesta más interesante estuvo circunscripta en Saeb Erakat, un palestino que ha dedicado los últimos 25 años de su vida a negociar un acuerdo de paz con Israel. Visiblemente conmocionado luego del discurso de Trump, el diplomático sentenció que “la solución de dos estados para dos pueblos ha terminado. Es hora de luchar por un solo estado con los mismos derechos para todos los que viven en la Palestina histórica, entre el río Jordán y el mar”. La amenaza de un cambio de rumbo no sólo es una sentencia de frustración sino que significa un peligro todavía mayor para el Estado de Israel si pretende ser un país de mayoría judía y democrática. Al día de hoy sólo existen dos opciones en el conflicto israelí-palestino: la primera es dos estados, que implica una contienda palestina por la independencia nacional, la segunda, un estado para todos; con esta opción la disputa se basa en una lucha para alcanzar derechos civiles y humanos plenos. Hay un tercer proyecto que incluye una “federación israelí y palestina” pero nadie aún la ha puesto en agenda. La segunda alternativa, que no cuenta con prácticamente ningún apoyo en la población judía y obvia el detalle de que Israel y Palestina no son Sudáfrica, y que el grupo que maneje el ejército controlará al país, es más que pertinente en la problemática actual para Jerusalem y los deseos israelíes de mantener una mayoría judía en la ciudad. Además, los movimientos de derechos civiles, a diferencia de los independentistas que utilizan el terror para separarse de sus enemigos, acostumbran basar sus luchas en la no violencia y eso descoloca en demasía a las fuerzas israelíes ya que son muy buenas para contrarrestar acciones violentas pero no tienen ninguna preparación para lidiar con marchas pacíficas o actos de desobediencia civil.

Hoy, a pesar de estar más separada que nunca entre sus poblaciones, Jerusalem es una ciudad binacional, donde al menos 40 por ciento de sus residentes son palestinos. La tasa de crecimiento palestino actual es del 3.5 por ciento anual, en contraposición a la tasa de crecimiento de sólo 1.5 por ciento anual entre los residentes judíos. De esta manera, dentro de poco más de 10 años, Jerusalem tendrá una mayoría palestina. De hecho, ya en las próximas elecciones tendrían la posibilidad de convertirse en el partido gobernante de Jerusalem y coronar a un alcalde propio si todos pudiesen votar o no boicotearían las elecciones. A la vez, en las ultimas dos décadas, unos 200 mil judíos de clase media alta han abandonado la ciudad en detrimento de la llegada en masa de una población ultraortodoxa. Así, Jerusalem se ha convertido en la ciudad más pobre de Israel que, producto de una tasa de crecimiento continuo de las poblaciones palestinas y ultraortodoxas (estos últimos pasaron de un 20 a un 30 por ciento en sólo una década), conducirán a la ciudad a un irremediable colapso económico como el que se vivía en tiempos otomanos.

Al día de hoy sólo existen dos opciones en el conflicto israelí-palestino: la primera es dos estados, que implica una contienda palestina por la independencia nacional, la segunda, un estado para todos

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Los procesos demográficos en la metrópolis están llevando a una disminución en el centro político sionista (el de los partidos Laboristas y Likud) junto al fortalecimiento del margen representado en la comunidad ultraortodoxa, que no oculta su objetivo de convertir a Jerusalem en una “ciudad santa” libre de la influencia de la Israel secular. Es decir, retrotrayéndola 100 años atrás, en un período donde los judíos de la ciudad eran abiertamente antisionistas (por esos años, los líderes del Movimiento Sionista hasta consideraron en renunciar a Jerusalem como capital del estado e, incluso, aunque hoy parezca inverosímil, en buscar una capital en otra locación). En resumen, no hace falta ser un eximio matemático para entender que si Israel no divide la ciudad, terminará por perderla.

En cuanto a los motivos del presidente estadounidense para abordar tan criticada decisión y las razones de Benjamin Netanyahu para aplaudirla, los dos tienen mucho para ganar y poco que perder con la decisión. Ambos obtienen puntos importantes con su base derechista-religiosa ante las investigaciones policiales y judiciales e incluso la misma oposición israelí acompañó, en su mayoría, la medida. La saga de Jerusalem a través de la historia mantiene la atención de los medios de comunicación y, al menos por un prolongado periodo, coloca a los dos líderes lejos de los estrados. Y en el caso de que se desate una reacción violenta incontenible, será fácil culpar a los palestinos junto a la incitación musulmana extranjera de ello.

Es imposible negar que muchos palestinos (junto a muchos musulmanes) rechazan la idea de una conexión judía con la Tierra de Israel pero también es un infantilismo pensar que la negativa palestina es la causa del actual conflicto. No sólo Israel es el país más poderoso económica y militarmente de Medio Oriente, sino que es el propio protagonista de mantener una dictadura militar sobre millones de palestinos junto al robo de sus tierras y sus recursos naturales desde hace más de medio siglo. Israel es el dueño del mazo de cartas. Mientras Netanyahu sostiene que la única vía para llegar a la paz es que los palestinos admitan el carácter judío de Israel -obviando que los palestinos ya reconocieron al “Estado de Israel” en 1993 ante la comunidad internacional-, olvida convenientemente quién es el ocupante y el ocupado, quién decide el futuro por encima del otro, que debe acatarlo sin más.

No sólo Israel es el país más poderoso económica y militarmente de Medio Oriente, sino que es el propio protagonista de mantener una dictadura militar sobre millones de palestinos junto al robo de sus tierras y sus recursos naturales desde hace más de medio siglo.

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Mientras cada una de las tres religiones monoteístas cuenta su “historia verdadera” sobre Jerusalem, no se tiene en cuenta que en Tierra Santa las “verdades” no tienen valor sino las leyendas de cada religión: los creyentes no necesitan verdades históricas. Y si bien es difícil creer que dos nacionalismos tan decididos como el israelí y el palestino puedan lograr la proeza de establecer dos capitales nacionales en la misma ciudad (situación que no existe en ninguna parte del mundo), es necesario considerar que el concepto de compromiso en la ciudad santa significa mucho más que mover un borde unos kilómetros. Hace años, el gran poeta israelí, Yehuda Amichai, se sentó debajo de un antiguo arco romano dentro de la Ciudad Vieja de Jerusalem con dos bolsas de llenas de frutas. Un guía turístico que se encontraba cerca decía: “¿Ven a ese hombre con la bolsa de frutas? Justo arriba de su cabeza hay un arco del período romano”. Amichai, luego de escucharlo, pensó: “La redención de la ciudad sólo llegará cuando el guía diga ´¿Ven ese arco romano? Bueno, no es importante, pero debajo de él hay un hombre con una bolsa repleta de frutas para su familia´”.

(Foto: Ezequiel Kopel)

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