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11 de febrero 2016

Martín Schapiro

IRÁN VUELVE

Tiempo de lectura: 9 minutos

El 7 de diciembre del año pasado, tres días antes de asumir como Ministra de Relaciones Exteriores, en un reportaje con Clarín y La Nación, Susana Malcorra se salía del guión antikirchnerista sobre Irán:

“Hay que generar una vinculación comercial con Irán. Eso formará parte de la agenda. Si tenemos una oportunidad de vender trigo e Irán lo puede pagar, no veo por qué no hacerlo.”

Acostumbrada a los avatares de la diplomacia, coherente con la “desideologización” de las relaciones internacionales argentinas, declamada pero, hasta ahora, no practicada por el Presidente, la  canciller dejaba así en claro que había tomado nota del “regreso” más importante para el l mercado capitalista global de los últimos diez años.

El acuerdo de Irán con el grupo 5+1, conformado por  las potencias del Consejo de Seguridad y Alemania, sobre su programa nuclear determina la posible resurrección comercial de una de las tres potencias regionales del convulsionado Oriente Medio. Por supuesto, ello implica una redefinición de las relaciones de fuerza a nivel regional y global, dado el grado de exposición local de las superpotencias.

En Irán conviven la convicción teocrática absolutista con mecanismos razonablemente democráticos.

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Lejos de la parodia que retrata gran parte de la prensa occidental, el Irán modelado por Ruhollah Khomeini, y remodelado por Ali Khamenei es un complejo rompecabezas en el que conviven la convicción teocrática absolutista reflejada en la propia figura del Ayatollah como líder supremo de la nación, con mecanismos razonablemente democráticos de procesamiento de las diferencias políticas existentes a partir de la Revolución de 1979.

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Desde el principio han convivido dentro del régimen islamista un ala derecha y un ala izquierda, reformistas y conservadores en materia religiosa, y duros y moderados en política exterior, enfrentándose regularmente en elecciones presidenciales y parlamentarias que alimentaron en Irán una cultura cívica ausente en la mayoría de los países vecinos.

Este sistema permitió además una adaptación bastante flexible a los cambios necesarios para la preservación del sistema frente a los desafíos impuestos por las distintas coyunturas globales. Tras la muerte de Khomeini y la caída del muro de Berlín, la presidencia del conservador Rafsanjani permitió abandonar la tercera posición del primer Ayatollah y consolidar un proceso de privatizaciones y desregulación económica.

El boom económico de la segunda presidencia de Clinton y el apogeo de la ilusión globalizadora tuvieron su reflejo en la elección de Khatami, presidente de las promesas reformistas. El caricaturesco conservador populista Ahmadinejad fue una reacción aislacionista y defensiva – frente a las amenazas de intervención durante los tiempos del eje del mal y la invasión permanente encabezada por George Bush hijo-. Los cambios sustanciales en la política internacional norteamericana durante el segundo gobierno de Obama, tendieron la mano a la elección del moderado Hassan Rouhani para encabezar un nuevo proceso de apertura económica. Dentro de la Revolución, libertad de tendencias, declamaban Lenin y Trotsky.

Tanto el Líder Supremo como el Consejo de los Guardianes han ejercido su poder de veto

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El principal beneficiario, sin embargo, y el valor a preservar en el proceso, no es la voluntad popular, sino la Revolución Islámica.  El andamiaje institucional preserva la última palabra sobre cualquier asunto, ya sean decisiones o incluso candidaturas, en dos órganos de inspiración teocrática, el Líder Supremo, que debe ser un Ayatollah, y el Consejo de los Guardianes, integrado por seis juristas y seis expertos en normativa islámica.

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Tanto el Líder Supremo como el Consejo de los Guardianes han ejercido su poder de veto para asegurar que las tensiones entre el status quo religioso y las pulsiones democráticas no vayan más allá de lo que están dispuestos a conceder, respaldados, en última instancia, por las bayonetas de la Guardia Revolucionaria, el poderoso ejército iraní.

A pesar de los cambios que fueron produciéndose al interior del régimen, sus enormes limitaciones democráticas internas quedaron de manifiesto en 2009, cuando las manifestaciones denunciando fraude en las calles de Teheran fueron salvajemente reprimidas, con un saldo de decenas de muertos y el dictado de penas de prisión domiciliaria contra las cabezas visibles de la protesta, como el candidato presidencial reformista Mir-Hossein Mousavi, antiguo primer ministro y principal figura del ala izquierda durante el periodo del Ayatollah Khomeini, mantenidas hasta el día de hoy.

La elección de Rouhani reflejó también la aceptación por parte de las autoridades religiosas de un moderadísimo reformismo interno, capaz de oxigenar el sistema tras la escalada represiva de la anterior elección. A estas necesidades de aliviar la política se sumaron las dificultades económicas debidas a las sanciones impuestas por Naciones Unidas a partir del año 2006, como respuesta al programa nuclear, y agravadas al final de la primera presidencia de Obama. En busca de recomponer relaciones con el mundo y aliviar la situación interna, el presidente Rouhani obtuvo la autorización del Ayatollah Khamenei para negociar con occidente. Un sigiloso proceso de acercamiento, conducido con habilidad por el canciller Mohammad Javad Zarif y el Secretario de Estado norteamericano, John Kerry, culminaría en el histórico acuerdo.

El contenido del acuerdo con USA consiste en la aceptación por Irán de reducir verificable y significativamente su programa nuclear

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El contenido del acuerdo consiste en la aceptación por Irán de reducir verificable y significativamente su programa nuclear, hasta un volúmen que imposibilite por muchos años su utilización para fines bélicos, mientras las potencias, a cambio, levantan todas las sanciones económicas dispuestas con motivo del programa. La entrada en vigencia del acuerdo implica la posibilidad de volver a hacer negocios con occidente, permitiendo tanto el ingreso al país de compañías multinacionales alejadas con motivo de dichas sanciones, como la exportación hidrocarburífera, reducida a la mitad de su capacidad anterior, así como el descongelamiento de activos por cerca de cien mil millones de dólares.

En un mundo globalizado en el que los mercados nuevos escasean y donde los motores del mundo en desarrollo muestran perspectivas dudosas, un país de 80 millones de habitantes e ingresos medios que se abre nuevamente es un pequeño oasis para inversores en busca de negocios. Entre las fortalezas de Irán está el nivel educativo de su población, comparativamente alto y extendido, el acceso bastante generalizado a las tecnologías móviles y redes sociales, con una elevada penetración de smartphones en el mercado.

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La economía iraní cuenta, además, con una enorme diversificación respecto de sus vecinos árabes, y si bien posee las cuartas reservas petroleras y las primeras reservas gasíferas del mundo, la exportación de esos recursos sólo representa el 15% del PBI: el año último el Estado obtuvo más ingresos por recaudación impositiva que por la explotación hidrocarburífera. Con estas condiciones, aún en tiempos de crisis para los países productores por las bajas del precio internacional, el país se beneficiará por la duplicación de su volumen exportador y sus bajísimos costos de extracción. Asimismo, el subexplotado sector turístico podría beneficiarse de la apertura, a partir de un cambio de imagen que se podría propagandizar incluso a partir de elementos ya existentes y desconocidos, tales como el respeto a las minorías religiosas, en un país en el que todas ellas están representadas en el parlamento, y que cuenta con la comunidad judía más grande del Medio Oriente fuera de Israel.

Con estos fundamentos, el levantamiento de las sanciones permite a potenciales inversores proyectar oportunidades de negocios y, al país, una posibilidad de desarrollo económico y una mejora sustancial en las condiciones de vida de su población. A su vez, está aún por medirse el enorme impacto sobre la región, asediada por conflictos más o menos abiertos, en los que el país se encuentra, directa o indirectamente, involucrado.

No es de extrañar, entonces, que coincidieran en su oposición al acuerdo Arabia Saudita y el Consejo para la Cooperación del Golfo, e Israel, históricos enemigos. Las ambiciones regionales de Irán, que desde tiempos del Ayatollah Khomeini intentó expandir la Revolución Islámica a todo el Medio Oriente, hoy se orientan a brindar apoyo a todos los grupos musulmanes chiítas en dicha área. Si el sionismo fue siempre el enemigo principal en los discursos de los líderes iraníes, el apoyo militar a Hezbollah, principal antagonista de Israel en la frontera libanesa los enfrenta objetivamente.

Al mismo tiempo, el cisma entre sunnitas y chiitas motoriza los conflictos con Arabia Saudita y sus aliados que, desde siempre, han obrado como mecenas de la mayor parte de los gobiernos y grupos armados sunnitas de la región. Mientras Irán es el principal apoyo a los rebeldes hutíes de Yemen, la toma del poder por parte de estos motivó una campaña de bombardeos sauditas que aún persiste, en una catástrofe humanitaria que viene pasando desapercibida en el mundo.

En Siria, Irán es el principal apoyo militar terrestre con el que cuenta el gobierno de Bashar Al Assad.

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El foco de conflicto más importante, sin embargo, tiene lugar en Siria, donde Irán es el principal apoyo militar terrestre con el que cuenta el gobierno de Bashar Al Assad. Del otro lado, el derrocamiento del dictador sirio es el objetivo prioritario en el conflicto para los gobiernos Saudí, Qatar, y Turquía, que dan apoyo a las milicias sunnitas opositoras, incluyendo a grupos religiosos aliados con Al Qaeda, y, hasta hace algún tiempo, incluso facilitaron el accionar del propio Estado Islámico.

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El acuerdo, que fortalece económica y diplomáticamente a Irán, refuerza su carácter como interlocutor indispensable para la solución del conflicto regional, y debilita las ambiciones hegemónicas de los gobiernos turco y saudita respecto de Siria, pergeñadas en tiempos de apoyo militar activo a la oposición por parte de los Estados Unidos y de su Secretaria de Estado, Hillary Clinton. La aparición del Estado Islámico, el desastre en Libia y la inviabilidad militar de cualquier oposición secular al régimen de Al Assad, determinaron una modificación en la estrategia por parte de Kerry. También se pueden buscar allí las razones de la aproximación norteamericana, a pesar de los recelos de sus históricos aliados.

Rouhani sueña con una restauración capitalista que inunde el país de inversiones y pavimente su camino a la reelección.

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Las perspectivas para Irán son alentadoras, el interés que despierta su economía ha quedado patente tras la cumbre de Davos, en la que el Presidente Rouhani fue la estrella indiscutida. El posterior acuerdo de asociación con China y los subsiguientes viajes del presidente a Francia e Italia, donde tuvo una intensa agenda de entrevistas que incluyó al Papa Francisco, los líderes políticos de ambos países y sus respectivas cámaras empresariales, muestran la enorme potencialidad para una diversificación de las relaciones diplomáticas y económicas que, tras la etapa de aislamiento, habían quedado demasiado ceñidas a Rusia, un país con el que, si bien comparte aliados y objetivos en el plano internacional, mantiene escasa complementariedad comercial e históricos recelos por las respectivas ambiciones regionales.

Y mientras Rouhani sueña con una restauración capitalista que inunde el país de inversiones y pavimente su camino a la reelección, y el ejército intenta sostener y expandir sus áreas de influencia en la región, el campo reformista derrotado en 2009 se prepara para fortalecerse en las próximas elecciones desde el apoyo al presidente. En pocos días se elegirán una nueva asamblea legislativa, y, más importante aún, los integrantes del Consejo de Expertos, una suerte de Colegio Electoral encargado de verificar las condiciones psicofísicas del líder supremo y, eventualmente, designar a su reemplazante.

Quienes buscan que el acuerdo con USA abra una oportunidad liberalizar y vigorizar la vida política iraní tienen una pelea difícil por delante.

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No será fácil para el reformismo, aún si pudieran aspirar a la mayoría de votos, ya que los conservadores dominan el Consejo de los Guardianes, y no temen ejercer el poder de veto sobre cualquier candidatura que juzguen inconveniente. Las figuras de la vieja ala izquierda del régimen, empeñadas hoy en aliviar el yugo del estado en la vida diaria de los ciudadanos, siguen en la mira de un establishment conservador, que no muestra dudas. Entre los cientos de candidatos vetados para el Consejo de Expertos se encuentra incluso Hassan Khomeini, el nieto del mítico Ayatollah, quien se atrevió a cuestionar el poder del ejército sobre las decisiones de la población.

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Quienes buscan que el acuerdo abra una oportunidad liberalizar y vigorizar la vida política iraní tienen una pelea difícil por delante, y una doble presión. La apertura debe traer rápidos beneficios a los sectores populares, y el mundo, especialmente los Estados Unidos, debe por lo menos mantener la mano tendida. Si no puede esperarse ninguna ampliación de los acuerdos mientras el Congreso siga en manos del Partido Republicano, el riesgo es que una victoria presidencial de ese partido, o incluso una eventual revisión de las políticas de Obama por parte de Hillary Clinton, revitalice una aproximación dura y devuelva a Irán al aislamiento.

Los casos de China y, un poco más cerca, las monarquías petroleras árabes, estimulan el escepticismo en Irán

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Con estas precauciones, el acuerdo nuclear trae de vuelta al plano internacional a un Irán fortalecido diplomática y económicamente. Queda responder cuáles serán las consecuencias del acuerdo en la dinámica interna del país. La ilusión religiosa del libre mercado, según la cuál las inversiones extranjeras y la liberalización comercial traerán, como consecuencia ineludible, democratización y liberalización política, sigue pendiente de demostración. Los casos de China y, un poco más cerca, las monarquías petroleras árabes, estimulan el escepticismo. Sin embargo, a diferencia de aquellos países, Irán cuenta con un potente movimiento reformista, y de este sector provinieron los apoyos más activos para la implementación del acuerdo, que los conservadores como el propio Ayatollah Khamenei, solo toleraron en razón de las urgencias económicas. Pero aún si esta restauración capitalista fuera exitosa, y efectivamente el acuerdo lograra traer al país persa un crecimiento que derrame en todos los sectores de la sociedad, será en el campo de la política donde se decidirá el enfrentamiento entre un reformismo potenciado, apoyado por los jóvenes y en los sectores urbanos, y un conservadurismo que mantiene su dominio en las instituciones armadas y religiosas, y ha mostrado en el  pasado su capacidad para adaptar la nueva realidad a sus necesidades de autopreservación.

Ampliado el campo de batalla, Irán Vuelve.

 

 

 

 

 

 

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