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16 de septiembre 2018

Mariano Schuster

HOMBRE DEL SIGLO 20

Tiempo de lectura: 5 minutos

A los amigos peronistas

Como Roberto Carlos, el brasileño que emocionaba a nuestras madres con su pelo al viento y sus palabras que exudaban el cliché que solo tienen los románticos de pura cepa, él también quería decir quién era. Aunque la emoción -acaso por estar mezclada con presentes políticos- tuviese destinatarios algo diferentes, intereses más difusos, compromisos más impuros que los del mero romanticismo. ¿Pero quién puede, en su sano juicio, negarle a un político que grabe un disco de boleros? ¿Quién podía decirle a José Manuel de la Sota, el hombre de la renovación peronista, el hombre fuerte de la Córdoba culturalmente radical, que no lo hiciera? ¿Quién podía tirarle, como si nada, un “Mirá, José Manuel, eso de cantar Roberto Carlos y sacar un disco con temas del Potro Rodrigo quizás no sea conveniente”? En Argentina se es político para conmover y conmoverse. Y, además, claro, están las otras cosas de las que se ocuparán, sabiamente, intelectuales y académicos. Pero ahora pongo un bolero de José Manuel De la Sota y escribo. Aunque el respeto no derive en una nueva canción de amor.

De la Sota 1

¿Quién fue José Manuel De la Sota? ¿El hombre del que el progresismo línea Alianza se reía por su quincho y al que tantos radicales detestaban por haberles arrebatado la provincia que también ellos tenían como un coto de caza? ¿Era el tipo que decía “Si ser de derecha es no haber sido nunca guerrillero, yo fui de derecha”? ¿Era el que estuvo preso en la dictadura y se meó durante un simulacro de fusilamiento? ¿Era ese que ya en 1983 se daba la mano con el peronismo renovador, bancaba a Luder pero se abrazaba a Don Eduardo Angeloz, radical de sangre morada, en compromiso democrático? ¿Era el hombre que, a destiempo, llegaba a la gobernación de Córdoba para decir que sí, que el peronismo también podía hacerse cargo? De la Sota, hombre de la política, merece como todos, un respeto. Aunque hoy, a pocas horas de su muerte, haya quienes se rían y se burlen -sin humor- de ese tipo que no solo cantaba boleros sino que, de tanto en tanto, amenazaba con zambullirse de lleno en la pelea política nacional para darle al peronismo (ese movimiento hecho de sensaciones y pasiones diversas) un aire nuevo que quizás ya no lo fuera.

Para muchos de nosotros José Manuel De la Sota representaba una política que un día creímos caduca, pero solo porque no concebíamos que la nuestra ni siquiera estaba caduca: era simplemente irreal

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La forma en la que hablamos de nuestros muertos habla de lo que somos. Que un personaje como De la Sota –candidato a vice con Cafiero, gobernador de Córdoba en tres oportunidades, peronista de la derecha– sea objeto de burla o de escarnio, habla también de la incomprensión. Para muchos de nosotros José Manuel De la Sota representaba una política que un día creímos caduca, pero solo porque no concebíamos que la nuestra ni siquiera estaba caduca: era simplemente irreal.

Cada tanto, se nos muere un demócrata. Pero no valen más lágrimas para los que nos gustan más y menos para los que nos gustan menos. No es honesto construir mitos solo para aquellos que parecían más puros y destrozar a quienes, como José Manuel De la Sota –desaparecido durante un tiempo en la dictadura y ayudado en su momento por ese cura llamado Jorge Bergoglio–, se comprometieron con la construcción democrática desde opciones políticas que quizás no sean las nuestras. La democracia no la hicieron solo los que nos gustan. Y la política tampoco.

De la Sota 4

Después de andar con Cafiero, de comprometerse con el gobierno del casi nunca reivindicado Carlos Saúl Menem, desembarcó en una gobernación que parecía tener puesta una boina blanca como bandera. Llegó en 1999, justamente el año en el que otro cordobés, Fernando de la Rúa, ponía la boina blanca pero en la Casa Rosada. Con De la Sota llegó una gestión, como todas, criticable pero también un espíritu del peronismo que se volvió competitivo en tierras hostiles. Al final, esas tierras no eran solo de Ramón Mestre ni de Eduardo Angeloz.

No es casual que muchos lo critiquen. De la Sota se parece a esos viejos hombres del siglo XX que hicieron una política todoterreno y que construyeron una estética muy vinculada al pasado. Los partidos de tenis parecen del tiempo menemista. Los boleros que cantaba –y se animaba a subir a internet- lo volvían un sesentoso o un setentoso. Los desfiles de su marca de ropa “El Hombre” parecen una mezcla entre los varones de la vieja Revista Adán y el hermoso absurdo de los Roberto Giordano o Pancho Dotto. Había algo en De la Sota que parecía de un tipo del pasado. Si lo imaginamos como tipo, no cuesta pensar en un hombre de asado, perros, perfume viejo colocado en la cara mirándose al espejo. Un argentino.

“Miralo con ese quincho” solo expresa el odio a esa poderosa clase media algo berreta que surgió de las bases de una clase obrera a la que los peronistas consideran que el General les dio la dignidad

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El quincho, los partidos de tenis, la marca de ropa y los boleros agregaron a un político profesional la dimensión de una argentinidad que a muchos antiperonistas les repele y les repugna. Su crítica esteticista: “Miralo con ese quincho”, “Un boludo que juega al tenis” solo expresa el odio a esa poderosa clase media algo berreta que surgió de las bases de una clase obrera a la que los peronistas consideran que el General les dio la dignidad. Burlarse de la argentinidad –que a veces se confunde con el peronismo por responsabilidad de quienes lo odian y lo desprecian hasta límites inimaginables– es el primer paso para darle la espalda a lo que todavía, muchos hombres y mujeres que pasan la barrera de los cuarenta años, viven como sueño cotidiano. Unas vacaciones en la costa, una esterilla en la arena, un mate, un bolero, un fin de semana en un club sindical, una pilcha nueva de vez en cuando.

De la Sota 2

No elegimos la ideología de los hombres y mujeres que construyeron nuestra democracia. Estaban ahí. Radicales de voz rasposa con la Constitución en la mano, peronistas que pasaban de Montoneros al menemismo, hombres de Guardia de Hierro y el catolicismo que se apuntaban a la marea de las libertades, muchachos del comunismo que iban del silencio de su partido a la libertad de la palabra, socialistas desunidos por la dictadura que decidían calzarse traje de demócratas, militantes de la intransigencia que levantaban banderas en las plazas. Repito: no elegimos la ideología de los hombres y mujeres que construyeron nuestra democracia. Tampoco elegimos su ética, su moralidad, su honradez pública. Pero elegimos pensar que la construcción democrática –la creación de un nuevo orden político– era más importante que todo eso. Ahora, también podemos elegir qué decir en la hora de su muerte. ¿Centrarnos en sus ideologías? ¿En sus macanas? ¿En sus traiciones? No parece útil para una sociedad que todavía necesita sus propios mitos. Porque, yendo al hueso: ¿alguien de verdad cree que los peronistas no fueron también padres de la democracia?

La muerte de José Manuel De la Sota, como dijo Flora Vronsky, “se lleva un bastión de la historia reciente del peronismo y de este bendito país”. Se lleva, de uno u otro modo, a un personaje de la construcción democrática. Ojalá los tiempos que vienen se lleven las burlas y sarcasmos a quienes, como él, vivieron su tiempo y pensaron como ese tiempo demandaba. Porque la política también fue la de ayer. Ahora, suena un bolero.

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Comentarios

  1. Pia

    el 19/09/2018

    Buenísimo. Bien por que sie vea la foto completa

  2. EL HOMBRE

    el 06/10/2018

    […] Lo cierto es que su muerte no le pasó por el costado a nadie. Por el contrario, inmediatamente se supo, comenzó vía redes sociales una suerte de guerra encarnizada por la disputa del sentido de José Manuel De la Sota, su política, su legado, sus 20 años de Gobierno y su inclusión (o no) como mito y figura en la identidad y mística peronista. […]

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