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04 de mayo 2016

Matías Capelli

Periodista y escritor. Publicó Frío en Alaska y Trampa de luz.

GRABACIONES ENCONTRADAS

Tiempo de lectura: 5 minutos

A esta altura, después de haber visto una y otra vez los videos del hijo del empresario Lázaro Báez contando millones en una financiera de Puerto Madero solo queda una duda. ¿Con qué whisky brinda? Dos millones cien mil dólares están siendo contados sobre la mesa en esa oportunidad así que es dable suponer que se trata de un producto de alta gama.

Las escenas se repiten más o menos calcadas en varias oportunidades a lo largo de tres meses de 2012: llegan tipos cargando o cuando son muy pesados arrastrando por los pasillos bolsos y valijas con millones de pesos, dólares o euros a la sede de la financiera SGI y se encierran en una oficina alrededor de la mesa a contar plata. A veces es tal la cantidad que hacen falta dos o hasta tres personas, dos o hasta tres máquinas contadoras de billetes para que no sea haga tan largo el trámite. La operatoria es mecánica, repetitiva: abrir los fajos que vienen empaquetados del banco o la casa de cambio, pasarlos por la máquina contadora, volver a sujetarlos con banditas elásticas e ir apilando estos nuevos ladrillos de billetes en pequeñas torres de medio millón cada una. En un momento vemos a un atolondrado que usa los dientes para cortar el precinto, pero quién no lo ha hecho más de una vez con los más variados envoltorios plásticos que se resisten a dedos y uñas.

Cada tanto se asoma algún empleado de la firma; entra, saluda, pregunta algo, sale: movimientos rutinarios de oficina. El dueño de esa plata —en realidad, todo parece indicar, el hijo del dueño de esa plata— mira tranquilo, con aplomo, despreocupado, casi que un poco aburrido. Convengamos, Martín, que hay trabajos peores. Al parecer por ese entonces cada dos por tres el hijo de Lázaro se tomaba la avioneta paterna a la mañana en Río Gallegos, aterrizaba en San Fernando y un rato después entraba a la financiera de Puerto Madero con kilos de efectivo. Por las noches volvía a la Patagonia en la avioneta familiar y el dinero por su parte salía hacia Uruguay de forma clandestina, también vía avioneta, y desde Uruguay se lo transfería a una red fantasma de sociedades offshore.

Después de haber visto los videos una y otra vez, de haber leído los análisis de la prensa, conocemos todos los detalles de la operatoria, sabemos quién es quien. Que tal es el contador, que tal es el hijo del contador, que tal es el ex de la hija de Juan Carlos Calabró. Pero nadie se preocupó por averiguar con qué whisky brindan. Tan solo se indignaron por la obscenidad de tomarse uno. Y sí, qué iban a hacer. Un Macallan 12, mínimo. Los medios machacan sin cesar con el caso Báez justificadamente si tal como todo parece indicar se trata de un hecho de corrupción de grandes proporciones vinculado con la obra pública, para peor subejecutada o nunca realizada. Dejemos eso en manos de Telenoche, en manos de la periodista Mariel Fitz Patrik, que viene trabajando hace más de un mes, analizando el material que les hizo llegar una fuente anónima.

Invitada a un programa en otro canal, Fitz Patrik quiso dejar en claro que aunque el material les cayó del cielo, no fue fácil preparar el informe, fueron semanas de mucho trabajo. La labor del equipo del noticiero tiene su mérito porque el material original que los periodistas habrían recibido de manos desconocidas consistió en noventa horas de filmaciones del sistema de circuito cerrado de SGI registradas entre septiembre y noviembre de 2012. Pero solo una parte ínfima tenía relación con la causa Báez, y el resto hubo que descartarlo, y eso llevó mucho trabajo, remarcó Fitz Patrik.

Si lo pensamos en términos absolutos de corrupción pública o privada, dos o tres millones de dólares no son montos exorbitantes. Incluso los supuestos cincuenta millones de euros fugados por Báez al exterior a lo largo de toda la operatoria estos años, no deja de ser una cifra irrisoria para el supuesto delincuente más grande del país, tal como lo quieren presentar los medios. Lo tremendo es la falta de mediación, ver los billetes ahí, el dinero contante y sonante. Porque en general hablamos de millones y son cifras escritas en un papel, en una pantalla, cuando no directamente eufemismos. Una cosa es hablar de sanguchitos de miga y mates fríos o hablar de la Banelco, y otra cosa es ver un bolso con dos palos verdes, la valija de Antonini Wilson, la bolsa en el despacho de Felisa Miceli.

Pero desentendámonos por un segundo del caso Báez, o de la así llamada ruta del dinero K, e imaginemos la posibilidad de tener acceso a esas noventa horas de grabaciones de las cámaras de seguridad. Jornadas enteras de filmaciones en las oficinas de una financiera vip de Puerto Madero. Acceso privilegiado a todo tipo de transacciones, de operaciones, de tramoyas, de gente llegando o yéndose con bolsos, valijas, mochilas, maletines repletos de efectivo, papeles que van y vienen sobre la mesa, fajos de billetes que cambian de mano. Seguramente nos toparíamos con caras famosas: políticos, jueces, empresarios, deportistas, celebridades, periodistas, etcétera. O tal vez no, tal vez simplemente con testaferros, representantes, asistentes ignotos. Incluso habrá veces —tampoco tantas, es cierto, pero alguna habrá— en que se trate de plata limpia, que por algún impedimento legal no se podía sacar del país a través de un banco.

Más allá del interés periodístico que podrían tener esas imágenes, tienen un indudable valor sociológico: ¿de qué forma todo un sector de la sociedad argentina, desde las clases acomodadas que tienen los ahorros “abajo del colchón” y los sectores productivos que operan fuera del sistema o en una zona gris de semi evasión, de qué forma todo ese gran abanico se codea con lavadores narcos y valijeros de otras actividades non sanctas, secretarios del juez, del ministro, del diputado tal, para hacer negocios en un mismo espacio? “El circuito negro de la plata en Argentina es mucho más complejo que ‘la plata va a la Rosadita’. Se la muy tapa bien,” dijo el propio Federico Elaskar, ex dueño de SGI, en la entrevista reciente.

Si más de un tercio de los trabajadores de la Argentina no están registrados, puede suponerse que al menos esa misma proporción de la economía opera en la ilegalidad. Un tercio, al menos. Para ese tercio de la economía argentina la red de cuevas y emprendimientos afines son esenciales como sistema financiero en las sombras o bajo la media sombra. Todo ese flujo de dinero no declarado, son miles de millones que se mueven en mochilas, bolsos y valijas de acá para allá, en autos, en camionetas utilitarias con custodia privada, en avionetas, en bolsas de consorcio para no llamar la atención. Por dónde va a circular toda esa plata si no es a través de esta red de financieras dudosas, mutuales, mesas de dinero, etcétera, que componen un sistema semi o directamente clandestino de prestamos, inversiones, lavado de dinero, fuga de divisas.

Financistas asesinados, financistas desaparecidos de la faz de la tierra, financistas suicidados adentro del auto: cada tanto asoma en las noticias un ajuste de cuentas en una actividad que no suele dar recibo y que cobra sus deudas al contado. “Es como un capítulo de Breaking Bad”, dijo Lanata. “House of cards, un poroto,” dijo el propio Elaskar. Más que para una informe de noticiero, con esas noventa horas habría material de sobra para una temporada entera de The Wire. O para un documental de bajo presupuesto, decididamente experimental, sobre la forma en que un sector importante de la sociedad argentina se relacionó con la plata sucia en los últimos años.

Artículo publicado en el número de abril de la revista Los inrockuptibles.

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