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ÉTICA SOCIAL Y VIOLENCIA INSTITUCIONAL

Tiempo de lectura: 4 minutos

La batería de legislación aprobada para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres es un hecho en la Argentina. La Ley de Protección Integral en el 2009 marcó un hito e instauró un halo de esperanza para quienes se encontraban preocupados por las desigualdades vivenciales de las mujeres. Por esos tiempos se percibió un impulso legislativo que instauraba el tema en la agenda pública y que alentó múltiples espacios gubernamentales para trabajar en el tema. Pese a estos y otros avances, aún hoy se desconoce el Plan Nacional de Acción que exige la ley para luchar contra la violencia de las mujeres, como también un registro único de casos de violencia y estadísticas oficiales actualizadas sobre femicidios.

Se requieren condiciones de existencia para estar libre de violencias. Insistir en el uso de la el aumento de penas para los femicidios para terminar con la violencia contra las mujeres es una estrategia resbaladiza. Para el Estado siempre está a mano ofrecernos una respuesta penal frente a un reclamo social pero le ha costado prestar atención a las políticas de cuidado, de inserción y formalización laboral, políticas de vivienda con asignaciones especiales a mujeres, otras personas y niños en situación de violencia doméstica mientras que insiste con políticas familiaristas que desdibujan las posibilidades de autonomía de las mujeres, entre otras cuestiones.

Por otro lado, la voluntad de implementación se expresa en un presupuesto, como también en la capacidad de autoexaminarse, rendir cuentas y ajustarse a las demandas generales y necesidades de las mujeres. La escasa importancia que se le otorga a evaluar el impacto de las políticas en esta materia genera asignaciones presupuestarias deficientes, intervenciones inadecuadas y la persistencia de estereotipos. En este sentido la ausencia de un análisis de las propias capacidades de actuación generan una implementación de políticas truncas; quizás sería determinante prestar más atención en las capacidades locales y territoriales.

Además de las responsabilidades y las capacidades estatales, estamos nosotros. Por supuesto, una persona con responsabilidades gubernamentales tiene que rendir cuentas de un modo diferente, esto es, la foto con el cartel no alcanza, pero ¿alcanza con que nosotros asistamos a la marcha este 3 de junio? Es bastante, pues supone una manifestación y conciencia colectiva pero ¿podemos exigirnos algo más?

Las variadas formas de desprecio hacia lo femenino y hacia aquello que no encaja con el binomio femenino-masculino son el germen esencial para la violencia de género. La violencia nace justo ahí donde se niega el reconocimiento. La falta de reconocimiento de la labor hecha, de los esfuerzos, de las experiencias, de la palabra, de la identidad, de las necesidades particulares, de los sufrimientos, de nuestras interdependencias, de la vida del otro y del deseo de vivir del otro.

Las agresiones cotidianas, las degradaciones sociales y vigilancias sobre los cuerpos femeninos o sobre aquellos cuerpos no aceptados (la persona con discapacidad, el cuerpo gordo, el trans, el puto, la lesbiana marimacha, la anciana, etc.) son todas condiciones y formas de violencia. Nada empieza con un varón asesinando a su pareja, ese es el fin de una trayectoria más larga y profunda que nos incumbe. No se trata de patologizar ni esencializar. No hay algo así como una violencia esencialmente masculina pero si hay formas de vida social que fomentan rasgos de carácter, valores y comportamientos “masculinos” que ofrecen las condiciones propicias para la violencia. Esto no sólo se lleva puesta la vida de muchas mujeres sino también de varones: la mayoría de los homicidios tienen como víctimas y victimarios a varones, una gran parte jóvenes y adolescentes; la mayoría de las muerte en accidentes de tránsito es de varones, alentados por una cultura que festeja la “valentía masculina”, la velocidad y cierta toma de riesgos.

Esta movilización no debiera solo enfocarse en los femicidios sino también en la violencia física, psicológica, sexual, económica y simbólica. Debiera ser algo más que un gesto de compasión por la muerte de mujeres en manos de sus parejas, ex parejas, familiares, conocidos o desconocidos. Si solo expresáramos compasión, estaríamos asumiendo que la violencia es parte de nuestra cultura y que poco o nada puede hacerse o que no hay nada en nuestras formas de manejarnos cotidianamente que podría contribuir a disminuirla ¿Qué formas exactas debiera tener una participación en este reclamo que no fuera solo status quo? Quizás volcarnos a una reflexión acerca de las formas diarias de violencia, cómo contribuimos a ellas, cómo prevenirlas y disminuirlas. Una parte central atañe a los varones, incluso a aquellos que nunca suelen pensarse como abusivos o misóginos pero que crecieron en una cultura que todavía hoy acepta (y que ha diseñado formas de hacer más sutiles) las más diversas formas de violencias contra las mujeres y aquellos sujetos con cuerpos que no encajan en las definiciones sociales aceptables.

Es importante reconocer que la movilización del 3 de junio tiene una historia impulsada por los movimientos de mujeres del país que vienen trabajando hace décadas en las calles, en las escuelas, en los barrios, en las oficinas de gobierno, en los medios de comunicación, en las universidades, en los centros de salud y en el arte. Parte del desafío es desterrar su trivialización, reflexionar sobre nuestras prácticas cotidianas, asumir que somos parte de una comunidad en donde estas violencias gozan de buena salud. Debemos llevar adelante cambios en nuestros espacios de trabajo, en nuestras relaciones sociales y personales, y exigir políticas creativas, basadas en evidencia, y estables por parte del Estado.

* Profesora de derecho en la Universidad de Palermo e investigadora adjunta del Centro de Estudios de Estado y Sociedad.

** Socióloga, integrante de la asociación civil Métodos, Interacción, Relevamiento y Análisis (MIRA) e investigadora asistente del Centro de Estudios de Estado y Sociedad.

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