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11 de octubre 2016

Alejandro Kaufman

ES MÁS FÁCIL PENSAR EN EL FIN DE LA ARGENTINA QUE EN EL FIN DEL PERONISMO

Tiempo de lectura: 3 minutos

 

Aquello que poseen de emancipatorio los movimientos populares no tiene fin ni destino: sobre todo no se conjuga en tiempo futuro. El tiempo verbal de los movimientos emancipatorios es el presente, solo el presente. Nada hay más que el presente, porque el futuro pertenece a los opresores, a los ricos, el futuro es lo expropiado a los oprimidos, quienes solo disponen del presente, del signo del presente como esclavos o como emancipados. No hay fin sino tregua, pausa, derrota, ciclo y reflujo. Lo emancipatorio que no se compruebe en un presente venturoso es solo pasado, memoria y deseo. El peronismo es hijo de la revolución social derrotada por quién sabe cuánto tiempo, esa que durante dos siglos se llamó comunismo, y que en su deslizamiento no ha dejado de arrastrar hacia el abismo a cualquiera de sus versiones putativas, sea el peronismo, sea la socialdemocracia, el estado de bienestar o la vigencia de lo común, la perseverancia de la igualdad o la mismísima democracia. Nació el peronismo con sus alcances y limitaciones en un mundo que se reconstruía binario después de una catástrofe, y podría haberse perdido en la oscuridad varias veces. El fin de lo emancipatorio es del interés del amo, del opresor. Para el oprimido no tiene interés particular el fin de lo que da sentido a una vida, porque la única posesión decisiva de los desposeídos es el presente, y las memorias y testimonios de los presentes perdidos que quedaron atrás. El gran artificio que es el peronismo, esa reducción del daño del sistema existencial más cruel, eficaz y totalitario de que se tenga conocimiento, el capitalismo, consiste en la realización efectiva de la reducción del daño. Nunca es una promesa ni un proyecto, ni un plan, ni una plataforma. Todo ello puede estar presente, pero no es lo esencial, ni lo que lo constituye, ni lo que lo ha hecho renacer cada vez. Puede convertirse en otra cosa o desvanecerse para siempre. Nada tiene de indestructible. Solo podemos dar testimonio de la forma en que una y otra vez revivió, e intentar comprender el modo encarnado en millones de algo que nada tiene que ver con anhelos ni esperanzas, sino con la consistencia de lo real en la forma más definitiva en que los oprimidos pueden experimentar la vida social, y es por la realización. Realización que de ningún modo se limita a un bienestar siempre determinado por el paso que en cada momento define a la saga capitalista, sino por la forma multitudinaria y pacífica en que las masas se elevan con la dignidad que en cada momento del pasado han sabido exponer. Puede suceder lo peor, como ha ocurrido en cualquiera de los sentidos posibles, pero esta última vez que renació repuso aquello que es imperdonable para el amo: renovar la realización de la dignidad de las masas. Retornar o volver atañen al presente, son memorias, no son cristalizaciones literales. Quien invoca el fin es el amo. El amo es el que conjuga en futuro, porque solo enarbola ese tiempo verbal. Aborrece el pasado porque el pasado habla de los crímenes que acompañaron a su atesoramiento, la fortuna del opresor. Intenta ya sea violentar o persuadir, más bien siempre ambas cosas, a las masas, para extraerles una y otra vez su aliento y su sangre, y crecer y prosperar sobre esos millones de cuerpos rezagados y desplazados, cuerpos que -según quieren los amos-  habrán de remitir sus esperanzas a un futuro tan lejano como inalcanzable. No recordamos una escena en que tanto se conjugara el tiempo futuro como la actual. Es lo recíproco del despojamiento del presente aquello que describe el pasado como mentira, el presente como ausencia y el futuro como lo único tangible, tan inverosímil fantasma como extorsivo. No es la esperanza aquello que nos atraviesa, sino el presente y sus desventuras, la certidumbre de una dignidad alcanzada y perdida, pero por ello mismo porvenir.

solo el presente

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