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01 de septiembre 2015

Nico Saraintaris

EL TERROR ES TENDENCIA

Tiempo de lectura: 3 minutos

 

Hay algo curiosamente justo en la idea de transformar en trending topic la muerte de alguien como Wes Craven (1939-2015). Si algo probó en su carrera es que el terror no es ajeno a las masas ni, mucho menos, al presente.

Aunque existen otros autores que pueden gustar más, pocos generan tanta admiración como Wes Craven. El tipo era una máquina de contaminar el presente, una metástasis desatada en el tejido narrativo de los miedos de más de una generación. Porque si con a Nightmare on Elm Street Craven logró revivir el género slasher en los ochenta, con Scream hizo lo propio en la década del noventa. No hacía solamente cine “exploitation”, era una fuerza natural que marcaba el camino para todos los que quisieran subirse a una ola que él mismo generaba.

Craven entendió que no existe nada más inmediato que el terror. El terror es el presente. En The Hills Have Eyes (1977), el autor tomó la leyenda de Sawney Bean (“jefe de familia” de un clan caníbal que se escondía en una cueva en el siglo XV en Escocia y se cree que mató a más de mil personas) para ambientarla en Nevada, Estados Unidos. Si el miedo a ser comido es uno de los miedos más primitivos, el miedo a ser comido “ahora” es su actualización, su puesta en efecto.

Pero el cine de terror nunca es el presente. El terror es la ilusión de vivir el presente. Me gusta pensar la carrera de Wes Craven como una búsqueda imposible, un engaño que dura lo que dura alguna de sus películas. Terror y presente se comportan de manera asintótica: por más esfuerzos que haga el director, el cine nunca mata a su público. Hay una barrera diegética que no se alcanza a cruzar.

En el cine de Craven esa distancia que tiende a cero es casi una obsesión. En el trailer de The Last House on The Left (1972), el narrador dice: “To avoid fainting keep repeating, It’s only a movie, only a movie…” (“Para evitar desmayarte repetí: Es sólo una película, sólo una película”). Y en Wes Craven’s New Nightmare (1994), Freddy Krueger vuelve pero para atormentar a los actores de las películas de la franquicia A Nightmare on Elm Street. (Nota: Freddy Krueger haciendo de Freddy Krueger según los créditos de la película es lo más cerca que estuvo Craven de la literatura de Borges o de los casos de metalepsis analizados por Gérard Genette).

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A lo largo de su carrera, Craven buscó reducir al máximo la distancia entre el cine y su público. Este comportamiento asintótico entre el presente del espectador y la historia tiene su eco más allá de la diégesis ficcional. Porque Craven era una máquina en la taquilla y una máquina de hacer guita. Pensemos por ejemplo en sus franquicias: siete películas de Freddy Krueger y cuatro de Scream, con Wes acreditado en diferentes roles. Pero también pensemos en cómo el autor se sumó a la moda de las remakes (The Hill Have Eyes en 2006 y The Last House on the Left en 2009) o en la tendencia de adaptar ficciones exitosas al formato preferido del público de la generación Netflix: “la serie” (la serie de Scream la produce MTV y parece que no van a usar la máscara oficial de Ghostface, pero eso es otro tema).

Como sea, la ilusión asintótica se terminó para el autor. La muerte es la actualización última, la solución a la aporía, es decir, su negación. Y que su muerte sea tendencia no hace más que celebrar una forma de entender y hacer cine.

Unknown SS

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